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Toro: una lección de (est)ética documental

Por: Rafael Santander *

Fecha de publicación: 22/06/2023

El teórico británico estudioso del cine de no ficción Bill Nichols sostiene que no hay una línea divisoria clara entre la ética y la estética en el género documental. Las decisiones de qué mostrar, cómo mostrarlo y por qué no de otra manera, así como la pregunta fundamental por el qué no mostrar pueden ser producto de una postura ética que tiene como resultado un planteamiento estético o de ideas formales que poseen implicaciones éticas también. Este es uno de los aspectos más fascinantes del género y la razón por la cual, a diferencia de la ficción, es tan rico en recursos y libre en su forma. Contar “bien” una historia para el documental implica que además de ofrecer una experiencia audiovisual valiosa, no se transgredan esos límites morales impuestos personalmente o de manera externa.

No es que el documental consista en un tratado de ética, como no lo es ningún producto artístico, aunque esta dimensión ha venido cobrando más relevancia recientemente. La propuesta estética de un director pone en evidencia algo de su moralidad y en el documental el respeto es un valor primario. El documentalista es un voyeur, se apropia de imágenes e historias ajenas y con estas consigue dinero y reconocimiento Esto debería conducir a dilemas éticos y exigir, como mínimo, cuidado con el tratamiento de la imagen de las personas y hechos retratados, incluso si, como ocurre de en el caso de Toro, su personaje es irrespetuoso, malhablado y tan políticamente incorrecto como Hernando Toro.

Este documental narra el inicio de la carrera del fotógrafo durante sus años de prisión en la cárcel modelo de Barcelona por narcotráfico y nos trae luego al presente en Bogotá. El salto a través de este abismo temporal es guiado por una voz que va romantizando su vida al compararlo a él con una luciérnaga, ambos seres altruistas y erráticos que comparten su luz en medio de la oscuridad, dice la voz. Este recurso que guía la mirada y percepción distrae de un recurso más interesante la metamorfosis argumental al interior de la película.

Así como un arquitecto observa fascinado el proceso de construcción de un edificio, resulta fascinante para mí la evidencia de los procesos creativos, lo que llamamos vulgarmente las “costuras” de una obra y resulta curioso que en un documental de un artista poco veamos el proceso creativo de Hernando Toro, aunque sí veamos algunos elementos de su ethos artístico: una búsqueda de la renovación y de la ampliación de la frontera de sus posibilidades evidenciada en el trato que le da a sus propio trabajo, basura. Al mismo tiempo que vemos el amor profundo que siente por su basura. Para botar un negativo, dice, “tiene que ser muy malo, aunque la foto no sea buena cuenta una historia”. Lo más evidente en su producción fotográfica es también un rasgo de su personalidad: la capacidad para el escándalo y la subversión, esa búsqueda de la incorrección política y el cuestionamiento del canon de belleza estándar o mainstream de las revistas de moda de su época y de las redes sociales en la actualidad. Es de ahí de donde viene el encanto de sus fotos. En la cárcel la ironía no puede ser más hermosa: una serie de “bandidos” —como él los llama— retratados como modelos.

Kilos de negativos traídos de España por las directoras nos dan una idea de que su camino fue el de la irreverencia: la mirada preciosista de lo socialmente convenido como feo; la estetización de lo marginado. En su obra inicial posan como señoritas hombres tatuados, peludos, con cicatrices, gordos, calvos y un larguísimo etcétera.

El rasgo diferenciador de este documental es que no se limitó a informarnos sobre la carrera y trayectoria de Toro sino que quiso ir un poco más allá del artículo de enciclopedia, cosa suficiente para evidenciar esta ética de excelencia documental, ese deseo de Adriana Bernal y Ginna Ortega, codirectoras, de correr la cortina y mostrarnos algo más de lo que puede representarse de la forma políticamente correcta, muy acorde con el ethos artístico del fotógrafo.

La película narra esta búsqueda y muestra este ejercicio que da como resultado el paso de las intrusiones tímidas que inicialmente vemos de ellas a una inserción progresiva dentro de la narrativa hasta que las vemos dentro del cuadro, haciendo parte de lo representado. El documental sobre Hernando Toro se convierte en la historia de cómo ellas logran entablar una relación más significativa con él después de conocer a su familia y recorrer las instalaciones de la cárcel Modelo de Barcelona.

Después de la entrevista inicial vemos a Toro responder de manera ingeniosa y divertida algunas preguntas, de forma tan perfecta que evidencian el artificio, la máscara con la que ha atendido siempre los medios y que ha mantenido a través de intentos previos de documentales sobre su vida y obra. Hernando Toro se convierte en el antagonista y ellas, las protagonistas, que tienen como objetivo contar la historia que quieren, no la que él les cuenta. De forma prodigiosa, Bernal y Ortega logran capturar y mostrar el florecimiento de su relación con Toro.

Seguramente fue durante el proceso de elaboración que las directoras encontraron la narración adecuada, este tipo de ideas no surgen a priori, se encuentran. Es irónico que Hernando Toro sea víctima de su propio método. Según dice el fotógrafo, a esos bandidos “yo los acerqué al arte, les di confianza, los hice sentir hermosos”. Lo mismo podrían afirmar Bernal y Ortega, que le aplicaron la terapia de la lente al entrañable bandido. En este juego de reflexiones lumínicas y espejos, nunca más apto que para el retrato en movimiento de un fotógrafo, vemos finalmente a un hombre que sin estar desnudo, por lo menos depone su máscara y permite que apreciemos una sonrisa auténtica.

Lea aquí la entrevista con la co-directora Adriana Bernal-Mor:

https://www.quehacer.co/las-peliculas-son-cada-vez-menos-producto-de-las-decisiones-unanimes-del-director/

(Imagen de Gusano Films)

* Escritor. Realizador de cine.