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Pablo Larraín y la responsabilidad política

Por: Rafael Santander *

Fecha de publicación: 12/07/2021

A mediados del 2019, el pueblo puertorriqueño derrumbó a Ricardo Roselló. Su entonces primer mandatario, después de una serie de manifestaciones sociales que involucraron a cantantes como Ricky Martin, Bad Bunny y René “Residente” Pérez. En noviembre y diciembre del mismo año, durante las manifestaciones en Colombia producto del infame “paquetazo de Duque”, el pueblo colombiano se quedó a la espera del apoyo de sus personalidades más célebres, uno de los más solicitados por el pueblo y destacados por su silencio fue el cantante J Balvin.

La presión de los manifestantes logró su efecto en el reguetonero. Durante un concierto en México en el mes de diciembre declaró: “yo no soy de izquierda ni de derecha, yo voy para adelante”. La evasiva que decepcionó a quienes esperaban una denuncia fue bastante elocuente: ser “de los que van para adelante” implica la protección de los intereses personales. Ante la presión de sus seguidores, la movida que le representaba menos pérdidas seguramente era no pronunciarse a favor ni en contra.

Pedirle a los artistas denuncias públicas en tiempos de agitación política es común (y sí, estoy metiendo en la colada de los artistas a reguetoneros y actores de telenovela). Esta necesidad de una declaración explícita por parte de los simpatizantes de un paro pone en evidencia varias cosas: la desconexión entre los artistas y el pueblo, la importancia de los “influencer” en la opinión pública y, lo más importante, el desconocimiento general de que la creación artística ocurre dentro de unas dinámicas sociales, políticas y económicas, no fuera de ellas. El arte no es un escape de la realidad, es un producto de esta y en esa medida es susceptible de ser interpretada desde lo político.

Enterrado en el siglo XIX se quedó la idea de “el arte por el arte”. Desde muy temprano en el siglo XX se asociaron la revolución política con la estética,  desafiar las convenciones y subvertir la forma tradicional del discurso o la representación implica una posición política, al igual que lo hace el uso de una forma de representación tradicional. No solo estas condiciones “intrínsecas” de la obra, forma y contenido, pueden ayudarnos a identificar la posición política de los artistas, también la forma de producción y distribución de la obra son susceptibles de ser leídas.

Habiendo tantos elementos que pueden ser leídos en una obra, desconfío de los artistas que explican su trabajo y hacen explícito lo que quieren comunicar. En esta época las redes sociales se han convertido en los medios idóneos para transmitir lo explícito. El arte comunica con su propio lenguaje, una obra se crea para transmitir aquello que las palabras no logran.

Por esto resulta admirable el trabajo de Pablo Larraín, cuya obra problematiza el tema de la política en una época en la que se observa una tendencia a reducir las posiciones a “es de izquierda” o “es de derecha”, sin caer en el maniqueísmo o en la propaganda. Su fórmula, que puede verse en películas como Tony Manero (2008), Post mortem (2010) y No (2012) es sencilla: en medio de la dictadura en Chile enfrenta a un protagonista abúlico con la violencia estatal.

La reacción más normal, quizás, sea huir. Este es el caso de Raúl Peralta, protagonista de Tony Manero, quien se evade de la realidad mediante el cine. Ve una y otra vez Fiebre de sábado por la noche y pretende perpetuar esta evasión imitando al personaje de John Travolta. Las frustraciones que experimenta a lo largo de la película le recuerdan que no es Tony Manero y cada que se revienta su burbuja reacciona con arrebatos violentos contra cualquiera que desenmascare su frágil fantasía.

Mario Cornejo, protagonista de Post Mortem, trabaja de asistente en una morgue. Mientras Peralta nunca menciona su posición política, Cornejo la oculta de forma activa. Se refiere a su trabajo como al de “funcionario” y cuando le preguntan si es funcionario público repite a secas: “funcionario”; después del magnicidio de Salvador Allende es llamado por un oficial del ejército para apuntar los detalles de la autopsia, pero por su incapacidad para operar una máquina de escribir lo reemplaza un militar; cuando su amante desaparece y pregunta en el ejército por su paradero, asiente apenas el oficial le dice “su mujer debe estar en su casa” y, por último, posterior a la autopsia de Allende, él no duda del suicidio pese a la sospecha de muchos. Seguramente el deseo de sobrevivir explica la pasividad de Cornejo y su deseo por mantenerse al margen del debate político, y estas ansias de supervivencia lo llevan a agachar la cabeza y asumir como verdaderas las declaraciones oficiales.

El protagonista de No, René Saavedra, es diferente a los anteriores. Su trabajo de publicista lo deja bien posicionado social y económicamente, no es un marginado social, pero comparte con los personajes anteriores el desinterés por la política. Su papel en la coyuntura es fundamental, lidera la campaña del “no” en el plebiscito que pretende legitimar en el poder a Pinochet. Después de la victoria de la campaña regresa a su vida de antes sin que su comportamiento se haya transformado como si ese episodio de su vida no lo hubiera afectado.

Ni Saavedra, ni Peralta, ni Cornejo salen transformados después de encontrarse frente a frente con las fuerzas del Estado, a pesar de las amenazas y de la violencia a su alrededor. Vivir en negación, pareciera decir Larraín, es la forma más efectiva para sobrevivir. Si estos personajes que vivieron la violencia de primera mano pueden girar la cabeza a otro lado, no debe sorprendernos que otros lo hagan también.

Fotos tomadas de internet.

*Escritor. Realizador de cine.

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