Lo que va y viene en el saber, el hacer y el esperar

Palabras al recibir la exaltación de “Miembro Honorario” de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; Manizales, “Centro de Ciencia F.J. de Caldas”

(en el “Centro Cultural Universitario Rogelio Salmona”, viernes 23 de noviembre de 2018). Tomo en el título los tres elementos fundamentales de las preguntas formuladas por Kant al final de la “Crítica de la razón pura”.

Profesor Dr. D. Enrique Forero, Presidente de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, y Presidente del Colegio Magno de las Academias
Dr. Carlos Vargas, Vicepresidente de la Academia
Académicos de la dirección y corporados
Rectores, exRectores
Amigas y amigos, colegas universitarios y alumnos de la “Cofradía del Estudiante de la Mesa Redonda”
Familia mía. Livia:

Esta muy honrosa y sorpresiva “exaltación”, acentúa mi timidez y apenas consigo decir: ¡Gracias!, con la efusividad propia de quien es más dado a la intimidad y a la conversación en pequeños círculos. Al habérseme dado a conocer esa decisión, se me agolparon sentimientos con memoria en examen de pasado, sin dar con la razón que la motivó.

La Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales es benemérita, y en su cuerpo se han congregado científicos de diversas disciplinas con realizaciones de excelencia, que dejan impronta en sus
especialidades y en la institución universitaria, en historia que supera los dieciséis lustros, incluso con semilla en los albores de la República.

Para esta ocasión me he atrevido a pergeñar unas páginas que con la venia del Presidente y de ustedes pasaré a presentarles, sin otro ánimo que explorar en acercamientos de provecho.

Lo que va y viene en el saber, el hacer y el esperar

El entomólogo, estudioso de las hormigas, pionero de la sociobiología, Edward Wilson, expresó en libro suyo que “La mayor empresa de la mente siempre ha sido y siempre será el intento de conectar las ciencias y las humanidades”, en el sentido de una búsqueda incesante por la unidad del conocimiento. Apasionada pesquisa que tuvo como antecedente más notable, por lasrealizaciones científicas, a Alexander von Humboldt, quien en su monumental obra “Kosmos”, juicioso examen del mundo como una totalidad orgánica, se propuso el comprender la Naturaleza en sus conexiones e interdependencias desde el pensamiento, y llegó a referirse a la poderosa unidad de sus fuerzas que induce desarrollo de la inteligencia con la necesidad de embellecer la vida, en simultaneidad con el crecimiento de las ideas y en sus maneras de generalizarlas. Incluso el sabio prusiano fue más allá, al avizorar relaciones entre conocimiento, ciencia, poesía y sentimiento artístico.

Quizá bajo esas premisas pueda estimarse la idea de “puente”, en tanto enlaces o nexos que faciliten el establecimiento de diálogos entre las cosas o las situaciones, entre los saberes y los sentires. Puente es palabra para explorar sentidos, con lugar en lo simbólico, sin caer en la superstición.

Puente puede ser la idea de un desempeño en la vida académica y cotidiana, con intentos no siempre fructuosos de acercar manos, mentes y voluntades entre ciencia-arte-humanismo. Pero no faltan las personalidades emblemáticas en ese acercamiento. En los presocráticos y en la Grecia Clásica hay ejemplos. En tiempos más recientes, Albert Einstein y Bertrand Russell son paradigmas, visibles ejercitantes en aquella anhelada convergencia, con expresión de sociedad. Y sucesores de la talla de David Bohm, Rita Levi-Montalcini, Stephen Hawking, Roger Penrose, Edward Wilson, Richard Dawkins,… Con antecesores hispánicos como Miguel Servet y Santiago Ramón y Cajal. Y entre nosotros Rodolfo Llinás, Luis-Eduardo Mora-Osejo, José-Félix Patiño, Jorge Arias de Greiff, Moisés Wasserman, Darío Valencia-Restrepo, Antanas Mockus, Guillermo Páramo, entre otros.

Los medios más propicios en esa conexión suelen ser la literatura y la filosofía.

De recordar el diálogo de Platón, “Ion o de la poesía”, en el que se refiere que al regresar Ion de Epidauro con el primer premio en la confrontación de rapsodas de los juegos de Asclepio, Sócrates lo somete a un examen de reflexión acerca de su singularidad en el conocimiento casi exclusivo de la obra de Homero y le pregunta por la naturaleza de las varias artes. La manera de proceder de Sócrates,al ir hilando en motivos y razones, le lleva a estimar que en el arte de la poesía la inspiración y el entusiasmo permiten componer los
bellos poemas, sobrecogidos por la armonía y el ritmo.

Hay un poema de Marta Traba con la inspiración y el entusiasmo anotado por Sócrates, perteneciente a su libro “Historia Natural de la Alegría” que me ha inquietado como ingeniero de caminos y como encadenador de palabras, que lleva por título “Los puentes”, en el cual explora las maneras de percibirlos por las ciudades que tienen sus ríos. Pero que también en su nervadura se asoman a la copa del
aire, que juegan con husos fantásticos y arpas de la noche. Especiede cinturones para cuidar la castidad de las aguas en su estrechez, con el gozo de los días.

El misterio del poema parece resolverse al final, cuando aflora la música, la proyección sobre el agua de construcciones catedralicias, en ciudades herederas del medioevo, signo de frustración, en contraste con el renacer de la alegría y de la esperanza, de la ternura sin comunicarse, y de aquella luz recogida en las manos.

Los puentes de Marta Traba engloban el mundo del acontecer diario, con sentido del pasar, también del detenerse en percibir, disfrutar y dolerse. Percibir lo que ocurre, y desentrañar sensibilidades en los entornos. Es decir, los puentes son ocasión de diálogo, incluso en el silencio, o en el bullicio de la tragicomedia cotidiana. Un mundo de sucesiones en medio del oscilar del día en sus factores, y en el transcurrir del río como la vida, como la historia.

Podría pensar que es una manera simbólica de referir conexiones entre el mundo real y la fantasía, entre lo explicable por razones científicas y técnicas, y lo articulado con la palabra en las múltiples maneras de interpretación imaginaria. Aparece el pensamiento en las formas de manifestarse con razones y con metáforas. Los sentidos compiten, de por medio con la música, el musitar del agua, la canción del viento. La naturaleza cobra expresiones de diversidad, motivo del trabajo de unos y otros, en la ciencia, el arte, las ideas,…. el Humanismo.

El biólogo evolucionista Richard Dawkins, de prolífica, calificada obra, con “sobrecogedora destreza literaria”, dedicó su libro “Destejiendo el arcoíris” a desentrañar relaciones entre la ciencia y la poesía, en términos de la ilusión y del deseo de asombro. En ella escudriña con detalle aspectos de la expresión de baluartes de la poesía, con la tesis de los poetas poder ser mejor si echaran mano de la inspiración y del espíritu que alienta a los científicos, en la condición de la ciencia permitir el misterio pero no la magia. E incluso favorece la estima de ‘ciencia poética’ con base en los logros maravillosos de la ciencia, que dan para la emoción y para la elaboración expresiva en términos afines con la sensibilidad poética, de los artistas en general.

Dawkins en su obra da pasos para distinguir la “poesía buena” de la “mala poesía”, y alude a la “ciencia poética”, con los mismos apelativos de buena y mala. Su enfoque se encamina a mostrar lo funesto que es que escritores científicos o seudocientíficos apelen a escrituras literarias seductoras, para atraer incautos hacia laaceptación de teorías endebles o erróneas.

Es necesario diferenciar lo que es la poesía en la ciencia y lo que corresponde a la literatura. No resulta válido exigirle a la poesía literaria ser fiel a los postulados y teorías científicas, o de estar apegada a la realidad tal como es, o como es interpretada y descrita por los científicos. Auncuando cabe estimar la poesía realista que con belleza formal y rítmica alude aspectos del mundo real. Una cosa es la poesía en sí y otra, muy distinta, la ciencia con su estructura lógica, secuencial en la búsqueda de la verdad. La poesía literaria no tiene por qué ajustarse a esos patrones.

En tema de esta naturaleza es de recordar el estudio de una personalidad de la ciencia y el humanismo como fue Pedro Laín- Entralgo. En su ensayo “Poesía, ciencia y realidad”, asume con sentido de equilibrio la exposición donde delimita campos de la ciencia y la poesía literaria, con ejemplos de escritores connotados como Federico García-Lorca y Fray Luis de León, con parangón entre ellos. Lo de rescatar de ese ensayo es su especulación sobre la “verdad objetiva y exacta” y las “verdades subjetivas y metafóricas”, en especie de confrontación de experiencias de la realidad. Invoca, no sin utopía, la colaboración del “conocimiento científico” y del “conocimiento poético”, para una mejor comprensión de la realidad.

Mientras por un lado está el dominio de la razón, por el otro está lo fascinante en lo creativo, como recurso de expresión en el lenguaje. Ciencia y humanismo tienen más posibilidades de interconexión, de
diálogo, por los canales de comunicación que les resulta ser propios, con los artificios de la palabra y el pensamiento. Es natural, por ejemplo, que científicos al avanzar en sus desarrollos tengan que apelar a la filosofía, en conocimiento de la historia, incluso en técnicas de comunicación de hallazgos, y por las dudas y los fracasos. Einstein es el más protagónico en esos encuentros, de gran convergencia. La formulación incesante de preguntas, como método en la detección de problemas, conduce a la proximidad con las formas del pensamiento, en su pasado y presente. Por esa vía hay camino a lo que Goethe de manera intuitiva concebía como unidad que subyace en la Naturaleza, además de considerar que la mente humana tiene la disposición de abordar la esencia de todos los fenómenos. Otra evidencia de ese acercamiento, incluso “fusión”, es resaltada por Goethe en términos de simultaneidad admirable de naturaleza e imaginación, “poderosa y profunda”.

Trato de significar que la sensibilidad de un lado y de otro lo que permite es establecer el puente, aquella idea de la interconexión de ciencia y humanismo, con expresividad creativa en ambos campos, en singularidad en cada caso, pero sin identificar lo poético como causal o efecto en la ciencia, sino como dechado del logro. Por ejemplo, lo poético de la ciencia podría hacer puente con lo poético literario, y aún lo poético filosófico, en tanto el uso de expresiones o figuras metafóricas, meramente alusivas, o en los logros de impactante belleza, o de conmovedora realidad.

Asimismo, la figura de puente podría conducirnos, quizá, a la idea de consiliencia, expuesta por Edward Wilson, en obra fundamental suya acerca de la unidad del conocimiento, como ambición de dar
salto en la conexión de todo lo basado en varias disciplinas, con base en hechos y teorías, para llegar a un campo común de comprensiones, bajo la misma señal de Einstein de alcanzar la unificación del conocimiento, como cuestión fundamental. Es lo que en “Aleph” se ha llamado la “comprensión unitaria”.

Para terminar, volvamos a Marta Traba en su poema “Los puentes”, donde expresó:

Los he visto, paisajes, puentes, música,
capiteles del día,
iniciando el inacabable renacimiento de la alegría.

Muchas gracias.

Con todo en contra

Empecé a leer Los dormidos y los muertos (Rey+Naranjo, 2018) de Gustavo López por recomendación de un librero de Libélula Libros,  insistió tanto en su calidad y lo mucho que me podría gustar, que me lo llevé sin pensar mucho. Para recomendármela empleó una frase que aquí parafraseo: puede que a alguien no le guste el tema pero si le gusta la literatura, seguro encontrará aquí una buena novela.

Y es justo esa calificación de “buena novela” lo que más problematiza esa novela, pues tiene todo en contra para serlo: porque se centra en una familia clase media de un pueblo godo y frío como lo es Manizales; porque va a medio camino entre el tono de eufemismos y decorados propios del grecoquimbayismo y el lenguaje callejero, propio de la novela urbana; porque usa como pretexto la vida efervescente de un adolescente para guiar la narración… En últimas porque es un libro raro.

Es precisamente esa rareza la que lo hace un libro maravilloso, lleno de matices que lleva al lector a toparse con la infame historia colombiana sin caer en dogmatismos. Al leerlo, no es sorpresa hallar relaciones con autores como R.H. Moreno-Durán o Fernando Ponce de León.

Primero, nos propone un relato al estilo de la novela urbana. En ella se toman a los personajes y los persiguen por las calles, en los andenes como Manuel Mejía Vallejo en su natal Medellín: naturalidad y olor a asfalto; sentimos las voces, los pitidos, vemos el barrio obrero y la clase media, la iglesia y los parques, bares y cafés. Mientras esto tiene lugar, también ocurre un relato íntimo e intimista donde López usa esos cuadros naturalistas como un Chéjov paisa que narra la vida de la familia Almanza Plata.

Para unir esas dos escenas, se requiere de un uso del lenguaje igual de ambiguo. López emplea, como lo dije antes, los juegos floridos del grecoquimbayismo y también hace uso  el recurso del madrazo callejero, del dicho de mamá y de las máximas del barrio. Crea un matiz inquietante que deja en el lector una sonrisa por no saber si todo es un ejercicio mamagallista, o si en realidad el escritor es un tipo excepcional.

Este matiz, da origen al relato de una Colombia chica: un padre godo, una madre cansada de la política, un hijo mayor perdido, una hija que se niega al dolor de la degradación corporal; otro hijo de armas tomar y de izquierda, una hermana callada, un hermano adolescente y marxista; un hermano menor criado por la madre… miren el panorama y verán que es la fórmula del caos. Como este país.

También se narran, de fondo, las vidas de Laureano Gómez –el hombre tormenta– y Camilo Torres. Ambos tan diferentes y necesarios. Gómez, para darnos cuenta de nuestra entraña violenta, y Torres para descubrir cómo la violencia logra llegar hasta los cuerpos más sensibles. El resultado: una estampa de la Colombia de los 60s no muy diferente a la actual, con la radio de fondo y los ecos de tangos  como banda sonora.

Todo lo ya mencionado se amplifica y enriquece con unos personajes femeninos inquietantes. En esta novela los hombres parecen protagonizar todo: la historia, la violencia y las decisiones, pero en realidad son las mujeres las racionales y empáticas.

Leer Los dormidos y los muertos es ahondar en ese diálogo de Macbeth de Shakespeare en el que Lady Macbeth dice que los muertos y los dormidos son solo imágenes, están quietos y no hay por qué asustarse. Con esta novela nos damos cuenta que en esa quietud está la extrañeza, la complejidad y la belleza. Una belleza rara que radica en esa sinceridad y tranquilidad con la que López escribe sin pensar que tiene todo en contra para lograr  una novela buena o ganar adeptos. No lo requiere, pues su calidad habla por ella.

*Estudiante de Periodismo. Reseña libros @plumasynave en las redes sociales.