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Teatro que duele

Por: Rubén Darío Zuluaga Gómez*

Fecha de publicación: 01/10/2021

Grupo: LA CONGREGACIÓN TEATRO. Obra: ROJO

Rojo es la experiencia del teatro que duele, quizá el concepto de entretenimiento no vale para esta pieza, descarnada, desnuda, realista y en algunos momentos hasta morbosa. Un espectador sensible o con “síndrome de pánico”, podría salir corriendo a pedir auxilio. Confieso que personalmente sentí ganas de vomitar y de salir corriendo o por lo menos quitar la mirada del escenario y repetirme a mí mismo que estaba viendo teatro y que no era para tanto. Creo que ver Rojo es una aventura de alto riesgo (eso es Colombia), incluso de salud mental, pues podría funcionar como una terapia de choque para alguien que todavía piense que Colombia es el país más feliz del planeta.

La Congregación Teatro parece indagar en formas muy simples y primarias de hacer teatro, incluso muy parecidas en forma y contenido a las del teatro político de los años 70`s en Colombia, es lo más parecido a un teatro panfletario, eso sí, sin consignas: narraciones en coros, personajes tipo, escenario vacío, vestuario y escenografía elemental y muy contrastada e incluso la dramaturgia es elemental y casi con un interés educativo, sin mucha metáfora o lenguaje poético, no, más bien directo, simple y conciso, a tal extremo que pareciera un teatro de principiantes, comunitario o de estudiantes de bachillerato. Sin embargo, ese lenguaje sencillo se cualifica y adquiere coherencia narrativa, muy ágil en la estrategia comunicativa; es demasiado claro el conflicto, los intereses de la guerra en cualquier pueblo, barrio o casa. Nunca se menciona a Colombia, pero todas las características elementales y simples que se enuncian dirigen la mirada a una sola parte: la realidad de la cotidianidad nuestra. Lo paradójico es que lo que era prohibido en los años 70`s ahora lo financia el gobierno.

En todos los fenómenos de la violencia con que nos hemos familiarizado tal vez haya una referencia a Bojayá, municipio del Chocó, o por lo menos a la masacre en una iglesia cuando unos niños hacían la primera comunión y es absolutamente incomodo, doloroso y catastrófico moralmente. El vestido se convierte en símbolo de la guerra, este es esperado con la inocencia infantil y es teñido de sangre, para entrar en las tramas de la venganza, luego de la violación, todo llevado a un extremo de muerte y desolación. Parece que la esperanza está absolutamente perdida, según la propia fabula de la obra, la historia del barrio que se divide en dos bando; no existe la más mínima posibilidad de paz, reconciliación, nada puede contra la muerte, ni las instituciones del estado, ni las civiles, ni las internacionales. El país a que se refiere “Rojo” está absolutamente derrotado. No aplaudí finalmente la puesta en escena, quedé derrotado.

Esta representación teatral se sufre porque finalmente todos terminan hablando desde la muerte misma, solo pudieron volver a encontrarse en la fosa común, solo ahí pueden reunirse de nuevo. Todo, producto del mafioso de la avioneta que viene ofreciendo regalos para que voten por él: un zapato regala antes y al ganar ofrece el segundo par y allí está la trampa, nunca llega y es entonces cuando se desata la guerra en la búsqueda de completar el par. Al final la escena está plagada de zapatos que denotan la ausencia de sus dueños y este macrosímbolo de violencia, de ausencia y desolación adquiere fuerza  en otras puestas en escena traídas al Festival.

Según el director de la obra, ésta nació en indagaciones en los pueblos del Pacifico, pero tal vez ese interés genético del colombiano por la guerra, por la corrupción, por la trampa, su falta de memoria e identidad con principios morales, es una faceta que antes que ponernos frente a la derrota y el determinismo del asesino por naturaleza, debería llevarnos a otros estadios de reflexión profunda y antropológica sobre la historia que nos condena, pues seguramente puede estar ahí la posibilidad de comprender y superar.

Fotos Festival Internacional de Teatro.

*Docente Universidad de Caldas