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Tertuliar con Alfredo

Por: Martín Rodas *

Fecha de publicación: 11/08/2023

Yo era un muchacho estudiante del Instituto Universitario de Caldas y con muchas inquietudes, como todos los jóvenes. Los libros hacían parte de mi cotidianidad y leer era un placer y una manera de paliar las vicisitudes que por esa época me inquietaban. El compartir lecturas me daba la posibilidad de tener amigos, pues era tímido y ensimismado.

Manizales poseía un ambiente libresco, había muchas librerías en la Carrera 23, a las cuales yo acudía como a templos. Cerca al Parque Caldas estaba “Mi Libro”, de Pachón, su dueño, quien nos hacía recorrer los estantes repletos de libros como por un laberinto. “Atalaya”, de don Jorge, era otro sitio emblemático; él, su propietario, era un viejo malgeniado que se daba el lujo de atender a quien le daba la gana, porque si consideraba que alguien no merecía tal o cual libro, así lo tuviera en la librería, pues simplemente no se lo vendía, esto luego de un interrogatorio al cual sometía a los clientes.

En aquella época, mi catolicismo estaba en transición hacia un materialismo dialéctico con tintes esotéricos, por lo que revolvía mis lecturas y saltaba de un tema a otro. Por eso frecuentaba también la librería de “Las Paulinas”, que todavía existe, al frente del Club Manizales; aún conservo un afecto por este lugar, y de vez en cuando me detengo ante su vitrina para ver las carátulas de temas religiosos que alguna vez me interesaron. Hacia los lados de la Galería, había un sitio de libros usados con un hermoso y absurdo nombre, El Burro Pensante, en donde conseguí mis primeras obras de Marx, Engels, Oparin… En fin, menciono estas librerías de las muchas que había.

Pero también rodaban por la Carrera 23 las Carretas, que ofrecían libros como hoy lo hacen con frutas y verduras. Fui muy amigo de Osvaldo, un hombre alto y con aspecto de ogro que recorría la 23 de oriente a occidente y de occidente a oriente desde muy temprano, con su desvencijada carreta llena de libros de segunda.

En ese ambiente me crié y marcó mi vida. En ese ambiente empecé a conocer personas afines a mis inquietudes lectoras y fueron algunos de estos amigos los que me llevaron al primer sitio en donde conocí una tertulia. Se trataba de la tienda de Macario, en una de las cuadras que hoy ocupa el Centro Comercial Parque Caldas. Era una de esas tiendas mixtas, hoy en vías de extinción, en donde vendían productos de consumo cotidiano como arepas, panes, arroz, panela, plátanos, papa… petróleo, carbón… y en donde había unas mesitas de cantina y bultos sobre el piso en los cuales uno se podía sentar. Donde Macario se vendía también trago, y la gente, como mencioné, se sentaba en sillas o en los bultos, para charlar de todo.

Estos sitios eran como la continuación de las fondas camineras, su versión citadina, por lo que convocaban a gente diversa, desde obreros, vendedores ambulantes, zapateros… hasta escritores, profesores e intelectuales que organizaban charlas en torno a temas determinados ambientados en músicas populares como el tango, el bolero, bambucos, pasillos, son, etc.

Allí fui invitado la primera vez a presenciar una tertulia; yo era, como dije al principio, un estudiante de colegio, y cuando ingresé donde Macario, mi asombro fue enorme cuando vi a estos seres variopintos charlando de libros. Había algunos profesores de la Universidad de Caldas, y eso para mí era como estar cerca de seres enormes, pues mi gran anhelo era ingresar a la universidad y veía a quienes estaban en la universidad como inalcanzables. Era un privilegio escuchar lo que se conversaba, no participando, pues no hacía parte de estos círculos, pero el mero hecho de estar allí me inundaba de magia.

En medio de la tertulia destacaba un personaje del cual tenía alguna referencia, pues era escritor, poeta, y algún amigo me había pasado un libro suyo. Se trataba de Alfredo Bernal, profesor de la Universidad de Caldas y asiduo de la Tienda de Macario y sus tertulias. No fue inmediatamente que hice parte de estas discusiones, pero paraba la oreja para no perderme detalle.

Realmente fue cuando ingresé a la Universidad de Caldas, que pude tratar personalmente con Alfredo, quien también promovía una tertulia literaria con estudiantes y a la cual pertenecía mi amigo y compañero de estudios Jairo Hernán, fue con él con quien pude tratar a Alfredo y tener una relación más o menos cercana.

Yo nunca pertenecí a la tertulia de Alfredo Bernal, pues no he sido de tertulias de aula, siempre he preferido las de los parques o las tiendas, esas que surgen intempestivamente y con temas no preestablecidos, en medio de vahos etílicos, pero sí tuve la oportunidad de estar con él y con mis amigos Jairo Hernán y León Darío Gil, cuando conformamos el Colectivo Hojas Anchas, y Alfredo asistía a nuestros encuentros o nosotros lo visitábamos o en proyectos como el de la “7a Feria del Libro Vendible”, en donde se juntaron los libros de las bibliotecas de varias personas, y en un local al frente del Edificio El Triángulo se vendieron a muy bajos precios. Con el dinero recogido se realizó una tertulia de amigos en una finca, con todas las de la ley.

Alfredo era de tertulias, estimuladas por aguas espirituosas, porque los que somos de ese talante pensamos y sentimos que las cosas a palo seco no funcionan. Esos tiempos se han acabado y quedamos unos pocos que todavía le rendimos pleitesía a Baco para poder disfrutar de nuestros libros y charlas, en medio de poesía, música y buena compañía.

Y como la mazorca de la vida se va desgranando, pues uno de los que se ha ido es Alfredo, quien hace poco falleció en Armenia, en donde se había radicado hacía varios años. Nos queda el recuerdo de sus poemas, su guitarra y las canciones con las que nos deleitaba. Con Alfredo y mis amigos tertuliar era un goce y por eso, todavía, pero no con la frecuencia de antes, nos reunimos a botar corriente y a recordar a esos seres que como Alfredo están en nuestro panteón de la Sociedad de los Poetas Muertos.

Y como epitafio suyo, dejo este soneto de su libro “De cosa varia”, publicado en 1998 por la editorial “El Propio Peculio”:

Canción última

Todo el amor que tú me diste un día
se fue quemando como leño seco,
hoy queda ya un dolor, tal vez un eco
de ese amor que se fue y yo no sabía.

Fue como voz lejana y melodía
cuyas notas volaron hacia el cielo,
canción que como luz en el desvelo
no alumbrará ya más mi medio día.

Sin embargo el recuerdo de tus ojos,
de tus manos azules, de tus labios,
sigue en mi alma en torturante celo.

Mi vida seguirá cual sigue el viento,
sin tu voz, sin tus ojos, sin tu aliento,
hasta que al fin de mí se apiade el cielo.

Alfredo Bernal Villegas. (Dibujo de TiN)

* Poeta, anacronista y pintor; editor de «ojo con la gota de TiNta (una editorial pequeña e independiente)».