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Reclasificar el mundo: el sonido como fuerza de lo extraño

Por: Andrea Ospina Santamaría *

Fecha de publicación: 02/06/2023

Siempre que hablamos del Festival de la Imagen una palabra se vuelve central, aun cuando pareciera contradictoria: el sonido. A fin de cuentas, el oído es uno de los órganos más importantes para la construcción del lenguaje, la posibilidad de movimiento y la capacidad de reconocimiento de nuestro entorno.  ¡Qué pocos espacios tenemos para pensar en lo sonoro dentro de los reinos infinitos de lo visual! Cristina Voto justamente mencionaba en su conferencia, basada en los herbarios, cómo ha primado el sentido de la vista al clasificar el mundo y lo apegados que estamos a la normalización de ciertos esquemas, digamos formas de hacer imágenes, llevando a que nos cueste incluso reflexionar sobre ellas. ¿Cómo hacemos emerger los saberes visuales y no solo las formas de reproducción de los referentes? ¿Cómo liberamos la mirada?

Tal vez por esta búsqueda de ir más allá de lo visual es que la gran mayoría de las piezas mencionadas en los seminarios del festival tenían una gran carga sonora. Además, están los dos espacios dedicados sólo a este tema, puentes y paisajes sonoros.  Especialmente en estos componentes, que parecen extenderse hasta el expositivo, agradezco al evento por enfrentarnos a lo extraño, a lo que parecemos no entender y que nos obliga por un momento a captar desde lo sensorial y lo sensible: Paisajes de pesadillas y de aguas, trazos autogenerados al sonido de una flauta y un sensor, bicicletas que modifican la frecuencia sonora a partir del pedaleo de dos personas en simultáneo o recipientes de luz que se encienden como un xilófono natural.

Por ejemplo, la obra de Mónica Naranjo (Colombia) reproduce un sonido simple en torno a las velocidades con las que el agua permite la creación de los milenarios cenotes en Yucatán, México. Escuchando su conversación, las piezas son como un viaje geológico que va desde las rocas sedimentarias, la existencia de cuevas, e incluso las marcas de los meteoritos. La luz, el agua y el tiempo se mezclan con los ritmos del planeta, donde rocas suaves y milenarias seden con una gota de agua. Allí lo específico y lo especulativo de la ciencia y el arte se mezclan para dar vida, en el cenote a especies biológicas, en la obra bombillos y sensores.

Sin duda nuestras relaciones con el entorno no son fáciles de suponer (especialmente en esta parte del mundo) incluso podemos decir que son igual de extrañas (y negadas) a lo que nos muestra el festival. Rosario Montero (Chile) en el XIX Foro Académico Internacional de Diseño nos recuerda cómo en cierto momento de la historia invitamos a los europeos a que categoricen nuestro territorio de formas homogéneas y científicas, papel que hoy en día cumple el turismo y el capitalismo: una imagen limpia, turística y vendible de nuestra tierra. Pero la investigadora nos enfrenta a dos referentes artísticos y especialmente a un video de celular, donde escuchamos la fascinación de una persona ante un inminente desastre natural en costas chilenas (cualquier parecido con nuestro amor por un volcán activo es pura coincidencia).

Esto recuerda nuestro paisaje convulso y afectivo aun ante la catástrofe, ante la fuerza de elementos naturales con los que convivimos y a veces hasta entendemos desde lo local más que desde lo científico. Captamos una extraña belleza en este caos de la imagen en movimiento y el estruendo, con la capacidad de ser naturaleza y no de entender el paisaje como abstracción.

Retomando las ideas de Cristina Voto, con quien inicié este texto, estamos ante lógicas de clasificación que se centran en dividir individuos únicos y no se expanden a un pensamiento ecosistémico. Pero, así como no puedo pensar el diente de león sin el insecto, tampoco lo puedo hacer ya sin el cemento: la biología nos recuerda que somos un animal más. Para la investigadora el arte contemporáneo repiensa las definiciones y divisiones de las bases de datos, al tiempo que se acerca críticamente a la materialidad de lo inmaterial y lo evanescente. Y creo que ese lenguaje sensible, la imagen poética y la incomodidad de salir de lo que consumimos día a día puede ayudar a romper este tipo de lógicas limpias, bellas y que buscan una verdad irrevocable.

Pero no solamente me refiero solo a esa sensación que genera lo desconocido en piezas de arte contemporáneo, sino además a gestos tan simples como llegar a la muestra de Cine (y) Digital a escuchar diversas lenguas indígenas que no solemos tener en la cotidianidad urbana, un paso para descolonizar el oído por un momento y dar una nueva lectura a los sonidos del habla.

Durante esta semana me he dado cuenta de un gran contraste entre invitados: aunque a veces ciertas investigaciones visuales o sonoras replican el mismo principio positivista de uso de las especies biológicas como algo a ser diseccionado, es una postura que estamos debatiendo desde Latinoamérica y desde la práctica artística. Tenemos respuestas fuertes y claras frente a la instrumentalización que pasan por todos nuestros sentidos especialmente desde la mezcla de las inteligencias biológicas, humanas (colectivas) y artificiales poniéndolas al mismo nivel: solo pensemos en Hypha, obra de Natalia Cabrera (Chile), donde es posible algo tan extraño como ser un hongo desde una realidad virtual que te hace sentir, corporalmente, dentro de este mundo abstracto, científico y poético.

* Museóloga y docente.