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La infelicidad

Por: Germán Sarasty Moncada*

Fecha de publicación: 02/05/2024

Este tema será abordado a través de la obra de Denis Johnson (Múnich 1949- Sea Ranch, California 2017), quien después de una infancia en Tokio, Manila y Washington, estudió literatura inglesa en la Universidad de Iowa, de la cual también fue profesor. Autor de libros de poemas, obras de teatro y ensayo. Fue galardonado con el premio Whiting Writer’s Award en 1986, la Lannan Fellowship in Fiction en 1993 y el Premio Robert Frost en 2007. Su primer libro de poemas lo publicó a los diecinueve años, con buena acogida.

Después de una prolongada etapa con graves problemas con las drogas y el alcohol, reapareció a sus treinta y cuatro años con Ángeles derrotados, galardonada por la American Academy and Institute of Arts and Letters con su premio a una primera novela. Posteriormente se ha consolidado como uno de los mejores novelistas norteamericanos, con títulos como Lo que los ojos revelanHijo de JesúsEl nombre del mundo y Árbol de humo. Claramente se nota en su obra la influencia de Robert StoneT. S. EliotSaul Bellow.

La vida está hecha de oportunidades y tropiezos, de sombras y luces, de posibilidades e incertidumbres, de logros y frustraciones, etc., pero no tenemos otra opción que enfrentarlos, alcanzarlos y superarlos como y cuando se presenten, y saber que una vez sobrepasados, habrá otros a afrontar, de eso se trata, lo que no podemos hacer es aceptarlos pasivamente y dejarnos vencer.

Los ángeles son seres puros, no sometidos al vaivén del bien y el mal, pues en su mundo no habita esa dicotomía y su misión es acompañar a los humanos, quienes si están inmersos en ese péndulo, pero bajados de ese mundo ideal a este terrenal, no tienen forma de sustraerse a esa vorágine que presenta el mundo y muchos sucumben en él. El título original de su obra la asignó Denis Johnson como Ángeles, publicada en 1983, pero tras su éxito fue traducida al español, pero con el nombre Ángeles derrotados que al leerla asimilamos perfectamente pues esa pareja de almas desgarradas que tratan de encontrarse para sobrevivir terminan siendo solo almas descarriadas.

Al respecto en la presentación que hace del libro, el Director de cine, guionista y escritor español, Licenciado en Filosofía y Letras, Manuel Gutierrez Aragón y que tituló La intimidad de las ratas, afirmó:

El viaje de Jamie y Bill con sus niñas a través de ciudades, autopistas, moteles y hamburgueserías no es ninguna metáfora sobre la realidad y el infierno. La metáfora y la realidad han acortado distancias. Una hamburguesa es la metáfora de una rata despellejada. Pero deja de serlo si está hecha con ratas despellejadas.

 … Bill y Jamie tampoco añoran nada. No existe el resorte novelístico del recuerdo, los personajes viven al día, al momento; no pueden, pues tener conciencia buena o mala porque solo son ahora. No han contemplado su propia infancia. Son técnicamente   ángeles.

Nos presentan a una joven madre con dos hijas una de meses, Baby Ellen y Miranda de cinco años. Acaba de abandonar a su marido quien trató dos veces de estrangularla, porque ella no lo comprendía. Esa violencia intrafamiliar la deja tan marcada que con sus pequeñas dentro de un autobús en el que llevan varios días viajando, sin rumbo, le dice a la mayorcita: si no te portas bien se lo diré al conductor, te echará del autocar y te dejará en ese desierto. En plena oscuridad con las serpientes. Pero al instante el remordimiento aflora. Miró con odio los ojos cerrados de Miranda y enseguida se dio cuenta que la niña se había dormido. La carga de su ira cedió ante la ingravidez del miedo… Se llevó las manos a la cara y lloró. 

Será en ese viaje que conoce a Bill Houston, casado tres veces, otro abandonado a su suerte y como almas gemelas o ángeles perdidos, se encuentran, sin saberse para qué. Deambulan por diferentes ciudades, Pittsburgh, Chicago, malolientes moteles, bares y cantinas de mala muerte. …a Jamie no le importaba que el Magellan fuese un hotel siniestro, lleno de fugitivos, con agujeros en las alfombras raídas y mantas que olían a tristeza. Hicieron lo posible por conservar esa naciente, pero dificultosa relación, hasta que decidieron separarse y abandonar lo que parecía tampoco iba a funcionar.

En cuanto a Bill, ya sea en sus rascas o en sus resacas le atormentaba su vida y su poco éxito en lo que emprendía y así lo sentía:

No era más que un idiota en marcha, tan desabrido como el viento. Era un ex marinero, un ex malhechor –aunque en verdad ignoraba qué mal había hecho–, un ex marido –en realidad tres veces ex marido–, y en Pittburgh se había despedido de Jamie y del dinero para gastarlo como el marinero que ya no era, abofetear a la niña de Jamie, Miranda –que casi con toda seguridad terminaría siendo una putilla barata–, y pasarse embutido en una  niebla alcohólica la mitad del tiempo que estuvo con ella.

Por su parte Jamie, desesperada por reencontrarlo, en Chicago, acude a todas las formas de dar con él y es así como cae en una trampa de la cual no supo cómo escapó, aunque terminó siendo violada:

No la abofeteaba fuerte, solo como si tratara de mantenerla consciente. Le ayudaba Randall el cuñado.

–Es tan maravilloso que no puedo soportarlo—exclamó Ned Colocon.

El cuñado era menos hablador. Se limitaba, cruel, a causarle constantemente dolor de diversas maneras al tiempo que le alzaba por las esposas. Jamie comprendió que era un sádico y que, como mínimo, le rompería los brazos. Se dejó hacer de todo con una nausea tan incesante que apenas hubiera sido capaz de garabatear su nombre en el sereno mundo de barbitúricos en que habitaba.

Al fin seria Bill quien la encontraría en el Departamento de Asistencia Infantil y así continuaría la cadena de infortunios, tratando de salir del atolladero en que se encontraban, cayeron más bajo de lo esperado, pues con sus hermanastros James, bueno para nada y Burris, drogadicto declarado, y el amigo de ellos Dwight Snow, diseñaron el plan para asaltar el First State Bank. Dwight, sentaba cátedra sobre sus habilidades, con lo cual ganaba seguridad y confianza entre los hermanos Houston:

Vas de puntillas y no tienes ningún control sobre lo que te rodea, ni idea de lo que te espera allí dentro. Te puedes encontrar delante el calibre doce de algún vigilante.  A algún psicópata que está en la cama colocado hasta las cejas y que se vuelve paranoico  todas las noches de su vida. Me siento mucho más cómodo dando un golpe durante el día en las asociaciones de crédito a la construcción de mi barrio, o en la joyería local.  

La idea de los ángeles como seres incorruptibles, y además si son derrotados, constituye la  contraposición permanente entre el bien y el mal, la culpa y la inocencia y su consecuente delito y castigo, protagonizados por seres perdedores, estigmatizados, decadentes, víctimas de la ambición, la incomprensión, los vicios, las circunstancias, etc. Juzgar sin análisis que conduzcan a considerar todas las circunstancias, las necesidades, la escasez de oportunidades, la degradación, la violencia infligida, las vanas ilusiones, etc., constituye en lugar de un juicio justo, un juzgamiento sesgado y lleno de prejuicios que como personas debemos evitar para poder comprender al otro enmarcado dentro de la sociedad en la cual nos hallamos inmersos.

Esas vidas tan desgraciadas, tan disfuncionales no solo golpean a los protagonistas, sino que se proyectan con toda su amargura y dolor sobre los inocentes que los acompañan, como en el caso de las niñas que tuvieron que ser enviadas al lado de su padre, llevadas al aeropuerto por la mamá de Bill y sus dos nueras, quien apresurada por ver la noticia de la ejecución de su hijo, al comprar el periódico, la niña Miranda vio un titular sobre su mamá y preguntó:

–Señora Houston, señora Houston.   –Casi estamos en el avión le explicó. ¿Qué quieres?– ¿Dice el periódico que mi madre ha muerto? –preguntó la niña.       

Las tres mujeres guardaron silencio. –¿Cómo? —inquirió al fin Jeanine. –¿Dice que ha muerto? –repitió Miranda. –No, cariño –contestó Jeanine, que no encontraba   palabras para explicarle—.

No, tu mamá no está muerta. Solo está descansando.–       

Cuando uno se muere dicen  que está descansando— observó Miranda.

Como en la tragedia griega estos personajes nos producen temor porque también son seres humanos como nosotros y nos mueven a la compasión por su desdicha. Esa cadena de infortunios los conducirá irremediablemente al peor de los finales.

*Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas.