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«Necesitamos un amor sororo»

Por: Rafael Santander *

Fecha de publicación: 04/10/2023

Conversación con Daniela López

«Apenas estamos comenzando la gira de la película por el país. La idea es que pueda circular por los municipios porque estos temas son aún más evidentes en los contextos rurales», nos dijo la directora y productora de cine Daniela López, que estuvo visitando la ciudad el 29 de agosto con su película Amando a Martha, presentada en el Teatro Los Fundadores en medio de la celebración de la entrega número 14 de FICMA. La película, comentada en este enlace, cuenta la historia del trabajo que hace Martha por desligarse de la historia de violencia intrafamiliar que lleva viviendo muchos años.

Vale la pena mencionar que uno de los recursos más relevantes es la reproducción de unas grabaciones hechas por la propia Martha como evidencia del maltrato del que era víctima por parte de su esposo y que estuvieron muy presentes en medio de la conversación que mantuvimos con Daniela sobre la película. Aunque esto pueda resultar difícil para cierto público, de esta idea parte ella para hacer la película: de la necesidad de romper el silencio sobre la violencia intrafamiliar e invitar a la discusión sobre esta problemática en la esfera pública.

Amando a Martha podría considerarse una película de amor, pero una que nos invita a repensar el amor ¿Cuál es ese amor con el que se hace la película y que se vive en el proceso de hacerla?

Amando a Martha es una carta de amor para mi abuela. Ella me entrega una carta en la que me advierte que debo romper la cadena de maltrato generacional que ha afectado a todas las mujeres de la familia y yo respondo con esta película. Es una historia que explora el amor desde la sororidad entre nieta y abuela, pero también es la historia de una mujer que se libera.

Si seguimos explorando subgéneros podemos afirmar también que es una película de terror. ¿Cómo termina el terror dentro de una película que parte de una carta de amor?

Eso tiene que ver con los cassettes. Mi abuela los grababa en momentos así: había oscuridad, tensión en el ambiente y llegaba mi abuelo en estado de embriaguez a amenazarla de muerte o a amedrentarla con un cuchillo. Era terror lo que se vivía en esos momentos y desde el diseño sonoro quisimos agregar algunos efectos para generar anticipación alrededor de eso.

En Amando a Martha también hay una tensión entre lo que se dice y lo que se quiere esconder. Nuestra tradición audiovisual evolucionó hasta poder ubicar la violencia al margen y mostrar sus consecuencias. ¿Tus influencias al momento de representar esta violencia vienen de nuestra tradición narrativa o audiovisual?

El documental El pacto de Adriana es un referente fundamental. Ahí la violencia está presente, pero no es explícita. Yo quería que en Amando a Martha la violencia se sintiera desde el fuera de campo, aunque hay momentos en lo que sí se ve el ejercicio de la violencia, en los cassettes. Y eso tiene que ver con la forma como mi abuelo Amando trataba a mi abuela, no era un maltrato físico, sino sobre todo psicológico, una violencia ejercida desde la manipulación, de hacer que el otro te tenga miedo.

Con respecto al contenido de los cassettes, la película los va construyendo desde el testimonio de los personajes que lo escuchan, pero ¿por qué tomas la decisión de mostrarlos?

 Otro referente mío es Grizzly Man, en el que hay una cinta que queda como testimonio de la muerte de un hombre atacado por unos osos con los que vivía. Herzog juega con esos cassettes, le describe al espectador el contenido pero nunca los escuchamos. Poner o no los míos era una pregunta constante “¿vas a poner esos cassettes que vas a tener que escuchar en la película el resto de tu vida?”. Mediante las conversaciones que sostuve con mi abuela y con unas psicólogas que me acompañaron concluímos que no ponerlos era revictimizarla: hicimos la película para romper el silencio y no ponerlos era hacer parte de esta familia que invisibiliza la problemática y trata de esconderla por temor a ser juzgada.

En la película había una decisión ética, estética y política que debía tomarse con respecto a los cassettes, ella los quería mostrar. “Esa es mi historia”, decía, y por eso no me sentía con el derecho a ocultarla. Estas grabaciones son duras, son dolorosas y ponen el dedo en la llaga de mi familia, pero también son parte de la historia de mi abuela y del trabajo que hizo para poder liberarse.

Considerando que la exhibición de lo íntimo en contextos públicos se considera vulgar ¿qué te lleva a romper con ese tabú y cómo es el proceso de desprenderse del archivo familiar para exhibirlo en salas?

Parto de la idea de que lo personal y lo íntimo son también políticos. Existe la falsa creencia de que la violencia contra la mujer debe mantenerse dentro de los hogares. La verdad es que debe ser abordada en la esfera pública para ser discutida y eliminada. La decisión política, ética y estética de exhibir este archivo que puede ser muy íntimo —las cartas de mi abuela, las fotografías y las grabaciones familiares— responde a mi intención de generar debate alrededor de esto. Si la seguimos escondiendo y pensando que debe quedarse en los hogares, vamos a ser cómplices de ese pacto patriarcal que tanto daño nos ha hecho.

Amando a Martha pone en primer plano la violencia contra la mujer, pero también está el tema de la violencia intrafamiliar y otras formas de violencia ¿Estos temas los encontraste en el camino o siempre se quiso tratar “las violencias”?

Hay un acto muy violento en normalizar lo que mi abuela vivió. En la indiferencia hay una violencia y hay revictimización en esa actitud. Mi familia entra a la película cuando se opone a su realización. Ahí entiendo que ellos hacen parte de la historia también y que ahí hay un conflicto narrativo que puede nutrir la historia. Mi abuela y yo veníamos con el deseo de hacer una película y nada nos detenía hasta que la familia muestra su desacuerdo que tienen y eso los convierte en personajes también.

¿Cómo el silencio, el no hacer y el dejar pasar se convierten en formas de la violencia también?

La indiferencia y el silencio hacen posible la violencia, yo no culpo a mis padres ni a mis tías. Mi abuela sufrió “violencia vicaria”, que es violentar a los hijos para afectar a la madre: ellos estuvieron ahí y su silencio es producto de 39 años de violencia hacia ellos también. Pero es diferente la actitud de mis primos, que afirman conocer la historia, haberla escuchado y aún así tienen una postura normalizadora.

Y al romper el silencio para romper el círculo de violencia familiar cabe la posibilidad de mirar a Martha como una heroína. ¿Podemos leer Amando a Martha como una película épica?

Cuando le pasé el material al editor fue él el que me dijo “esta es la historia de una mujer que se libera” y eso me cambió la perspectiva que tenía de la película. Hasta ese momento no veía la liberación porque ella todavía tenía que convivir con mi abuelo, pero ese comentario me permitió ver que en lo que había hecho sí había una hazaña y una acción inspiradora en separarse del hombre maltratador. Quiero llevarle esperanza a las mujeres que han sido víctimas de la violencia por parte de sus parejas o de los miembros de su familia a través de las imágenes de mi abuela, hay esperanza cuando la vemos construir su casa y cuando renueva su jardín.

Esta película nos muestra una visión obsoleta del amor en la que el sujeto que ama se cree con derecho a imponer su voluntad sobre lo amado y de los estragos que puede causar eso. ¿Cuál es esa visión del amor que se opone a esta más perniciosa y qué nos puede ayudar a sanar, a reparar y a prevenir las violencias?

Necesitamos un amor sororo que escuche, que no juzgue y que respete los procesos y las decisiones de cada persona. Un amor que surja desde la paciencia y el deseo de acompañar al otro sin presionarlo. Un amor que no sea posesivo, que respete el espacio del otro y de la otra. Ese es el amor que necesitan las familias y que necesita el país.

* Escritor. Realizador de cine.