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Algunas reflexiones: trabajo en equipo y dispositivos tecnológicos para el bien común

Por: Andrea Ospina Santamaría *

Fecha de publicación: 07/05/2024

El que no guarde un trauma de algún trabajo en equipo que lance la primera piedra. Desde el colegio hasta la vida laboral, desde la familia hasta los amigos, intentar planear y ejecutar algo entre diferentes personas es un caos que deja ver lo peor y lo mejor que tenemos para ofrecer. Me llama la atención que las dos conversaciones de la sesión inaugural del foro internacional de la vigésima tercera versión del Festival de la Imagen tocaron este punto en diferentes momentos.

Antonio Lafuente menciona una idea que me cala profundamente y me hace preguntarme cómo estamos articulando las diferentes esferas (culturales, ambientales y artísticas) de Manizales: lo que ocurre en la vida cotidiana tiene poco que ver con lo que sucede en la academia. Enfatiza en que los problemas del día a día no se presentan en compartimientos de conocimiento académico, sino que los sentimos como un acontecimiento general que articula todos los saberes y por lo tanto requiere de respuestas desde la interdisciplinariedad. Pero Lafuente explora más allá al manifestar, pertinentemente dentro de una ciudad universitaria, que todas las personas tienen un conocimiento profundo de las cosas que les concierne en su pequeño mundo, de su cuerpo, de su entorno. La academia tradicionalmente procura tildar ese ámbito como algo demasiado frágil y poco confiable, desestimando y sacando de discusiones sociales a los seres que más sufren las problemáticas de la crisis planetaria. La creencia de que el conocimiento tácito, como lo llama Lafuente, no se puede codificar porque está arraigado al cuerpo y al territorio nos ha llevado al aumento de la desigualdad y a generar espacios elitistas y cerrados.

Ante tal situación Lafuente plantea tres formas de actuar ante estas brechas: la experimentación, para generar preguntas y respuestas con lenguajes que nos representen a todos como colectividad; la importancia de los colectivos ciudadanos y agentes sociales como grupos cognitivos llenos de propuestas para el cambio; y la heterogeneidad como un recursos capaz de producir otras prácticas, preguntas, respuestas y formas de validar el conocimiento.

Aunque Lafuente menciona teorías muy amplias que pueden ser usadas desde los aspectos más utilitarios hasta los más complejos, en esta ocasión presenta la idea de prototipo como una búsqueda de soluciones en el aquí y el ahora, sin necesidad de buscar un producto específico sino un camino para experimentar las singularidades fuera de protocolos, ornamentos y proyectos a futuro. En este sentido, la idea principal es la de la búsqueda del bien común, pero no entendido como la cosa (digamos el aire, el lenguaje o el genoma que aparentemente son propiedad de la humanidad) sino las formas de vincularnos con ello y de imaginar posibilidades de enfrentar sus problemáticas y establecer diálogos. En este proceso es necesario abrir los problemas a otros actores para apropiarnos de ellos, como la privatización de recursos públicos, la contaminación o exclusión dentro de lo que cada comunidad considere sus bienes comunes, haciendo necesario entender los signos de diversos lenguajes para comprender relaciones que no sabemos interpretar.

Por último, parafraseando a Lafuente con las frases que más me gustaron del día, dejó en el aire la idea del tiempo: Necesitamos universidades lentas porque el conocimiento necesariamente implica escuchar y esto es algo que toma mucho tiempo. Me encantaría ver cómo este proceso pasa a la práctica en los laboratorios ciudadanos, tan comunes en Europa, y cómo podría modificarse este discurso al pensarlo desde Latinoamérica, espero que el laboratorio que este investigador está dictando en el marco del mismo festival haya sido un espacio para conversar temas como estos.

Por otro lado está “Geo-poiesis, deriva y confluencias en la imaginaria electrónica”, una coproducción artística entre un artista español, Roc Parés, una curadora española, Roberta Bosco, una artista colombiana, Sandra Rengifo, y un curador colombiano, Fernando Cuevas. Este ejercicio colectivo entre pares internacionales llevó a la concepción de una instalación, a partir de un performance y un video que se proyectarán  en el Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella en Bogotá.

Contrario a la idea de tiempo de Lafuente, los participantes de este proceso mencionan la complejidad de generar en poco tiempo un proceso creativo conjunto y este hecho queda latente en el resultado ya que las acciones de los artistas, aunque entablan un diálogo entre entre lo liviano y lo pesado, parecen siempre separadas:  Por un lado, Roc Parés en un ejercicio participativo desde la Universidad Jorge Tadeo Lozano, las personas se unieron a inflar globos de helio (con materiales biodegradables) a los que amarraron una cámara 360 para que recorriera el cielo en una deriva. Por otro lado, Sandra Rengifo realizó una video instalación que se basa en utilizar el dispositivo tecnológico (en este caso la cámara fotográfica y el celular) como una compañía para vivir poéticamente momentos y paisajes emocionales. Estos suceden entre ciertos cuerpos cotidianos y una mirada, vigilante pero confusa, donde las capas se fusionan y repiten bajo la atmósfera que rodea la tierra.

Es complejo en este caso comprender cómo se unen estas dos miradas del mundo porque según lo conversado la museografía es vital en la experiencia y al estar la pieza en otra ciudad es muy poca la percepción que tenemos de estos ámbitos espaciales.  Siento que no es precisamente el trabajo conjunto lo que podría resaltar de este proceso ni tampoco las intenciones relacionales o participativas, incluso, la obra de Parés no logra, personalmente, llenar mis expectativas al escuchar el discurso planteado. Pero, a pesar de ello, de la conversación si resalto algunas nociones conceptuales que se podrían aplicar más allá de este proceso. Una de ellas es la idea de contrarrestar la obsesión con la geolocalización que tenemos actualmente enfrentándola a una deriva sin control ni referencia; también el situarnos en una acción poética que define desde dónde miramos y la forma de establecer cruces internacionales de ciertas realidades que nos conciernen sin importar fronteras.

Aunque me conflictúa la idea de la tecnología como forma de ampliar la capacidad humana, me llama mucho la atención los usos no convencionales que podemos darle desde el arte. En una búsqueda por liberarnos del dispositivo la cámara se convierte en un testigo que no es escondido sino señalado. La práctica artística con tecnología nos lleva a capturar el acontecimiento con lo que está a la mano, dando un resultado con temporalidades que se enlazan y espacios que no se pueden determinar.  Permiten, como lo dicen los participantes, experienciar la vida con cuerpos y acciones.

Los artistas y curadores, además, dejan sobre la mesa la posibilidad del arte de intentar trabajar en el defecto: situarse en la fisura de los sistemas tecnológicos como hackers que permiten que se haga pedazos esa imitación de la realidad y que se cuestione la naturaleza propia de la imagen. Al poner luz en estas tinieblas que crean las grandes corporaciones tecnológicas podemos lograr colectivizar el conocimiento y dudar, a través de la imaginación, sobre el control de lo que creamos.

Cuando permitimos que de forma colectiva se de una apropiación de dispositivos tecnológicos estamos teniendo una acción política. En la práctica artística podemos generar espacios desde la impureza del lenguaje y de las acciones, para que estas derivas no busquen resultados concretos ni datos “útiles”  sino, por el contrario, vuelvan a pensar lo aleatorio, la deslocalización y la imperfección que implica ser humanos.

Esto puede verse también en algunas de las obras del Museo de Arte de Caldas que iré mencionando en varias notas. Al entrar, entre las varias obras exhibidas, había un performance llamado: “Poéticas del cuerpo y la obsolescencia programada”, del semillero de investigación en artes mediales (SIAM) del Programa de Artes Plásticas de la Universidad de Caldas. Durante la acción algunos dispositivos, en este caso pantallas de televisor, son golpeados constantemente por cuerpos que hibridan entre cables y luces. Por medio de esta acción, acompañada de palabras transmitidas a través de pantallas y luces led que recuerdan antiguos dispositivos digitales, la obra se pregunta por el constante cambio de la tecnología que requiere un sistema como el capitalismo para sobrevivir, el cual, como mencionaba Roberta Bosco en el conversatorio de la mañana, nos hace sentir constantemente desactualizados y sin acceso.

Ver estas pantallas rotas y los cuerpos desesperados de estudiantes y docentes trabajando juntos, a pesar de lo complejo que suele resultar esta intención de crear en conjunto, me hace  pensar en la importancia hoy en día de no hacer altares a la tecnología sin antes preguntarnos por las relaciones políticas y de capital que atraviesan su creación y apropiación, y sobre cómo la universidad es un espacio necesario para generar estas tensiones.

Poéticas del cuerpo y la obsolescencia programada. Semillero SIAM.

*Museóloga y docente.