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En el viñedo de don Adán

Por: Martín Rodas *

Fecha de publicación: 06/03/2024

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Acabo de recorrer otro cultivo poético de don Adán López. Se trata de un viñedo del cual ha fermentado los poemas que aparecen en su libro: Lo que el otoño me dejó y cantos. Sus vinos están embotellados delicadamente y los tonos oscuros y misteriosos de los tintos se iluminan con los rayos de los claros elíxires. Cada recipiente de cristal tiene en sus etiquetas las palabras que expresan el contenido y los sabores. Delicados o fuertes aromas de jardines, todo depende del año, el momento del día o la noche y la concurrencia de los elementos naturales. Esto solo se puede apreciar al destapar los corchos.

Don Adán es ante todo un viticultor de la vieja escuela romántica: “Todas las noches, las estrellas miran desde arriba y ven cómo sufre quien espera y ve que lo esperado es falsedad, que se presenta cual una aparición ligera, una exhalación nada más. Ese algo es ilusión, mentira, sueño; una locura, un divagar, un ir sin saber hacia dónde” (Tiempo sigiloso). Porque los románticos se refugian en las cavernas platónicas de sus almas y desde allí, aunque rehúyen el barullo de la sociedad, sueltan los suspiros y lamentos como susurros de vientos sutiles.

Veo una rosa bajo los hilos de la lluvia. Se estremece, pero no cae. ¡Pobrecita, azotada por el viento y sin consuelo! Flor de aflicción entre las tormentas azarosas de la vida. La vi crecer y languidecer. Luego la contemplé desplomándose hacia el nadir, como se hunde una estrella después de haber hecho su recorrido por la vasta región del infinito” (Rosas bajo la lluvia de noviembre). Poema en memoria de Rainer María Rilke, de quien bebe también sus vinos tormentosos y apasionados.

El corazón del poeta palpita en cada sorbo, y lo impulsa a dedicarles a sus amadas letras teñidas de nostalgia, en este caso a Juliana: “Con mis ojos recorro el camino que conduce al lugar en donde tuve mis afectos. Cansado, vencido, reticente e infiel, soy quien soy, un Ulises que el cielo no rechazó, ni tuvo en cuenta”. Así, peregrino del amor, se extravía en los laberintos del camino y se atreve a desafiar lo divino: “Te doy mi bendición, ángel travieso, y no preguntes siquiera por mi nombre” (Bendición).

El poeta bohemio y delirante también vislumbra el sufrimiento y dedica su inspiración a quienes el poder humilla… “también los brotados del seno de la tierra, como buenos hijos del Universo, pueden alzar la voz y proclamar su identidad al infinito” (No solo lo dorado). Sus andanzas se extravían en la memoria, porque “son las hojas del libro sagrado de nuestra propia historia. Algunas son tan negras como el cieno; otras tan blancas, que relumbran como los cristales bañados por la lumbre matutina” (Lo que se dice). En la penumbra, antes de apagarse, la memoria deambula… Don Adán arrastra sus palabras fatigadas desde la infancia, pues martirio y pesadumbre han sido sus compañeros en el divagar insomne.

El poeta es el héroe, viejo y cansado, frustrado y víctima de su propia creación y anhelos: “Es recomendable llevar una vida agitada y buscar todos los medios para morir joven. Después que nadie diga que no se divirtió. Tener muchos amores y marchitar las flores de su florido Edén. Eso sería lo ideal, pero la vida no es algo que se pueda programar con entera precisión” (Para ser un héroe moderno).

Al final de los días, en el ocaso, ya la mirada cansada y el cuerpo espectral, el horizonte es oscuro y el mar no es mar, “otra mancha verdosa de aceite baña la playa desolada, haciéndola más sombría que una enorme montaña. El puerto sórdido repleto de turistas y de restos de naufragios que no sé cómo ocurrieron” (El papel).

El canto se vuelve eco, tropezando torpemente por paredes y abismos… dejó de ser trueno y ahora es murmullo,

El círculo de la luna tras la palma.

Una hostia que habla

sin palabras.” (Cantos de luna)

Así, don Adán se hunde en el torbellino del tiempo, en una renuncia silenciosa que lo lleva hacia esos mundos que trató de alcanzar con sus palabras; de todos modos, algo queda:

En una pupila, asoma una perla transparente. Grande es el dolor que la ha arrancado de la parte más oculta, en que las cosas secretas se quedan aletargadas, como en un lago silente. Los arcanos tienen llaves que encierran mensajes indescifrables” (Una lágrima).

Referencia bibliográfica: Adán, L. (2023). Lo que el otoño me dejó y cantos. Medellín: Magenta Editorial

* Poeta, anacronista y pintor; editor de «ojo con la gota de TiNta (una editorial pequeña e independiente)».