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¿Tribunas vacías? Sobre Balones Rotos

Por: Tomás Marín Puerta*

Fecha de publicación: 16/09/2022

Atención que busca la pelota el jugador Agrón, entregando para Stalin Motta: se equivoca el Blanco. La viene robando primero Marlon Piedrahíta, la va dejando para la camisa número siete Ayron del Valle, (…), viene cerrando con (…) Chaverra. La pelota queda a la disputa sobre la punta izquierda, va por ella, cerrando, Dannovi Quiñones; se le escapa la pelota y ofrecimiento de banda. Lo alcanza a meter la pierna Dannovi Quiñones, en consecuencia, la pelota ya se había desbordado sobre la tribuna de Occidental, hay reposición ofensiva a favor del equipo La Equidad. Cero para el Verde, cero para el Blanco.

 En diez minutos los argos, o los arqueros son, mejor, espectadores: no hay tiros directos, no hay llegadas…

Penal, penal, penal, penal…

Penalti, penalti…

¡Penalti a favor de La Equidad!

El apagado murmullo de un celular que reproducía la transmisión en vivo del partido me produjo una epifanía: aunque estuve oyendo el encuentro por la radio antes de entrar a la exposición, no recordaba cuál había sido el resultado del tiro penal en el área del Once Caldas ¿Habría anotado gol La Equidad? Intentar descifrar el farfulleo en busca de un marcador no iba a darme frutos, las consignas eran imposibles de comprender para cualquiera que no estuviese a escasos centímetros del teléfono, pero allí, en la otra punta de la sala, se hallaba Mr Serranoski, conocido su fervor por el Blanco, con el celular justo a su espalda ¿Si metieron el penalti?, le pregunté cuando dejó de conversar con un par de asistentes a la muestra. El artista, que había sintonizado en aquel celular el partido en un intento por mantenerse al tanto de su desarrollo, no sabía siquiera de la existencia del tiro penal; si bien inesperado, su desentendimiento resultaba comprensible: por muy fanático que fuese del Once Caldas y por muy pendiente que le hubiese gustado estar del encuentro, ese miércoles la exhibición y sus visitantes requerían de su total atención.

En “El Fútbol a Sol y Sombra”, Eduardo Galeano (2010) mencionaba, como sutil muestra del menosprecio por el balompié profesado por varios intelectuales, el hecho de que Jorge Luis Borges: “dictó una conferencia sobre el tema de la inmortalidad el mismo día, y a la misma hora, en que la selección argentina estaba disputando su primer partido en el Mundial del 78” (p.42). A pesar de que tal sincronía fácilmente podía deberse al mero azar, el sabido desagrado que le producía el fútbol a Borges hacía bastante más probable, como sugería Galeano, que el cruce hubiese sido maliciosamente planeado. Más de cuarenta años después de aquel primero de junio del 78, a miles de kilómetros de Buenos Aires, se daba, aparentemente, una situación similar: la inauguración de “Balones Rotos” en La Jaus coincidía con la fecha del encuentro Once Caldas contra La Equidad, pero, aun cuando se podía especular que la concurrencia había sido proyectada, como en el caso del partido Argentina contra Hungría y la charla sobre la inmortalidad de Borges, obedeciendo a alguna suerte de desprecio hacia el deporte inglés experimentado por los organizadores de la exposición, en realidad no existían motivos de peso para culpar del cruce a algo más que a la casualidad ¿Era acaso posible hallar malicia anti balompié detrás de la logística de una muestra cuyo texto curatorial comenzaba con la frase: “Que falte el amor pero no el fútbol”?

Rosa, coral, lila y varios colores pastel de nombres extravagantes, como gelatina de frambuesa o rubí suave, engalanaban la grisácea pared. La predominancia de las mismas tonalidades a lo largo del conjunto de obras producía la impresión de que se estaba ante una exhibición individual, parecer que flaqueaba al momento de apreciar las creaciones por separado: el factor cómico de las seis pinturas montadas al lado izquierdo del muro, en las cuales se compartían oraciones con doble sentido en contextos de fútbol y de amor, además de declaraciones, unas reales y otras paródicas, de jugadores a la prensa, contrastaba con la seriedad emanada de la suerte de memorial instalado en el lado derecho de la pared, donde varios objetos (una camiseta con el número nueve pintado en su espalda, un par de guayos con motivos de corazones, una fotografía en blanco y negro de un equipo de balompié, un par de cuadros y varias tarjetas con texto) fueron congregados para recordar la figura de un padre que inculcó el cariño por el fútbol en su hijo. Tal diferencia de enfoques, tras una fachada de materiales y conceptos en común, se debía a que “Balones Rotos” se hallaba constituida por obras de dos artistas, el ya mencionado Mr Serranoski y el zipaquireño Pegatina Criolla, que se proponían, según el texto curatorial de la exposición, “confrontar historias de amor con la pasión por el fútbol a través de los lineamientos estéticos, gráficos y filosóficos” del balompié, por medio de colores como “el rosado, morado y blanco” y, por supuesto, abordando las piezas desde afectos y experiencias personales.

A una distancia lo suficientemente lejana de las obras como para no despertar su mismo interés, se ubicaba una cartelera con los logos de los patrocinadores de “Balones Rotos” repetidos en patrón de mosaico: el típico formato de publicidad usado dentro de las ruedas de prensa deportivas. La pieza donde se anunciaban marcas como Diantres® y Monserrate Supply, señalaba el lugar frente al cual Mr Serranoski tomaba el registro fotográfico de los visitantes que accedían a integrar el archivo de la muestra; una élite en la cual no ingresé, pero de la que pude observar de cerca a un grupo de sus miembros: un indeciso trío que no supo qué tipo de pose adoptar cuando el artista les sugirió, al momento de fotografiarles, hacer algo con aire futbolístico. La cuadrilla terminaría encarnando la típica postura, uno en cuclillas y el resto inclinados, adquirida por los jugadores en el campo cuando, antes de empezar un partido, se realizan los retratos protocolarios. Tal insustancialidad y vacilación, que más que de la duda parecía producto de un total desconocimiento de la materia, no sólo me llevó a cuestionarme por cuál pose me hubiese decantado de haber estado en su lugar (la del Bicho, claro), sino también, luego de recordar que la mayoría de entusiastas del fútbol estarían o bien en el estadio o bien pendientes del partido, a preguntarme si existía alguien entre quienes, hasta ese momento, habían apreciado la exhibición que le interesase en algo el balompié. Y es que, aun cuando la exposición no contenía oscuras referencias que sólo los más asiduos fanáticos pudiesen captar, con seguridad sus formas resonarían y conmoverían especialmente a los devotos de su temática.

Ahora, resultaba difícil imaginarse que muchos apasionados del balompié supieran de la existencia de una muestra como “Balones Rotos” debido, en gran parte, al hegemónico desinterés demostrado por galerías y museos a la hora de generar y apoyar propuestas en torno a asuntos “mundanos”, como el fútbol, en virtud de la monotonía de las temáticas “sublimes” de siempre. Exhibiciones nacionales relativamente recientes como “El Mejor Equipo del Mundo Hijueputa”, una exposición sobre el papel del América de Cali dentro de la idiosincrasia del pacífico colombiano, presentada en el Museo La Tertulia en el marco de los 15 Salones Regionales de Artistas, o “Un País Hecho de Fútbol”, la primera muestra de temática deportiva realizada dentro del Museo Nacional de Colombia en toda su historia (tema que al día de hoy, más de diez años después del lanzamiento de dicha exhibición, no habían vuelto a tocar), se podían contar con los dedos de una mano. De hecho, ¿había siquiera precedentes locales de exposiciones artísticas que involucrasen cuestiones futbolísticas? Un lugar como el, ahora cerrado, Museo Once Caldas, a pesar de ser un espacio expositivo sobre balompié, solo se enfocaba en relatar la historia del Blanco a través de trofeos, balones, camisetas, fotografías y escritos pertenecientes a su colección, y no parecían muy dispuestos a incluir en ella creaciones artísticas contemporáneas relativas al fútbol. Además, si bien de vez en cuando era posible ver obras sobre balompié en una que otra muestra de la ciudad, estas terminaban siendo casos aislados sin mayor relevancia dentro de sus curadurías.

No era extraño pensar, entonces, que quizás ese miércoles ningún fanático del fútbol, más allá de Mr Serranoski, habría ido a apreciar “Balones Rotos”, y que, quizás, ninguno la visitaría durante su mes y medio de estadía. Que, posiblemente, nadie conectaría con la experiencia, compartida por Pegatina Criolla, de haber aprendido la “filosofía de vida futbolera” de la mano de un ser querido; que, a lo mejor, nadie se identificaría con Mr Serranoski en el hecho de haber asociado las penas de amor con las tristezas producidas por un partido de balompié; que, tal vez, nadie propondría para las fotografías de archivo alguna pose diferente a la adquirida por los jugadores de fútbol en el campo cuando, antes de empezar un partido, se realizan los retratos protocolarios.

Previo a mi salida de La Jaus, mientras les daba una última ojeada general a las obras de la pared, un señor de gabardina arribaba y cruzaba la sala, ignorando las obras de arte, para hablar con Mr Serranoski. Hola tío, le dijo el artista al hombre que, luego de un saludarle y desearle feliz cumpleaños (porque ese 13 de julio Mr Serranoski también celebraba el aniversario de su nacimiento), le preguntó por el estado del partido del Once Caldas y le mencionó el penalti a favor de La Equidad. Pero lo botaron, dijo el señor, para luego, con la misma rapidez con la que entró, irse del lugar. Al final, aunque corto, el paso del tío de Mr Serranoski por la exhibición saldaría un par de preguntas de este texto, pero, a su vez, haría surgir una, quizás, mucho más importante: ¿qué tipo de pose hubiese adoptado para el archivo de “Balones Rotos” de haberle pedido su fotografía?

REFERENCIAS:

*Estudiante Artes Plásticas. Universidad de Caldas.