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Sin bombos ni platillos

Por: Rafael Santander*

Fecha de publicación: 10/04/2021

Un comentario sobre El sonido del metal y la corrección política

Hace años escuché de una crítica de cine referirse a una película mala de la que no quería hablar mal como una película “necesaria”. Este adjetivo resultó apropiado para evitarse situaciones incómodas en ese momento. No fue raro después escuchar a algunos conocidos referirse a las películas malas de las que no querían hablar mal como “necesarias”.

Así como ocurre con todos los eufemismos, este adjetivo, “necesario”, está cargado de veneno. Pretendo, con la escritura este comentario, purgar este elemento despectivo. El sonido del metal no solo me parece una película buena, sino también necesaria.

Su argumento cuenta el drama de Ruben, un joven baterista cuya vida da un giro al perder repentinamente su capacidad de audición y verse forzado a separarse de su pareja para vivir en una casa de retiro. Durante su estadía genera nuevos vínculos e incluso una nueva relación con la música, pero el deseo de regresar a su vida anterior se mantiene en su cabeza.

Destaca de esta producción, por ejemplo, en el campo del diseño sonoro la recurrencia al “sonido subjetivo”, es decir, el sonido que pretende que la audiencia escuche lo que oye el personaje. La técnica ya es bastante común, lo que me llamó la atención fue su uso realista además de cómo esta forma realista y concreta puede adquirir tanta expresividad.

La evidencia de esto es la recurrencia de ese sonido que le da el nombre a la película, el del metal. El “metal” hace referencia, inicialmente, al género musical. Al avanzar la película, al material. Pese a la ambigüedad hay una característica que comparte, su sonoridad y estridencia. Ruben vive en el “mundo del metal”, como un gitano yendo de ciudad en ciudad y de toque en toque hasta que su sordera lo transporta al mundo del silencio. Inquieto, hace todo el ruido que puede, como para recordarse que algo de capacidad auditiva le queda hasta que Joe, el administrador de la casa de retiro lo obliga a quedarse tranquilo y en silencio.

En el momento en el que Ruben empieza a aceptar el silencio “el sonido del metal” se transforma en una escena hermosa y sencilla, sentado en un lisadero metálico, mediante golpes se comunica con un niño. A partir de este punto Ruben cambia su forma de relacionarse con la música desde su condición y lo comparte así con la comunidad de sordomudos.

Cuando pensamos que se ha adaptado, cuando la comunidad lo acepta y lo invita a quedarse, el deseo de Ruben de volver a escuchar, a hacer música y reencontrarse con Lou, su antigua pareja, surgen de nuevo, haciendo que deje atrás su progreso.

Este giro argumental resulta doloroso gracias a las decisiones de dirección de Darius Marder. Los emplazamientos de cámara y la banda sonora nos llevan siempre con Ruben, nos facilitan la identificación y nos llevan también a través del proceso de sentirnos cómodos con el silencio.  Aunque no estemos de acuerdo con las acciones del protagonista, podemos comprenderlas. Eso es lo único que nos pide Marder, empatía.

Esto apenas nos dice por qué El sonido del metal es una buena película. La razón por la que es necesaria tiene que ver con su forma de representar a la comunidad de sordomudos.

Ahora que el cine y la televisión comerciales están recurriendo tanto a personajes de comunidades minoritarias es importante problematizar esta pregunta, ¿cómo representarlos?. Para algunos puede resultar sorprendente que ésta se siga haciendo en la tercera década del siglo XXI, pero ante las reiteradas manifestaciones de xenofobia, racismo e intolerancia actualmente en todo el mundo, no solo no resulta tan obvia la respuesta. Aún peor, la forma de representación más popular en la actualidad no está funcionando.

Desde sus inicios la historia del cine ha estado cargada de racismo. El nacimiento de una nación de D.W. Griffith, la primera “gran película americana”, destaca por su ausencia de actores de raza negra, quienes tenían prohibido actuar por ley y que fueron reemplazados por hombres blancos con su cara pintada de negro —maquillaje conocido como blackface—, considerado ahora una forma de expresión del odio. Además se representó a los personajes afro como tontos o como salvajes, pretendiendo evidenciar la superioridad del hombre blanco.

Haciendo un salto de ochenta años, a finales de siglo XX empieza a popularizarse una nueva tendencia que aún se mantiene y es igualmente dañina que el racismo explícito de Griffith. Disfrazado de buenas intenciones, podemos ver, por ejemplo en las película de Frank Darabont, personajes afro llenos de sabiduría, sensibilidad y carisma cuya única carencia es la de defectos. Este tipo de racismo solapado, que sigue tratando a “el otro” como alguien exótico y especial por el simple hecho de ser diferente ha venido contagiando todas las formas de representación de los grupos minoritarios.

Así como Jordan Peele y Keegan-Michael Key en su show Key & Peele se burlaron de este tipo de personajes en el sketch Magical negro fight de esta forma “positiva” de representar a los afroamericanos en el cine, podemos hablar ahora también del avatar mágico de homosexuales, transgénero, latinos, indígenas, asiáticos, mujeres y, en general, cualquier integrante de una comunidad que sufra de discriminación o que busque reconocimiento en las pantallas grandes y chicas.

Los atributos mágicos en un personaje no son problemáticos por sí mismos. Por ejemplo, en el contexto de los personajes femeninos la “Mary Sue” o la “Manic pixie dream girl” no son por definición problemáticos, sino más una evidencia de escritura floja. Esto se vuelve problemático al ponerlo en contexto, cuando se crean este tipo de personajes siguiendo una agenda política, específicamente la de la corrección.

Más que un pecado contra la escritura, la corrección política sumada con la creación de personajes minoritarios no es muy diferente al racismo explícito, que la discriminación sea positiva no hace que deje de ser discriminación. Lo único que logra es limpiar la conciencia de los realizadores y las productoras.

Mientras se siga tratando a las personas que son diferentes no como semejantes sino como alguien marcadamente diferente, sea como manifestación de la pura maldad o la pura bondad, la representación del “otro” como algo exótico y esencialmente diferente contribuye a ahondar las brechas.

En épocas como esta, en la que el maniqueísmo ha permeado en tantas ideologías es necesario revisar la escala de grises. Esto es lo que me parece que El sonido del metal hace tan bien. La comunidad de sordomudos, un grupo minoritario al que no se le da mucha pantalla, se introduce acá no mostrándonos sordomudos excepcionales, por el contrario, nos muestra los habitantes de una casa de rehabilitación para sordomudos drogadictos.

Un mejor ejemplo de esto es Joe, el administrador de la casa de retiro, un personaje sincrético que puede hablar con las personas por su habilidad de leer los labios. Aunque lo presentan inicialmente como el típico personaje exótico y positivo, un hombre sabio y sereno, en el transcurso de la película vemos otra cara suya, rígida y autoritaria, a la defensiva ante el peligro que representa Ruben para la estabilidad de la casa.

Estos defectos de Joe no lo hacen una persona “mala” ni tampoco dejan mal parada a la comunidad de sordomudos. Es pueril pensar que los defectos de una persona son atribuibles a todas las demás que comparten alguna de sus características, así como es pueril también pensar que representar a alguien sin defectos enaltece de alguna manera a todas las personas con características semejantes.

De una forma tan sencilla, poniéndole sombra a los personajes, dejando ver los grises además de los blancos, como si se tratara de una lección básica que los guionistas han venido olvidando, Darius Marder logra una representación ecuánime de la comunidad de sordomudos.

Como un drama sobre la pérdida de la identidad y su consecuente búsqueda, que aprovecha para tocar el tema del ruido y el silencio, El sonido del metal es una buena película. Como una película que nos permite conocer la comunidad de los sordomudos y nos da una lección sobre la representación de comunidades minoritarias El sonido del metal  es una película necesaria.

*Escritor – Realizador de Cine.

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