Volver

¿Quién teme a Jairo Gómez?

Por: Mario Hernán López

Fecha de publicación: 22/01/2024

El 20 de enero pasado cumplió 70 años de vida el director de teatro, dramaturgo, actor y poeta de Manizales, Jairo Gómez Hincapié. Su familia celebró este acontecimiento con una fiesta a la que asistieron sus amigos y parientes cercanos. Durante el acto el profesor de la Universidad de Caldas y escritor, Mario Hernán López Becerra, evocó la vida y personalidad de Jairo:

Debió ser una tarde de 1979, cuando Jairo Gómez Hincapié y Albeiro Serna Salazar junto a otros actores, se presentaron en el aula máxima del Instituto Universitario de Caldas. Al final de la presentación de Terror y Miserias del Tercer Reich, Jairo Gómez explicó a los estudiantes las claves de las teorías y prácticas de Bertolt Brecht, expuso con detalles los significados del teatro dialéctico, luego invitó al público a conversar sobre la obra. Como era usual en épocas pasadas de encuentro y palabra, el debate tomó más tiempo que la presentación de la obra.

¿Qué tendría de cautivadora aquella escenografía sencilla? ¿Qué habría en el gesto de los actores, en sus voces, en los textos y en el color gris de esa escena que fue capaz de quedar depositada en la memoria?

Un año más tarde, Jairo Gómez leyó un poema con la musicalidad de un largo etcétera en el viejo auditorio de la Universidad Nacional de Manizales. Sentados frente a él, los jóvenes del Instituto -convertidos en estudiantes universitarios-, escucharon al poeta, director y actor de teatro lanzar etcéteras al aire como augurio del vacío retórico de los años futuros.

Por esos días, en los pasillos de la Universidad Nacional, alguien habló de la presentación en el Galpón de Bellas Artes de la obra Dos Hombres en la Mina, puesta en escena por la Agrupación Teatral La Brecha. Los personajes, en esa versión representados por Jairo y Albeiro, se encuentran atrapados en una mina: ¿Sabes qué día es hoy?, dice uno de los mineros ¡es primero de mayo!

De nuevo vale la pena preguntar, ¿Qué tendría de particular aquella escenografía? ¿Qué habría en el gesto de los actores, en sus voces, en los diálogos y en la oscuridad de esa escena que fue capaz de quedar depositada por cuatro décadas en la memoria del público?

Si el tiempo ayuda a entender los libros, también podría decirse que la memoria usa el tiempo para decantar y fijar la imagen teatral que altera el pensamiento y la sensibilidad. El mayor error de Humbert Humbert (el profesor cuarentón obsesionado por la doceañera Lolita, en la novela de Vladimir Nabokov), fue permitirle que estudiara arte escénico. “No sólo cultivó el desdén. (…) También aprendió a traicióname”, dice Humbert. Hay un arte que jode la vida y Jairo tiene responsabilidades en ello.

Jairo es conversador tímido y artista lujurioso. Cuida las palabras con el silencio y las protege con la mirada al mismo tiempo que es capaz de lograr que un personaje en la escena tenga el ritmo de un amante rendidor, insaciable, multiorgásmico. La mezcla de silencio y fuerza lo convierte en un ser telúrico, de formas delicadas, pero, al mismo tiempo, peligrosas.

En el empaque de hombre parco y amable habita un conspirador contra las estéticas y los poderes instituidos, un contradictor de ideologías imperantes y políticas de papel. Es un loco que saca frases fantásticas del costal y suelta carcajadas en mitad de la calle para espantar al silencio. Observado en detalle, también es un equilibrista que se atreve a caminar sobre la cuerda floja: invita a la pausa cuando todo el mundo corre, convoca al desorden allí donde la quietud se impone como norma. Es usual verlo imaginar historias ante una puerta cerrada o detenerse a contemplar los trastos arrojados en el patio de una casa desvencijada.

Como todo loco de costal, Jairo carga recuerdos y pesares: el mayor espacio lo ocupa una máquina de coser. En una pequeña caja de madera, el loco porta el estuche con agujas e hilos heredados de la madre. Envueltos con un trapo rojo guarda un par de fotografías borrosas del padre apostado en una esquina del viejo barrio de Los Agustinos; en un bolsillo del saco guarda la carta con una línea escrita por el hermano distante: Te espero mañana, dice la nota.

Además de ser el loco que carga un costal hecho con poemas, objetos y personajes, es también un loco cósmico: en las noches, su cuerpo lo cubre con una colcha de colores vistosos, elaborada con telas finas, tejida con hilos de amistad y solidaridad que ha sabido cultivar sin afán ni pretensiones.

Aunque es egresado del Instituto Manizales –colegio contiguo a la vieja estación de policía ubicada en un barrio bohemio y cuchillero al lado de la iglesia de Los Agustinos- deberían declararlo bachiller honorífico y distinguido del Instituto Universitario, en especial por los servicios prestados a la imaginación de los jóvenes estudiantes una tarde de 1979.

Javier Humberto Arias, Pedro Zapata y Mario Hernán López
conversan con Jairo Gómez.