El amor eterno de Maruja Vieira

La poeta manizaleña Maruja Vieira, conocida como “La mamá grande de la poesía colombiana”, cumplió en días pasados su centenario de vida, celebrado con entusiasmo en todo el país, especialmente en sectores culturales y medios periodísticos, como reconocimiento a su valiosa obra literaria de prestigio internacional.

En la siguiente crónica, tomada de mi libro “Nuevas huellas en Academia de la Lengua” (Amazon, 2021), es ella quien hace públicas sus propias confesiones acerca del gran amor de su vida, expuestas durante el homenaje que se le rindió en la citada institución académica, de la que es miembro honorario.  

El bautizo de Neruda

Muchos lectores sabrán que Maruja Vieira ha sido, en las últimas décadas, una de las mejores poetas en Colombia, América Latina y el mundo de habla hispana, según consta en opinión de los más exigentes críticos literarios, en antologías especializadas y en las traducciones de sus versos a otros idiomas.

Pero, pocos saben que su nombre de pila no es Maruja sino María y que ese cambio se debió nada menos que a Pablo Neruda, quien al conocerla en Bogotá le comentó que en su país a todas las Marías las llaman Marucas, con cariño. “En Colombia nos dicen Marujas”, le aclaró ella.

“¡Quedas bautizada como Maruja Vieira!”, sentenció el famoso vate chileno. Su seudónimo, en verdad, le cayó como anillo al dedo.

Muy pocos, a su vez, están enterados de que su único hermano fue Gilberto Vieira, fundador y dirigente supremo del Partido Comunista de Colombia, a quien algunos recuerdan por el protagonismo político que a lo largo del siglo pasado tuvo en nuestro país hasta su muerte en el año dos mil.

Casi nadie, por último, habrá oído hablar de su gran amor con el también poeta José María Vivas Balcázar, ni de cómo esta historia romántica, con tintes de tragedia y fidelidad eterna, permanente, fue recientemente contada durante el sentido homenaje que -¡en presencia suya, a un escaso lustro de cumplir un siglo de vida!- le rindió la Academia Colombiana de la Lengua, institución de la que ella es miembro honorario después de haber sido correspondiente y de número.

“El diálogo poético de Maruja Vieira y José María Vivas Balcázar”, que fue el tema central de la solemne ceremonia, estuvo a cargo de la poeta Guiomar Cuesta, su amiga y colega.

Vidas paralelas

Repasemos: hasta 1959, la vida de Maruja Vieira era color de rosa. En 1922 había nacido en Manizales, ciudad culta por excelencia, donde transcurrió su infancia, aquella dulce y tierna etapa de la que los poetas nunca se alejan. Y a los ocho años se trasladó con su familia a Bogotá, acaso para estar “más cerca de las estrellas”.

Aquí, desde muy temprano, le dio por escribir versos. Sus primeros poemas aparecieron en “Lecturas Dominicales” del diario El Tiempo y, con solo dos décadas encima, dio a luz su libro inicial: Campanario de lluvia, recibido con entusiasmo por la crítica.

Luego vino el 9 de abril de 1948, con la terrible violencia desatada que padeció con rigor (como lo registrara en páginas dolorosas), pero recuperó su tranquilidad en la vecina Venezuela que por varios años fue su segunda patria, moviéndose a sus anchas en los altos círculos intelectuales, la prensa y la recién nacida televisión, con el debido reconocimiento público.

Después retornó a Colombia, por Popayán -su Ciudad Remanso-, como profesora universitaria y librera (su negocio, a propósito, llevó el nombre de Guillermo Valencia en honor al maestro parnasiano, no al político), y más tarde pasó a Cali, donde habría de conocer, en 1957, al gran amor de su vida: José María Vivas Balcázar, poeta como ella.

Él era oriundo de un perdido municipio del Cauca -al que cantara: Yo nací en una aldea de menudos senderos, / de pulidos collados y claros riachuelos- y, cuando se encontraron, ya tenía a su haber una brillante carrera literaria, bastante similar a la suya (tanto en las letras y la docencia como en el periodismo), habiendo disfrutado asimismo las mieles de la diplomacia, como agregado cultural de la embajada de Colombia en Chile.

Los dos se enamoraron. Y en 1959 contrajeron matrimonio, jurando ante el altar estar siempre unidos, “hasta que la muerte los separe”. Su vida, la de ambos, era todavía color de rosa.

La muerte del poeta

En septiembre se casaron. Era una “madrugada de campanas”, añora Maruja. José María, en cambio, no habló de la fiesta, ni de la felicidad que lo embargaba, si bien proclamó en algún poema, escrito en su día de boda, que con ésta alcanzaba la máxima alegría y realización en su corta vida, tras lo cual podría partir: “Ahora me puedo morir / como si nunca me muriera”, como si su amor fuera eterno.

Fue un oscuro vaticinio, claro está. Que se cumplió ocho meses después, en mayo de 1960. El 15 de mayo, para ser exactos. Un infarto, sí, le quitó la vida cuando él recién había alcanzado 42 años. ¡Y no logró siquiera conocer a su única hija, Ana Mercedes, cuya semilla había dejado en el vientre materno!

“La vida se detuvo ese día” para ella, para Maruja Vieira, la amada y enamorada esposa, según confesó después, mucho después (1998), en el libro Sombra del amor, dedicado a él -“En memoria del poeta José María Vivas Balcázar (1918-1960)”-, donde declaró que desde entonces, desde el oscuro día de su muerte, ha sobrevivido en “un cuerpo sin alma”.

Desde ese instante -según Guiomar Cuesta- José María se convirtió en poema, eternizándose en la poesía de su amada, en versos estremecedores, presos de angustia y de lágrimas, de soledad y nostalgia, pero igualmente de presencia continua, con su leve sombra que nunca se va, y de verlo ella como un ángel “que tiembla en la ventana” mientras -le repite, al oído- “hablo contigo, como siempre”.

Y, hasta hoy, Maruja espera ansiosa su reencuentro en el más allá: Cuando pase el tiempo, / cuando crezca el río / y llegue por fin el barquero, / con las manos unidas de nuevo / estaremos juntos, amor, / para siempre.

Incluso en este día gris de mayo, histórico y memorable, cuando la Academia Colombiana de la Lengua en pleno le rendía tan cálido homenaje, ella habrá repetido en silencio: Te seguiré buscando, / con el amor de siempre, / en mi septiembre solitario.

Amor eterno, sin duda.

Epílogo

“Lo más hermoso de mi vida en los mis últimos años ha sido el presente homenaje”, dijo Maruja Vieira al concluir la intervención de Guiomar Cuesta; a continuación, hizo entrega de su Antología Personal a la Academia de la Lengua, y guardó silencio, lo que desató un sonoro aplauso, prolongado, que sólo fue interrumpido cuando la ceremonia se dio por terminada.

En compañía de su hija Ana Mercedes Vivas (que José María -recordemos- murió sin conocer), abandonó el imponente paraninfo y salió al amplio salón de recepciones, despacio, paso a paso, para ocupar su lugar en una pequeña silla contra la pared, donde pocos asistentes la veían. Es como si quisiera pasar inadvertida; una sombra, nada más.

Me acerqué, con respeto y admiración; le tendí la mano para saludarla, como lo había hecho minutos atrás, a su llegada, y obviamente la felicité por tan bello homenaje, en especial por su historia de amor que yo -le dije, con pena- ni siquiera conocía, igual que muchos otros.

Me miró con una sonrisa de niña, lejana, y volvió a hablar de él, de su amado, aunque con palabras suaves, entrecortadas, como si no pudiera guardar silencio al respecto, como si no tuviera sino voz para recordarlo y como si lo dicho antes en su honor y el de su esposo, ni nada de cuanto se diga en tal sentido, fuera suficiente.

Y cuando vi que sus ojos se tornaban más tristes, como si estuvieran al borde del llanto, preferí retirarme con discreción, agradeciéndole de nuevo por su presencia, por su obra, por la dicha de haberla conocido personalmente y compartir estos momentos sagrados, tan íntimos.

Otra vez sonrió, como si nada.

*Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua

Jorge E. Zapata: bastión de la inteligencia y la cultura caldense

La siguiente es la presentación que hizo el presidente de la Academia Caldense de Historia, Ángel María Ocampo Cardona, del escritor, historiador, poeta y gestor cultural caldense, Jorge Eliécer Zapata Bonilla, en cuyo honor se creó el Concurso Ágora de la Literatura Regional, una iniciativa de la escritora María Ligia Acevedo, directora del impreso literario Punto de Siembra

El concurso, que abarcó los géneros narrativa en la modalidad de relato o soliloquio y poesía, fue fallado el pasado 18 de enero y resultó ganadora la poeta Leonor Riveros Herrera de Calarcá (Quindío). El jurado estuvo compuesto por los autores Adalberto Agudelo por Caldas, Juan Alberto Rivera Gallego por Risaralda y Carlos Alberto Ricchetti de Argentina, la cuota internacional.

Punto de Siembra fue creado en el año 2015 “con el objetivo de servir de ventana a escritores que no hayan logrado dar visibilidad a sus nombres y a sus letras, bien por carecer de una producción para conformar un libro o de recursos económicos suficientes para cubrir los costos de una editorial. Encaminado a apostar por esos sueños nació y viene dando frutos Punto de Siembra”. Ha logrado editar 21 autores en diferentes géneros literarios.

El Impreso ha hecho presencia con algunos de sus autores en la Filbo en dos ocasiones, en la Felipe, en el Mercado Cultural y Feria Café y Libro de Pereira por tres años consecutivos. La colección también ha circulado en países como Cuba, España, Italia, Estados Unidos y en Colombia en diversos   lugares.

“Gran satisfacción es, y para resaltar, que varias de las ediciones de Punto de Siembra han alzado vuelo y algunos de sus autores han publicado obra completa y ganado concursos nacionales”, anota María Ligia.

Estas son las palabras del escritor Ángel María Ocampo:

Deseo empezar esta semblanza evocando un fragmento poético de Jorge Luis Borges:

“… en estos días pensé en mis amigos y amigas,
Entre ellos apareciste tú.
No estabas arriba, ni abajo, ni en medio.
No encabezabas ni concluías la lista.
No eras el número uno ni el número final.
Lo que sé es que te destacabas por alguna cualidad
Que trasmitías y con la cual desde hace tiempo
Se ennoblece mi vida…”

No olvidaré la afortunada circunstancia en que conocí a Jorge Eliécer Zapata Bonilla. Corría el año 1982 y me encontraba cursando los últimos semestres de Lenguas Modernas en la Universidad de Caldas. Alentado por mi profesor de Sociolingüística, Octavio Hernández Jiménez, había decidido participar en un concurso de ensayo en la Universidad con un modesto trabajo sobre el folclor del oriente de Caldas, que después de obtener el premio se convirtió en la base para la primera monografía histórica que hice sobre Marquetalia, mi pueblo natal. En ese entonces Jorge Eliécer Zapata Bonilla publicaba en el diario La Patria, como corresponsal de Supía, muchas crónicas, artículos periodísticos, reseñas de libros y ensayos de historia regional que aparecían con frecuencia en el suplemento literario Revista Dominical. Además, desempeñaba un cargo en la Contraloría Nacional, con sede en una oficina del Edificio Caja Social de Ahorros, en la carrera 23, detrás de la catedral. Allí lo visité por primera vez, para compartirle mis iniciáticas preocupaciones por la literatura y la historia de los caldenses y para solicitarle me tuviese en cuenta en los eventos académicos que él promovía en los municipios, para visibilizar los nuevos talentos literarios de la región caldense.

Allí comenzó mi amistad con Jorge Eliécer Zapata Bonilla. Amistad cuyo fruto es hoy un intangible difícil de ponderar. Gracias a él, empecé a recorrer los caminos de la historia regional, me involucré con la Academia Caldense de Historia que él ayudó a fundar en Anserma en agosto del año 2002, y que después de dirigirla por un espacio de doce años, recomendó mi nombre para sucederlo, labor que vengo desplegando desde hace siete años, inspirado siempre en el deseo de no defraudar la misión que él contribuyó a formular. Y estoy seguro de que, como yo, muchos intelectuales más de esta época guardan en el corazón la memoria de Jorge Eliécer, como un mentor que desde nuestra juventud, nos enamoró de los embrujos de los libros, de los archivos, de los museos, de los cuentos, de las novelas, de la poesía, del estudio del pasado.

Por estas razones que difícilmente sintetizan la gran gesta pedagógica del humanista Zapata Bonilla, agradezco hoy a la escritora y gestora cultural María Ligia Acevedo, la oportunidad que me brinda de hacer parte con mis colegas de la Academia Caldense de Historia, de este merecido homenaje que se le brinda al escritor supieño. En hora buena se ha bautizado con su nombre un certamen literario que tiene como propósito promover los nuevos talentos de las letras caldenses. Excelente estrategia ésta para eternizar la memoria de un hombre bueno que optó en su vida por el apostolado de la inteligencia.

En el libro biográfico que publiqué en su homenaje en el año 2017 hice una afirmación que hoy deseo reiterar para darle fin a este breve panegírico: Jorge Eliécer Zapata Bonilla es un bastión de la inteligencia y de la cultura caldense. Ha levitado por encima del panorama literario caldense, sin soberbia ni jactancia, sino con la humildad que se requiere para convertirse en punto de referencia, en líder natural para jalonar el desarrollo de la identidad caldense. Él convirtió el objetivo principal de su vida en proporcionar un lugar alto y seguro a los amantes de la historia y de la cultura para vigilar en el buen sentido de la palabra, el quehacer de las letras caldenses. Se dedicó a registrar en el mar proceloso de la intelectualidad caldense, los más importantes hitos de la creación literaria, la investigación histórica y la promoción de los talentos. Jorge Eliécer Zapata Bonilla es un vigía, una atalaya, un bastión de la cultura de Caldas.

*Presidente de la Academia Caldense de Historia.

 

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“Alzados en almas”

Casting

Ha partido el comandante de los “Alzados en almas”, nuestro querido Wadis Echeverri Correa. Sus gritos por el arte, en vez de gritos guerreros, seguirán resonando como ecos de esperanza y libertad. Ahora, su báculo hollará las nubes, esas que lo guiaban permanentemente por los caminos de la vida, como Quijote andariego.

De Wadis encantaba su sencillez, que se reflejaba en la forma de vestir. Siempre en usanza montañera, camisa remangada y sombrero aguadeño, con zurriagos o báculos que le daban un aire de profeta. Su rostro tenía todas las características del campesino, siempre se me pareció a la de mi abuelo, angulosa y con el bozo fino y bien cuidado.

Son muchos los recuerdos que tengo de él, desde su programa de radio, con el inolvidable lema: “Buenos días, tarde…” en Radio Manizales, hasta la lectura del que considero el primer fanzine en Colombia, su “Correo de los Carrapas”, publicación artesanal fotocopiada y cuyas artes elaboraba a puño y letra. Eso siempre lo admiré y me causaba asombro que no hubiera pasado a otras tecnologías editoriales.

Me lo encontraba en eventos culturales en Manizales y también en los encuentros de escritores de su natal Filadelfia, hacia la cual tenía un amor entrañable a pesar de las difíciles situaciones que allí le ocurrieron.

En sus trashumancias por muchos sitios del país, “báculo en ristre”, sobre un caballito de palo de escoba, anduvo enderezando entuertos mediante la palabra y el carnaval, porque eso era él, un carnaval andante, un arco iris que iluminaba los lugares oscuros marcados por la violencia, la soledad y el miedo. Sus incursiones en actividades sociales y políticas fueron precursoras de las formas que hoy se utilizan para expresarse frente a los gobiernos, mediante la danza, la literatura y el arte.

Eterno jardinero, su oficio lo llevó a convertirse en el cuidador de los poemas-flores de la Casa de Poesía Silva, en donde María Mercedes Carranza lo acogió, como reconocimiento a quien, como genio y figura, era en sí un ser humano-árbol-poeta-jardín ambulante. En Wadis se expresa perfectamente la metáfora de nuestra mitología originaria, en donde la naturaleza se consideraba una totalidad, múltiple y diversa, como era nuestro entrañable amigo, metamorfosis de fauna, flora, agua, tierra, aire, fuego.

Querido Wadis, ahora eres memoria sagrada, savia, sabiduría ancestral, presente y futuro. Eres fuente primigenia de nuestra sutura ontológica, que nos permite recibir tus beneficios desde el sol, la luna y las estrellas. Nos seguirás bañando con tu rocío multicolor y la brisa de tu recuerdo acompañará, por siempre, nuestros caminares, nuestros andares quijotescos por estas breñas en las cuales tú creaste los senderos y los dejaste para el enriquecimiento de nuestra cultura y de nosotros como integrantes, apreciado comandante Wadis, de la tropa de los “alzados en almas”.

*Poeta, anacronista y pintor; editor de «ojo con la gota de TiNta (una editorial pequeña e independiente)».

Recordando a dos poetas

El 17 de enero de 2023 fallecieron las poetas Gloriamaría Medina Jiménez y Georgina Cuartas Cadavid, escritoras de amplia trayectoria a quienes recordaremos por su compromiso entusiasta con el desarrollo de proyectos culturales de nuestra región y por el crecimiento de su hacer literario, del cual recibimos un legado que perdurará por siempre.

Desde la Red de Escritoras de Caldas se lamentó la partida de estas dos referentes y maestras del arte de crear con palabras. “Para las mujeres poetas ambas fueron y serán guías de lucha amorosa por la cultura y la poesía, pero, sobre todo, inspiración para encontrar la voz propia y decirle al mundo, acá estamos”.

Dice el pronunciamiento de la red que “Ambas fueron en su estilo y tono, únicas, cautivadoras y precisas. Escribieron para conmover y denunciar, para acompañar y sanar, para amar y cultivar. Eran poesía y eso nos dejan, su legado de letras profundas y sinceras. Un tumulto de versos que ahora son nuestro vínculo con ellas. ¡Hasta siempre maestras!”.

Como homenaje póstumo a estas dos amigas, artistas emprendedoras, publicamos algunos de sus poemas:

Gloriamaría Medina Jiménez

Nació en Cali, vivía en Chinchiná. Licenciada en Español y Literatura y Abogada. Coordinó el Taller de Escritura Creativa Versos del Cumanday. Cofundadora del Encuentro Departamental de Escritoras de Caldas. Nueve poemarios publicados. Obtuvo el Primer Premio en el XIII Concurso de Poesía Inédita del Festival Internacional Poesía de Cali en el 2018 y el Premio Ediciones Embalaje Museo Rayo en el 2003. Hizo parte de numerosos encuentros de poesía nacionales e internacionales.

BITÁCORA

Ayer
Una bruma de ausencia envuelve mis pasos,
atrás queda la ciudad con su calor ruidoso,
de ella, solo me hace falta
el canto de los loros en el atardecer del río

Hoy
Las dalias anuncian su madurez rosada,
el platanal ofrece sus racimos de ternura,
la danza del guadual mece mis ojos
y alguien susurra una canción de olvido

Siempre.
No sé cuál viento me trajo hecha brizna
hasta este Villamaría donde fluye más lento
el aire
la niebla cubre de muselina el paisaje
y las palabras arden de nuevo entre mis dedos.

MARÍA, LA MADRE NIÑA

Temprano comenzó el parto
doce años en flor
y ya es madre

Padre, cualquiera:
El vecino con quien
recorrió el cañaduzal
la tarde de la huida

Uno de aquellos rostros
compañeros de sueños
en la escuela disfrazada,
albergue de sudores

O, quizás, ese violento
con el que bailó
la noche en que a tiros
celebraron la invasión a su vereda

No importa ¿quién? ¿cuándo?
Ahora es un quejido,
una muñeca rota que se abre
y arroja en su vientre
a otro niño que también grita

Georgina Cuartas Cadavid

Nació en Chinchiná, hija adoptiva de Pácora. Con sus seis poemarios difundió la poesía y la literatura por distintos países, lo que le significó múltiples reconocimientos nacionales e internacionales. Diplomada en Economía solidaria de la UCC (2002). Fue miembro del Consejo directivo de la Corporación Mujeres Poetas de Antioquia, ganadora del primer puesto en el Concurso Municipal de Poesía de Pácora en el 2003. Cónsul por el departamento de Caldas en el “Movimiento Poetas del Mundo por la Paz. Participante en la Antología Internacional “Letras Americanas con poesía y cuento 2012 y 2013”, entre otros.

TE AMO

Hoy al fin te volví a ver
y fue una grata alegría,
tenerte en la vida mía
y no dejarte perder.

Y no fue casualidad,
porque te andaba buscando
y te adoro de verdad,
aunque te vas escapando.

Quiero tenerte conmigo,
gozarte, cerca a mi lado
y deseo tocarte siempre,
… así buen apretujado.

Tu eres resbaladizo,
injusto, cruel y cobarde
y yo que siempre te espero,
con un cariño anhelante.

Tanto he soñado contigo
con este amor jadeante
y tanto es lo que te quiero
que deseo ser tu amante.

Jorque mi querido Jorge,
mi adorado y mi deseado…
Jorge Isaacs del billetico
de cincuenta mil pesos.

COMPAÑERO

Te busco en las noches,
en la tierna alborada,
en los días de invierno,
y te sueño conmigo,
tan cerca de mi almohada.

No quisiera perderte
ni siquiera un instante
porque eres mi encanto,
el más fiel y constante,
a ti yo te entrego mis
gratos amores, mi sueño,
mis cuitas y mis sinsabores.

Caminante entre
la muchedumbre
arriesgo mi vida
solo por mirarte.

No me faltes nunca
mi amor, te lo suplico,
eres mi problema,
el eterno conflicto,
te llevo presente,
nunca te olvido,
soy pez en arena
si no estoy contigo,
me envuelve la soledad
y me consume la pena
porque eres tú,
esclavizante excepcional,
mi fiel preferido.
Mi celular.

Los escenarios de Caldas, espacios de creación

El olor a pinos contrasta con un aire fresco que baja de las montañas y le da a Pensilvania una especial condición y atmósfera que sus habitantes describen con una sonrisa, mientras abrazan una taza de café humeante para el frío. En este municipio de Caldas de difícil acceso se realizó el XXV Festival Departamental de Teatro y Circo, que para el año veintidós contó con la participación de catorce colectivos provenientes de diferentes regiones de Caldas, una cita fundamental y urgente con el quehacer escénico, que, después de sortear múltiples inconvenientes, tuvo un público inquieto y acostumbrado al convivio, al ritual único y mágico entre una producción escénica y una mirada contemplativa y pasiva que le da sentido a la tarea del arte de generar reflexiones que nos motiven a pensarnos socialmente de otra manera, como seres vivos parte de un todo y conscientes de una multiplicidad de sensaciones que de igual manera nos dan una identidad.

El Festival Departamental de Teatro tiene una larga y bella historia. Ha sido sin duda cuna de agrupaciones fundamentales en la dinámica del arte escénico regional, en su época dorada acompañado por el Consejo Departamental de Teatro y liderado en diferentes periodos por Wilfredo Garcés, Gilberto Leiton y Augusto Muñoz, animando procesos como los de las agrupaciones Eureka de La Dorada, Teatro Guiar de Supía, Teatro Popular Riosucio, Exosto Teatro de Pensilvania, Canta Rana de Neira, entre otros.

Gracias al Consejo Departamental de Teatro, en aquellos tiempos contó con dos publicaciones, la primera la revista ¨No me nombres teatro¨, y con cuatro ediciones la revista “Acto público”. Tenían como objetivo publicar diferentes artículos sobre el acontecer dramático del departamento y consignar en sus páginas reflexiones de los maestros nacionales e internacionales.

Desde el consejo se puntualizó la importancia de la creación del programa de la Licenciatura en Artes Escénicas de la Universidad de Caldas y en armonía constructiva con el Festival Internacional de Teatro de Manizales, se coordinaron mesas de trabajo que le dieron génesis a un proyecto de región que hoy se fortalece.

Por esos días se respiraba en el Festival Departamental de Teatro una ansiedad por descubrir el teatro a pesar de las carencias y dificultades, pero su importancia también radicaba en lo que significa para cada grupo la participación en el evento, la posibilidad del encuentro y la natural conversación sobre la dinámica misma, así como el espacio académico y de formación que logró el acercamiento entre la región. Todos recordamos con una bonita nostalgia los talleres y conversaciones con los maestros Henry Díaz, Alonso Mejía, Oscar Jurado, Cristóbal Peláez, Anselmo Parra y Farley Velázquez. Los cafés y tertuliaderos de los pueblos de Caldas fueron testigos de la pasión y emoción de los creadores escénicos de estas tierras que, en palabras del maestro Diaz, descubrieron en el teatro una manera de ver la vida con los ojos del alma. Quizás en esos festivales del ayer reconocimos el territorio, aprendimos de las diferencias y del paisaje y hoy sabemos que es fundamental recuperar un tejido que desde el teatro nos permite tener una conciencia del espacio tiempo, del entorno.

En uno de los años más difíciles para la cultura escénica del país, pero donde la reflexión sobre la tarea y el papel del estado en ese vital proceso de construcción ciudadana se hace latente enfrentarnos a disyuntivas que susurran respuestas a esas preguntas urgentes sobre el futuro del arte escénico nacional, donde al parecer se respiran nuevos aires y, sobre todo, después del Congreso Nacional del Teatro de La Tebaida (Quindío), donde se plantean encuentros decisivos para el diseño de una política pública que permita el verdadero desarrollo del arte escénico en las regiones, en los lugares más apartados, con estrategias de creación y formación de públicos. Quizás es el momento de pensar en el teatro popular pero desde la óptica de los protagonistas y no del gobierno central, para muchos el momento que vivimos es políticamente coyuntural y esperanzador, con o sin estallido, es una respuesta al trabajo de agremiación y encuentros de tejidos durante dos décadas, la motivación general es la verdadera unidad del gremio teatral nacional en una apuesta que beneficie todos los aspectos del quehacer escénico.

Para Juan Diego Gaspar esa lucha era prioritaria, su visión contemplaba el análisis minucioso de las necesidades regionales para priorizar las tareas de fortalecimiento de nuevos públicos y garantías laborales para los trabajadores escénicos, en un compromiso que asumió con la profesionalización de dos camadas de luchadores, veteranos y dedicados artistas de las tablas del eje cafetero. Gaspar insistió en la descentralización de los procesos culturales en el país, analizó desde muy temprano los tópicos de esa Colombia rural y profunda, llena de matices teatrales, donde, afirmaba, hay otra manera de ver la cultura más allá del folclore, la antropología y la sociología cultural. Puntualizó en repetidas ocasiones que el panorama teatral del eje cafetero no debía ser señalado, pontificado o definido desde la lupa antioqueña, pues son otros los caminos que nos depara el futuro.

El Festival Departamental de Teatro en Pensilvania demostró la necesidad de fortalecer los procesos de capacitación, recuperar los espacios que antaño se denominaron semilleros teatrales y escuelas de formación escénica para Caldas, donde se brindaron talleres de actuación, dirección, puesta en escena, y un conjunto del A, B, C del teatro y así mismo se realizaron diplomados, en asocio con la Universidad de Caldas y el Ministerio de Cultura. Vale la pena recordar que esos espacios generaron una amalgama de posibilidades escénicas que repercutieron favorablemente en las agrupaciones y colectivos,  así que es necesario y urgente, analizando el panorama actual, brindar espacios de aprendizaje formal que alimenten el deseo de los jóvenes, de los docentes de escuelas y colegios de la provincia de mejorar sus productos escénicos para que con herramientas adecuadas descubran las bondades del teatro, el desarrollo de la intuición y la creación artística de la mano de su espíritu.

Diecinueve propuestas se inscribieron al Festival de Teatro y Circo en Pensilvania y catorce fueron escogidas por un jurado calificador que señaló la importancia del evento desde la diversidad de temáticas. El ejercicio de producción se realizó priorizando las necesidades técnicas de los colectivos y una convocatoria al público con diferentes estrategias, público que respondió a la cita con entusiasmo y sentido crítico. La apertura la realizo el colectivo Eureka de la Dorada con una hermosa pieza interpretada por su director, Diego Armando Rojas Rubiano, un hombre formado en las tablas con tesón y conciencia del trabajo escénico desde las poéticas del entorno, “Un tal Pascual” sobresale como una propuesta llena de matices y realidades sociales. Caza Retazos con su propuesta “La madriguera cercenada”, develó al espectador un trabajo que se preocupa por la construcción de personajes y logra una gran interpretación. Caña Brava de Pensilvania nos sumergió en historias míticas con una puesta en escena obvia, entretenida que de seguro está en una búsqueda de nuevos matices. La agrupación manizaleña Resonantes nos compartió su creación “Bio-Cruses”, una exploración del ritual para el teatro de calle o espacios no convencionales, resalta sus cualidades plásticas que van en desarrollo en razón de su proceso, para muchos de los espectadores aún falta ajustar la partitura corporal, la voz y la interpretación actoral, la pieza está desde luego en un proceso de construcción, los jóvenes actores-músicos en sus búsquedas particulares, una grata sorpresa, el encontrarse con esta nueva energía para nuestro arte callejero. Punto de Partida compartió con el público una pieza inspirada en los recuerdos de sus protagonistas, “La casa de guadua”, un viaje de sus vidas y sus pasiones dentro y fuera del escenario, una mustia reflexión desde el oficio, una dramaturgia en tejidos emocionales que en la puesta en escena desarrolla imágenes nostálgicas pero que el ritmo poco a poco se ira encontrando tras las funciones. La Luciérnaga participó con la obra “Sin cargos de conciencia”, pieza de creación en dramaturgia cercana al grupo que en su puesta en escena plantea interesantes espacios dramáticos en un tinte de narco realidades, dilemas de relaciones de pareja en tratamientos psicosociales. Ópalo Teatro viene trabajando su propuesta desde el payaso para espacios no convencionales, la pieza “Nadie sabe para quien trabaja” brindó una entretenida jornada de diversión que el público de Pensilvania valoró con calurosos aplausos. La cuota de circo contemporáneo representada por Circo de Asfalto, nos confirmó que aún hay un largo camino por recorrer en la tarea de afinar las propuestas de este género que poco a poco se define y consolida en la escena del espectáculo de la región. Es evidente la necesidad de estructura que tienen los espectáculos de circo en nuestra geografía, que defina una distribución dramática y así el espectáculo tenga algo que narrar y los números de circo se concreten en un acontecer dramático, un hilo conductor que perfile intereses narrativos. El movimiento del circo lleno de juventud y energía es un aliciente para construirnos desde la diversidad.

De Risaralda consideramos urgente mencionar la obra de teatro del grupo Caos, “La gruta de los pecados”, una ingenua partitura escénica que plantea un teatro costumbrista picaresco, insípido y desafortunado. Quizás es el momento de plantear nuevas preguntas sobre las necesidades de nuestro público rural, inteligente, perspicaz, preguntar sobre lo que ofrecemos en nuestros discursos sociales y políticos, porque con esta obra en particular nos asalta la duda sobre si aún es necesario recurrir al chiste flojo como salida, olvidando los maravillosos entrelazados posibles en la comedia, sobre todo la exhortación es en este caso la permanente formulación de preguntas,  la palabra y sus poéticas jamás nos dejarán solos.

La agrupación Viraje Compañía en su proceso ha demostrado la pasión y profesionalismo con la que asume la danza-teatro poco investigada en el territorio, su contribución ha sido fundamental en la exploración de nuevas formas para traducir, desde el cuerpo, imaginarios de ciudad, imaginarios individuales del ser en relación con los paisajes humanos compartidos. La obra “Murmullos” del municipio de Chinchiná, un ejercicio de taller escolar realizado con la fórmula comprobada Caicediana, nada nuevo en sus imágenes, reiteradas en montajes de otros grupos, aún con el mismo director. Esperamos en el futuro más riesgo en su papel de director de este talentoso actor.

El festival cierra el telón con la participación de Chicos del Jardín y su pieza la “Letra con sangre entra”, una bella factura y un cuidadoso equilibrio escénico. La obra juvenil nos recuerda los buenos y no tan buenos momentos de la escuela, la infancia, los primeros anhelos, y nos pasea en el recuerdo de manera gratificante. El grupo realiza una profunda reflexión sobre el sistema de educación de nuestro país, evoca el tema tratado en la exitosa pieza El florido pensil, de Ttanttaka Teatro de Guiillen Jordi, sin duda una de las joyas del teatro contemporáneo español. La puesta en escena de Chicos del Jardín es una refrescante muestra de las posibilidades de nutrir nuestra escena desde el espejo conceptual.

Proyectar el festival como un espacio de posibles aprendizajes y encuentro vital de sus hacedores, nos invita ineluctablemente a la reflexión sobre el quehacer de cada escenario posible desde la periferia, la ruralidad y las particularidades de cada agrupación. Los esfuerzos en esta tarea han sido arduos y a pesar de sus frutos, es urgente consolidar un verdadero proceso de capacitación y otros espectros que alimenten las acciones de los festivales asociativos como los organizados por instituciones educativas y casas de la cultura. Teatro Caos de Risaralda coordinado por su director, realiza el encuentro Teatro Ventiao que poco a poco se consolida al igual que el festival de Anserma fundado por la agrupación Tean, un evento que tiene una especial acogida y participación de agrupaciones del entorno. PAZCO, el Festival Internacional de Teatro para la Paz y la Convivencia en Riosucio, itinerante en su programación de calle, se perfila como un escenario para compartir las nuevas propuestas y las agrupaciones emergentes. Supía por más de quince años ha realizado el Festival Internacional de Teatro en una dinámica de intercambio y circulación con el occidente antioqueño. El Festival Internacional de Teatro de Títeres Manuelucho se perfila como una escuela para nuevos colectivos y artistas de la manipulación de muñecos y objetos.

Quizás venciendo la indiferencia del estado y recuperando el aliento, el teatro en cada municipio logre articularse, libre de envidias sinónimo de inseguridades, y la venda en los ojos impuesta por la idea errónea que por ser artistas somos seres especiales, extraordinarios y por eso merecemos lo que no hemos trabajado o no hemos ganado a pulso, a lo mejor siendo conscientes de la importancia de realizar un trabajo honesto y juicioso, materializando una verdadera conexión de gremio, con nuevas alianzas y estrategias para ofrecer diversidad y respeto desde las bondades del arte escénico a un público que nos espera y nos reconoce. Los años nos dan la experiencia para afrontar el camino, pero la actualización de las herramientas es fundamental, afinar las voces y recurrir a las poéticas vivenciales sin romanticismod anacrónicos, reconociéndonos en la diferencia, superando la alcahuetería de salas dotadas con cacharos de iluminación que atentan contra los espectáculos y su público, estudiando y asimilando para derrotar la dramaturgia del corta y pegue, enajenados con mentiras que solo nos engañan a nosotros mismos, siendo consecuentes con solidos discursos en tejidos definidos,  pensando el arte y definiéndolo desde nuestro aliento,  respirando más allá con la mirada más allá del rio, creando conciencia no solo cuando tenemos en la boca la tetica del estado y sus programas a medio cocer.

Estas palabras no tienen una pretensión de crítico de arte, tarea hasta el momento abandonada, después de palmaditas en el hombro para no quedar mal con nadie. Hace falta ese renglón en la dinámica del trabajo conceptual de nuestra escena, pero la verdad es que muchos de los que se consideran intelectuales en las esferas de la comarca, ni siquiera frecuentan las salas y descalifican y descartan lo de aquí por sustracción de materias.

Este oficio solitario y testarudo se ha venido desprendiendo de las amarras generacionales, muchos niños y niñas iniciados en el arte creen que han descubierto el mundo, y la verdad, ya casi todo está explorado, la innovación es quizás otro aliento, otro respiro, el llamado es a la concepción de un teatro más consciente de su pasado y presente, una verdadera integración de saberes, un decoroso ofrecimiento en la producción de esas ideas con matices noveles.

Estos párrafos no son críticas teatrales, solo son el resultado de conversaciones con amigos y colegas en un café de Pensilvania, mirando de reojo de vez en cuando las montañas, en el frio de los minutos tras un sorbo de café.

*Dramaturgo. Enero 2023.

Fotos: Juan Guillermo Loaiza.

Ligero declive de lo cotidiano

2022 fue un año en el que históricamente los índices y las cifras de la economía nacional incrementaron más de lo esperado. Según el Departamento Nacional Administrativo de Estadística (DANE), el costo de vida en Colombia, es decir, el IPC aumentó de 5,62 % al cierre de diciembre de 2021 a 13,12 % para el cierre de 2022. (Departamento Nacional de Estadística, 2022).

El diario La República en un artículo publicado el 30 de diciembre de 2022 indica que “El aumento del IPC afectó la capacidad de consumo de los hogares. Hoy un mercado de alimentos cuesta 27 % más que en noviembre de 2021”. (Velásquez, 2022), cifras que afectan a la mayoría de los hogares colombianos que, ante el incremento de los precios de los alimentos básicos de la canasta familiar, se ven en serios aprietos a la hora de suplir las necesidades de nutrición de sus familias.

Y es que según el DANE, “el sector de los alimentos y las bebidas ha sido el más golpeado por la mayor inflación registrada en el país en los últimos 5 años.”; si en enero de 2022 un kilo de cebolla cabezona blanca valía, en promedio, $ 2.400, para el cierre del año quedó en $ 4.400, una importante variación registrada por Corabastos, la central de abastos de alimentos más importante de Bogotá (Corabastos, 2022).

Ante este panorama, el acceso a una buena alimentación se convierte en un privilegio del que pocos pueden disfrutar; por lo que es necesario generar espacios, procesos o acciones que inviten a la reflexión y la conversación alrededor de temáticas cotidianas que, como ésta, afectan nuestro diario vivir.

Una de las oportunidades para poner en contexto situaciones determinantes de nuestra existencia ha sido y es el arte, como lenguaje que expresa emociones, ideas y sentimientos, y a la vez, que denuncia hechos o situaciones a las que como individuos y sociedad nos vemos expuestos.

“La creación artística posee una fuerza interior que le confiere una lógica interna y, en tanto, atiende al mundo interior del hombre, a sentimientos y pensamientos que aluden al problema vital de la existencia, a las grandes preguntas, genera una conciencia social.” (Vygotsky, 2006).

Es así como “Ligero declive de lo cotidiano”, la obra de la artista Angie Paola Montenegro Velasco[1] exhibida por estos días en Manizales, en la exposición Imagen Regional 9, territorios guardianes[2], del Banco de la República, nos invita a generar conciencia social, mientras nos lleva a reflexionar alrededor de la canasta familiar, su valor simbólico y económico, y la forma como estas variables determinadas por diversos fenómenos afectan la calidad de vida de los hogares colombianos.

Ligero declive de lo cotidiano” es una instalación, a partir de estantería de metal, en la que se observan 50 esculturas de cemento blanco que representan alimentos básicos de la canasta familiar como sal, arroz, azúcar, enlatados, embutidos y harinas.  La estantería, típica de tienda de barrio, juega de manera simbólica con sus contenidos al presentar una leve inclinación que genera la percepción de que esta va a caer al piso.

La obra fue creada en 2018 y parafraseando a la artista, es una obra que se realiza a partir de motivaciones personales con relación al papel de tendera que ejerció su abuela materna en un barrio de Florida, Valle; experiencia que la lleva a preguntarse sobre el desarrollo y el sostenimiento de la clase popular. Angie Paola utiliza técnicas tradicionales como la pintura y la escultura para señalar la manera en que se ve afectada la clase popular con el alza en los precios de la canasta familiar básica.

Al observar la obra, en una primera impresión, nos remitimos de manera casi que inmediata a esos recuerdos de barrio, a la tienda como eje fundamental de la cuadra, no solo para la alimentación, sino también para el encuentro social, a la esquina, al tendero, a la disposición de los alimentos, a las “devueltas”, al fiado y a toda una dinámica social de muchos de los barrios de nuestro país.

Al detallar la obra nos encontramos con una estantería verde, pelada y un poco corroída e inclinada que tiene la apariencia de haber sido usada durante mucho tiempo.  Da la sensación de estar a punto de caerse al piso, está al límite mientras preserva su equilibrio; como muchos hogares que se sostienen en vilo, en la incertidumbre de un futuro incierto donde el desayuno no está asegurado. Está a punto de caer, pero se mantiene y sobrevive.

Sobre cuatro mostradores se encuentran distribuidos diferentes alimentos básicos. En el primero y el segundo, de arriba hacia abajo, encontramos harina de trigo, sal y leche en polvo, entre otros. En los dos últimos nos encontramos con una serie de embutidos y latas que parecen contener diferentes clases de alimentos. Causa curiosidad el hecho de que algunos empaques de los productos aparezcan con marcas y otros en blanco, denotando diferencias en la relación precio – calidad.

Ante esto, la autora nos comparte: “Si me coloco en el papel del comprador diría que tengo preferencia por algunas marcas que se vuelven populares y apetecibles, además de ajustarse a mi sueldo o a lo que gano a diario. Por otro lado, están los productos que generan desconfianza y sabemos que no alimentan como los embutidos y los enlatados, pero se adquieren por gusto, costumbre o desvare, como se dice coloquialmente”.

Angie Paola se remite a sus memorias de infancia en la casa de su abuela y a la representación simbólica para invitarnos a pensar en la manera cómo las dinámicas económicas impactan la calidad de vida de los hogares. Nos lleva a pensar en la riqueza alimenticia que pueden proporcionar los suelos de nuestro campo, pero que tristemente solo unos pocos pueden disfrutar en su máximo esplendor.

Nos conduce hacia una reflexión social del alimento como testimonio de la desigualdad en el acceso a los recursos básicos, una realidad que afronta la mayoría de los hogares colombianos pues según el DANE  (Departamento Nacional de Estadística, 2022), en 2021 el total nacional de la pobreza monetaria fue 39,3 % y la pobreza monetaria extrema fue 12,2 %; es decir, que por lo menos el 51,5 % de los colombianos se ven en serias dificultades para acceder a recursos básicos en los que se incluye la alimentación. Muchos hogares sobreviven con una comida diaria.

Esta es una triste y desesperanzadora realidad de la que el arte no se aparta, por el contrario, y como lo vemos en la obra de Angie Paola, es una posibilidad de denuncia, de llevarnos a la generación de una conciencia crítica frente a las realidades de nuestros territorios, de exponer esa crudeza que se hace paisaje.

Es una invitación a construir relatos de país con énfasis y prioridades distintas que busquen un bienestar común, a partir de una conciencia colectiva de acción conjunta, pues el arte, como lo menciona Vygotsky, “completa la vida y amplía sus posibilidades, revela las contradicciones, surge de la insatisfacción en el vislumbre de otras alternativas y ayuda a la toma de conciencia de lo realmente sustantivo de la vida”. (Vygotsky, 2006).

[1] Angie Paola Montenegro Velasco. Maestra en Artes plásticas. Hizo parte de la convocatoria Imagen Regional 9, del Banco de la República. Sus exploraciones giran en torno a la estética de los productos que componen la canasta familiar de la clase popular.

[2] La exposición puede ser visitada en el Centro Cultural del Banco de la República en la ciudad de Manizales hasta el próximo 4 de febrero. Información en: https://www.banrepcultural.org/manizales/actividad/imagen-regional-9-territorios-guardianes

Bibliografía

Corabastos. (30 de Diciembre de 2022). Corabastos. Obtenido de Corabastos: http://boletin.precioscorabastos.com.co/

Departamento Nacional de Estadística. (Diciembre de 2022). DANE. Obtenido de DANE: https://www.dane.gov.co/

Velásquez, J. T. (30 de Diciembre de 2022). La inflación llega a 12,53%, el desempleo a 9,5% y el PIB avanza hasta 7,1%. Diario La República.

Vygotsky, L. (2006). Psicología del arte. Barcelona: Grupo Planeta (GBS).

* Profesional en Gestión Cultural y Comunicativa de la Universidad Nacional. Especialista en Gerencia de proyectos.

Mis recuerdos de Jorge Eduardo Vélez Arango

A Jorge Eduardo Vélez Arango, el escritor manizaleño que acaba de fallecer en su ciudad natal, le conocí cuando yo tenía apenas veinte años de edad y él bordeaba los treinta. Ambos, pues, estábamos en plena juventud, a mediados de la década del setenta, ¡hace medio siglo!

Mientras el suscrito cursaba estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Caldas, él recién llegaba de París -¡capital de mis sueños!-, donde había obtenido, tras realizar estudios de administración en la Universidad Eafit de Medellín, un título de Economía y Planeación, según contaba con orgullo.

Y cuando supe, por boca del periodista Mario Escobar (quien entonces dirigía el suplemento literario de La Patria, el prestigioso e influyente diario de la capital caldense), que tan ilustre visitante en mi casa era nieto de Rafael Arango Villegas -célebre autor de Asistencia y Camas, obra cumbre de la literatura costumbrista en Colombia-, mi sorpresa fue total, absoluta.

Pero, más lo fue cuando sacó de su elegante maletín de ejecutivo, con solemnidad pasmosa, un ejemplar de su primera novela (por cierto, con flamante dedicatoria donde me destacaba -sí, señores- como gran ensayista, dado que en esa época este aprendiz de filósofo venía publicando, en la citada revista cultural del periódico, densos artículos de crítica literaria, como si fuera autoridad en la materia).

Recibí, por tanto, su libro primigenio: Seluzinam, palabra que, cuando se lee al revés, da como resultado “Manizales”, el escenario y tácito protagonista de la novela. Así entendí, por fin, que él era un manizalita a carta cabal y que de allá, La ciudad de las puertas abiertas, nunca más saldría, a diferencia de quien les habla, trotamundos de siete suelas.

Entre amigos

Poco tiempo tardó en aparecer mi ensayo sobre Seluzinam en la Revista Dominical de La Patria. A decir verdad, no recuerdo qué dije allí, ni conservo copia de la publicación, ni hay manera de encontrarlo en internet por la sencilla razón de que esta red de redes no existía. Vivíamos, en fin, como en la edad de piedra.

Con seguridad, hablé de su estructura narrativa, su lenguaje a veces hermético y, en especial, la notoria influencia en sus páginas de la literatura en boga: el Nouveau Roman o nueva novela francesa, revolucionaria tendencia fundada por Robbe-Grillet, a la que se vinculan autores como Michel Butor, Nathalie Sarraut y el Nobel Claude Simon, entre otros autores que, a su vez, promovió en todo el mundo Roland Barthes, modelo para los incipientes ensayistas que aspirábamos al éxito.

Fue esto lo que selló nuestra amistad. La literatura nos unió, mejor dicho. Al fin y al cabo, era el único tema que tratábamos en los encuentros casuales, sin cita previa, y en su tertulia familiar de intelectuales puros, como cuando recibimos de Pereira al galardonado poeta nacional Luis Fernando Mejía (primo, por más señas, del poeta mayor de Caldas, Fernando Mejía, quien años después falleció mientras dormía junto a su esposa Gloria, la mujer de su vida).

O cuando fue director de la Imprenta Departamental, donde se editaba la clásica colección de Autores Caldenses y donde, por su iniciativa, se lanzó la revista Caldas cultural, en la que hice público mi ensayo sobre La carta al padre de Kafka, reproducido luego en el Magazín Dominical de El Espectador. Y como su oficina quedaba cerca de la antigua sede de La Patria, donde llegué a ser periodista de planta, con funciones de subdirector…

De hecho, Jorge Eduardo se convirtió en uno de mis mejores amigos, igual que Mario Escobar, el recordado colega, hoy también ausente, que nos había presentado al llegar de París.

Cuentos de Fábulas

Tras sus tempranas incursiones en las más modernas técnicas literarias, Jorge Eduardo volvió al lenguaje limpio, transparente, sencillo, como queriendo recorrer el camino de su abuelo, Rafael Arango Villegas, quien gozó en vida de enorme popularidad por sus historias, contadas “como habla la gente”, con los tradicionales dichos y refranes de ancestro antioqueño que son herencia, en su mayoría, de la lengua castellana nacida en España.

Fue así como surgieron sus fábulas, de poesía infantil, a la sombra de nuestro gran Rafael Pombo, maestro de ese género en poemas inolvidables como La pobre viejecita y Rin-Rin renacuajo. Fue entonces, además, cuando entendí que sus estudios científicos y sus malabares lingüísticos del Nouveau Roman no lograron acallar la ternura y la inocencia de su corazón de niño, de persona buena, sin mancha.

Por ello, cuando presenté su libro Fábulas, durante un concurrido acto social en Manizales (adonde regresé de Bogotá para dedicarme a la actividad académica, universitaria, confiado en abandonar por completo el periodismo), el énfasis de mi discurso estuvo centrado en tales aspectos personales, humanos, aunque no faltaban las referencias literarias de rigor, con erudición histórica a cuestas.

Años más tarde, cuando yo fungía, de nuevo en Bogotá, como director del diario La República, volví a presentar ese libro, ya con más poemas y -¡grata sorpresa!- con el citado discurso en Manizales como prólogo, durante la Feria Internacional del Libro, ceremonia a la que, por desgracia, asistió un reducido grupo de personas, prueba cabal de “la civilización del espectáculo”, tan ajena a la cultura, que se ha tomado por asalto al mundo en las últimas décadas.

Fue un terrible golpe en su vida literaria, como tantos otros.

“Del odio de Dios…”

Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé. / Golpes como del odio de Dios…”, escribió, en sus Heraldos negros, el poeta peruano César Vallejo, quien hablaba así en nombre suyo y de personas con tan honda sensibilidad como Jorge Eduardo, azotadas por la furia de sus tragedias.

Él sí que las tuvo o padeció. La muerte de su hijita Alejandra, la luz de sus ojos y los de Isabelita, la amada esposa. Yo sólo me enteré por las noticias, en el correspondiente registro informativo de La Patria, que repasé con dolor en una fría tarde bogotana, lejos de Manizales.

“Si yo estoy así de angustiado -repetía entonces, para mis adentros-, cómo estará él”.

Fue una tragedia espantosa, por decir lo menos. Un cáncer se llevó a la niña, aquella que jugaba alegre, descomplicada, cuando nos reuníamos en su casa para hablar de libros, arte, historia, literatura…, como si esto fuera lo más importante del mundo. Nunca imaginamos que esos hermosos sueños se irían a pique en un abrir y cerrar de ojos.

Como si fuera poco, Isabelita también se fue, varios años después, víctima igualmente de un cáncer, cuando muchos creímos que la muerte nunca la tocaría; que un ser tan dulce, tan bueno, tenía derecho a vivir para siempre, y que la fundación Alejandra Vélez Mejía, fundada por ella para niños con cáncer en honor a su hija, tanto como su extraordinaria labor social que le mereció tantos premios -Caldense del año, Mujer Confamiliares y de la Cruz Roja…-, la hacían inmune no sólo al sufrimiento sino a la parca, ella que es siempre indiferente a las lágrimas de familiares y amigos.

Las lágrimas incontenibles de Jorge Eduardo, en primer término.

Despedida final

Como sus amigos no podíamos imaginar a Jorge Eduardo sin Isabelita, en días pasados se fue a estar con ella y su niña. Tardó mucho en hacerlo, supongo. Aunque yo estoy por creer que él, en los últimos años, no estaba vivo, y sólo, muy solo, se movía por la tierra como una sombra, como un fantasma, sangrando.

Él, que era tan parco, tan silencioso, tan reservado, lo sería más todavía en la última etapa de una larga existencia que acaba de terminar en su ciudad del alma, donde fue despedido con una breve nota del periódico donde tanto escribió y que nos unió desde la edad temprana, cuando no veíamos sino rosas, carentes de espinas, por el camino.

¡Adiós, querido amigo! ¡Adiós!

* Escritor y periodista. Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua.

De Aquilino Villegas para su esposa

Reproducimos una de las cartas que el prestigioso político y escritor Aquilino Villegas (Manizales, 14 de abril de 1880-Manizales, 1 de marzo de 1940) envió a su esposa Inés Jaramillo durante un viaje a Estados Unidos y Europa en el año 1916, en plena Primera Guerra Mundial.

Las cartas acaban de ser publicadas por Hoyos Editores y sobrevivieron, según cuenta el editor Pedro Felipe Hoyos, porque Joaquín Villegas Jaramillo las copió hace más de 70 años a mano y máquina, tomándolas prestadas de la persona que tenía los originales, que actualmente no se conoce quién es y si esas hojas amarillentas con sus históricos membretes todavía existen. Las cartas las conserva Diana Villegas Salazar, hija de Joaquín Villegas, quien las compartió para este libro. “Aquilino Villegas es un inteligente observador del mundo, que, si bien conocía Europa por libros, pudo por medio de este peligroso viaje, conocer en persona”, afirma Hoyos.

París, abril 16 de 1916

Mi querida Inés: Mi cumpleaños fue para mí más bien un día triste. Este día me fui a Charenton por el río Sena hasta la desembocadura del Marne. Y lo mismo estos dos días de Semana Santa. Ayer jueves fuimos a la Magdalena a ver el monumento y hoy pensamos por la tarde ir a Notre Dame a conocer las reliquias que guardan y solo muestran al público el Viernes Santo de cada año. Pero te quiero hablar de París, no sin antes decirte como me ha apenado no recibir carta tuya con la última remesa que Alejandro Ángel nos mandó de Nueva York. Verdaderamente me hacen mucha falta tus cartas y comienza a tocarme la nostalgia. Estoy cansado de ver cosas. Dentro de dos semanas saldremos para España en donde gastaremos unos 20 días, de modo que cuando recibas ésta, ya estaremos de vuelta a New York y al país. Desde que pisé tierra francesa en Dieppe tuve la más agradable de las impresiones: me sentí en una tierra propia, mía. Ante todo, tuve la agradable sensación de comprender todo lo que las gentes hablan en torno mío, de saber todo lo que se dice, de hablar con holgura una lengua familiar que puedo manejar con todos sus matices, en la cual puedo sostener una conversación con no importa qué personas sobre cualquier tema. Me siento perfectamente á mon aise, como dicen aquí. Este sentimiento de familiaridad con la lengua, lo he sentido en París. He visto en quince días la mayor parte de los monumentos interesantes y te aseguro que me parecía estar recordando una cosa ya vista en tiempos lejanos. Todo me ha sido familiar, conocido. Nada me admira y todo me gusta. Lo único que he sentido es no poder visitar los museos, que están cerrados casi en su totalidad. En el Louvre, por ejemplo, no pude visitar sino la galería de escultura moderna y una de escultura del Renacimiento.

Pero quizás los museos y las colecciones es lo de menos en este admirable país. Lo más fascinador es el ambiente, la luz, la belleza de todo. Es una ciudad hecha para andar por las calles gozando de la nobleza de líneas de los edificios, de la gracia y de la sobriedad de algunos en ciertos puntos, de la magnificencia de las perspectivas en otros, como en la Plaza de la Concordia, bien se mira para el Louvre, bien para los Campos Elíseos, y el Arco de Triunfo. O como el espectáculo del río en cualquiera de los puentes. Otra cosa encantadora son las gentes; tienen el sentido de la mesura y de la afabilidad, a pesar de la guerra, a pesar de la natural desconfianza que debe inspirarles todo individuo extranjero. Si le pisas un callo a un transeúnte, él pide perdón; si tropiezas con una señora y le tumbas el paraguas y le tuerces el sombrero, ella se deshace en excusas; si eres tú la que pide excusas, ella se apena y en todas las formas más graciosa te dice: “Vous ne m’avez fait du mal” (No me habéis hecho mal). Pasa cualquiera apresuradamente, quizás en un asunto urgente, puede ser un señor muy bien vestido, una vieja astrosa que vende legumbres, o una muchacha muy peripuesta y tú le preguntas el camino más corto para llegar a la próxima estación del metro (Metropolitano, así llaman el tren subterráneo), pues esa persona se detiene, se vuelve contigo hasta la esquina, te da toda clase de explicaciones precisas; y si tú te muestras agradecida en persona te encima un merci (gracias) con la sonrisa más amable del mundo. Todavía: la otra tarde estaba yo en el Café de la Paix en lo que llaman la terraza, es decir, una acera ancha, cubierta, llena de mesitas y asientos donde las gentes se sientan en plena calle a beber, fumar, conversar y mirar con tranquilidad los transeúntes, una de las ocupaciones favoritas de todo francés; estaba, te digo, sentado con mi tío.

Cerca de nosotros, en otra mesa, estaba sentado un señor de edad con una verruga grande en la cara, yo lo miré con curiosidad, el señor notó y se me sonrió, miré entonces a una anciana señora que estaba tomando chocolate (aquí lo sirven en copas, lo mismo que el café) en compañía de una joven que debía ser su hija, la miré con alguna atención y se sonrió conmigo, miré a la muchacha y se sonrío; miré a un joven oficial que estaba sentado cerca en compañía de una mujer muy bien vestida, que podía ser una señora o una cualquiera, el oficial se sonrió y me dijo: “Il fait beau” (hace buen tiempo), la mujer me miraba con la más suave de las sonrisas. Pasó un muchacho cantando periódicos y como yo lo mirara, se me acercó a ofrecerme, sonreído y afable, su mercancía, y en ese momento se acercó el sirviente y con la sonrisa más culta me dijo: “¿Qu’est-ce que ces messieurs vont ils prendre? (¿Qué van a tomar los señores?) Eso te dará una idea de este pueblo. Es un pueblo esencialmente benévolo. Casi no se explica uno aquel valor indomable, aquellas virtudes batalladoras que han mostrado en esta guerra y que les darán la victoria. En general, son pequeños, blancos, movibles, todos, hombres y mujeres, y suaves como te vengo diciendo. Es el epíteto que más les conviene. Todos son como su tierra: aquí no hay montañas, ni cascadas, ni ríos tumultuosos.

Llanuras onduladas, colinas redondas, sin asperezas, valles amenos, ríos perezosos, que hacen infinitos meandros, arroyos fugitivos por entre arboledas. El espectáculo que se contempla desde la ventana de un tren es ese. Pueblecitos perdidos entre los árboles, parques pulidos, cuidados, mimados, jardines, verjitas, huertas y cultivos separados por pequeñas cercas. Mi tío piensa que hasta los animales son civilizados, pues no se pasan por tales cercas. Hasta en las huertas hay la preocupación de las hileras, del buen aspecto, de la limpieza, del orden. La dulce France, como ellos la llaman con verdadera ternura. Tienen mucha razón en amarla, todas estas gentes, en hacerse matar por ella libre y voluntariamente. En las calles, naturalmente, casi no se ven jóvenes: viejos, niños y mujeres. Muchas, muchísimas mujeres de luto. Hay indudablemente un sello de tristeza en todas las fisonomías, de confiada y heroica tristeza. En esta Semana Santa he ido a muchas iglesias; en todas, largas procesiones de mujeres de todas las clases sociales, desfilan sin tregua. Sentadas en los bancos, mujeres viejas y jóvenes rezan y lloran en silencio. Para nosotros, novicios, hay gran animación, pero los conocedores me aseguran que se siente casi soledad. Ayer se cumplieron 60 días de la espantosa batalla de Verdún en que los alemanes se han roto los dientes y han perdido sobre 400.000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros. Ha sido el mayor de los fracasos alemanes y un gran triunfo francés. La ventaja moral alcanzada por los franceses es incuestionable. Estos hombrecitos tienen una ciencia de la guerra, una tenacidad y un valor superiores a toda ponderación. Sería inútil ponerme a describirte uno por uno todos los famosos edificios y monumentos de París; la estampa los ha popularizado y tú los conoces como yo. Estoy sí procurando hacerme a colecciones de tarjetas postales, que llevaré para explicarte una por una, y cuadernos con vistas, etc. Lo que sí tal vez no sabes es que esta es una ciudad de estatuas. A cada paso en las calles, las plazas y los jardines se ven estatuas, grupos, fuentes de mármol, piedras y bronce, obras de los más insignes artistas en conmemoración de los grandes hombres y de los grandes acontecimientos de la nación. Las calles igualmente llevan nombres históricos y a todo gran hombre que muere le dedican una. Hay una que se llama Bolívar. Una misma calle muy larga y muy ancha que comienza en la Magdalena y termina en la Plaza de la República, el sitio más animado que pasa por los principales teatros y que es la mayor arteria de la ciudad en cuanto a movimiento, se llama en general los grandes bulevares y tiene sucesivamente los siguientes nombres; Boulevard de la Magdalena, las Capuchinas, los Italianos, Poissonniers, Montmartre, Boune Nonvelle, San Dionisio y San Martín. Los cafés y restaurantes más chic están en esos bulevares.

Este no es el París de los franceses, pero sí el de los parisienses que se divierten y de los extranjeros y turistas. Aún en este tiempo de guerra se respira un ambiente de fiesta. Se ven muy alegres mujeres, o mejor, muy graciosas porque aquí es más la gracia que la elegancia. Lo chic parece ser la agilidad, la esbeltez, la rapidez en los movimientos, el gesto más bien infantil y pícaro y falsamente ingenuo. La belleza solemne y grave que nosotros estimamos en ciertas mujeres no la he visto hasta ahora en ninguna parte. Aún en mujeres de alguna edad, de fisionomías perfectas de estatua, he visto la pretensión y el deseo de evidente de deformarse en honor del gusto del boulevard. Y es que la moda está hecha para tal apariencia, no sé si te lo expliqué bien. Usan botas muy altas, de color; la falda muy ancha y muy alta, el vestido de teatro y sastres, talle alto, sobretodos, con los cuellos subidos sobre blusas escotadas y sombreros echados sobre la frente, de alas pequeñas y casi siempre pequeños gorros. Muy pintadas, sobre todo las mujeres que andan por las calles y cuyo estado social no se puede averiguar o es imposible saber aún para un parisiense, pues imagino que las que viven en sus casas y poco salen, no apelarán a todas estas químicas. Se pintan las pestañas de negro; bastante polvo, rosa en las mejillas y falsos lunares que en francés se llaman grains de beauté, granos de belleza. El peinado está alto, redondo o cónico, ocultando las puntas y cadejos de capul. Comprendes que, con estos arreglos y el traje susodicho, van tomando el aire de las marquesas del siglo XVIII, con la diferencia de que los vestidos son de paño, hay menos arandelas, y tal vez porque todavía hace frío no hay mucho color claro y se ve mucho abrigo. Sobre todo, te aseguro que, en un teatro, en la luneta, porque aquí las mujeres van de sombrero y se lo quitan, todas las cabezas dan la impresión que te digo. Este tipo que te describo es el que se ve generalmente en la calle. Naturalmente comprenderás que se ve tan bien de todo, vestidos de todas clases y facturas y modestos y complicados y colores inverosímiles, etc. No sé si te acordarás que en L´Ilustracion con frecuencia hablaban de Eleonora Duncan, una bailarina, o mejor una actriz trágica que ha inventado una nueva manera de interpretar las obras musicales por medio de la mímica. Pues bien: el otro domingo en el Teatro del Trocadero, delante de 6.000 espectadores, vi bailar o mimar, como se dice aquí, en una función de caridad, a esta célebre persona. En el escenario no hay adorno de ninguna clase. Solamente un tapiz. El teatro lo dejan casi en el obscuro y solamente un reflector que lanza una luz rojiza ilumina el cuerpo del artista. La orquesta de 100 músicos comienza a ejecutar una sinfonía. La Redención, de César Frank, música clásica y complicadísima, y en otra decoración fantástica la artista vestida únicamente con una túnica griega, comienza a comentar la música con movimientos, unas veces echa un rebrujo, en el suelo, otras saltando, haciendo movimientos graciosos, absolutamente como se ve en los bajorrelieves y en las estatuas. Es el más prodigioso espectáculo que pueda darse. Al final de la representación bailó La Marsellesa. Pero cuando te digo bailó, busco una palabra que me sirva a falta de otra, porque ella no lleva el compás de la música; ella lleva el aire de las palabras, el valor ideológico de la comprensión, y termina desgreñada, violenta, agitando en la sombra los brazos desnudos, como si llevara una espada terrible contra los enemigos de la Patria. Es algo prodigioso, terrible, que lo sacude a un extranjero indiferente hasta las más íntimas fibras. Qué decir de todas estas gentes que están en la batalla, que tienen sus hijos, sus hermanos, sus padres, en el frente; que todos han perdido algún ser querido; que viven bajo la amenaza de los cañones enemigos, que cultivan el odio a Alemania en el furor más apasionado. Aquello fue un estallido. La orquesta tocaba La Marsellesa, la Duncan se retorcía y de repente alguna voz comenzó: Allons enfants de la Patrie etc. Aquello fue un espantoso rugido que debió oírse en las estrellas. Seis mil personas se pusieron a gritar La Marsellesa y yo con ellas. Casi todas las caras, hombres serios, mujeres, señoras, señoritas, niños, tenían un aire violento, terrible, implacable, una alegría feroz. Jamás he visto ni volveré a ver desnuda el alma francesa, el pueblo de las grandes revoluciones y los generosos movimientos. De muchos ojos corrían lágrimas y todos estaban encendidos y rojos. La función ha terminado en medio de un escándalo indescriptible.

A la salida del teatro en el subterráneo, en los tranvías, en los coches, en los cafés, se cantaba La Marsellesa; y yo mismo volvía los puños al oriente, contra esa Alemania enemiga de este pueblo prodigioso y encantador, lleno de gracia y de bravura. Último y confuso retoño de Grecia en estos siglos industriales y duros, llenos de pesadez hiperbórea y de bruma germánica. Estuve en el Odeón y vi representar “El Médico a palos” de Moliere; en la Comedia Francesa, “Los Ranzan”; en la Puerta San Martín; “La semma nue”; en el Teatro Rejan; “Zaza”; en la ópera cómica; “Tosca” en la Ópera; “El extranjero” D’Indy. Muchas revistas en teatros de menor cuantía, sin valor apreciable, y en algún teatro burlesco algo de este género. Para completar mis ideas sobre el teatro francés, me falta “L’Aiglon” en el Teatro Sara Bernardt y Guignol. Los franceses representan la comedia con una naturalidad increíble. En general, la lengua francesa es una lengua vivaz, declamatoria. El peluquero que te afeita, la vendedora de frutas que te recomienda su mercancía, el empleado de comercio que te muestra unas corbatas, todo el mundo perora un poco. Las exclamaciones: “Oh! Ah! Mon Dieu! lá lá!” son usadas a porrillo. Pues en el teatro, en ciertos, he visto la preocupación de no perorar, de ser más naturales que la conversación corriente, a tal extremo que Madame Rejan, por ejemplo, lo mejor de su juego está cuando casi no habla, sino que murmura sus ideas, casi entre dientes, descuidadamente, mientras se peina delante de un espejo. Yo casi no podía entenderle por ese motivo. Y adiós, voy a poner esta carta en el correo a ver si te llega algún día. Muchos besos para los niños, y para ti uno, bien, bien apretado.

Tuyo,

Aquilino

*Político, poeta, intelectual y empresario, personaje destacado en la historia de Manizales.

Aullidos, ladridos, zarpazos

Con cada crítica que escribo sobre cine colombiano, al ver cómo se han venido transformando nuestros paradigmas y mitologías en la gran pantalla, más comprendo la importancia de los acuerdos de paz para la cultura. La jauría, dirigida por Andrés Ramírez Pulido, es una película que solo puede existir posterior a estos, en un momento en el que no podemos seguir culpando a los grupos armados de la violencia del país. En lugar de eso, La jauría nos ubica en medio de un caleidoscopio de interacciones violentas y de relaciones mediadas por esta en un centro experimental de rehabilitación para delincuentes juveniles.

Detrás de su argumento parece haber una pregunta por el origen de los miembros de bandas criminales y grupos armados al margen de la ley. Ramírez Pulido responde con mucha seguridad, en las malas paternidades. Y aunque esta no es la respuesta definitiva, sí asoma una luz a un tema ignorado en nuestra tradición audiovisual. Los personajes de La jauría son todos hijos de padres ausentes o abusivos y estas relaciones han dejado cicatrices grandes en ellos. Eliú, el protagonista, termina preso por un intento de venganza al matar a un hombre que confunde con su padre y su hermano, carente de figura paterna, termina integrándose en una banda criminal.

Figuras paternas también son Adolfo y Godoy, el director y el jefe de seguridad del centro de rehabilitación, caracterizados de forma muy esquemática como el “bueno” y el “malo”. Adolfo es un hombre delgado de expresión pensativa que hace meditación con ellos y los trata con respeto. Godoy, más corpulento y vulgar, anda de escopeta en la mano y los trata como basura. Ramírez Pulido no es sutil al plantearlos, quiere que simpatizamos con Adolfo y a partir de la tensión de estos dos mueve algunos hilos narrativos. Godoy quiere ocupar el puesto de director, no cree en que la rehabilitación sea posible mediante buenas maneras.

La jauría no es una película fácil, está poblada de preguntas, de verdades incómodas, de violencia y, aunque parece totalmente fuera de lugar, de humor. Esto último es la jugada más audaz de Andrés Ramírez. La obra no es una comedia, pero algunas escenas están cargadas de un humor retorcido y satírico que complementa perfectamente el tono. Por un lado, permite momentos de livianos en medio de tanta infamia y por el otro, aumenta el impacto de los momentos de tensión que los suceden.

Por ejemplo, cuando vemos al recién ingresado Chucho hacer parte del inicio de la “terapia”, empieza siendo risible la acción de marcar de una lista de crímenes previamente seleccionados por Adolfo y admitir su culpabilidad. Los primeros ítems de la lista son convencionales: “ladrón”, “asesino”, “estafador”, pero los últimos adjetivos “bandido” y “malnacido” son más descabellados. La escena graciosa concluye con una secuencia en la que todos los internos recitan en coro la confesión de sus crímenes, otorgando un aire cultista que resulta incómodo y tenebroso.

Hacia el final del segundo acto uno de los presos se pronuncia en contra de Adolfo diciendo que anda “todo pepo por los pasillos” y recurre a otra serie de expresiones igualmente graciosas para referirse a su incompetencia. En la escena siguiente muere ahogado en una piscina atado de brazos y piernas. Adicionalmente hay otra serie de narraciones violentas dentro de la propia película, de muchachos golpeados y abusados sexualmente por sus padres, así como de varios homicidios. Las risas que provoca la película se silencian rápidamente por la violencia inmediatamente posterior que presenciamos.

Después del intento de fuga de El Mono, vemos cómo se cae esa fachada de filantropía del centro de rehabilitación. Adolfo mata a uno de los internos después de una noche de beber, replicando esos comportamientos paternos abusivos que tanto se ufana de no repetir y también nos enteramos de que el propósito del centro no es rehabilitar, sino utilizar a los muchachos como mano de obra para proyectos de construcción de privados y hacia el final hay un giro de tuerca peor cuando vemos a Godoy vender a dos jóvenes como mercancía.

Una observación adicional que me gustaría hacer sobre estas dinámicas de poder del centro es que resulta irónico el odio de los internos hacia su padre abusivo y su falta de respeto por Adolfo que cambia una vez este se comporta de forma autoritaria y cruel. Algo muy cercano a la realidad que añade un elemento adicional a esta problemática de la delincuencia juvenil.

Las impresiones que deja la película son fuertes, esta me invita a preguntarme qué tanto de lo visto es producto de la imaginación y qué tanto de esto ocurre o ha ocurrido realmente. La tradición violenta de nuestro país no está exenta de hechos ignominiosos y cosas como la venta de personas y los campos de concentración para jóvenes delincuentes, lastimosamente, no me parece fuera del espectro de posibilidades, menos aun tratándose de un grupo poblacional tan descuidado. Y por la forma como son retratados en La jauría, vincularse en bandas criminales y grupos armados parece la conclusión lógica de sus vidas.

El premio de la Semana de la Crítica de Cannes recibido por La jauría evidencia que internacionalmente el cine que habla de nuestra violencia se ve y se recibe bien. Las artes también tienen la opción de tratar temas de forma directa, herramientas como la sátira no sirven para comunicar sutilezas ni tampoco para sugerir nada. Ramírez Pulido no pretende apelar a todos los públicos, espera complicidad de sus espectadores, no seduce con preciosismo ni poesía. Su película está cargada de energía juvenil, es directa, punzante, lúcida y por estas razones, también incómoda.

*Escritor. Realizador de cine.

 

Lo miserable del ser humano

Resulta fascinante la confluencia de varios idiomas en la pluma de grandes escritores para darnos la oportunidad de disfrutar obras que de otra forma no hubiera sido posible acceder. En esta oportunidad tenemos originalmente al escritor polaco Joseph Conrad, con El  agente secreto, cuya versión original fue en inglés, con prefacio del prestigioso novelista alemán, Thomas Mann y la traducción al español a cargo del escritor chileno, Jorge Edwards.

Esta apropiación de la lengua del país que ha acogido a innumerables escritores, se ha dado con más frecuencia de la que creemos. Vale la pena mencionar al checo Milan Kundera, quien al tener que abandonar su país, escogió vivir en Francia en donde asumió su lengua e hizo todo su desarrollo novelístico con ella. Igualmente es digno de mencionar al cubano Guillermo Cabrera Infante, quien exilado en Inglaterra, utilizó el inglés como herramienta para plasmar su creación. Todos lo han hecho como tributo de gratitud al país que los acogió. Al respecto Thomas Mann acota:

El enamoramiento fortuito del modelo vital de otra nación, la emigración decidida y radical, la completa naturalización personal y espiritual en un ámbito extranjero, como si de la corrección por parte del intelecto humano de un error de la falible naturaleza se tratase, se repite al parecer con relativa frecuencia en la historia de la cultura y la poesía, y quien comparta la sana reverencia por lo natural… constatará con satisfacción una liberalidad en lo nacional cuyo resultado no ha sido la perdida de la cultura y la muerte intelectual, sino un logro intelectual admirado por todos los pueblos.

El nombre original del escritor polaco era Józef Teodor Konrad Nałęcz-Korzeniowski y al recibir la nacionalidad británica adoptó el de Joseph Conrad. Nació el 3 de diciembre de 1857, en el seno de una familia de la baja nobleza en BerdychivPodolia, hoy situada en Ucrania y por entonces en la Polonia ocupada por los rusos. Su padre combinaba la actividad literaria como escritor y traductor de Shakespeare y de Víctor Hugo con el activismo político al servicio del movimiento nacionalista polaco por el que sufrió una condena a trabajos forzados en Siberia. La madre de Josef murió de tuberculosis durante los años de exilio, él tenía ocho años,  cuatro años más tarde fallece su padre, al que se le había permitido volver a Cracovia. Lo recoge y ampara entonces su tío Tadeusz Bobrowki, pero a los diecisiete años Conrad deja Cracovia por Marsella y comienza su vida sobre el mar en un barco mercante francés. Esa experiencia cambiaría su vida ya que con ella nacería una pasión (que no abandonó jamás) por la aventura, por los viajes, por el mundo del mar y por los barcos.

Para él, el ideal del trabajo en la marina se centraba en la gran potencia inglesa y su poderío naval, lo cual lo alentó a aprender el inglés, pues no bastaban su polaco, su ruso y su francés, de esta manera su deseo se cumplió con creces y no solo pudo acceder al mar, sino al territorio británico, del cual llegaría a conocer a fondo la sociedad que lo conformaba, sus potencialidades, debilidades y demás características de la época.

Además de disfrutar en medio del mar, su destino elegido, supo plasmar esas vivencias en los relatos que nos dejó como novelas no solo de aventuras, sino de tragedias y desgracias, que retrataron lo mejor y lo peor del ser humano. Quedan como claros testimonios: El espejo del mar (2012), Lord Jim (1900), La locura de Almayer (1895), El negro del Narciso (1897), Nostromo (1904), La línea de sombra (1917) y El Pirata (1923). Merece especial mención la descripción que logró del despojo que realizaron los europeos a los nativos en el África de donde extrajeron el marfil y el copal canjeando estos por baratijas, esa narración la consignó en El corazón de las tinieblas (1902).

Si bien es cierto la mayoría de su obra fue desarrollada en relatos marinos en los cuales las vicisitudes, los peligros y las explosivas situaciones desencadenadas por los largos encierros y tristes penurias, no es menos grandiosa su elocuencia en las narraciones eminentemente terrestres, como lo resalta Thomas Mann:

Pero su masculino talento, su anglicismo, su amplitud de miras, su mirada incisiva, fría, pero llena de humor, su nervio narrativo, su fuerza y su seria alegría, no pierden un ápice cuando pone los pies en tierra firme y contempla, analiza y plasma con enorme equilibrio crítico y estético la vida social en tierra.

Este es el caso que nos presenta en El agente secreto (1907), en el cual podemos apreciar todas las intrigas de la época a través de la historia que ocurría en una embajada de un país oriental, en Londres, a la cual estaba adscrito un personaje muy particular, quien creía estar realizando un papel muy importante para la seguridad mundial, pero su contraparte, el primer secretario de la embajada, no pensaba lo mismo y luego de ridiculizarlo, humillarlo, menospreciarlo, amenazarlo y darle un ultimátum, supo utilizarlo en una operación miserable.

Esa mirada del diplomático sobre la estabilidad reinante lo perturbaba al punto de hacerlo afirmar ante el agente secreto:

–La vigilancia de la policía, y la severidad de los magistrados. La blandura del procedimiento judicial de este país, y la completa ausencia de medidas represivas, son un escándalo para Europa. Lo que se requiere ahora es un aumento de la intranquilidad, de la agitación que sin duda existe… El apego sentimental de este país por las libertades individuales es absurdo.

En esa charla tan poco amable y menos diplomática, se fraguó el destino final del agente y fue concluida con total claridad por parte del secretario: Usted no puede contar por mucho tiempo con sus emociones, sean de lastima o de miedo. Para que ahora tenga alguna influencia en la opinión pública, un atentado con bombas debe ir más allá de la intención de venganza o terrorismo. Debe ser puramente destructivo.

Esta sentencia de muerte desestabilizó al señor Verloc, quien no veía una salida clara a tan crucial encargo, que además era parte ahora de su labor so pena de perder no solo su empleo, sino su realización como persona, su prestigio y quien sabe que otras cosas más.

En medio de todo ese drama, Conrad nos va mostrando como transcurre la vida en esa sociedad, analiza el papel de los policías y los malhechores (quienes reconocen las mismas convenciones, y tienen un conocimiento práctico de los métodos del otro y de la rutina de sus respectivas ocupaciones), la burocracia, los círculos de poder y sus intrigas, los salones culturales, las labores de los anarquistas de escritorio o de arengas públicas, posando de peligrosos individuos, pero regodeándose con la sociedad que cuestionan y que muchas veces los amparan de supuestos peligros que les acechan de parte de sus perseguidores.

Conrad escribe como si estuviera actuando y sabe lo que especula el criminal y lo que considera el investigador, veamos ambos puntos de vista:

En todas las eventualidades que había previsto, el señor Verloc había hecho sus cálculos con una visión correcta de la lealtad instintiva y de la ciega discreción de Stevie. La   única eventualidad que no había previsto lo había dejado consternado, en su condición de persona humanitaria y de marido afectuoso. Desde todos los demás puntos de vista constituía más bien una ventaja. Nada puede equipararse a la eterna discreción de la muerte.

Y en cuanto al investigador: El valor práctico del éxito depende en no poca medida de la forma como uno lo mira. Pero el destino no mira nada. No tiene discreción.

En cuanto a la señora Verloc, es de resaltar la vida miserable que arrastra quien renunció a un amor de juventud, por preservar la vida de Stevie, su hermano limitado mental, a quienes acogió con cariño el señor Verloc en su casa. Ella se convirtió por motivos de gratitud, en una abnegada ama de casa, sin mayores exigencias y con mucha tolerancia y silencio frente a las extrañas actividades de su marido y sus habituales contertulios. Ella adoptaba el punto de vista frio y razonable de que mientras menos exigencias se impusieran a la bondad del señor Verloc, más probabilidades había de que sus efectos tuvieran una larga duración.

En esta tragicomedia Conrad retrata la sociedad de esa época, la cual no ha cambiado demasiado, al igual las relaciones de Inglaterra con el resto de Europa, parecen una copia un poco refinada de las actuales y asombrosamente el parangón del papel de Rusia frente a Occidente, ni para que profundizar más. Como vislumbró Nietzsche “el eterno retorno”, para bien o para mal.

*Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas.

Recolección de envases ILC

Como parte de su propósito de desarrollo sostenible consciente, la Industria Licorera de Caldas instaló cuatro puntos de recolección de envases de sus productos en sitios estratégicos de la ciudad durante la Feria de Manizales. Estas acciones hacen parte del plan nacional de recuperación de envases y empaques del sector de licores (ReLic), el cual lidera la ILC y con el cual se invita a los manizaleños y visitantes a ayudar a recolectar estos envases, lo que además de generar beneficios para el medio ambiente, también contribuye a la disminución de la madulteración y el contrabando de licores.

“Actualmente tenemos 4 puntos estratégicos donde se están recogiendo nuestros envases, ubicados en la media torta de Chipre, las Fondas y Arrierías detrás del Inem, Plaza de Bolívar y el Cable. Allí las personas que consuman nuestros productos podrán depositar los envases afianzando nuestra estrategia de economía circular, para
luego regresarlos a nuestros proveedores”, afirmó Andrés Elías Borrero Manrique, gerente general de la Industria Licorera de Caldas.

Aureliano Durán González, Profesional Especializado del área de Responsabilidad Social Corporativa de la ILC, agregó que además de buscar generar consciencia y cultura ciudadana del cuidado del medio ambiente, también se está trabajando con los recicladores de la ciudad para la recuperación de estos envases y generar un mayor
impacto.

Se recuerda que la Industria Licorera de Caldas está trabajando junto con la Asociación Colombiana de Industrias Licoreras (ACIL) en el programa ReLic, como respuesta a la resolución 1407 del 2018 del Ministerio de Ambiente. En 2021 la Industria Licorera de Caldas recolectó 1.245 toneladas lo que permitió cumplir la meta nacional de recuperación del 10% del total de envases y empaques de licor a nivel nacional, y en 2022 entre todas las empresa de licores del país se reunieron 4.789 toneladas, para un cumplimiento del 172% de la meta.

EL EXCESO DE ALCOHOL ES PERJUDICIAL PARA LA SALUD (LEY 30 DE 1986).
PROHIBIDO EL EXPENDIO DE BEBIDAS EMBRIAGANTES A MENORES DE EDAD (LEY 124 DE 1994)