En la presentación de la Antología “Cuestiones del decir…”

Palabras del doctor Carlos Enrique Ruiz en la presentación de su Antología “Cuestiones del decir…” en la Feria del Libro de la Universidad Nacional, el 29 de mayo de 2020, a través de redes ciberespaciales.

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García-Márquez  en  un  bello  texto  dedicado  a  celebrar  los diccionarios,  se  preguntaba  De  qué  hablamos  cuando  hablamos  de hablar.* Pertinente  la  inquietud  para  casos  como  este.  La presentación de  un  libro  es  cosa  simbólica  y  serán  los  lectores,  de haberlos en este caso, quienes puedan hablar acerca de lo hablado en él. El mismo Gabo planteaba en esa oportunidad que cada escritor  escribe como puede, pues lo más difícil de este oficio azaroso no es sólo  el  buen  manejo  de  los  instrumentos,  sino  la  cantidad  de corazón que se entregue en el único método inventado hasta ahora para escribir, que es poner una letra después de la otra.

Por gentileza y magnanimidad del rectorado de nuestra Universidad  Nacional de Colombia,  en  cabeza  de  la  Dra.  Dolly  Montoya  y  por gestión  del  Director  Editorial, profesor  Gustavo  Silva,  se  publicó este  libro,  “Cuestiones  del  decir”,  que  reúne  buena  parte  de  mis intentos  de  creación  literaria  desde  1960  al  2006,  especie  de merodeo  por  los  sentimientos  con  sentido  de  exploración  en  la  palabra,  a  la  manera  de  regodeo  por  vericuetos,  encrucijadas  y laberintos.  Testimonios  de  vida  imbricados  con  los  oficios  de subsistencia, en mi condición de imaginero de caminos e interventor de crepúsculos.

La  poesía  es  una  expresión  de  misterio  que  viene  desde  que  el primitivo lanzó un grito, un  murmullo, una queja, o un lamento de dolor, o por la intimidación del medio natural, o por la leve sonrisa ante las alegrías de los encuentros. Hasta llegar a Homero que narró en  cantos  memorizados  para  la  eternidad  la  aventura  del  vivir.  Y  luego se entrecruzaron civilizaciones, culturas, poblaciones, grupos, individuos, en busca de una modalidad más propicia en libertad, con modulación  de  cantos,  solemnes  y  eclécticos,  acartonados  y  con descuaderne  en  la  expresión,  pero  con  preponderancia  en  el descubrir  sentidos  ocultos  a  los  deseos,  a  las  ambiciones,  a  los padecimientos,  a  las  alegrías,  a  las  frustraciones…  En  conjunto, meditaciones con la voz del espíritu.  Y en esas vamos.

Hablar de la propia obra no es mi fuerte, pero pasados los años, y a tres  de  completar  16  lustros  de  existencia,  y  con  visiones descompuestas  en  la  brevedad del  tiempo, algo  podrá  decirse.  Soy hijo  de  unos  padres  iletrados,  desplazados  del  campo  por  tantas tragedias  padecidas,  el  menor  de  una  prole  de  trece,  de  la  que sobrevivimos  cuatro.  Mi  maestra  de  primeras  letras,  la  Señorita Margarita (devino  Sra.  Margoth  Gómez de Hurtado), en  la  escuela pública consagrada a Francisco de Paula Santander, me marcó en el destino  de  escudriñar  en  la  palabra  y  en  los  conocimientos,  con ambición  de  diversidad.  Escuela  que  por  desgracia  la  borraron  del mapa,  como  si  el  nombre  de  Santander  fuera  un  estigma  en consideración  de  corrientes  políticas  que  no  permitieron  el  ingreso oportuno de Colombia a la modernidad.

Soy  bachiller  de  otro  establecimiento  público,  el  Instituto Universitario de Caldas, donde fui alumno de un profesor eminente, en  las  asignaturas  de  filosofía,  francés,  latín,  y  en  extensiones  de apreciación  musical.  Se  trata  de  Bernardo  Trejos-Arcila,  ilustrado pedagogo, filósofo egresado de la Universidad Nacional, avezado en idiomas y ensayista creativo, que hace poco se nos fue, al filo de los 93 años, de quien también recibí clases en la Escuela de Filosofía de la Universidad de Caldas en la asignatura Historia de la Cultura. Con su acompañamiento creamos en 1966 la Revista Aleph que sigue en mis  manos  ya  con  54  años,  y  193  ediciones,  sin  declinar  en  el propósito  de  indagar  en  los  diversos  campos  de  la  Cultura,  con sentido de explorar en la “comprensión unitaria”.

De igual manera me hice ingeniero civil y de caminos en la institución  de  educación  superior,  líder,  pública,  laica  y  de  librepensamiento, como es la Universidad Nacional de Colombia.

Por  aquellos  años  básicos  de  Universidad  me  encontré  con  una muchacha agraciada y bella que estudiaba en el Conservatorio de la Universidad de Caldas, destacada como mezzosoprano, chelista y en gramáticas,  creadora  después  de  un  método  para  la  inducción  de niños  en  la  Música,  entre  los  4  y  los  6  años  de  edad,  recogido  en libro, aún inédito. Pasado el tiempo justo resultó ser la madre de mis tres hijos y la abuela de mis cinco nietos. Me acompaña todavía en el mismo lecho, al amparo de la “Casa Aleph” y en todas las tareas que me son propias, o que me invento de manera cotidiana. Ella es portadora del orden y del rigor en la vida diaria, y no deja de intentar sumirme en registros similares en medio de arrumes de libros y de papeles  que  han  hecho  de  mi  vida  un  maremágnum,  con  discretas realizaciones, de las cuales ella ha sido artífice fundamental.

En  aquellos  años  sesenta  fui  asimismo  cosecha  del  agite universitario y cultural, en especial en el rectorado del Dr. José-Félix Patiño, con su mano derecha, Marta Traba, en el más impresionante despliegue  cultural  que  haya  tenido  en  su  historia  la  Universidad Nacional. Y en la sede en Manizales de la Universidad me hice de la mano  de  nuestro  Decano  Magnífico,  Alfonso  Carvajal-Escobar, ingeniero  de  la Escuela  de  Minas  y  Arquitecto  de  París,  quien  nos sintonizó  con  apreciaciones  de  culturas  europeas;  de  él  heredé  el gusto por los “Ensayos” de Michel de Montaigne, y el ejemplar que mantenía a mano.

Por  aquellos  años  sesenta  tuve  encuentro  afortunado  con  el  joven filósofo  Rubén  Sierra-Mejía,  egresado de la  Universidad  Nacional, quien  venía  de  sus  estudios  de  postgrado  en  la  Universidad  de  Múnich  en  Alemania,  contratado  como  profesor  en  la  Escuela  de Filosofía  de  la  Universidad  de  Caldas,  donde  renovó,  en  corto período de permanencia en ella, el plan  de  estudios de  esa carrera. Algunos estudiantes entramos en sintonía con él y compartimos con frecuencia  tertulias,  de  aprendizaje  continuo,  con  recomendaciones de lecturas, por su notable y temprana erudición, comprobada con el tiempo por su valiosa obra y su trayectoria académica, en especial en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá.

Después de algunas ocupaciones profesionales, y de otros estudios, fui incorporado a la docencia y en la Universidad Nacional hice mi carrera académica, con algunos desempeños al servicio institucional y  en  la  formación  de  nuevas  generaciones,  con  ambición  por  el conocimiento,  en  la  conexión  de  ciencia,  arte,  humanismo.  Y continúo a estas alturas como regente en la “Cátedra Aleph”, espacio académico creado para esas exploraciones.  Tuve  oportunidad  de  ir  por  diversos  lugares  y  aproveché  siempre para acercarme a personalidades de las ciencias, las letras, las artes y el  pensamiento,  con  ambiciones  de  reportero.  Y  queda  una  amplia colección  de  “Reportajes  de  Aleph”,  publicados  en  la  Revista, muchos de ellos recogidos en dos volúmenes, por generosidad de la Universidad de Caldas. Pero,  ¿Qué  podré  decir  de  este  libro  que  hoy  se  presenta?  Apenas insistir en lo expresado por García-Márquez en un oficio que me ha acompañado  desde  siempre,  la  escritura  diaria,  el  poner  una  letra después de otra. Y ahí están en ese volumen un campo fundamental de  mi  condición  de  escribidor.  No  tengo  adscripción  alguna  a escuelas ideológicas o de pensamiento, apenas trato de perseverar en el escepticismo moderado de Montaigne. He ido un tanto en soledad y  marginamiento  con  mis  labores,  pero  con  pocas  amistades cercanas congregadas en la Revista Aleph, con las que departimos a veces en tertulia con temas diversos, animados alrededor de un buen café a las 11 de la mañana de algunos días. Ocasiones donde nacen ideas de proyectos, muchos de ellos con asidero en la Revista y en los ámbitos de universidad. ¿Qué  es  la  poesía?  No  he  tratado  de  establecer  su  comprensión, auncuando  colecciono  definiciones  de  ella,  pero  sí  la  he  pasado aproximándome a un sentido misterioso en la expresión, que rompe paradigmas y ortodoxias, con modulaciones de un sentir y un pensar con  los  altibajos  propios  de la vida.  En  este  volumen,  “Cuestiones del decir”, se congregan algo así como ocho libros, con producción escogida en cada uno de ellos, del período 1960 al 2006. El primero, “Decires”, acoge la producción más temprana, con influencias en las lecturas  apasionadas  de  aquella  generación  de  Don  Antonio Machado.  En  “Imaginería  de  caminos”,  exploro  senderos  por sentimientos hondos y realidades inocultables. En “Las palabras son fuego”  están  representados  los  incendios  interiores.  En  “Sesgo  de claveles”  se  recogen  formas  del  pensar  y  del  sentir  propias  de circunstancias de la subjetividad. En “Las lluvias del verano” acojo las  impresiones  suscitadas  en  un  patio  de  alojamiento  en  modesta casa-hotel  de  Viena,  durante  una  pasantía  de  encuentro  con  poetas de  diversas  nacionalidades,  seguido  de  las  “Minucias  entre  la lluvia”.  En  “Tregua  al  amanecer”,  están  las  suscitaciones  del despertar cada día con sensaciones maravillosas de sentir el respiro propio y de quien me acompaña en las pesquisas de la noche. Y para terminar  el volumen,  está  la “Angustiosa  armonía  de  las  estrellas”, ese  mirar  al  incomprensible  y  misterioso  infinito  que  desborda nuestro  inconsciente  para  acceder  a  otros  campos  del deslumbramiento.

El  libro  lleva  un  prólogo  altruista  de  la  ilustrada  escritora  Berta-Lucía Estrada.

Entre los textos aparecen referencias a los autores que iba leyendo, y que me siguen acompañando. Octavio Paz, por ejemplo, nos enseñó que  “el  poema  es  aire  que  se  esculpe  y  se  disipa”.  En  Fernando Pessoa,  otro  autor  de  nuestra  cabecera,  “la  poesía  es  asombro, admiración como la de un ser caído del cielo en plena conciencia de su caída y atónito ante las cosas.” Para el sinigual Borges “la poesía es  tan  esencial  como  la  cercanía  del mar,  como  la  cercanía  de  una mujer o de la Luna.”  Y García-Márquez considera que “la poesía es una  energía  secreta  de  la  vida  cotidiana  que  la  contagia  el  amor  y repite las imágenes en los espejos.”

Se  me  ocurre  pensar  que  poesía  es  una  palabra  en  juego,  con orígenes  y  derivaciones  extrañas.  No  sabemos  qué  es,  pero  sí  la degustamos,  en  contornos  indefinidos.  Muchas  formas  de  expresar que de pronto apreciamos como poesía. Y otras que decimos tratarse de prosa, narrativa o de retórica. Aún así se encuentran textos bellos, de  sensible  emoción,  que  valoramos  como  poesía.  Hay  formas clásicas en  métrica  y  rima  que  singularizan  una  expresión.  Pero se encuentran otras, en procesos libres, con figuras o metáforas, y aún con  lenguaje  de  la  vida  diaria,  en  expresiones  de  testimonio. También ocurren en modalidades crípticas, de rara configuración en maneras de uso de la sintaxis, la prosodia y la semántica.

Entonces, esa es la vida de la que he sido portador, en medio de lo deleznable  que  es  todo,  lo  fugaz  en  el  tiempo  y  el  olvido  que seremos.

Muchas gracias.

* En Prólogo que hizo para “Clave”, el diccionario de uso del español actual, publicado en 1997.