El manizaleño Carlos Mario Vallejo presentará su novela premiada, en la Filbo

El periodista manizaleño Carlos Mario Vallejo Trujillo presentará Los Sexualizadores, su primera novela, en el marco de la Feria Internacional del libro de Bogotá, los próximos 1 y 2 de mayo.

La primera presentación correrá por cuenta de la periodista y escritora Adriana Villegas Botero en el estand de Escarabajo Editorial, en el Pabellón 17 de Corferias.

Y un segundo evento, bajo la conducción de los escritores Hugo Reyes Saab y Eduardo Bechara Navratilova (propietario de la editorial), se efectuará en el Salón Taller 3 del mismo centro de convenciones.

El libro, que ganó el Primer Premio Nacional de Novela Jaime Echeverri, convocado en 2023 por la Editorial Escarabajo, se ambienta en varias épocas de Manizales. La historia recrea una empresa reeducadora a través de tres raptos en un barrio de esta ciudad, valiéndose de una voz en segunda persona que apela a la cotidianidad, la ternura y una visión libertaria y contemplativa que aboga por el amor libre.

La escritora Juliana Muñoz Toro, quien asesoró el proceso de escritura de la novela cuando era proyecto de grado del manizaleño en la Maestría en Creación Literaria de la Universidad Central, de Bogotá, se refirió a Los sexualizadores en los siguientes términos: “es la historia de un antihéroe absurdo o de un noble perdedor, al estilo de Ignatius Reilly en La conjura de los necios, que piensa que el verdadero cautiverio está en las etiquetas”.

Sobre Los sexualizadores, la novela premiada, expresó el jurado Juan Diego Mejía: “es una novela encantadora. Trata el tema del erotismo con una tranquilidad y una naturalidad que sorprenden. Celebro esta novela. Me parece que es valiente, experimental, contemporánea”.

La escritora Tatik Carrión, también parte del jurado del premio, expresó en su fallo sobre este libro: “Es una novela distinta. Nos pone a reflexionar sobre como abordamos la sexualidad en nuestra vida puede definir muchas cosas. Una novela que capta. Que llama muchísimo la atención”.

 

 

 

 

 

 

 

El manizaleño Julián Bernal Ospina presentará libro en la Filbo 2024

El escritor Julián Bernal Ospina, politólogo, columnista, escritor, magíster en Construcción de paz y columnista de La Patria, se presentará el próximo sábado en la Feria del Libro de Bogotá para conversar sobre su libro de cuentos De noche alumbran los huesos, una decena de cuentos recogidos  bajo el sello de la editorial Escarabajo.

“Estaré conversando con la periodista y editora de Vorágine Laila Abu Shihab. Será, sobre todo, un honor para mí estar ahí con Laila, una gran periodista de quien he tenido el privilegio de aprender. Ella también estará presentando su libro en la FILBO: Conversaciones fuera de la catedral”, anunció el autor, quien desarrolla una intensa actividad en la escritura no solo en el periódico sino en su página personal, en donde se pueden encontrar piezas periodísticas, cuentos y artículos de interés general. El encuentro será el sábado 20 de abril en el Pabellón 6 de Corferias.

El libro incluye diez cuentos, uno de los cuales da título al libro: De noche alumbran los huesos. Las demás piezas se titulan así: Monólogo de una estatua, Cicatrices en la espalda, Mundos paralelos, Después di mi nombre, El parqués cósmico, Crónica de un espejo doble, El corazón, La muñeca turca y Página 131-138.

En Bernal Ospina, también autor del libro Como un volcán entre los huesos, tenemos a “un joven narrador colombiano que tiene tanta habilidad para dividir su tiempo, que le ha alcanzado para ser politólogo, coordinador del Festival Gabo, constructor de paz, profesor universitario y becario de Idartes”, según estimó Octavio Escobar Giraldo.

“Rápido, furioso, como el tremor de un río desatado, un alud que carga barro, palos, troncos y arrasa todo a su paso, De noche alumbran los huesos nos muestra con gran sutileza lo perdidos que nos encontramos del verdadero amor, la debacle del mundo contemporáneo, el fracaso de todos los sistemas”, escribió el poeta, escritor y editor Eduardo Bechara Navratilova.

Estos relatos, apreció el columnista Camilo Vallejo Giraldo, “están entreverados, comunicados, con personajes que saltan de uno a otro relato. En ellos, la voz avanza en los invisibles, en las víctimas, en los testigos, en los arrepentidos; el protagonista del terror del poder es el objeto a revisar. Las estatuas juzgan a la institución y un amigo del presidente repasa cómo este llegó primero a ser alcalde a punta de verde chillón y megáfono”.

El manizaleño ha sido profesor en las universidades Autónoma y de Manizales.

*Periodista y escritor.

 

 

 

Caminante en llamas, “un encuentro con la estética”. Entrevista con Conrado Alzate

A pesar de su apretada agenda, que en esta ocasión apuraba al poeta colombiano Conrado Alzate a una reunión literaria en su Riosucio natal, Quehacer Cultural logró ponerse al habla con el bardo vía telefónica, a propósito de su nuevo libro: Caminante en llamas, que desde inicios del año recorre las bibliotecas públicas municipales del departamento y las manos de sus multitudinarios lectores.

Modesto como se ha caracterizado, debió esforzarse para recomendar su propia obra, una antología de los textos que han salido a la luz a lo largo de su dilatada carrera intelectual. “Aunque como le escribió cierta vez Federico García Lorca a Gerardo Diego, ‘yo podría hablar de todas las poéticas menos de una: la mía’, voy a hacer la excepción: en Caminante en llamas recojo el trabajo que me ha entregado la intuición, la imaginación, el buen uso del lenguaje, todo lo que me brindó la mucha lectura en estos cuarenta años de vida literaria. El libro es un encuentro con todo eso, con una carga de esoterismo, de una pulsión oculta. Ahí van a encontrar una selección de poemas que tienen algún goce, algún deleite; el libro es un encuentro con la estética”.

¿Por qué el título Caminante en llamas?

Es un viaje por el juego de la poesía, esa constante búsqueda. Ese regreso a las estrellas, que es finalmente de donde provenimos. Dentro del libro hay un poema que le da el título al libro.

¿Cómo fue el proceso de creación?

Cuando se ha trabajado mucho en la literatura como en mi caso, de 40 años como lector y como escritor, uno anhela reunir su obra. Mi selección personal. Tal vez los lectores se identifiquen con otros textos, pero es lo que uno quiere. Así como Porfirio Barba logró hacerlo. Algunos textos me generaron muchas dificultades. Uno creería que por ser un lector voraz ya de ahí esto le daría más poesía, pero también surge de las conversaciones, de las vivencias, del encuentro con el otro.

¿Con qué escritor vivo y muerto le gustaría sentarse a tomar tinto?

De los muertos con Carlos Castaneda, quien compiló toda esa sabiduría Azteca y Tolteca. Su secreto fue el dominio de la literatura, la sicología y la brujería y el chamanismo.

Y de los vivos podría ser con colombianos: William Ospina, Gabriel Arturo Castro, Mario Mendoza, Piedad Bonnett o Irene Vallejo, entre otros.

¿Tiene algún tipo de ritual para escribir poesía?

Soy un creador nocturno. Gran parte de mi vida he trabajado con el Estado y el problema es que el Estado lo absorbe a uno. Tontones uno termina convirtiéndose en un creador nocturno como Kafka, aunque él decía que aún en la noche persiste mucho el ruido. William Ospina dice que la poesía es una voz que te habla.

¿Cómo siente que un poema está terminado y cómo lo corrige?

Cuando estaba en el bachillerato yo ya escribía versos y siempre buscaba la generosidad de los profesores que me corregían. Pero un día se fueron, ya no estuvieron más. Así que me dije que iba a ser discípulo y maestro. Aconsejo leer los textos en alta voz, porque el oído es un buen maestro.

¿De qué autores se puede decir que bebe su poesía?

Homero me encanta. Hölderlin y Jorge Luis Borges. No podría dejar por fuera a César Vallejo, tal vez el poeta más humano que ha dado América.

¿Qué lugar ocupan, para un poeta como usted, las lecturas en vivo?

Me parece que son importantes. Yo comencé escuchando las lecturas de mi abuelo, a él le debo todo. Cuando salía de la escuela mi abuelo me estaba esperando para leerme historias de dragones, de princesas, de lejanos países. La lectura en alta voz tiene su impacto, y ahora los promotores han combinado ese ejercicio con la lúdica.

La pregunta cliché: ¿qué consejo le daría a un joven poeta?

Leer mucho. Cuando se está joven uno comienza a leer desorganizadamente. Pero en la medida que uno va leyendo, va adquiriendo ese rigor que exige el leer. Primero la lectura y luego la escritura. La persona que lee mucho, si no es escritor, alguna vez lo intentará.

*Periodista y escritor.

 

“Latitud Cero”

Afiche del lanzamiento de la novela de Mario Armando Valencia: Latitud Cero. Lecciones de equilibrio, que se realizará el 25 de abril a las 6:00 p. m. en la Pinacoteca del Palacio de Bellas Artes (Universidad de Caldas, Manizales, Colombia).

Casting

“Sumergirse en el caos y nadar”

Konrad Lorenz

Mario Armando Valencia escribe sobre Armando Valencia, Armando Valencia escribe sobre Mario Valencia… Mario Armando Valencia es al mismo tiempo autor y muchos autores de esta novela autobiográfica hecha con retazos de vida que también se ha imaginado-inventado y que, a manera de collage narrativo, entabla un diálogo con los collages del artista Robinson Obando. “Latitud Cero (lecciones de equilibrio)” es un testimonio en tono mayor, una constelación que gravita en torno a los equilibrios y desequilibrios de un escritor de profesión que deambula por infancias, adolescencias, mundos universitarios y académicos que han forjado un temperamento y un carácter de rebeldía y resistencia.

Esta reflexión que realizo en torno a la novela de Mario Armando, es una incursión de barriobajeros que se han entrelazado múltiples veces en sus territorios. Se lee en la breve reseña biográfica del autor: “Mario Armando Valencia Cardona (1969), del barrio El Carmen en Manizales, Colombia (…)”, lo cual indica que hay un reconocimiento de las raíces. El Barrio San Joaquín, mi territorio, limita con El Carmen, y las vidas del autor y la mía están cruzadas por experiencias y exploraciones de deambulantes bohemios por estos lugares populares que están en lo más remoto y profundo del origen de esta Manizales del alma.

El escritor de esta novela es de los que tienen carácter fuerte, de esos que se han enfrentado a los sistemas anquilosados que manejan los hilos de la cultura. Su actitud le ha generado animadversiones en los círculos intelectuales y académicos de la ciudad y de otros lugares en donde ha ejercido su talante artístico. Mejor dicho, muchos no lo quieren, mientras otros sí lo respetamos, y valoramos como trascendental su contribución al escenario literario local, regional, nacional e internacional (esta novela fue editada en Buenos Aires, Argentina).

Su obra es extensa, y va desde la poesía, el ensayo, la post-crítica literaria, la crítica de arte y ahora la novela. Obras como “Pequeñas historias acerca de la caída libre”, “Galería de muertes modernas”, “Efecto Rembrandt”, “Cascabeles para el gato: filosofía para poetas y poesía para filósofos”, “La dimensión crítica de la novela urbana contemporánea en Colombia” y “Ojo de jíbaro” dan testimonio de su oficio permanente como creador.

Mario Armando, con una sólida formación académica doctoral y posdoctoral en el exterior, además de ser invitado a eventos académicos en diferentes universidades internacionales, no ha dejado se expresarse en los ámbitos de la existencia desde el grito desgarrado de alguien que permite que en su ser resuenen los latidos de lo humano, propios y ajenos. Una escena que me impactó del libro refleja esto:

“Entonces yo, de manera mecánica procuro canalizar toda esa ira. La ira de no haber sido capaz de tomar el puñal en ese callejón y defenderme, la ira de no haber hecho venganza por el asesinato de mi hermano, la ira del despojo, de los años entre callejones, sopa y arroz con huevo, la ira del olvido y el abandono,  del desamor y el malquerer. “

Mientras Mario Armando hace estas reflexiones, frente a él está el homúnculo de pelo grasoso que le increpa su mal comportamiento, pero él no lo escucha, solo continúa tecleando fuerte para que los golpes sobre las letras suenen en todo el salón:

enrams a ver  que Bauelvon e e n u gjetoa aer  cna  den un   sjeuntona gg dn  nden gpprofrjrejrnfg ddnfldjfunfn ruksicvjaskd,ckcicifdjtfuamdejduttkfkdfdm. La grrriq a ee aaeoeaKMODAMAXAJFDFMJADJNJFNVUVUVNRUTURI. Habia q en r a la guerpr aorjqiuren nosnoanaudnavvnpamffam,.. No go de e  rfna a amoddjf   amamdkdkfkfkfksdf.. L  af er dcnje  a auna djdoid adjpderned dncdcks`lmnam.,. .

La escritura en ese momento es un borbotón de rabia, expresando todo el dolor que sale de su corazón:

N0  e sunao ma emrmg rgmsokjggfgkmbkbmk. E sa s e xpeirniic aknkaen axkdjfk  cocndon mannab e qaznemekadàodjj gffjvovnggkfjvngn aosidjkakasddaofdvafdjvgnafkaqjsidjj.

Este retazo del collage de Mario Armando es la “cima” de la “sima”, ese acorde supremo que sube hasta lo más alto y desciende a lo más bajo de la interpretación de la vida. Es la expresión del Mario frente al Armando, del Armando frente al Mario, en un juego peligroso de la tensión a lo “Jekyll and mister Hyde”. El autor, en su libro, es el libro mismo, una especie de Frankenstein remendándose a sí mismo en una sutura ontológica en donde se funden el creador y lo creado. Creatura bella y monstruosa que deambula en las orillas de la ciudad y de los recuerdos que vuelven una y otra vez como látigos de expiación perpetua. Es la epifanía del martirio moldeada en letras, palabras y frases que se instalan en la novela como un performance transparente y honesto de la vida propia.

A estas alturas de la vida, el autor no pretende exaltar la belleza… ni nada, solo recurre a la posibilidad de creación desde lo “sucio”, una suciedad que siempre ha estado maquillada porque es incómoda. Aquí, los rostros han sido despojados de sus máscaras y se acude a los mundos esotéricos del tarot, la magia, Jung y oscuros misterios arcanos para buscar en los mundos simbólicos esas otras posibilidades que de pronto están allí, ocultas tras las sombras, pero potentes y reales.

La única coordenada de esta obra es esa Latitud Cero que ni el autor tiene clara, pues su brújula gira y gira como el tango de Discépolo. Nadar en la mar-océano, sumergirse en aguas profundas y furiosas, salir a respirar… y ahogarse infinidad de veces… y llegar al otro lado, como el perro, con la punta de la cola seca, como indica el I Ching… esa es la ruta… una ruta trazada en el collage de letras, palabras y oraciones que divagan en elipsis de tiempos muy antiguos y muy nuevos, tiempos que pasan vertiginosamente creando la tormenta perfecta. En esta maraña existencial, orbitan las imágenes del artista pereirano Robinson Obando, que son la cartografía de la narración, en un bello collage expresionista, técnica de la cual es maestro. La obra plástica que acompaña la novela surge de una pasantía artística de Robinson en la residencia del autor en Popayán, en la cual, escritor y artista plástico cohabitaron durante meses en una acción de creación conjunta pletórica de misterio, magia, surrealismo y arte.

En esa amalgama forjada en los talleres de la imaginación y la memoria, Mario Armando (con sus textos) y Robinson (en imágenes) tejieron los mapas de rutas alucinantes, situaciones y personajes que renombran el pasado y el futuro. Allí también estoy yo, en la manera particular como el autor me incluye, en medio de otros y otras que, como flores del mal a lo Rimbaud, surgen de los pantanos de la existencia: Martín Rueda, el Flaco Claudio Mario, El Hipócrita Lector, Flavio Zapata, Homero Giraldo, Gil y Vásquez, Margot, Juan Manuel Lorca, Waldo Ospina, Edgar Checo, la femme fatale Cristal… formamos una comparsa funambulesca y ebria que deambula por las calles de Kumanday, como el autor nombra a Manizales.

Después de esta novela-tormenta que quita las máscaras como lo pregonaba Antonin Artaud, viene una calma, porque la vida es de vaivenes de tempestades y calmas, como bien nos enseñó Shakespeare, y esa calma se refleja bellamente en el último párrafo de “Latitud Cero”:

La doctora me recibe calmada y sonriente y me extiende una manta bordada en gruesa lana blanca. La recibo temeroso. Entre los hilos del tejido se asoman dos pequeños ojos azules celestes que vienen de allá, de otra latitud, de algún lugar ubicado por fuera del mundo.

Exposición

Cuelgo en esta columna, algunas de las obras expuestas en las paredes-páginas de la novela Latitud Cero, transformada en una performancia novedosa que sutura lenguajes gráficos y escriturales como obras de arte que giran una en torno a la otra. Los collages del artista pereirano Robinson Obando no son ilustraciones ni representaciones, son personajes en papeles que acentúan el barbarismo, la sinceridad y la espontaneidad de este trabajo creativo que podría acercarse a lo expresado por Artaud en su obra “El rostro humano”, porque en los collages de Robinson hay también muchos rostros.

Referencia bibliográfica: Valencia Cardona, M. A. (2024). Latitud Cero. Lecciones de equilibrio. Buenos Aires: Hespérides.

* Poeta, anacronista y pintor; editor de «ojo con la gota de TiNta (una editorial pequeña e independiente)».

El pasado configura el presente y avizora el futuro

Eva García Sáenz de Urturi (VitoriaÁlava20 de agosto de 1972) es una novelista española, diplomada en Óptica y Optometría​ quien trabajó durante varios años en esa profesión. Su vocación como escritora surgió a sus catorce años, cuando su profesor de Literatura le encargó relatar sus experiencias en un diario. Siempre ha estado vinculada a la literatura y ha ganado varios premios de relatos con sus primeros escritos.

Para su primera novela publicada en 2012 La vieja familia investigó y escribió durante tres años, luego fue traducida vendida en Estados Unidos, Reino Unido  y Australia. Después de Los hijos de Adán y Pasaje a Tahití, en 2016 publicó El silencio de la ciudad blanca​ una novela negra desarrollada en Vitoria. En 2017 publicó Los ritos del agua, la segunda entrega de Trilogía de la ciudad blanca y en 2018 Los señores del tiempo. Tras el éxito el Ayuntamiento de Vitoria y el Gobierno Vasco han creado varias rutas literarias con los escenarios de las novelas. En 2019 se hizo una adaptación para cine de “El silencio de la ciudad blanca”.  En 2020 recibió el Premio Planeta con la novela Aquitania, uno de los más vendidos con doce grandes ediciones y catorce traducciones. También colabora con medios como El Cultural, Qué Leer, El País, El Mundo, ABC, Woman y Telva. 

Sus primeros relatos de corte histórico le fueron dando seguridad en su escritura y decidió cambiar su estilo por la investigación criminal, para lo cual tomó cursos que le permitieran ambientarse en la organización policial y en la psicología de los asesinos, le sirvió de apoyo para desarrollar su serie sobre El silencio de la ciudad blanca, en donde se presentan una serie de asesinatos rituales con un intervalo de años entre los primeros y los últimos, el mismo tiempo en que el presunto autor estuvo encarcelado.

Las muertes tenían muchos elementos simbólicos: aparecían desnudos, eran parejas de la misma edad y sexo diferente, desconocidos entre sí, tenían apellidos compuestos, se llevaban cinco años entre cada par de episodios. Cada uno posaba tiernamente su mano sobre la mejilla del otro. Primero fueron dos recién nacidos, luego dos niños de cinco años, después dos de diez años y finalmente una pareja de quince. Los sitios de hallazgo de las víctimas también igualmente emblemáticos y en cada escenario aparecían unas flores conocidas como eguzkilores, las flores del sol. Aparecían ubicadas entre sus cabezas y a ambos lados de sus pies. En la cultura vasca era un símbolo de protección que se colocaba en las puertas para evitar la entrada de las brujas y otros maleficios.

Por los extraños crímenes en la ciudad de Vitoria, el afamado arqueólogo Tasio Ortiz de Zárate fue apresado por el inspector Ignacio Ortiz de Zárate, su propio gemelo y luego condenado. Después de estar en prisión durante veinte años, espera salir de permiso y esto conmociona a todos. Lo temido, una pareja de veinte años aparece desnuda y muerta por picaduras de abeja en la garganta. Después, será encontrada otra pareja de veinticinco años, asesinados en la Casa del Cordón, un conocido edificio medieval.

Que un hermano encuentre pruebas irrefutables de que su gemelo es el asesino en serie más buscado y estudiado de la democracia, que él mismo tenga que dar la orden de detenerlo cuando hasta la fecha eran inseparables como siameses… Ignacio se convirtió en el hombre del año, un héroe a respetar, el que tuvo los arrestos de dar la cara y hacer lo que pocos haríamos: entregar a tu propia sangre a una vida entre rejas.

Para atender esta tragedia, pues por la zozobra creada y el terror suscitado es apenas un calificativo adecuado, se asignó el caso al inspector Unai López de Ayala —alias Kraken—, experto en perfiles criminales, quien tenía veinte años cuando se inicio la zaga de asesinatos simbólicos, y desde entonces se había motivado para prepararse a evitar nuevos crímenes por lo cual había ingresado a la policía. Sus métodos no convencionales y menos oficiales preocupan a su jefa, Alba, la subcomisaria con la que mantiene otro tipo de relación, poco ortodoxa. El tiempo corre en su contra y la amenaza acecha en cualquier rincón de la ciudad. ¿Quién será el siguiente?

Lo más extraño era que estando el incriminado aun en prisión, ¿cómo se había iniciado un nuevo ciclo terrorífico? ¿Tendría un cómplice y el preso seria el determinador? ¿Cómo a través de internet lograba comunicarse con quien quisiera sin contar con los recursos tecnológicos? En fin, una cantidad de interrogantes que surgieron cuando Tasio Ortiz de Zárate pidió hablar con Kraken, este era su apodo de adolescente y ¿Cómo logró averiguarlo habiendo estado esos veinte años en la cárcel?  El correo era corto pero contundente. Kraken: Tú y yo podemos formar un equipo y cazar al asesino. Ven a visitarme hoy mismo. Esto es urgente, y lo sabes. Va a seguir haciéndolo. Con todos mis respetos a tus métodos de investigación, Tasio. Después de visitarlo para tratar de establecer una extraña forma de colaboración, con lo que le dijo le creó más confusión de la que ya tenia

 —Verás, tengo una ventaja en la que ahora mismo tú no crees. Yo sé que no soy el inductor de este asesino, y yo sé que no fui el asesino hace veinte años, por lo que me voy a centrar en averiguar quién sí ha podido hacerlo. Tú, en cambio, me tienes por el culpable de la primera tanda de asesinatos, y ahora vas a tener que investigar mi círculo para descartarme o no como inductor de los que van a venir. Eso te va a consumir un  tiempo precioso, que, no lo dudes, va a ser aprovechado por el asesino.

En medio de la premura y el desespero por evitar nuevos episodios, los investigadores han ido cometiendo errores que darán tiempo al asesino suelto y seguro, por todas las falsas pistas que persiguen. Al papá de una de las víctimas, optómetra de profesión por la extraña reacción, casi indiferencia  ante ese asesinato, lo visitan en su establecimiento, lo interrogan y luego le hacen seguimiento a su camioneta en donde trata de deshacerse de ropa de su hija y papeles que resultan ser recortes de prensa de todos los asesinatos cometidos. Era solamente obsesión con el tema. Además de la reprimenda de los jefes quedaba no solo la frustración sino el desasosiego por el fracaso y el temor latente de la aparición de nuevas víctimas.

Luego vendría una confrontación de Kraken con Tasio en la que no solo se siembra la duda sino que se dan razones para ella.

— ¿Y si fue tu hermano, y fue él quien te tendió una trampa? Dime que no lo has pensado a lo largo de estos veinte años. Te hiciste criminólogo, te obsesionaste con el caso, te has pasado dos décadas en una celda analizando tramas, motivaciones, sospechosos, perfiles. ¿Cómo es que no estás tratando de persuadirme de lo más evidente? ¿No sería   normal que intentases hacer con él lo que él hizo contigo? ¿No sería normal que me   dijeses: «Fue él, me tenía envidia. Era policía, puso las pruebas, conocía los informes, los manipuló»?  Ignacio podía hacerlo, él lo tenía todo a su alcance. Todo para que parecieses tú. Dime que no lo amenazaste, dime que no le juraste venganza cuando salieses de la cárcel. Dime que Ignacio no debe tener miedo a que salgas ahora y os veáis las caras ahí fuera, sin cámaras, sin rejas.

 —Dime que no has pensado en que pueda ser él otra vez, que busca incriminarte precisamente ahora para que no salgas. Que encontrará la manera de que parezcas el inductor.

Al trabajar sobre esa hipótesis les permite ir acomodando los hechos, las circunstancias y las posibles motivaciones, pero van apareciendo cabos sueltos que van desbaratando lo que se creía resuelto. Solo una mirada escudriñadora al pasado, aun antes de haber nacido los hijos del poderoso industrial Javier Ortiz de Zárate, dueño de Ferrerías Alavesas, será el médico Álvaro Urbina quien evitará el suicidio de doña Blanca Díaz de Antoñana, prometida del industrial quien siendo solamente su prometido, ya ejercía sobre ella violencia. De ese encuentro con el médico nacería una relación más que entrañable y sería él mismo con su enfermera, quienes atenderían en febrero de 1971, su parto el cual desencadenaría toda esta tragedia.

 —Miren, hay… hay matrimonios que acogerían a este niño como propio, conozco uno en Izarra —susurró la enfermera—. No hablo de una adopción legal. Doctor Urbina, usted sabe que en la clínica a veces nos saltamos los protocolos, hay muchas situaciones que no se contemplan. Siempre hay madres solteras de buena familia que vienen a Urgencias después de disimular todo el embarazo, y no quieren que sus familias se enteren. En esos casos se los entregamos a matrimonios que están desesperados por tener hijos y Dios no   les ha concedido ese regalo. Yo sé de uno que está esperando nuestra llamada desde hace tiempo. El doctor Medina lo hacía desde siempre, y yo… ya saben: ver, oír y callar.          

El escudriñar el pasado nos permitirá conocer situaciones muy dolorosas, abandonos, humillaciones, violencia familiar, envidias, resquemores, ilusiones y decepciones que van configurando o deformando a las personas y ansias de surgir incluso sacrificando a otros para obtener lo usurpado.

En todo este largo proceso, la aparición de un hacker posibilitaría la comunicación con Kraken y el recaudo de algunas pruebas esclarecedoras. El paciente y minucioso estudio de todas las situaciones concomitantes con los primeros asesinatos, la nueva modalidad en los más recientes, el análisis de los rituales y la suspicacia de los investigadores llevaría a descubrir una dolorosa y terrible verdad, esto después de más muertos, insondables tropiezos y riesgos casi mortales. La tensión se mantiene en toda la lectura y el desenlace nos deja casi sin respiración al constatar que  todo acto puede trascender y traer consecuencias inesperadas como la narrada por esta genial escritora.

* Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas

La muerte de las manos humanas

El 10 de marzo de 2024 se cumplieron 100 años del nacimiento del periodista, cronista, ensayista y poeta manizaleño Jorge Santander Arias. Fue Jefe de Redacción, columnista y Subdirector del diario La Patria, cargo que ocupaba en el momento de su muerte, profesor de historia del arte durante muchos años en la Universidad de Caldas, institución donde se le confirió en el año 1974 el título Honoris Causa en Filosofía y Letras.

A su obra se refiere el escritor Orlando Mejía Rivera en el prólogo del libro Subrayados que se espera edite la Universidad de Caldas este año cuando también se cumplen, el 18 de septiembre, 50 años de su fallecimiento.

Subrayados ha sido extraído, otra vez, del baúl de su padre por su hija María Virginia Santander y espera que nuevos lectores descubran lo que las antiguas generaciones no fueron capaces de ver: una obra de calidad literaria indiscutible, que es múltiples libros en uno solo, una especie de holograma de los poemas, ensayos y novelas que no publicó su autor en la vida y se encuentran in nuce aquí. Subrayados merece lectores atentos y ellos encontrarán a cambio golosinas intelectuales y vitales que perdurarán en su gusto literario y agregará otra capa geológica a la tradición cultural de la ciudad. Por último, me atrevo a plantear que en la historia del periodismo colombiano la columna de Jorge Santander Arias fue una de las primeras de Semiótica Cultural que tuvo el país. Esto solo bastaría para que esta obra cobrara vigencia y actualidad”.

La siguiente es la crónica que abre el libro Subrayados, precisamente el nombre de la columna que mantuvo en La Patria durante un largo tiempo.

I

La muerte de las manos humanas, piezas de museo. Para el amor, para el adiós, para la oración. Apología y vituperio de las manos.

Siento misericordia, congoja, nostalgia, por el destino de las manos humanas, enfrentadas a un definitivo proceso de insubsistencia, de decadencia laboral, de parásita inutilidad. Pobres manos del hombre que, dentro de poco, merced al acaecimiento irresistible de la técnica, ya no servirán más que para faenas tan inútiles como acariciar en la media hora del amor la carne adorada, saludar, o tal vez, unirlas en atrición para orar por el destino del resto del cuerpo, que quizá, dentro de poco, tampoco tendrá razón de ser….

La herramienta mató la mano, así como el libro mató la catedral y la catedral el abstracto pensamiento de los hombres sagaces. Un registro inmenso, gigantesco de aparatos subsidiarios, hace inútil la labor de las manos. Ya no son precisas para nada, fuera de las mencionadas y poéticas actividades que, tal vez encontrarán subsidios diferentes para aflorar, buscar, tergiversar y eclosionar. Pero esa extremidad, tantas veces confundida con una flor, con un pañuelo, con cinco lágrimas surgiendo de un párpado inmenso, será ya pieza de museo, guante inerte, colgante sin oficio, caldo sobre el cuerpo del cual fue indicativo, sin porvenir, sin esperanza, sin fugitivo ímpetu, definitivamente extinta. Pobres manos humanas que desde el principio del mundo constituyeron la gran curiosidad de los hombres, la sinigual herramienta que ayudó a conquistar al universo, al cuerpo gemelo, las distancias, la escritura, las primeras y últimas apetencias artísticas. Las que descubrieron el fuego y el agua, las que recamaron de cuidados la piel tribeña, hosca, sucia, correosa. Las que intentaron todos los milagros del amor y del odio. Las que supieron matar y perdonar, bendecir y despedir. Pobres manos humanas, sacrificadas inútilmente, lacias, temblorosas, artísticamente petrificadas.

La invención de máquinas que sustituyen todas las normales actividades de las manos humanas, acabará, dentro de pocos siglos, con todas las actividades contingentes de éstas. Mientras, se necesitarán para fabricar esas industrias que habrán de desplazarlas. Máquinas de escribir, de afeitar, de moler, de sembrar, de peinar, de volar, de pintar, de imprimir, de levantar, de caer, de subir, de cocinar, de recolectar, de arar, de distribuir, de seleccionar. Para las manos, solo botones que reducen, que reducirán su vigor, y su iniciativa. Y pronto, en vez de botones, una simple orden oral, una elocución, que, por medio de vibraciones conmoverá el mundo, abrirá la ventana a la vorágine, al ruido insistente de miríadas de tornillos y de gases, que hará posible la guerra, la conquista de nuevos mundos, el entierro definitivo de todas las esperanzas sencillas.

Y para las manos que: el amor, el saludo, la oración cuando la mano izquierda quiera saber lo que hace la derecha. Nada más. Actividades de jubilado, de impotente, de ser al borde de la ataraxia, casi de la parálisis, de la ataxia locomotriz. Pobres manos fugitivas que crearon el mundo sucedáneo, que supieron roturar la tierra y tocar el piano, conmover los espacios, fijar sobre el papel las grandes puntualizaciones universales, alimentarse y alimentar, caer sobre el regazo de la tierra, o levantar sobre el pavés al más grande, sobre el lecho a la más hermosa.  Pobres manos humanas, definitivamente proscritas, caídas sobre la base del cosmos, legendariamente ausentes de todo lo presente.

El hombre ha sido infiel a la concomitancia adicta de sus manos perdidas. Las ha dejado atrás en su camino de sueños y de frustraciones, ha caído, sin ellas, en la trampa de lo exacto, de lo demostrable, en la honda encrucijada de lo experimental, de lo fríamente empírico. Dejó atrás sus manos, lacias cortadas, que durante miles y miles de siglos tuvieron siempre la iniciativa poética, el lírico estremecimiento del viaje hacia lo desconocido.

Alguien, alguien muy grande, debería cantar a las manos del hombre, antes de que haya que cortarlas y meterlas en una vitrina, entre algodones, para asombro de los mortales de dentro de un millón de años. Alguien muy grande, muy poético, muy amoroso debería describir, para los próximos milenios ardientes e insistentes, la perdida virtud de las manos de los hombres, claves para la vida y para la muerte. Alguien debería describir su aurora, su apogeo, y su ocaso, decir de su fuerza, de una imantada fiereza, de su tacto, de su lascivia, de su odio y de su consumación, de su gesto de su arrogancia, de su castigo y de su muerte. Sobre todo de la muerte de esas manos inútiles, cargadas de pecados y de sueños. De caricias y de adioses. De estas manos que supieron el misterio de la vida y lo olvidaron, que no supieron abrirse en amor, cerrarse en unión, elevarse a los cielos para pedir el gran seguro de esperanza.

En el viñedo de don Adán

Casting

Acabo de recorrer otro cultivo poético de don Adán López. Se trata de un viñedo del cual ha fermentado los poemas que aparecen en su libro: Lo que el otoño me dejó y cantos. Sus vinos están embotellados delicadamente y los tonos oscuros y misteriosos de los tintos se iluminan con los rayos de los claros elíxires. Cada recipiente de cristal tiene en sus etiquetas las palabras que expresan el contenido y los sabores. Delicados o fuertes aromas de jardines, todo depende del año, el momento del día o la noche y la concurrencia de los elementos naturales. Esto solo se puede apreciar al destapar los corchos.

Don Adán es ante todo un viticultor de la vieja escuela romántica: “Todas las noches, las estrellas miran desde arriba y ven cómo sufre quien espera y ve que lo esperado es falsedad, que se presenta cual una aparición ligera, una exhalación nada más. Ese algo es ilusión, mentira, sueño; una locura, un divagar, un ir sin saber hacia dónde” (Tiempo sigiloso). Porque los románticos se refugian en las cavernas platónicas de sus almas y desde allí, aunque rehúyen el barullo de la sociedad, sueltan los suspiros y lamentos como susurros de vientos sutiles.

Veo una rosa bajo los hilos de la lluvia. Se estremece, pero no cae. ¡Pobrecita, azotada por el viento y sin consuelo! Flor de aflicción entre las tormentas azarosas de la vida. La vi crecer y languidecer. Luego la contemplé desplomándose hacia el nadir, como se hunde una estrella después de haber hecho su recorrido por la vasta región del infinito” (Rosas bajo la lluvia de noviembre). Poema en memoria de Rainer María Rilke, de quien bebe también sus vinos tormentosos y apasionados.

El corazón del poeta palpita en cada sorbo, y lo impulsa a dedicarles a sus amadas letras teñidas de nostalgia, en este caso a Juliana: “Con mis ojos recorro el camino que conduce al lugar en donde tuve mis afectos. Cansado, vencido, reticente e infiel, soy quien soy, un Ulises que el cielo no rechazó, ni tuvo en cuenta”. Así, peregrino del amor, se extravía en los laberintos del camino y se atreve a desafiar lo divino: “Te doy mi bendición, ángel travieso, y no preguntes siquiera por mi nombre” (Bendición).

El poeta bohemio y delirante también vislumbra el sufrimiento y dedica su inspiración a quienes el poder humilla… “también los brotados del seno de la tierra, como buenos hijos del Universo, pueden alzar la voz y proclamar su identidad al infinito” (No solo lo dorado). Sus andanzas se extravían en la memoria, porque “son las hojas del libro sagrado de nuestra propia historia. Algunas son tan negras como el cieno; otras tan blancas, que relumbran como los cristales bañados por la lumbre matutina” (Lo que se dice). En la penumbra, antes de apagarse, la memoria deambula… Don Adán arrastra sus palabras fatigadas desde la infancia, pues martirio y pesadumbre han sido sus compañeros en el divagar insomne.

El poeta es el héroe, viejo y cansado, frustrado y víctima de su propia creación y anhelos: “Es recomendable llevar una vida agitada y buscar todos los medios para morir joven. Después que nadie diga que no se divirtió. Tener muchos amores y marchitar las flores de su florido Edén. Eso sería lo ideal, pero la vida no es algo que se pueda programar con entera precisión” (Para ser un héroe moderno).

Al final de los días, en el ocaso, ya la mirada cansada y el cuerpo espectral, el horizonte es oscuro y el mar no es mar, “otra mancha verdosa de aceite baña la playa desolada, haciéndola más sombría que una enorme montaña. El puerto sórdido repleto de turistas y de restos de naufragios que no sé cómo ocurrieron” (El papel).

El canto se vuelve eco, tropezando torpemente por paredes y abismos… dejó de ser trueno y ahora es murmullo,

El círculo de la luna tras la palma.

Una hostia que habla

sin palabras.” (Cantos de luna)

Así, don Adán se hunde en el torbellino del tiempo, en una renuncia silenciosa que lo lleva hacia esos mundos que trató de alcanzar con sus palabras; de todos modos, algo queda:

En una pupila, asoma una perla transparente. Grande es el dolor que la ha arrancado de la parte más oculta, en que las cosas secretas se quedan aletargadas, como en un lago silente. Los arcanos tienen llaves que encierran mensajes indescifrables” (Una lágrima).

Referencia bibliográfica: Adán, L. (2023). Lo que el otoño me dejó y cantos. Medellín: Magenta Editorial

* Poeta, anacronista y pintor; editor de «ojo con la gota de TiNta (una editorial pequeña e independiente)».

El poder de la imaginación

Algo que definitivamente caracteriza al ser humano y así lo diferencia de los desarrollos tecnológicos, es la imaginación, con la cual se recrean otros mundos, se idealizan situaciones, se posibilitan todo tipo de opciones, y así logramos escapar de la rutina, vislumbrar otras posibilidades a lo establecido y en general gozar plenamente la vida.

Los grandes inventos se han logrado desarrollar cuando se echa a volar la imaginación y con reglas claras que rigen el universo se concretan esas ideas que nacieron de esas idealizaciones. Por eso los sueños y las utopías han sido tan importantes para el avance de la ciencia en todos sus ámbitos. Al respecto el escritor Claudio Magris sostiene: Utopía significa no rendirse a las cosas tal como son y luchar por las cosas, tal como deberían ser. Y qué decir de los escritores, verdaderos demiurgos que definitivamente son quienes nos posibilitan sustraernos del mundo real y ubicarnos en otro tan posible dentro de las reglas con que lo construyeron y que debemos aceptar para comprenderlo.

Así como los escritores nos ponen a disposición sus creaciones, también nos presentan a sus personajes con iguales capacidades de ensoñación e imaginación, que nos permiten así disfrutar esas historias que ponen a nuestro alcance. La imaginación no es atributo exclusivo de los niños, pero el asombro que produce en el ser que la utiliza, es aquello que vamos perdiendo con el paso del tiempo. El niño que llevamos dentro lo opacamos con la seriedad que creemos necesaria en el adulto por eso no solo hemos perdido la capacidad de asombro, sino el gozo de ser o sentirnos como niños.

Como todos los artefactos creados por el hombre son en sí inocuos, es el uso que les demos lo que los puede hacer benéficos o letales, imprescindibles u opcionales, útiles o perjudiciales, y así podríamos tener un amplio espectro de opuestos, pero es suficiente. El hombre siempre ha buscado expandir sus capacidades físicas e intelectuales y lo ha ido logrando con los artefactos que ha construido. A veces esos mismos dispositivos se convierten en apéndices de su cuerpo como si fueran cyborgs (“organismos biológicos que usan la tecnología para ampliar o mejorar sus capacidades, sentidos y formas de relacionarse con el mundo”). Es así como vemos a personas con audífonos, implantes en sus cuerpos y otro tipo de extravagancias, por ahora. No está lejos el día en que muchas personas logren reintegrarse a la sociedad, gracias al Neuralink, un chip para el cerebro que pueda suplir funciones perdidas por accidente, enfermedad o congénitas.

Hemos llegado a extremos tan perjudiciales con el desmedido uso de los celulares, que además del aislamiento en el que estamos inmersos, la dependencia de él nos hace no su amo, sino sus siervos, además de que ha sido usado indebidamente con los menores, irresponsablemente entregándoles uno para evitarnos conflictos o más cruel, para entretenerlos mientras hacemos otras cosas en lugar de estar con ellos. Al respecto en el diario La Patria el lector Orlando Salgado Ramirez, afirma: La naturaleza audiovisual de los niños los hace especialmente vulnerables, y convierte el celular en su juguete y pasatiempo predilecto. La vulnerabilidad en los infantes es mayor cuando los dispositivos son usados como señuelos para obtener de los padres el permiso para usarlos. Por sus compromisos laborales, madre y padre están sin energía para atender las necesidades emocionales de sus hijos y responder a sus preguntas y juegos.

Más impresionante es lo narrado por la columnista de El Tiempo, Yolanda Reyes, sobre la forma de entretener un bebé con melodías del celular o destellos de juegos de luces. Afirma en su columna  “Niña robot perdida en la pantalla”:

Aunque las neurociencias tienen cada vez más claros los efectos negativos de las pantallas durante los primeros años de vida, así como han revelado los peligros del   consumo alto de azúcar en los niños o de alcohol en el cerebro inmaduro de los adolescentes, todavía hay poca consciencia sobre lo que significa restringir el movimiento natural de los bebés y de los niños, para domesticarlos y pacificarlos con ese             sucedáneo de experiencia bidimensional que emiten las pantallas.

Este marco nos permite ubicarnos en el relato que nos brinda Adriana Villegas Botero (Manizales, 1974), escritora, columnista, periodista y abogada. Doctora en literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira y magister en estudios políticos de la Universidad Javeriana. Recibió el premio Simón Bolívar de periodismo en 1999 por el cubrimiento de la noticia sobre el terremoto en el eje cafetero para el diario El Espectador. Autora de la novela El oído miope, el libro de cuentos El lugar de todos los muertos y su última creación Sakas.

Como ella misma lo dijo es un libro para niños, sobre todo para el que llevamos por dentro, ya que las reflexiones a las que nos lleva su lectura, nos implica a todos, pues somos responsables por acción u omisión del desbordamiento del uso de los celulares, que a veces se trata es de una simple manipulación.

Camila la protagonista es una niña de nueve años, estudiante de tercero elemental, a quien su padre le ha regalado un celular para poder hablar con ella todos los días, después de haberlos abandonado a su hermanito bebé y a su mamá. Será a través de su teléfono y a escondidas, como conocerá a Sakas una especie de fantasma de aquellos que se alimentan de flores para extraer de ellas los colores que les permitirán manifestar sus diferentes estados de ánimo.

Estos fantasmas viven en cada ser humano y los protegen, una especie de ángel guardián, y solo lo abandonarán cuando ese ser se enamore, pues ya será autosuficiente. Por medio de sus charlas, ella llega a entender un poco mejor cómo funciona el mundo, pues le ha dicho, por ejemplo, que para estar felices es necesario haber estado tristes, circunstancia que le permite conocer los contrastes y así apreciarlos.

El poco tiempo que le queda a su mamá, después de regresar de la oficina, se lo dedica al pequeño y Camila muchas veces, no solo se siente desplazada, sino ignorada. Encuentra refugio en su celular y lo que logra con él. Por eso, Sakas quien le había dicho que ellos solo habitaban los humanos, encontró muy razonable manifestarle: Yo tenía que haberme metido dentro de una persona pero entré en este aparato porque vi que en esta casa tu mamá, tu papá y tú lo trataban, como si fuera humano.   

Son tantas las metáforas y tan bellas, que en su lectura encontramos no solo placer, sino respuestas a tantas inquietudes sobre la crianza de los niños, pues aunque tratemos de acertar, muchas veces nos equivocamos, y mucho.

La experta  Elizabeth Ramírez Correa afirma en su artículo en La Patria, ¿Las redes sociales en el banquillo?, el pasado 24 de febrero:

Pienso que a los adultos ‘responsables’, les falta conciencia, conocimiento y habilidades digitales para la vida, la crianza y la educación. Ser papá o mamá implica ir al ritmo de la sociedad, y eso incluye la apropiación de los mínimos tecnológicos, para velar por el cuidado de los niños y los jóvenes. Sin duda, también es tema de reglas al interior de un hogar y acá el ejemplo, cuenta de manera preponderante. Desafortunadamente los    adultos vivimos hiperconectados, vamos a ritmos frenéticos, y estamos más pendientes de  lo que ocurre en la pantalla que en la vida real.

La imaginación de Camila viene a ser su más grata compañía, al permitirle recrear imágenes que le facilitan su interacción ante la ausencia de otra realidad, sus elucubraciones sobre el comportamiento de los humanos, proyectado en su amigo imaginario quien le da respuestas que ella misma ayudó a construir, constituye no solo una nueva realidad, para no llamarla virtual, sino también otro tipo de inteligencia, tal vez, como la artificial, o el desarrollo propio de su inteligencia en formación. Serán muchas ensoñaciones o más bien aproximaciones. De todas maneras, complejo.

Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas.

 

Hernando Salazar Patiño: una memoria que nos habla desde la eternidad

Moriré un día del cual tengo ya el recuerdo.
César Vallejo.

¿Dónde estará ahora, Hernando Salazar Patiño? ¿Qué presagió habitará su nombre y qué paisaje irrevelado mirará con sus ojos de griego impenitente? ¿Posará su mirada en una relectura de André Maurois, François Mauriac, Albert Camus, Werner Jaeger, Honoré de Balzac, Colette, Jean Paul Sartre  o Julio Cortázar? Quizá haga parte de la lluvia, de la neblina enquistada en la montaña o de un camino crepuscular atiborrado de cantos de pájaros o volverá a escribir el poema a un árbol que siempre miró en la madrugada.

Por eso el amigo, el maestro, el grato conversador y el infatigable contertulio, nos habla ahora desde la eternidad insomne de su nombre. Desde la atalaya de su palabra.

Como José Asunción Silva, Hernando amaba escribir y leer en alta noche y se jactaba de reírse de sí mismo, como si ello fuera una emblemática disposición estoica, para hacer del humor lo más excelso de su pensamiento humanista.

Amó los libros, tanto como la palabra hablada y escrita y cuando estuvo en París, lo que hizo fue regresar a una cultura que tenia pirograbada en su alma y su memoria. En reciente publicación, en el Diario La Patria, del escritor: Eduardo García Aguilar, titulado: El viaje literario de Salazar Patiño, bellamente se enuncia el periplo del escritor en la cautivante ciudad de Paris y fue como una premonición de ese otro viaje que nuestro amigo y escritor estaba por realizar.

En su obra: El juicio en parábolas (Editorial: Universidad de Caldas. Manizales. 1994), realiza con hondura una travesía por la literatura caldense, y deja un legado muy importante para  las futuras generaciones que se aproximen con asombro a su versátil y fecunda producción literaria. Su libro: Herejías (Editorial Imprenta Departamental. Manizales. 1983), lo leí con deleite y pasión cuando estudiaba derecho en la Universidad de Caldas, y es un texto llamado a perdurar en el tiempo por su exquisitez literaria y porque es PER SE parte del itinerario de un pensamiento que deslumbra, en una cultura colmada de vanas fantasmagorías.

Como profesor de la asignatura: Historia de las ideas políticas, disfruté como su discípulo de una cátedra que hizo de la historia una emoción de creatividad, y de la cultura griega, el bastión del desarrollo histórico de la humanidad. De los muchos autores que me compartió y enseñó,  André Gide con sus obras: Los monederos falsos (Editorial Oveja Negra.1984) y, Los alimentos terrestres (Editorial Seix Barral 1982), ocuparon inolvidables tardes de neblina y lluvia tomándonos un café en su departamento o caminando por la carrera veintitrés, hasta llegar a Sorrento para continuar con nuestro dialogo intermitente. Hubo noches también, en Manizales y en Bogotá, en nuestro departamento, donde  departimos con mi esposa: Isabel Cristina y con mi hija: Daniela , y otros amigos, de un delicioso  y fastuoso vino conversado, como símbolo ineludible de la celebración de la vida, del amor y de los encuentros fraternos e inevitables.

Ahora, Hernando recorre su biblioteca y busca un libro. Su libro. Lo acompañan sus peludas: Dharma y Hera. También sus gatos: Wong y Rosi, lo siguen en su incursión nocturna. Saborea un té caliente y humeante, y se sienta a leer en un cómodo sillón. Mira por la ventana la noche fría e infinita. Y evoca un poema de Pablo Neruda: Pensando, enredando sombras en la profunda soledad. Tu también estas lejos, ah más lejos que nadie.

Vi por última vez a Hernando Salazar en la Universidad de Manizales, cuando presentó mi novela: Diatriba de un ángel caído (Editorial Oveja Negra. Bogotá. D.C. 2022). Fue ese el último acto cultural al que asistió y precisamente en la academia que siempre tuvo para él un especial significado.

Nos despedimos esa noche en la puerta de su apartamento. Me fui caminando por las calles empinadas de Manizales, en una noche de augurios cabalísticos y entonces  entendí que el silencio de la madrugada y el silencio  de la muerte, se parecen.

Ahora que el alma de Hernando ha partido para el Oriente Eterno, aquí en Bogotá, en la soledad de mi biblioteca… Releo un libro… Herejías…

Y siento la presencia del amigo, del maestro, hablándome desde la eternidad…

En la foto, desde la Universidad de Manizales, Germán Eugenio Restrepo y Hernando Salazar Patiño.

* Escritor y abogado.

Bogotá D.C. Febrero 7 de 2024.

 

 

 

Amistad, pérdidas… venganza

Las palabras de tanto usarlas o mejor abusar de ellas pierden el impacto que se les quiso dar, hablamos de marginalidad, de miseria, de pobreza y no nos detenemos a pensar en las implicaciones que connotan. Esto nos lo explicita Gilmer Mesa en su vibrante relato La cuadra, con el cual inició su promisoria labor de escritor, además lo hizo sobre todo para exorcizar sus fantasmas que lo han acompañado desde la trágica muerte de su héroe, Alquivar, su hermano mayor, víctima de su propio destino, pues él mismo lo escogió.

La marginalidad además de sugerir el estar en los márgenes de algo y no en la periferia o en el centro, implica desventajas económicas, sociales y políticas. Puede ser efecto de prácticas explícitas de segregación o discriminación, que dejan, efectivamente, a grupos amplios de la población al margen del desarrollo social adecuado. En cuanto a la miseria, esta implica la pobreza extrema, o la desgracia o pena que padece una persona y este estado la lleva a una frustración permanente y a un no futuro.

Cuando leemos sobre las tragedias que han acompañado a esos seres marginales que han sido subyugados por las circunstancias y la ausencia del Estado, que han sufrido no solo privaciones, sino humillaciones, desplantes y falta de verdaderas oportunidades, nos hemos sobrecogido al ver tanta injusticia social, tanto desprecio por los seres humanos y tanta despreocupación por ese orden o mejor desorden social, pero no pasamos de ahí.

Gilmer Mesa (Medellín, 1978), nació en Aranjuez, barrio de la comuna 4 y ahí ha vivido siempre. Su barrio ha sufrido varias transformaciones, desde un sitio de desplazados de la violencia rural, luego un sitio marginal, después, en los noventa, una cantera de delincuentes en los aciagos años de la violencia que propició y protagonizó el llamado cartel de Medellín, hasta nuestros días, como un sitio muy pintoresco, ya incluido en el desarrollo socio económico requerido para su tranquilidad y prosperidad. A los pocos días de haber cumplido sus quince años, la pérdida de su hermano mayor, Alquivar, a pesar de saber cuál iba a ser su final, lo sumió en una depresión:

Por eso yo sabía la noticia antes de que tocaran la puerta, con ese saber que no se puede explicar ni enseñar, que solo la vida, el amor y la muerte se encargan de transmitir cuando se combinan y se confunden en una misma persona, en un mismo sentimiento, en un mismo sufrimiento o en una misma causa. … Ay, Dios mío, me mataron a mi muchacho…

Esa pérdida irreparable le sirvió de acicate para abandonar esa miserable vida, no por las carencias que implicaba, (pues, al contrario, era una de las formas de realizar los sueños) sino por la desgracia como se acaba, era como un código similar al que tenían los héroes griegos de morir jóvenes y en combate. Decidió otro camino y prefirió el estudio. Es licenciado en Filosofía y Letras y magíster en Literatura de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, de la cual es ahora profesor.

Todas las vivencias que tuvo en su infancia y adolescencia, ese despertar tan abrupto a la triste realidad, a esa despiadada pobreza, a esa indolencia de los gobiernos y a esa tenebrosa, pero real alternativa de progreso, serían los materiales con que construiría sus historias, que debía escribirlas para ahuyentar esos demonios internos y así realizar la catarsis necesaria para poder continuar, sin remordimientos ni culpas. Esa fue la génesis de su libro La cuadra, el cual sin mayores pretensiones lo envió en el 2015 al XII Concurso Nacional de Novela y Cuento, organizado por la Cámara de Comercio de Medellín y en el cual fue ganador.

El libro constituye además de un relato muy crudo, casi a veces brutal, un testimonio de una aciaga época en donde la vida era lo que menos valía, pues había otros valores superiores impuestos por una sociedad, por un lado, corrompida y por otro, indiferente, el dinero fácil y en cantidades asombrosas, lo cual era un imposible lograrlo, salvo las propuestas vigentes e impuestas por el cartel. Esto sedujo la juventud, amedrentó a sus padres y corrompió a la sociedad en todos sus estamentos, y por mucho tiempo acorraló a las autoridades.

El primer cambio fue de aspiraciones y perspectivas, pues hasta ese momento las ambiciones de los chicos se limitaban a tener un buen juguete o algo de dinero para un roca pastel y una gaseosa, pero esa época fue la de la avasallante invasión de los pillos y su forma de vida, con su derroche de dinero y su ostentación de valor y prestigio, auspiciada por el Cartel de Medellín a todos los barrios, y el nuestro fue          uno de los focos principales de exhibición de esa nueva y redituable profesión, lo que hizo que todos los niños y jóvenes de la cuadra y del barrio viraran hacia ese horizonte que proponían la esquina y la vida en el hampa, una existencia al límite, con mucho dinero y aparentemente fácil, en la que se premiaba justamente lo que la familia y la sociedad sancionaban, la rebeldía, la violencia y la temeridad…

 Así fue como perdieron la inocencia, que no sería además lo único que perderían, ya que este nuevo mundo que comenzaron a compartir, reconfiguraría muchos conceptos como el de familia, el de amistad, la lealtad, el mal y aparecerían nuevos códigos de ética, aquellas cosas imperdonables, como el irrespeto a la madre, la traición, la desobediencia, puesta a prueba para ingresar al grupo y que generalmente correspondía al primer asesinato de una interminable cadena que cada uno arrastraba.

Muchas veces una pérdida entrañaba la más encarnizada venganza que no se saciaba sino con otra pérdida mayor, como el caso de Sandrita, una jovencita en toda la flor de su belleza e inocencia, quien fue arrastrada con engaños por su novio Johan a una casa desocupada en donde una jauría de malandros la someterían a tal cantidad de vejámenes que en su vida olvidaría, ese era el llamado revolión. De esta asquerosidad le quedó a su novio una demencia que, primero la manifestó con un intento de suicidio y luego una esquizofrenia permanente. El mismo trato sufrió Claudia auspiciada por su novio Denis. De esa amargura de violación, además, le quedaría en sus entrañas un hijo, quien sería con el tiempo y su adoctrinamiento el encargado de vengar esa ignominia de afrenta.

Denis, el grande, salió desprevenido de su casa pasados cinco minutos después de las ocho de la mañana y ni siquiera notó que Denis, el niño, estaba a la zaga, encendió un cigarrillo y apenas tuvo tiempo de darle un pitazo cuando a su espalda escuchó la voz casi infantil que le decía: Esta va por mi mamá, perro hijueputa, mientras le descargaba el atabal del revólver en la cabeza y la espalda.

 El volverse hombres en un medio tan hostil y peligroso, fue muy duro, pero esa escuela formó a algunos, a otros los deformó y a la mayoría los desapareció:

 …la calle suplía con ardor la sed de aprendizaje y aventura propia de la edad, es en ella donde uno descubre las cosas esenciales para la existencia, la amistad a toda prueba, el amor correspondido, el desamor doloroso y sobre todo la viveza y la malicia para   enfrentar la ruda cotidianidad, es ahí donde se crean los códigos que se han de seguir el resto de los días y donde se le endurece el cuero para resistir los embates de la suerte y combatir o crear el propio destino.

 Pero lo más fácil ha sido satanizar esos muchachos de barriada sin implicar a los verdaderos culpables de ese infortunio, a los que medran a la sombra y son los principales beneficiarios de esa descomposición, los compradores de lo robado, los que mandan a matar, los que consumen lo ilegal, etc. no solo son la otra cara de la moneda, sino los generadores de esos males, además muchas veces, ni siquiera los considera como seres humanos que son:

 …el Estado nos estafa, los medios nos engañan, los dirigentes nos manipulan, la   sociedad nos desprecia, la justicia nos condena, la Iglesia nos reprueba y la vida nos mata, entonces se empieza a creer en supercherías y seducciones de personajes tan oscuros como sugerentes que saben endulzar la píldora para que el candoroso vea en su obrar la solución rápida a todos sus problemas. Eso explica de alguna manera el que este barrio, al igual que tantos otros de similares tesituras, hayan sido el caldo de cultivo ideal para los planes del cartel y que la mayoría de los jóvenes adolescentes y algunos mayores hayan optado por el crimen como forma de vida, o mejor sería decir, dado lo conciso de sus carreras, como forma de muerte.

 El narrador fue quien le tomó la foto al grupo de pequeños en una celebración de Halloween y por eso no apareció en la foto, eran los años de plena felicidad, de goce con lo más simple, en donde la amistad era tan sincera, desinteresada e inmaculada que hoy en día es difícil concebirla. Vendrían los turbulentos y tortuosos años de formación en los que cada uno participó tan activamente que ya de ellos no quedó sino la foto y la narración que implicó la revelación de ese rollo fotográfico que significó sus vidas y del cual logró sustraerse Gilmer Mesa.

Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas*

 

Dos nuevos libros de profesor de la Universidad de Manizales

La Editorial Aula de Humanidades publicó recientemente dos libros sobre cine de Carlos Fernando Alvarado Duque, profesor de la Escuela de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Manizales.

El primero de 248 páginas, se llama “Kinema-Grafías: escrituras antes y después del cine”, publicado en el 2023, obra que permite pensar diferentes problemáticas propias de las ciencias humanas desde un punto de vista estético, provisto por el séptimo arte.

Sin ser una obra que gravite sobre la naturaleza del cine, permite comprender la fuerza que este medio posee más allá de ser una forma de entretenimiento cultural. “En tal medida, se exploran fenómenos variados como la epistemología de la comunicación, el debate de los estudios culturales, la intertextualidad y la polifonía, la antropología material, el desplazamiento forzoso o la filosofía del cuerpo, a través de películas. El cine se convierte, en consecuencia, en un territorio para ilustrar las aristas conceptuales de los temas en discusión mediante imágenes, relatos y figuraciones. Se espera que con ello se borren, parcialmente, los límites entre el pensamiento abstracto y el trabajo concreto propio del arte”, explicó Alvarado Duque.

El segundo libro se titula: “Ensayos de celuloide. Materiales para a(r)mar el cine”. Este libro de 202 páginas busca medir el peso de las imágenes de un lado de la balanza, contra otros diversos objetos como la filosofía, el arte, los cuerpos, lo humano, los signos, los símbolos.

“Siempre el ensayo supone una suerte de balanza, un intento por medir cierto tipo de pesos. Dicho afán de jugar al equilibrio entre pesos y contrapesos se rastrea a través de una membrana, es decir, se revisa este movimiento de la balanza a través de un material sintético: la celulosa, que, con un origen francés y griego, supone tanto la idea de célula como la idea de semejanza. Es como si el cine operara captando la sustancia de las cosas y a su vez fuera un imitador, un engañador, el dios del simulacro. Por eso las reflexiones aquí contenidas, que ponen al cine de cara a otros ramales de la vida, se ponderan en la balanza, en el acto de ensayar, y se miran a través de un filtro, la celulosa que hace parte del ardid, del trabajo del buen arte”, aseguró el profesor universitario.

¿Dónde nacen las palabras? Una poética de la infancia de Maruja Vieira

Una casa de palabras

“Todo comienza en una habitación iluminada con una lamparita, con alguien que nos cuenta un cuento. O más atrás, con una voz que nos arrulla cuando aún no tenemos las palabras” (Reyes, 2016. p. 15).

¿Dónde comienza todo para Maruja Vieira White? Sus inicios como poeta tienen marcas epigenéticas. Para Maruja todo comienza con su linaje materno. Sus primeros arrullos fueron palabras poéticas que sintió en todo el cuerpo desde que era ovocito y luego embrión.

Su madre, Mercedes, leía en voz alta un amplio repertorio en el que cabían desde autoras locales, como Blanca Isaza de Jaramillo Meza y la boyacense Laura Victoria (Gertrudis Peñuela de Segura), hasta poemas, dramas y traducciones del español Felipe Cabañas Ventura. Su abuela materna, Rita Uribe Uribe, también era voraz lectora de poesía e historia y fue con ella con quien Maruja aprendió a leer. (Vieira, M. El nombre de antes. 2022)

Su infancia se desarrolló en medio de libros. Así lo confirmó Don Joaquín Vieira, su papá. “En nuestra casa hay libros, libros, libros…Es como un mar. Nadie ha visto a esta niña jugando, sino siempre leyendo o contándole historias fantásticas a Alicia, su muñeca”. (Vieira, Columna de humo. Memorias de Claudina Múnera, s.f.)

Maruja misma sabe que “La poesía está dentro de los seres desde que nacen. Luego se hace con ella, o no se hace” (Vieira, 2022, 7:30). No podemos asegurar que el gusto por la lectura y por la escritura de Maruja se debiera exclusivamente al hecho de haber nacido en un hogar en el que los libros y las historias fueran pan de cada día, pero, sin duda alguna, influyó, y mucho.

Nací en una casa donde los libros inundaban las habitaciones.  No recuerdo a qué edad aprendí a leer. Solo sé  que cuando me llevaron por primera vez al colegio, ya leía de corrido. Creo recordar que me enseñaron mi abuela y mi madre.  Y que siempre vi a mi padre con algo impreso en las manos. En cuanto a mi hermano, sus libros sufrieron los estragos de mis manos infantiles. Los doce años de diferencia que entonces nos separaban, se reflejaban en la clase y categoría de los volúmenes que yo sacaba de su biblioteca, no siempre con sanas intenciones. Parece que iluminé con crayolas una Divina Comedia ilustrada por Doré. (Vieira, Columna de humo. El libro, s.f.)

¿Cómo llega a convertirse la vida -las alegrías, las ausencias, el dolor- en poesía?  Parece que no hay una sola forma de lograrlo. Un camino es mirar al pasado y escribir desde los recuerdos de una niña, pero, de la mano de una mujer adulta —ella misma— que le sirve de vigía. Elegir las palabras honestas, puras y asombradas, como lo haría esa niña, pero con la dulzura de la mujer que acuna a su propia niña interior, que le cuida el recuerdo de una infancia feliz, aún consciente de lo que le aguarda. “Es necesario vivir y a veces es bueno vivir con el niño que hemos sido. De él recibimos una conciencia de raíz. Todo el árbol del ser se reconforta con ello” (Vieira, Columna de humo. El libro. s.f. p. 22). Maruja, la adulta, ya sabe que esa niña, su niña, será arrancada de su casa con geranios, también sabe de la muerte de su padre, de su madre y de su abuela, del exilio, del duelo eterno a su esposo amado.  Así rememoran juntas —mujer y niña— los tiempos de la infancia (Vieira, 2010, p.8).

Ahora viene una niña.
Corre llorando por la calle,
viste el traje blanco y el velo
de su Primera Comunión solitaria.

Cuando llega a mi lado
trae en los brazos
el gato negro
del que no quería desprenderse
cuando se la llevaron
a una ciudad distinta y lejana.

Niña y anciana
se funden en un tiempo igual,
que pasa y pasa
como la niebla, deshaciéndose
entre el sol y la lluvia,
la realidad y el sueño.

Hay en la escritura de Maruja tanta ternura y gratitud por lo vivido en sus primeros años, que no cabe duda de que escribir desde la mirada lúcida e inocente de su infancia es la manera de mantener intactos los recuerdos.

La infancia no es algo que muere en nosotros y se seca cuando ha cumplido un ciclo. No es un recuerdo. Es el más vivo de los tesoros, y sigue enriqueciéndose a nuestras espaldas… Triste el que no puede recordar su infancia, recuperarla en sí mismo, como un cuerpo dentro de su propio cuerpo o una sangre nueva dentro de su propia sangre: desde ella lo ha abandonado está muerto. (Bachelard, 1982, p.206)

Sabe Maruja que en esos primeros años se encuentra un gran tesoro. Volver a su infancia, contemplar de cerca la infancia de su propia hija, Ana Mercedes, y también a la de aquellos a quienes ha amado a través de los libros. Con recurrencia advierte en sus textos la fecha y el lugar de nacimiento de sus personajes. Maruja quiso mirar en un viaje imaginario “la huella de la infancia de Antonio Machado en las calles con floridos balcones antiguos” (Vieira, 1956, El viaje imaginario). Admiró el encuentro ininterrumpido que tuvo Federico García Lorca con su niñez “una cita con el niño que no dejó morir nunca en él. Vivió entre Fuente Vaqueros y Valderrubio una niñez feliz que no lo abandonó jamás” (Vieira, s.f., Federico García Lorca). Se enterneció con los primeros años de su hija Ana Mercedes, como lo plasma en su poema “Ana Mercedes y los libros” (Vieira, 2022, p. 56). Sabe Maruja que “la infancia ve el mundo ilustrado, el mundo con sus primeros colores, verdaderos” (Bachelard, , 1982, p.179).

Un libro y otro libro
ruedan por las alfombras.

Tus pequeñas manos
destruyen el orden,
dejan vacíos los anaqueles
y los libros
caen rodando por el suelo.

Y tú ríes. Tu risa
es una campanita de oro
que anuncia la poesía,
¡toda la poesía de la Tierra!

Una Maestra que canta a la libertad: Claudina Múnera

 La Atenas Latinoamericana. Así era llamada Manizales en los años 30`. La ciudad natal de Vieira gozaba de gran prestigio intelectual, era el centro de la arquitectura y el esplendor, vivió su Belle Époque (Castellanos, 2022). Misma época en que “apenas empezaba la defensa del derecho a la educación de todas las niñas y en la que las tasas de analfabetismo superaban en Colombia el 50% y eran incluso mayores entre las mujeres” (Uribe, 2006 citado por Villegas, 2023, .p.1) .

Maruja empezó a estudiar en el Liceo de Señoritas. Allí conoció a Claudina Múnera, “la profesora que estimulaba a Maruja Vieira para leer, era una docente que alternaba su labor pedagógica en el Liceo de Señoritas con un abierto activismo por la causa feminista”. (Villegas, 2023). Maruja le debe a su maestra que no fuera obligada a hacer manualidades, a coser y a dibujar, y que se le respetara el gusto por los libros. Fue su defensora constante en la escuela y conciliadora de las preocupaciones de su papá, Don Joaquín Vieira.

Señorita Claudina, ¿qué pasa con la niña? pregunta alarmado el papá […] no se preocupe, don Joaquín, es una niña distraída, pero inteligente. Digamos que pasa el año, con la condición de que estudie algo de las materias que perdió.  Dejémosle sus libros y su mundo…a alguna parte llegará. (Vieira, s.f.)

En otro fragmento, en una conversación entre Múnera y otra profesora del Liceo – la señorita Mercedes-:

–        ¿Qué hago, señorita Claudina, con esta niña? Enreda los hilos y vuelve la costura un desastre. ¿Qué voy a  hacer con ella?…
–        Señorita Mercedes, ¿en realidad qué sabe hacer la niña?
–        ¡Nada! No le gusta coser. Dice que no quiere coser con “guja”.
–        Pero, ¿qué le gusta hacer? 
–        Leer.
–        Pues entonces, ¡que lea! (…) Y de ahí en adelante todas las tardes, en la hora de costura, la dichosa niñita leía en voz alta a sus  compañeras. Los “fantásticos cuentos de duendes y hadas”. (Vieira, s.f.)

¿A alguna parte llegará? A pesar de la época en que nació, Maruja pudo llegar. Llegó gracias a su maestra Claudina Múnera y a la casa de palabras construida  en su entorno familiar.  Sugiere  Antoine de Saint Exupéry (1992. p.14), que la objetividad  que ofrece la adultez, ya está demostrado, aleja del asombro y de la imaginación. Solo retornando al espíritu de la infancia, se puede ver en el mundo todo lo que es invisible a los ojos. De eso saben los niños, por lo que recomienda “ser indulgentes con los mayores, pues nunca entienden nada por si solos” y hay que explicarles todo”. Además aconsejan -los mayores-, decía el principito, abandonar el dibujo de serpientes boas, y poner más interés en la geografía, el cálculo y la gramática.  

Maruja sabe, como aquel niño venido del asteroide B-612, que en su ser de niña se encuentran universos infinitos por contar. Volver la mirada a su infancia le permite recuperar los reinos de la posibilidad, de las historias y el extrañamiento. Es un acto de rebeldía ante los discursos cotidianos que insisten en educarnos, normalizarnos, moralizarnos, domesticarnos (Reyes, 2016. p 105).

Una niña en el exilio y muchos libros con alas

¿Y qué sabe hacer la niña? La niña sabe volar y “un ser que puede volar no debe permanecer en tierra” (Bachelard, 1982, p.175). Pues entonces que vuele, a alguna parte llegará. Pero, señorita Mercedes, para su tranquilidad, finalmente la niña también aprendió a tejer, no del modo en que usted esperaba. Cambió la “guja” por la máquina de escribir, aprendió a construir el nudo de una historia, a seguir el hilo de un relato, a bordar un discurso, a urdir una trama. La niña aprendió a tejer con palabras. Ya lo cree Irene Vallejo  (2023)

Las mujeres fueron las narradoras por antonomasia en los primeros momentos de la oralidad, y, al mismo tiempo que cocían, se contaban cuentos, se contaban sus emociones, se contaban sus historias. Y por eso utilizaban las metáforas de la costura y el telar.

No es casualidad que textos y textiles sean palabras emparentadas. Tejer y narrar son dos habilidades que se desarrollaron al mismo tiempo, aunque de este hecho poco o nada haya quedado registrado en los libros de historia.

A la edad de nueve años, Maruja y su familia viajan a Bogotá. Eran tiempos difíciles para los Vieira. El padre de Maruja, Don Joaquín, pierde su trabajo y la familia decide irse de Manizales en busca de nuevas oportunidades. La añoranza por el lugar y los tiempos de la infancia son un tema recurrente en la obra de Maruja. Ya habíamos dicho que Maruja tuvo una infancia feliz en su Manizales del Alma. A su ciudad natal la recuerda con honda nostalgia, así lo expresó en varios de sus textos:

Era la infancia. Desde la torre de la Parroquial salía todas las mañanas el vuelo recién nacido de los bronces. La torre de madera, nuevo árbol de música crecido hacia Dios, devolvía al bosque el mensaje familiar, que alguna vez fue viento en las hojas, canción en los nidos, lamento en las noches de tempestad (…). Manizales, ciudad nuestra, ciudad blanca, la más bella de todas las ciudades!. (Vieira, s.f. Columna de humo. Manizales, Ciudad nuestra.)

Le entrego a mi ciudad, no solo estas palabras, que en su brevedad no pueden encerrar todo lo expresable. Le entrego cuanto de positivo pueda existir en mi obra, pasada, actual o futura. Y me llevo el orgullo de ser manizaleña, que es el más claro, el más alto, el mejor de los blasones. (Vieira, s.f. Breve mensaje a Manizales )

Pero Bogotá no era el primer viaje de Maruja. Los viajes más importantes no siempre se hacen al lomo de un caballo, en el vagón de un tren o en la silla de un autobús o de un avión. Antes de Bogotá, Maruja ya había viajado a la casa de la familia Otis en Inglaterra —El Fantasma de Canterville de Oscar Wilde—. Había viajado a Judea, montado en camello y pastoreado ovejas y había estado a bordo de buques piratas en el mar Egeo (Ben-Hur de Lewis Wallace). Ya había bordeado con su propia mano los 9 círculos del infierno de Dante con la punta de un crayón —La divina comedia de Dante Alighieri—. Había viajado también a Escandinavia a conocer “El Mundo de los Gnomos” de la mano de Selma Lagerlöf[1]. Había vivido historias fantásticas con el soldado de plomo y su muñeca, el molinero, Scherezade y el ogro. A Tristán Klingsor (Vieira, 1966) le dedica estas palabras:

Lo que quiero decirle en esta carta sin destino, viejo amigo, es que sus noventa y dos años, su lejanía, tal vez su soledad, no existen para una niña de seis años que asoma por la puerta de la biblioteca… Ahora se marcha, saltando como un duendecillo alegre y por toda la casa resuena su voz –campanita de plata- que canta con alegría pura, dulce alegría de infancia:

Mi padre asador, mi madre cuchara,
Yo soy soldadito de liviana tropa.
Mi padre asador, mi madre cuchara
de sopa…

Usted no puede morir del todo, Tristán Klingsor. Vivirá mientras haya en el mundo quien les enseñe a los niños cuentos mágicos. Vivirá mientras vivan el soldado de plomo y su muñeca, el molinero, Scherezada, el ogro.

La maleta para este otro viaje ya estaba lista. Su madre, su abuela, su padre, su hermano, su maestra Claudina y Don Ramón Badía, amigo de la familia y quien le regaló su primer libro “Ben-Hur”, le habían dado arrullos, historias y libros para el viaje desde su primera infancia. Porque a viajar también se aprende leyendo. Y este no sería ni el primero ni el último de los destinos. El viaje a Bogotá puede considerarse un rito de paso entre la infancia y la pubertad para Maruja. En esta transición estuvo Georgina Fletcher, otra feminista influyente en la vida de Maruja, quien les abrió las puertas de su casa y de su mundo a los Vieira en la Capital.

¿Entonces para qué sirven las nanas, los cuentos, la poesía…la literatura? Sirven para viajar, perderse y, luego, encontrar el camino de regreso. “En los viajes buscamos un reflejo de lo que llevamos en nuestro mundo íntimo (…).  Todos hemos viajado con la imaginación. Nos hemos detenido a mirar guías de turismo, nos embebemos en libros de viajes. Los viajes son la  verdadera herencia del alma. A dónde iría yo, si pudiera viajar muy lejos?”. (Vieira, El viaje imaginario, 1956).

Maruja y Memoria

 Además de leer, ya se sabe que Maruja escribía, y lo hacía para recordar[2], que significa “volver a pasar por el corazón”. Recordar proviene del latín recordari, derivado del prefijo re, que expresa repetición, y de la base cordis ‘corazón’. También pertenecen a la misma familia léxica palabras como: acordarconcordarcorajecordialcuerdo y misericordia. No es casual que Recuerdo y corazón compartan la misma raíz etimológica, son palabras que nos hablan del ser de Maruja.

La mamá grande de la poesía colombiana, la maestra de literatura y la periodista, escribía para traer de vuelta a las personas amadas, los momentos importantes de su vida y los lugares donde fue feliz. No parece una pretensión intelectual su escritura, más bien una pulsión vital de mantener viva la memoria, los recuerdos: el de su abuela Rita, a quién le escribió su primer poema tras su muerte, a su padre Joaquín y a su añorado esposo, José María, a quienes mantuvo cerca a través de su prosa y de su poesía. Revivió la lírica y las caricias de su madre Mercedes, la intrepidez de su hermano Gilberto, dialogó con sus escritores y sus libros favoritos, y amó a través de su palabra viva e incesante a su entrañable hija, Ana Mercedes. Las palabras le devolvieron la ternura de su infancia en Manizales, su vida en Bogotá y a sus contertulianos en el Automático. Con las palabras retornó a los lugares ya idos, su grandiosa Venezuela. Recorrió los caminos al lado de ancestros y reconstruyó los muros de su apacible Popayán:

Tierra esta de hidalgos campesinos, donde la vida tiene el sentido limpio de lo perdurable. Bajo el sol del verano que se inicia son más blancas las paredes encaladas de las casas y el humo eterno del volcán. Por el camino que asciende hacia la cordillera, bajan las madres guambianas con los hijos pequeños a la espalda. Es domingo y en el pueblecito de Coconuco, las gentes importantes de la parroquia dialogan de sus pequeñas grandes cosas, en ese tono bajo y musical de los habitantes del Cauca, que no gustan de la estridencia ni de interrumpir el otro diálogo, el de los ríos con el viento que baja, alegre y fresco, de lo alto de la montaña. (Vieira, 1956, Verano en Popayán. Ciudad remanso)

 Las casas, las viejas casas de las ciudades silenciosas, no están hechas solamente de piedra, ladrillo y argamasa. Los años integran a sus muros y tejados los sueños, las alegrías, las tristezas de aquellos que las  habitaron. La vieja casa maternal de Popayán se estremeció de pronto. Eran las 8.15 de la mañana del jueves santo de 1983. En la mesa humeaba el café y el pan era blanco como un pedacito de nube. La tarde anterior había sido misteriosamente bella. En el balcón estuvieron jugando el sol y la lluvia. Peleaban con pequeñas lanzas de cristal, que se rompían en gotas brillantes sobre los anchos faroles y las paredes blanquísimas. (Vieira,1983, Requiem por una casa generosa).

Dar de leer a los niños en su primera infancia, etapa decisiva en las capacidades físicas, intelectuales y emocionales, da forma a los cimientos que lo sostendrán el resto de la vida.  “La literatura es ese gran libro escrito a varias manos” (Reyes, 2016), que nos entrena desde esos primeros años para surfear en la punta de la ola. En la infancia se crea el capital simbólico más importante y leer lo que otros han escrito nos ofrece un mundo de posibilidades: encontrar la belleza en los despojos, las ausencias y los momentos más oscuros del alma.

Tiempo definido

 “Todo el impulso humano
Lo circunscribe el día,
El pequeñito círculo del día”
(Barba Jacob)

Está bien que la vida de vez en cuando
nos despoje de todo.
En la oscuridad los ojos aprenden
a ver más claramente.
Cuando la soledad es el vacío intenso
del cuerpo y de las manos,
hay caminos abiertos hacia lo más profundo
y hacia lo más distante.
En el silencio las amadas voces
renuevan dulcemente sus palabras
y los muros custodian el rumor infinito
de los ausentes pasos.
Los labios que antes fueran
sitio de amor en las calladas tardes
aprenden la grandeza
de la canción rebelde y angustiada.
Hay un viento en suspenso sobre los altos árboles,
un repique de lluvia
sobre ruinas oscuras y humeantes,
un gesto en cada rostro
que dice de amargura y vencimiento.

Sigue un lento caer de horas inútiles,
desprendidas del tiempo,
y más allá de todo lo que formaba
el círculo pequeñito del mundo,
“aquel mundo cerrado, con sus vagas estrellas
y su bruma de sueño”,
despierta inmensamente la herida voz del hombre
poblador de la tierra.
Antes estaban lejos, casi desconocidos,
el combate y el trueno.
Ahora corre la sangre por los cauces iguales
del odio y la esperanza,
sin que nada detenga la invasora corriente
de las fuerzas eternas.

Dice Rosa Montero (2003) que se escribe para evitar la muerte, de nosotros mismos y de otros. Se escribe para no olvidar. Así lo constata el antropólogo francés, Marc Augé (1998, p.27)

Es evidente que nuestra memoria quedaría pronto saturada si tuviésemos que conservar todas las imágenes de nuestra infancia, en particular las de nuestra primera infancia. Pero lo interesante es lo que queda en todo ello. Y lo que queda- recuerdos o huellas, volveremos más adelante a ellos-, lo que queda es el producto de una erosión provocada por el olvido. Los recuerdos son moldeados por el olvido como el mar moldea los contornos de la orilla.

La literatura es el legado de toda una civilización. Nos muestra los caminos transitados por otros, en otros tiempos y lugares. Y en esos otros nos encontramos nosotros mismos. La literatura es la memoria universal, y, no nos salva de caer en los agujeros negros, pero sí nos muestra las posibilidades para salir de ellos. Maruja ha continuado este legado por más de cien años. Ella es testimonio del poder de las palabras en la vida de un niño. Las nanas y la poesía de su madre, las historias de su abuela, los libros de su hermano, el amor de su padre y la confianza de todos los que creyeron en ella, forjaron, hoja a hoja, el gran libro que es la vida de esta magnífica escritora.  Los libros son amigos siempre a la mano, y Maruja tuvo muchos,  de eso fue testigo Alicia, su muñeca.

[1] La primera mujer en ganar el Nobel de Literatura (1909) y defensora de los derechos de las mujeres. No parecen coincidencia tres feministas en la vida de Maruja: Claudina Múnera, Georgina Fletcher y Selma Lagerlöf. La trilogía perfecta para aprender a ser mujer en un mundo hecho para hombres.

[2] Del latín recordari, derivado del prefijo re-, que expresa repetición, y la base cordis ‘corazón’. De la misma familia etimológica de acordarconcordarcorajecordialcuerdomisericordia y recordar .

Bibliografía

 Augé, M. (1998). Las Formas del Olvido. Barcelona: Gedisa, 1a ed. p. 27.

Bachelard, G. (1982). La Poética de la ensoñación. México : Fondo de Cultura Económica. págs.179, 206

Castellanos, S. (2 de junio de 2022). ¿Manizales ciudad del conocimiento? Diario  La Patria. Manizales. Colombia.

De Saint-Exupery, A. (1992). El Principito. Chile : Editorial Andrés Bello. p. 14

Montero, R. (2003). La loca de la casa. Bogotá: Alfaguara.

Reyes, Y. (2016). La Poética de la Infancia. Bogotá: Luna libros.

Vallejo, I. (24 de julio de 2023). Las mujeres en la historia de los libros: un paisaje borrado. Letras Nómadas. Literaquito. Consultado el 28 de julio de 2023 en      https://www.facebook.com/watch/?v=791102245808178

Vallejo, I. (2021). El infinito en un junco. Colombia: Penguin Ramdom House.

Vallejo, N. (24 de julio de 2022). El club de lectura. Caracol Radio. “Maruja Vieira: 100 años de poesía.  La decana de la poesía”. Entrevista. Podcast. En Spotify.  (Citas: El club de lectura minuto 7:30).

Vieira, M. (s.f.). Breve mensaje a Manizales.

Vieira, M. (1956). El viaje imaginario.

Vieira, M. (1966). Tristán Klingsor.

Vieira, M. (2008). Todo lo que era mío. Universidad Externado de Colombia. 1era edición. p.28

Vieira, M. (2010). Tiempo de la memoria. Ibagué: Caza de Libros. p8

Vieira, M. (2017). Antología personal. p.22

Vieira, M. (2022). El nombre de antes. Bogotá: Biblioteca de escritoras colombianas.

Vieira, M. (s.f.). El jardín de la muerte.

Vieira, M. (s.f.). Columna de humo. El libro.

Vieira, M. (s.f.). Columna de humo. El Recuerdo de hoy. Memorias de Claudina Múnera.

Vieira, M. (s.f.). Columna de humo. Recuerdos. Manizales, ciudad nuestra.

Villegas, A. (2023). Feminismo en concreto: el rol de la mujer en los comentarios literarios de Maruja Vieira. Manizales Vieira, M. ( 31 de marzo de 1983). Requiem por una casa generosa.

Vieira, M. (Popayán, julio de 1956). Verano en Popayán. Ciudad remanso.

Vieira, M. (s.f.). Federico García Lorca.

Foto tomada de Internet.

 

*Universidad de Caldas (Colombia)

mary.montoya@ucaldas.edu.co

 

La sensibilidad a flor de piel

El escritor japonés Yasunari Kawabata (Kawabata Yasunari, (Osaka, 11 de junio de 1899 – Zushi, 16 de abril de 1972) al lado de otros grandes como Ryūnosuke AkutagawaJun’ichirō TanizakiOsamu Dazai y Yukio Mishima, de quien fue amigo y mentor, se constituye en uno de los más representativos exponentes de la actual literatura japonesa, además de haber sido el primer japonés que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1968. Su padre quien fuera médico, constituyó una familia moderna acomodada. A los cuatro años de edad quedó huérfano, por lo cual fue enviado a vivir con sus abuelos paternos, a su hermana mayor la volvería a ver cuando la niña ya tenía diez años y al año siguiente, murió. Su abuela faltó en 1906 y su abuelo ciego, en 1914, cuando Yasunari contaba con aproximadamente quince años.

En 1920 ingresó a la Universidad de Tokio a cursar la carrera de literatura en lengua inglesa, y un año después se cambió a la de literatura japonesa. Mientras cursaba la Universidad, revivió la revista literaria Shinjichō donde publicó algunos de sus trabajos, con lo que se abrió camino en el mundo literario. Concluyó sus estudios universitarios en 1924. Se lanzó como escritor con uno de los relatos más perdurables y seductores de la literatura japonesa moderna al publicarse La bailarina de Izu en 1927, luego vendría La pandilla de Asakusa, en 1930, alcanzando la consagración en Japón diez años más tarde con País de nieve.  En 1961 publicó otra de sus obras maestras: La casa de las bellas durmientes, en 1962 Kioto y en 1965 una de sus obras más inquietantes y profundas sobre la condición del amor, el desamor y la venganza: Lo bello y lo triste. Así es como  nos entrega una obra llena de vigor, hermosura, sencillez y novedad.

En 1961 su amigo y también escritor Yukio Mishima,  envió una carta a la Academia Sueca para recomendar a su maestro Yasunari Kawabata al Premio Nobel de Literatura, en la cual resaltaba:

«Las obras de Kawabata unen la delicadeza con el vigor, la elegancia con la conciencia de los más bajo de la naturaleza humana; su claridad encierra una insoldable tristeza. Son modernas aunque directamente inspiradas en la filosofía solitaria de los monjes del Japón Medieval. La manera en que el escritor elige sus palabras demuestra qué sutileza, qué grado de estremecedora sensibilidad puede alcanzar la lengua japonesa; su estilo único, con una agilidad infalible, es capaz de ir directo al corazón de un hombre para expresar su sustancia, ya se trate de la inocencia de una jovencita o de la horrorosa misantropía del anciano. Una concisión extrema –la concisión cargada de sentido de los simbolistas- se instala en obras cortas que, a pesar de su brevedad, engloban todos los aspectos de la naturaleza humana».

Agregaba que para los escritores del Japón moderno era compleja la situación entre la fuerte tradición y las nuevas posibilidades, pero que Kawabata había logrado una síntesis que conjugaba ambos aspectos con la cual desarrollaba su obra, la cual desde su juventud había tenido como obsesiones, el tema de la soledad del hombre y la belleza en las diversas manifestaciones, ya sea en la naturaleza o en las relaciones interpersonales, de amistad o de amor. Allí afirmaba: el contraste entre la soledad fundamental del hombre  y la inalterable belleza que se aprehende intermitentemente en las fulguraciones del amor, como un rayo que de pronto pudiera revelar, en el corazón de la noche, las ramas de un árbol en plena floración. Sería en 1968 cuando por primera vez, un japonés, recibiría el premio Nobel “por su maestría narrativa, que expresa con gran sensibilidad la esencia de la mente japonesa”.

En un emotivo discurso lleno de lirismo, tradición, bellas descripciones, amor por la naturaleza y sus manifestaciones y con un reconocimiento por la labor de los traductores quienes han permitido por su trabajo el acceso a esas obras, manifestó:

Cuando vemos la belleza de la nieve, cuando vemos la belleza de la luna llena, cuando vemos la belleza de los cerezos en flor; es decir, cuando somos acariciados y despertados por el esplendor de las cuatro estaciones, es cuando más pensamos en quienes amamos, y deseamos compartir con ellos ese placer. La emoción ante lo bello despierta fuertes sentimientos de amistad, deseos de compañía, y el término camarada puede tomarse en el sentido de ser humano. La nieve, la luna, las flores, palabras que expresan el sucederse de las estaciones, abarcan en la tradición japonesa la belleza de las montañas y de los ríos, de las plantas y de los árboles, todas las innumerables manifestaciones tanto de la naturaleza como de los sentimientos humanos.

 Ese espíritu, ese sentir hacia los amigos que despierta la nieve, la luz de la luna, las flores, es también fundamental para la ceremonia del té, que es una unión en el sentimiento, una reunión de amigos en una estación agradable.

Estamos frente a un escritor que aborda la realidad a través de todos los sentidos y logra transmitir magistralmente las sensaciones que le producen ese contacto, como el pintor con su trazo seguro y creador, este artista lo hace describiendo igualmente con sus narraciones, resaltando y exaltando el anhelado deseo, pero haciendo más énfasis en el deseo que en la concreción del mismo, acrecentado por la demora, el aplazamiento y la dificultad del logro.

Tenía una gran devoción por la belleza, la soledad, el abandono y el desamparo. Esta obsesión la tuvo desde niño cuando se fue quedando paulatinamente solo por la desaparición de sus seres más cercanos y la tristeza se fue acentuando con el tiempo y la única manera de exorcizarla fue a través de la escritura. Su forma de narrar concisa y precisa, siempre tras la búsqueda de los detalles de belleza y los sublimes momentos en que esta aparece. Aunque la riqueza de las descripciones deja satisfecho al lector, de igual forma exige de él completar la narración pues es  a través de los silencios, la ausencia de enunciados, las omisiones, los simbolismos, las suposiciones y los vacíos, como le gusta al escritor mostrar su obra. Éste calla, bien por evitar escenas terribles o por mantener el interés en la lectura, así capta toda la atención del lector quien deberá con su interpretación cerrar el círculo. El relato corre como el agua en un manantial y de pronto aparece una tormenta.

En muchos de sus libros se destaca la obsesión por el paso del tiempo y el arribo de la vejez que conduce a la decadencia y a la fealdad, también aparece en forma recurrente la sensualidad, el erotismo, el placer de lo prohibido, la violencia, la muerte, la admiración por la belleza y todo esto girando alrededor de la mujer como personaje central.

Miremos en algunas de sus obras como encontramos lo anterior. En su primer libro La bailarina de Izu escrito cuando tenía veintiocho años narra como un estudiante de veinte años encuentra en una caravana itinerante un grupo de artistas que van de localidad en localidad presentando su espectáculo y con ellos viaja una hermosa joven que aparenta unos diecisiete años, de la cual queda prendado y decide tener una relación con ella, por lo cual y con mucha ilusión, se une al grupo. Ese deseo y esa ilusión son confrontados con la realidad y ese amor idealizado se hace inalcanzable.

 De pronto, una mujer desnuda salió corriendo desde el fondo de la oscura casa de baños. Se quedó en el límite de los vestuarios como si pudiera bajar volando al arroyo. Gritaba con los brazos extendidos. Estaba completamente desnuda, sin siquiera una toalla. Era la bailarina. Cuando observé su blanco cuerpo, las piernas estiradas, de pie como una joven paulonia, sentí que por mi corazón fluía agua pura. Lancé un suspiro de alivio y reí en voz alta. Es una niña… una niña que puede correr desnuda a plena luz del día, sobrecogida  por la alegría al encontrarme, alta en puntas de pie.

La primera vez que la vio estaba ataviada, maquillada y peinada como una joven mayor y por error, él la había visualizado y aceptado como tal, pero eso fue muy costoso para su deseo pues ya no sería la joven de sus sueños, sino la niña de sus juegos y así la aceptó, pero ganó con ello su admiración y confianza, pues ella le manifestó: –Es realmente agradable. Es bueno tener a una persona tan agradable cerca. El intercambio de palabras tenía reminiscencias de simplicidad y franqueza. La suya era la voz de una niña expresando sus sentimientos sin la menor censura.

 Cuando se separó del grupo para continuar su viaje de vacaciones, con solo acordarse de su ilusión perdida por su malentendido expresó : dejé que mis lágrimas corrieran sin restricción. Mi cabeza se había convertido en agua pura, agua que caía gota a gota. Era una sensación dulce y placentera, como si nada fuera a quedar.

La pérdida temprana de sus familiares, la exigencia de sus estudios y su forma de ser, lo convirtieron en un ser solitario, quien a través de su obra presentaba no solo sus recuerdos sino sus desafectos, sus carencias de amor verdadero, sus frustraciones, temores, angustias y otros rasgos que hicieron se conociera como “el maestro de la desilusión”. Tal vez por eso pudo haber tratado de vislumbrar cuarenta años después lo que pudo haber sido ese primer fallido amor y lo expresó en su libro Lo bello y lo triste.

Oki, un escritor de veintiséis años, recién casado con su pareja Fumiko de veintidós y quien acaba de dar a luz su primer hijo, tiene como amante una joven Otoko, de quince quien está locamente enamorada de él y a pesar de su corta edad le da claras muestras de ese amor cuando le dice:

 —Tú eres de los que siempre se preocupan por lo que pueden pensar los demás, ¿no? Deberías ser más audaz. —Me parece que soy bastante desvergonzado. ¿Qué me dices de esta situación? —No. No hablo de nosotros —dijo ella e hizo una pausa—. Me refiero a todo… Deberías ser más tú mismo. Al no encontrar respuesta, Oki había reflexionado sobre sí mismo. Mucho tiempo después, las palabras de la muchacha continuaban grabadas en su mente. Sentía que aquella criatura veía con extrema claridad su carácter y su vida, porque lo amaba. En lo sucesivo había accedido a su propia voluntad con harta frecuencia, pero cada vez que comenzaba a preocuparse por la opinión de los demás recordaba las palabras de Otoko.

La situación se complica cuando Otoko  a sus dieciséis y en su séptimo mes de embarazo pierde a su niña, a la cual nunca llegó a conocer.

¿Acaso la madre de Otoko, y hasta el propio Oki, no habían deseado en secreto que la criatura no llegara a ver la luz del día? Otoko había sido internada en una clínica sórdida y pequeña de las afueras de Tokio. Oki sintió un súbito y agudo dolor al pensar que la vida de la criatura podía haberse salvado de estar bien atendida en un buen hospital. Él sólo la había llevado a la clínica; la madre no se había sentido con fuerzas para acompañarlos. El médico era un hombre maduro, de rostro congestionado por el alcohol.

Esta tragedia desencadenaría la tentativa de suicidio de la joven y luego el internamiento varios meses en una clínica de reposo, después de lo cual su madre viajaría a establecerse con ella en Kioto, abandonada a su suerte por ese irresponsable amante, a quien nunca dejó de querer.

Los remordimientos no tardaron en aparecer pero como única forma de exorcizarlos, Oki decide escribir esa historia en una novela Una chica de dieciséis. Como Fumiko, su esposa era desde antes de casados, quien le trascribía en mecanografía sus manuscritos, nunca creyó que era otra ficción como en otros casos. El éxito de su libro no solo por lo extraño de la apasionada relación sino por lo miserable del abandono, fue asombroso y así logró gran difusión. Lo curioso es el recurso de Kawabata en introducir en su narración, otro libro, reivindicando la heroína de su relato.

Los recuerdos lo seguían atormentando, los interrogantes lo laceraban, la curiosidad por conocer la situación actual y el desenlace de lo que no supo afrontar como hombre, el querer desentrañar una relación ya superada, sin poderse librar de sus propios remordimientos y las dudas y  temores lo condujeron a buscar veinte años después, su antiguo amor. Esa introspección que le permitió mirarse interna y profundamente y esa retrospección que lo condujo a revaluar la forma como irresponsablemente había afrontado esa situación, serian esta vez su perdición. Ella  ya con cuarenta años se había convertido en una pintora famosa, vivía con la joven Keiko, su discípula de veinte años, voluptuosa, amoral y que ansiaba cobrar el abandono y la humillación hecha a su mentora. Lo que Oki no advirtió fue la sutileza y la forma de llegar la tragedia, de nuevo a su familia. Es que del amor al odio hay un paso, que lo puede concretar la venganza.

Volviendo al discurso de aceptación del Nobel, decía Kawabata: “En mi ensayo La visión en los últimos momentos digo: Por muy desencantado que se pueda estar del mundo, el suicidio no es una forma de iluminación; por muy admirable que sea, el hombre que se suicida está lejos del reino de la santidad. Yo no admiro ni estoy de acuerdo con el suicidio. Tuve otro amigo que murió joven, un pintor vanguardista. También pensó en el suicidio en los últimos años, y sobre éste escribí en el mismo ensayo lo siguiente: Parece que ha dicho una y otra vez que no hay arte superior a la muerte, que morir es vivir.” Para él, nacido en un templo budista y educado en una escuela budista, el concepto de muerte era muy diferente al occidental. De aquéllos que reflexionan, ¿quién no habrá pensado alguna vez en el suicidio?

Pero como todo lo categórico es circunstancial, acongojado, enfermo, solitario y triste por la muerte de su amigo Yukio Mishima, quien lo había definido como un “viajero perpetuo”, se suicidó en un pequeño apartamento a orillas del mar, se cree que inhalando gas.

A diferencia de otros escritores, Kawabata no se sirvió de la poesía, pero sí de la concisión y precisión de la misma para poder con su prosa captar esos instantes decisivos en una escena, en un recóndito sentimiento, en una acción poco común y en un personaje excepcional, allí estaban sus palabras para capturar esos momentos de belleza, incertidumbre y expectación, al igual que sus silencios que daban mas información de la que pretendía ocultar, ¡que maestría!

* Profesional en Filosofía y Letras  Universidad de Caldas.

 

 

Un camino que se construye con las escrituras silenciadas de las mujeres del Gran Caldas

Con la entrega de certificados culminó el primer ciclo de Mujeres Escritoras Centenarias del Gran Caldas organizado por el Centro Cultural del Banco de la República de Manizales, con motivo de los 100 años de la institución, bajo la curaduría de la escritora y periodista Adriana Villegas Botero y el apoyo de la Universidad de Manizales y La Patria.

Ivonne Mendoza, Gerente del centro cultural en Manizales dijo durante el acto: “Cuando nos sentamos con Adriana a organizar este maravilloso ciclo no pensamos que tantas cosas fueran a suceder. Lo lindo del arte y la cultura quizás es eso, que nos sorprende. Nosotros sí pensamos hacer un ciclo con invitación a 10 reconocidos investigadores o escritores y convocar a algunos colegios, pensamos en unos pendones, pero quien pone la plata, nos imaginamos un proyecto, pero este proyecto es de quienes creemos en la energía, en el espíritu, es como si estas mujeres estuvieran todo el tiempo aquí, presentes, diciéndonos gracias por leernos, gracias escucharnos después de 100, 120 años, 80, 90”.

Académicos, escritores e investigadores hablaron sobre la vida y la obra de 10 mujeres escritoras nacidas en el Gran Caldas a finales del siglo XIX y principios el XX.

Mendoza se refirió a un episodio extraordinario ocurrido durante el trascurso del ciclo: “Para nosotras que Maruja Vieira, quien nació en 1922, haya muerto después del homenaje que le hicimos con las niñas y que sus últimas palabras públicas en video fueran para unas niñas de su Manizales del alma, es totalmente conmovedor, es muy significativo para este proyecto, proyecto que tiene una magia especial y que continuará el año entrante con otras 10 mujeres escritoras del gran Caldas”.

Por su parte, Adriana Villegas Botero hizo alusión a la época que le correspondió vivir a estas mujeres precursoras del arte de la escritura en la región caldense. “A nuestra generación le han tocado muchos cambios tecnológicos, aparentemente con más facilidades porque hay internet, celulares, computadores, etc. pero me parece que le tocó mayor cambio tecnológico, mayor revolución a estas mujeres de hace un siglo. A las primeras de este ciclo, por ejemplo, les llegó la energía eléctrica y con ella las neveras y las posibilidades de cocinar distinto, les tocó la llegada del automóvil, a las primeras mujeres de quienes hablamos les tocó escribir a mano y a las últimas escribir a máquina. Creo que vivieron una profunda revolución, vivieron un mundo nuevo que es el contexto en el que estas mujeres nacen, crecen y escriben. Muchas de ellas son escritoras sin libro, las que tienen libro son la excepción, es mostrar lo difícil que fue para ellas llegar al libro y la importancia del libro como símbolo de graduación del escritor. Todavía hoy, un siglo después, se valora más o menos a quienes escriben y publican o no publican libros”.

Tanto para Mendoza como para Villegas, Mujeres Escritoras Centenarias de Caldas es uno de los proyectos más completos, ya que tiene todo para un proyecto cultural pues se realiza alrededor de un diálogo institucional con las personas conocedoras del tema.

“En primer lugar, afirmó Ivonne Mendoza, tuvimos la fortuna de encontrarnos con Adriana Villegas, unir nuestros intereses y decir aquí hay una cosa poderosa que no hemos hecho, un camino por construir con las escrituras silenciadas de las mujeres. La mayoría necesitan un lugar en la historia de la literatura no solo de Caldas sino del país, es una deuda que tenemos con ellas y Caldas es pionero en colocarlas en un lugar muy merecido. Segundo, es un proyecto que no es en el corto plazo pues se compone de tres fases: corto plazo, mediano plazo y largo plazo.  Este año 2023 adelantamos el corto, empezamos el entrante en el mediano plazo y eso permite que además de unas conferencias va a dejar productos, contenidos para que se siga divulgando, se conozca y deje una semilla”.

Todas las conferencias fueron grabadas y ya se encuentran en el canal de YouTube del Banco de la República. Se puso en la enciclopedia de la entidad una entrada con el rostro, la biografía y las obras de todas las mujeres centenarias.

Y, por último, este proyecto tiene la cereza del pastel que lo hace único, resaltó la gerente: “Tuvimos la suerte de contar con una profesora excepcional, Lucy Yaneth Giraldo, un colegio abierto y unas niñas increíbles: el colegio Perpetuo Socorro. Decidieron crear un semillero de investigación sobre las mujeres escritoras caldenses. Estudiaron previamente cada autora, vinieron a todas las sesiones, hicieron las mejores preguntas y al final van a escribir sobre ellas. Así que es además un semillero de escritura creativa para 20 niñas. Este componente ya justifica el proyecto”. En la última sesión del mes de noviembre fueron protagonistas del cierre de esta primera etapa y se les entregó certificación.

Este proyecto investigativo y cultural ofreció este año 2023 conferencias durante 10 meses, cada una dedicada a una de las autoras con la moderación de la profesora de la Universidad de Manizales Adriana Villegas Botero.

Hicieron parte del ciclo:

Agripina Restrepo de Norris, a cargo de Rigoberto Gil Montoya – 23 de febrero. Blanca Isaza de Jaramillo Mesa, a cargo de Jorge Mario Ochoa Marín – 22 de marzo. Chila Molina Salazar, a cargo de Adriana Villegas Botero – 19 de abril. Belisa Botero, a cargo de Sofía Gómez Piedrahita – 24 de mayo. Uva Jaramillo Gaitán, a cargo de Ángela Gaviria Piedrahita – 21 de junio. Natalia Ocampo de Sánchez, a cargo de Fernando Alonso Ramírez – 18 de julio. María Eastman, a cargo de Carlos Augusto Jaramillo Parra – 23 de agosto. Maruja Vieira, a cargo de Mary Luz Montoya Sáenz – 27 de septiembre. Carmelina Soto Valencia, a cargo de Yeni Zulena Millán Velásquez – 25 de octubre. Dominga Palacios, a cargo de Juana María Echeverry Escobar– 16 de noviembre.

El segundo ciclo irá de febrero a noviembre de 2024, con la presentación de 10 mujeres escritoras del Gran Caldas, y contará, al igual que este año, con la participación de profesores, investigadores y escritores de la región.

https://www.youtube.com/playlist?list=PL3QtUa8f8B-Io_6c4WQKv78H6LDBFPjZo

 

Dominga Palacios: poeta que navegó por el espíritu de diferentes tiempos

Ponencia presentada en la última sesión del proyecto “Mujeres Escritoras Centenarias del Gran Caldas”, organizado por el Centro Cultural del Banco de la República de Manizales, con motivo de los 100 años de la institución.                                                                                                           

Emma Gutiérrez Arango nació en Manizales el 15 de agosto de 1926 y falleció en Manizales en 2003. Emma, llegó al corazón de una familia amorosa y acomodada. Fue la hija única del matrimonio entre Octavio Gutiérrez y María Teresa Arango, quienes tenían su hacienda cafetera, Sebastopol, en la vereda El Rosario, de Chinchiná. Emma, estudió su primaria y bachillerato en el Colegio Sagrado Corazón de la ciudad.

Se casó el 23 de enero de 1950 con uno de los primeros psiquiatras de la región, el doctor Guillermo Arcila Arango. Se radicaron en la cosmopolita Buenos Aires, en donde vivieron por 9 años. Dominga, leía, ampliaba su bagaje cultural con propuestas estéticas de vanguardia que revolucionaban el mundo. La pareja frecuentaba círculos intelectuales, poesía, literatura, pintura, música, vivencias y aprendizajes que influyeron de manera determinante su posterior obra poética. De regreso, con todo ese conocimiento adquirido, Dominga, encontró la misma Manizales patriarcal y conservadora.

Se instaló en casa con su esposo y su primer hijo Guillermo Arturo, en camino venía Pablo Daniel. Noche a noche, la poeta leía cuentos fantásticos a sus hijos y despertaba en ellos el amor por la literatura. La familia paseaba por el relieve circundante de su hacienda y hacía excusiones por las quebradas cercanas donde Dominga se extasiaba con la belleza del paisaje, con los hilos de luz que entretejían la atmosfera de los guaduales y el propio paisaje interior de la poeta.

Llena de inquietudes, fundó en 1963 con la poeta Beatriz Zuluaga y un grupo de intelectuales, la “Casa de la Cultura” en el centro de la ciudad, donde organizaban tertulias, conferencias, recitales, exposiciones, obras de teatro y títeres. Dominga, con su particular cadencia en el andar, elegante pronunciación, fino humor y la ruptura de sus versos se paseaba vibrante por estos eventos.

Comenta el profesor Carlos-Enrique Ruiz, en la revista Aleph No.43 y en su artículo: “Beatriz y Dominga dos libros de poesía memorables”: “Los años sesenta del siglo pasado han sido motivo de indagación frecuente, por la curiosidad de haber surgido en ellos expresiones intensas en creación y rebeldía. El mundo estuvo en vilo con hippies y nadaístas, con las protestas de los universitarios por las calles, con las músicas de ruptura y la palabra en irreverencia. Nuevas formas de comunicación descompusieron las ‘buenas conciencias’ y lo ‘políticamente correcto’… Quiero aludir a dos libros, editados por la imprenta departamental de Caldas, que fueron un salto adelante en medio de la poesía decadente a la que estábamos tan acostumbrados. “Azul Definitivo” (1965) de Dominga Palacios, con imaginativa disidencia frente al destino y creación fresca, de más recatada sonoridad. Poeta de Manizales que, sin proponérselo, resultó por el propio talento inmersa en aquella corriente renovadora, todavía no reconocida… Dominga Palacios se levanta de su espacio solitario para irrumpir con voz queda en los espíritus ajenos. Tienen humor drástico sus palabras, e ironía, pero con la novedad de irse de los cánones de las obsoletas recitaciones. No pierde el ritmo y entretiene las sombras con la especulación de los sinsabores…” Termina diciendo: “Dos obras en la soledad de su grandeza por reconocer”. [1]

INVITADA AL ENCUENTRO DE POETAS

Dada la potencia de su voz, fue invitada al primer Encuentro de Poetas Colombianas del Museo Rayo 1974, convocado por la poeta Águeda Pizarro, junto a Gilma de los Ríos, Beatriz Zuluaga, Carmelina Soto, Ana Milena Puerta. Allí se reunieron en torno a la poesía y el arte, celebraron su reconocimiento de mujeres poetas. Ella, brilló -acompañada por el fuego creativo de su fantástico dragón “Solferino”, en la mesa principal, en el templo de colores geométricos y octogonales rayos.

En 1989 regresa al Museo Rayo con su poemario “Tiempo de Chicharras”, que publica Ediciones Embalaje.

Años después, en el mismo encuentro, consolidado como el más importante del país, en el marco de un homenaje que hice a su obra en 2017 con el título “Anticrítica, Poesía Respirante de Dominga Palacios”, fue reconocida por la poeta Águeda Pizarro con la dignidad de “Almadre”, título asignado a grandes poetas colombianas y que comparte con las maestras caldenses Maruja Vieira, Dorian Hoyos y Beatriz Zuluaga.

En 2015, en el “Diccionario de Autores Caldenses” compilado por el historiador y escritor Fabio Vélez Correa, se puede leer: “Su obra literaria merece una crítica seria, porque es una creadora original y valiosa, pero esa crítica no se ha escrito. Eddy Torres, en “Poesía de autores colombianos” (1975). “En la poesía de Dominga Palacios, emerge la sinceridad, la desnudez de la conciencia de mujer, que tiene la capacidad de tejer metáforas e imágenes de corte universal”. “Se sitúa en la misma línea de sus compañeras de vocación, (mujeres artistas) que adoptan una batalla solitaria frente a la posible discriminación”, señala Roberto Vélez Correa.

OBRA UNIVERSAL

Dominga supo trenzar en sus versos hebras de pensamiento e imaginación, de atmósferas propias de quebrados paisajes, de bahareque, de guadua, y en su lenguaje tejió existencialismos citadinos y de ultramar; en Madagascar, Ceylán o la vereda El Rosario. Vivió universal nuestro paisaje. Navegó por el espíritu de diferentes tiempos. Tuvo claro el ejercicio de sus libertades en las distintas facetas de su vida. Ejerció el derecho cultural a ser sujeta de voz y de palabra, en aquellas épocas en que las mujeres poco se atrevían a nombrarse y vivir con tanta afirmación. Leyendo juiciosamente su obra se pueden notar influencias del modernismo, la generación del 27, el surrealismo, también de las teorías psicoanalíticas del momento que revolucionaban el mundo y a las que tenía acceso de primera mano. Se leen en sus poemas ecos de Clarise Lispector, de Virginia Woolf, quien en la publicación de su ensayo “Una habitación propia”, en 1929, propuso una teoría femenina en la que las escritoras deben buscar su propia voz y cuestionar las estructuras imperantes de un orden simbólico patriarcal.

En su momento, Dominga se reveló telúrica desde el centro de su ser, emancipándose, y así, su pensamiento y su escritura. Sus palabras anudaron collares para lucir en un paisaje en claroscuro exuberante de bellezas incomprendidas.

En Contravía

Rescatada del último

espacio.

Mi voz alborotada

redimida,

temblando arrodillada

ante el sol

transparente del adiós;

sabe reír

alebrestada y loca

de soledad

y desamparo.

Mi muda voz

mi voz silente.

Dominga Palacios

 

LIBROS PUBLICADOS

Azul Definitivo, Imprenta Departamental de Caldas. 1965

Tiempo de Chicharras, Ediciones Embalaje. Museo Rayo, Roldanillo, Valle. 1989

Del Lado cinco de mi corazón, Ediciones Casa de Poesía Fernando Mejía Mejía, Manizales, Caldas. 1995

Claro Oscuro, separata de Poesía Caldense Actual #13, Secretaría de Cultura de Caldas. 1996.

Lea aquí el Poema Respirante que la escritora Juanamaría Echeverri dedica a Dominga Palacios:

POEMA RESPIRANTE

 

 

Bolívar, mi paisano

Casting

En la vereda Pueblo Rico, municipio de Neira, Caldas, hay un monumento a Simón Bolívar. Se trata de una columna sobre la cual está el busto del Libertador, en donde figura una placa indicando que fue el primer Bolívar instalado en 1917 en el parque del mismo nombre en Neira, y que años más tarde fue donado a Pueblo Rico. En Neira, cuando estuvo en el parque, fue el eje de múltiples homenajes, de los cuales resalta el que se le brindó cuando se cumplió el centenario de la muerte del libertador en 1930 y todo el pueblo y sus autoridades civiles, eclesiásticas y militares le ofrecieron vistosos homenajes musicales, desfiles de bandas, misas y discursos veintejulieros.

De los Bolívares en Colombia, los que más representan el ideal patriótico son el “Bolívar Desnudo” de Pereira y el “Bolívar Cóndor” de Manizales, ambas obras del maestro colombiano Rodrigo Arenas Betancur. La otra escultura significativa de Bolívar, del artista italiano Pietro Tenerani, instalada en la Plaza de Bolívar de Bogotá, fue una de las primeras obras escultóricas que en homenaje a Simón Bolívar ubicaron en un espacio urbano de Latinoamérica. Así mismo, es la primera escultura de corte republicano que se instala en el espacio público de la capital de Colombia.

Se trata de obras grandilocuentes, pesadas y enormes, en bronce, las cuales le dan al personaje histórico vuelos míticos y sobrehumanos. En contraste con la magnificencia de estos monumentos, en mi memoria está la imagen del escultor Arenas Betancur, borracho, viejo y sabio pregonando que la estatua de Manizales era la gárgola que le faltaba a la Catedral. El maestro deliraba, lo mismo que Bolívar en el Chimborazo, embriagado de grandeza.

Estos Bolívares que se encuentran en las plazas de la mayoría de pueblos y ciudades de Colombia, representan el heroísmo que se le atribuye al libertador. Desde muy pequeños, se nos ha recalcado la proeza libertaria de Simón Bolívar, e instaurado en nuestras mentes su imagen soberbia sobre Palomo, el mítico caballo blanco, imagen que tenía similitudes con la de Napoleón en su caballo Marengo, también blanco y enorme. Luego, nos dimos cuenta que estos héroes no tenían físicamente la dimensión de sus representaciones pictóricas y escultóricas, pues eran de estatura pequeña, como se aprecia en la estatua de Pueblo Rico.

Y es que este sencillo Bolívar… Bolívar-niño-grande, me conmueve más que los gigantescos y delirantes. Este Bolívar, mi paisano, como de juguete, me hace recordar los soldaditos de plomo, que en mi lejana infancia me acompañaban en sueños creativos de mundos en donde la muerte era un juego delicioso y no moría nadie, pues todos resucitábamos alegres para abrazar a los vencedores, porque antes que enemigos, éramos amigos que reemplazábamos la violencia por el goce de la vida.

Bolívar, mi paisano, es también mi amigo, pues él y yo entablamos, cada que lo visito en Pueblo Rico, diálogos imaginarios en donde deambulamos por los caminitos, veredas, montañas, ríos, lagunas y bosques de estos Andes bienamados. A él le cuento mis triunfos, mis pasiones, mis desventuras y desamores. También junto a él, en la esquina de la casa de don Rogelio, en donde está instalado el busto, se reúnen los contertulios de la vereda a charlar asuntos de memoria ancestral, colonización, e historias de vida y muerte. Para mí es una delicia participar de estas reuniones cuando voy a Pueblo Rico.

Este Bolívar, mi paisano, tiene la actitud perenne del contemplador, su mirada es soñadora y tranquila, con el azul del cielo y los mares, el blanco de las nubes y el barro de los caminos. En él, lejos están sus arrebatos libertarios en el Monte Sacro, la exactitud milimétrica del proyecto geopolítico de la Carta de Jamaica y el delirio “mesiánico” sobre el Chimborazo. No, este Bolívar, mi paisano, es juguetón, cual niño, más real que ese otro, idealizado y mitificado hasta la tortura, como fue casi toda su vida, a pesar de la gloria, pues el haberse echado como Atlas el mundo encima, tiene su precio y la paga es costosa.

El otro Bolívar, el “histórico” y su tragedia, están suficientemente documentados hasta la saciedad; defensores y detractores todavía se enfrascan en la trayectoria de un hombre que luego de su triste agonía en cuerpo y alma, muere en Santa Marta, rodeado de abandono, pobreza y traiciones para ser subido, posteriormente a los altares de la “gloria”, la cual siempre es un engaño.

Para mí su verdadera grandeza radica en lo humano, con sus virtudes y defectos, que los tuvo, y muchos. Y en esa grandeza, me he encontrado este Bolívar, mi paisano, mi amigo, en la esquina de un pequeño poblado, rodeado de viejas casas campesinas de bahareque, tejas de barro y amplios corredores, que me permite ver un ser de rostro plácido, sin la adustez de esos otros que adornan las plazas de muchos lugares, pesados, duros y fríos. No, este Bolívar, mi paisano, está hecho de humilde yeso, pintado con los colores y el estilo en el que pintamos cuando somos niños, sobre una sencilla columna que testifica la donación hecha por mi pueblo Neira, en donde fue el primer Bolívar, a la vereda Pueblo Rico.

Este es el Bolívar que me ha cautivado, que me alegra cada que lo contemplo, porque es un paisano más en un pequeño caserío, testigo perenne del paso mío y de mis paisanos, sencillos como él, sin pretensiones, con la parsimonía de las vidas tranquilas y lentas cuyo disfrute es vivir enmarcados por un paisaje hermoso, de montañas de verdes de todos los colores, casas solariegas con fachadas de jardines y al fondo la vista espectacular de un Manizales del Alma que es hija de esos arrieros fundadores que pasaron por el camino en el cual ahora está Bolívar, mi paisano, también arriero, testigo sin afanes del río del tiempo.

* Poeta, anacronista y pintor; editor de «ojo con la gota de TiNta (una editorial pequeña e independiente)».

Imágenes de Bolívar de la vereda Pueblo Rico, en el Municipio de Neira, Caldas, en la cual los contertulios de la vereda se reúnen para charlar. (Fotografías Carlos Mario Uribe)

Ingenio incomprendido

Antonio Caballero Holguín (Bogotá15 de mayo de 194510 de septiembre de 2021) ​ fue un escritor, periodista y caricaturista colombiano. Su padre, Eduardo Caballero Calderón, conocido como “Swann“​ era un prestigioso escritor y periodista. Fueron sus hermanos, el pintor Luis Caballero Holguín y la escritora Beatriz Caballero Holguín. Durante los años 1950, a raíz del cierre del diario El Tiempo, donde laboraba su padre, vivió entre España y Colombia. Estudió en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, y después en el Gimnasio Moderno donde terminó su bachillerato. Comenzó su carrera de Derecho en la Universidad del Rosario y luego se trasladó a París donde continuó sus estudios en Ciencia Política, abandonando así la práctica del Derecho.

En su estadía allí pudo vivir la revuelta estudiantil del mayo de 1968 que mostró una juventud aguerrida, ambiciosa y decidida a cambiar el orden establecido. El caos formado por las revueltas hizo que cerraran la facultad en donde estudiaba y tuvo que regresar. Poco después volvió a Europa, se instaló en Londres donde se inició como redactor para la BBC de Londres y la revista The Economist. En Madrid también laboró para la revista Cambio 16 hasta 1975. De nuevo en Colombia se vinculó a la revista Alternativa, fundada en 1974, de carácter contestatario, independiente y de oposición al establecimiento. Permaneció como jefe de redacción y corresponsal internacional hasta su última publicación. En los ochenta sería columnista de El Espectador. En 1996 regresó a la revista Semana como columnista y caricaturista. A finales de 2020 renunció para unirse al canal  digital Los Danieles, hasta su muerte.

En el ámbito de la crítica de arte, la obra de Caballero fue recogida en Paisajes con Figuras, de 1997 y reeditada en 2009. Como taurino fue uno de los principales cronistas y defensores de la fiesta brava. En este ámbito publicó Los Siete Pilares del Toreo (2003) y Torero en el  Sillón (2010).  En el 2018 el Ministerio de Cultura, con la Biblioteca Nacional de Colombia, publicaron Historia de Colombia y sus oligarquías novedoso texto elaborado e ilustrado por Caballero.

En 1984 cuando nuestro escritor tenia treintainueve años, sería publicada su novela Sin remedio, en donde nos muestra en caleidoscopio, como transcurría la vida en la fría Bogotá, no es una radiografía pues no solo se explaya en relatos de acontecimientos que a veces parecen anodinos, pero que luego en el contexto se ven esclarecedores, sino que desde lo físico, lo social y lo económico nos realiza una inmersión tan real, que muchas veces sentimos una preocupación personal por lo acaecido que nos impele a continuar la lectura hasta encontrar solaz con las salidas ingeniosas que nos ha preparado. El inesperado desenlace lo ha sabido organizar con todos sus elementos en las quinientas quince páginas de su creación.

Su disfrute nos plantea un ejercicio que implica traer al presente los precios que menciona para cubrir algunos gastos como una cena elegante, el desayuno típico de un enguayabado, el valor de una carrera en taxi, la cantidad que nuestro personaje le solicita periódicamente a su madre, etc., además comprender la dificultad de la comunicación en un tiempo en donde solo se tenía el servicio telefónico residencial y el servicio público de los aparatos monederos, en fin meternos en la narración para un máximo disfrute. Por lo demás tiene el merito de describir no solo los ambientes de la oligarquía criolla, sino los sombríos bares ordinarios, los lupanares de un poco mas de categoría y los extraños clubes en donde se esconden algunos pecados que no admiten la luz pública, sino la locura de la noche.

El personaje central Ignacio Escobar de treinta y un años, empedernido solterón dedicado según él a la poesía y sus dificultades para realizarla, mientras realmente está inmerso en el ocio remunerado, por el soporte económico, como hijo único, brindado por su mamá, alta representante de la oligarquía bogotana, viuda de un diplomático con el cual aprendió a disfrutar la vida y luego a establecer en su residencia una especie de salón cultural en el que medraban no solo sus familiares cercanos sino su cardiólogo, Monseñor Boterito Jaramillo, su consejero espiritual, y otros vividores que no faltaban todas las tardes a la cita con almuerzo incluido y licores finos a mares. Su vida de ocio navega entre guayabo y guayabo.

Pasaba días entero durmiendo soñando vagos sueños, sueños de sorda angustia persecuciones lentas y repetidas por patios de cemento encharcado de lluvia. Fina lo despertaba, le daba de comer, lo dejaba dormir lo olvidaba en su sueño: a veces insistía en darle vitamina, como si fuera eso. Había dejado de sentir, de esperar de hacer planes de pensar cosas complicadas, con incógnitas. A veces todavía -pero era por inercia- se le seguía viniendo a la cabeza algún poema. La forma debe reflejar el contenido. Sí, pero para qué.

Escobar atenido como siempre ha encontrado en sus amantes o novias una prolongación de su mamá quien le sabe alcahuetear todos sus caprichos, por lo cual más que como desahogo sexual las ha tenido como apoyo material ante su manifiesta inutilidad para valerse por sí mismo. Como la última compañera Fina, lo acaba de abandonar por no ser condescendiente con el hecho de tener con ella un hijo, aunque él en el fondo no lo hace más que por no tener una verdadera responsabilidad. Su vida se había reducido a comer regular, beber demasiado y fumar cigarrillos, marihuana y a falta de estos no tenia problema con aceptar cocaína o cualquier substituto. Inexplicablemente cree que sus versiones sobre las llegadas al amanecer suenan creíbles y por eso abusaba de la confianza y paciencia de ella y se escuda en su cinismo.

¿Qué iba a decirle Fina? Mi amor, se me hizo tarde. No: era culpa de Fina. Dejar que Fina se hiciera cargo de su cuerpo y su alma rendidos de cansancio, beber agua por litros, lavarse el olor perfumado del cuerpo de Cecilia, dormir. Despertar muchas horas más tarde con todo listo y  limpio, con los dedos frescos de Fina sobre sus ojos febricitantes de guayabo. Se hizo tarde, mi amor, y no había taxis. Me encontré unos poetas en un bar, El Amparo, El Refugio, El Oasis, y después maté a uno.  Eso: maté a un hombre, y después, tú ya sabes, la policía, etcétera. ¿Qué a qué huelo? Ah, sí: a puta, mi amor. Es que me metieron en una celda con putas, en la  comisaría.

Siempre tendría a la mano la excusa perfecta para no comprometerse, bien fuera la falta de tiempo para acudir a una cita o a una visita, un ineludible compromiso previo, una molestia pasajera, por no decirle guayabo, etc. A su tío Foción dueño de un banco, como lo conocían ya no sabía que aducirle para rechazarle la oferta de un puesto que cada vez que se lo encontraba se lo ofrecía además por que como el mismo decía necesitaba alguien de la familia que continuara al frente. Siempre que le tocaba encarar la realidad así fuera para prepararse su propia comida en ausencia de su compañera, sostenía: La libertad no consiste en pasarse la vida solo y desesperado, cocinando espaguetis, lavando platos, fregando ollas, restregando sartenes, la libertad debe ser un festín en el que corran todos los vinos, en el que se abran toso los corazones. No esta mierda.

Uno de sus amigo, Federico, casado con Ana María, se le dio por volverse escultor comprometido y lo sostenía aduciendo que era su forma de participar en la necesaria revolución que pregonaba el comunismo, del cual también estaba contagiada su sobrina Patricia hija del banquero, quien andaba comprometida con un líder anarco quien tenía como fama conquistar chicas con su discurso de rebelión y luego pasarlas por las armas, teóricamente. Ese tipo de esnobismo de acercamiento de la juventud, así sea de clase privilegiada, con las bases ha existido siempre, sobre todo en las universidades públicas. Sería Federico quien lo invitaría a una reunión clandestina con unos extraños personajes, eso sí activistas puros y duros quienes lo incluirían por error, (pues lo confundieron con Ignacio Alvarado otro poeta, activista) en su Frente amplio cultural. Cuando se dieron cuenta consideraron que él también les podría servir para componer un manifiesto poético comprometedor y que abarcara en él todo el reflejo de las contradicciones en que se vivía y el porque del necesario cambio.  

Creyó así encontrar su redención y un motivo para salir de ese lodazal en que estaba inmerso y lo peor era que no le estorbaba, solo con la visita de su sobrina Patricia a su apartamento pudo darse cuenta de ello. Miró e1 viejo desorden: los ceniceros rebosantes de colillas, los platos y las tazas los fragmentos de frutas oxidadas, el aroma marchito de las flores en agua corrompida el reguero de papeles escritos arrugados arrinconados en el piso. Era una suciedad de cosas limpias: flores, poemas frutas.

Sus recorridos diurnos y nocturnos por la ciudad, sus visitas así fueran esporádicas donde su mamá y el contacto allí con sus refinados invitados, su presencia en elegantes restaurantes y sombrías cafeterías, sus compinches de farras, rascas y trabas, en fin el conocimiento del ser humano, sus alcances y limitaciones, sus temores y desafíos, sus seguridades y miedos serían el material exquisito para componer el trabajo de su vida.

Escribió todo el día deteniéndose a veces para afilar el lápiz o para meter la cabeza bajo el chorro de agua de la ducha. Poco a poco iba viendo más claro lo que quería decir y lo que quería decir era un poema que iba saliendo poco a poco de sí mismo como si se sacudiera todo el fango superfluo que deja el paso por la noche del caos. Iba saliendo con más serenidad que la noche anterior. Aunque también -notaba a veces con temor- se iba reduciendo bastante. Temía que a fuerza de despojarse de todo lo superfluo se le quedara en nada, en una sola línea un solo verso.

Después de concluido se pudo dar cuenta de todas las capacidades intelectuales que tenía y se maravilló de su creación, no solo era un poema comprometido sino que además contenía en sí mismo la gran justificación del cambio, pero creería uno de su propio cambio, pero ahí la disculpa se cumplió, no tuvo más tiempo. Esa inmersión intelectual, ese descubrimiento de lo que llevamos tan en nosotros y que quizá no hemos ni encontrado, ni sabido aprovechar, sería el compendio personal de ese Manifiesto, no cultural, sino intelectual y personal. ¿Será que nos atrevemos a hacer nuestra propia inmersión?

Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas. *

 

Le molesta la palabra poetisa y se define como poeta, periodista y feminista

Falleció la insigne poeta Maruja Vieira (Manizales, 1922 – Bogotá 2023). El siguiente es el prólogo del libro “El nombre de antes”  incluido en la Colección Biblioteca de Escritoras Colombianas, un proyecto del Ministerio de Cultura de Colombia.

Con casi 99 años, Maruja Vieira se disculpa porque a veces le falla la memoria. Lo dice con timidez, anticipándose al posible olvido de alguna fecha exacta o el nombre de una persona remota. Pero su memoria sigue siendo prodigiosa y eso se evidencia en su alegre conversación, en la que intercala explicaciones y anécdotas con versos de su autoría; declama el final del poema «Lo que más duele de tu ausencia» y los versos completos de «Visión de infancia» y «Los muros y el recuerdo».

Como el comentario preciso para el diálogo presente lo pensó y escribió hace décadas, entonces el poema llega para complementar la charla. Es como si un apuntador invisible o una voz interna le dictara línea por línea cada verso que sale de su boca, sin traspiés ni titubeos, con una cadencia que hace énfasis en el adjetivo preciso y una expresión corporal de la que se infiere que no solo oye la poesía, sino que, además, la ve.

Antes de ser poeta fue declamadora. Antes de declamar fue lectora. Antes de aprender a leer, sus padres, su hermano y su abuela le leían en voz alta.

En ese antes no se llamaba Maruja, sino María Vieira White, y ya tenía el don de la musicalidad que le permite memorizar versos como si fueran canciones y escribir poesía con un ritmo interno singular.

Ella aclara: «Yo nací periodista».

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Joaquín Vieira Gaviria era maestro de escuela en Sopetrán cuando estalló la guerra de los Mil Días. Su filiación conservadora lo llevó a enrolarse en el Ejército, donde ascendió hasta coronel. Un día, unos soldados le llevaron a un supuesto «bandolero», un muchacho liberal que al coronel le pareció demasiado joven. Movido por su pasado docente, decidió devolver al capturado a su familia en vez de hacerlo prisionero.

Cabalgó con el joven Ernesto White Uribe hasta Frontino para dejarlo en casa de su papá, John Henry White Blake, quien había migrado desde su natal puerto de Cowes, en Inglaterra, para trabajar como ingeniero y geógrafo en Urabá. El inglés agradeció el gesto del coronel y lo alojó en su casa. Ahí fue cuando Mercedes, la menor de los doce hijos White Uribe, conoció al coronel.

Varios factores pudieron haberse atravesado en el amor entre Joaquín y Mercedes: ella tenía trece años; él, treinta cinco y, además, estaba el asunto político: Joaquín era un coronel conservador y Mercedes era prima de Rafael Uribe Uribe, el más destacado general liberal de la guerra. La guerra siguió, los liberales perdieron y, años después, el coronel fue designado para un alto cargo en Frontino, donde el reencuentro con Mercedes fluyó más rápido de lo previsto. Ella tenía dieciocho años cuando se casó, en 1909, y fruto de esa unión entre un conservador y una liberal nació dos años después en Medellín su primogénito, Gilberto, quien durante casi medio siglo presidió el Partido Comunista en Colombia.

* * *

A comienzos de la década de 1920, la muy conservadora Manizales era una ciudad con setenta años de historia y cincuenta mil habitantes, que vivía el auge económico de la bonanza cafetera y el dinamismo político de haberse convertido en capital del Gran Caldas, luego de su segregación de Antioquia en 1905. A esa ciudad arribaron los Vieira White, con Gilberto de once años, y fue allí donde nació la segunda y última hija de la familia, María, el 25 de diciembre de 1922.

Sus primeros años transcurrieron en una casa tradicional en el actual Parque Caldas, y luego en otra en el barrio Lleras, en la que no faltaron los libros, la lectura, ni la compañía de Micifuz: «Mi mamá escribía, y muy bien, pero nunca publicó. Mi papá leía y mi hermano también. El único que no leía era el gato».

Era blanca mi casa, con ardientes geranios
Que cifraban la luz en las altas ventanas

«Cuando pienso en Manizales veo la torre de la Parroquial, que era lo que yo veía con mis ojos de cuatro años desde el balcón de la casa de don Camilo Hoyos, donde nací. No sé si todavía existe, pero la vi en una estampilla retratada. Es la casa de la esquina que da frente a la Parroquial».

Tenían las ventanas —cristal desvanecido—
un horizonte de árboles, de torres y palmeras.
Las calles alargaban el sueño del camino.

Entre 1922 y 1926, tres grandes incendios destruyeron Manizales. El segundo, en 1925, quemó 229 edificios en 32 manzanas, y el tercero, en 1926, acabó con la Catedral. María estaba muy pequeña, pero fue tanta su conmoción que esos son sus recuerdos más antiguos: «Me tocó verlos y sentirlos. Yo diría, con Aquilino Villegas: “Mis ojos mortales vieron el incendio”».

Esa imagen apocalíptica, sin embargo, no alcanza a turbar la memoria de una infancia feliz: «Recuerdo las comidas; me daban cosas muy ricas, y también me veo caminando de la mano de ese ser humano tan bueno y noble que fue mi padre».

Tres mujeres fueron determinantes en esos primeros años para su relación definitiva con la literatura. Su madre, Mercedes, leía en voz alta un amplio repertorio en el que cabían desde autoras locales, como Blanca Isaza de Jaramillo Meza y la boyacense Laura Victoria (Gertrudis Peñuela de Segura), hasta poemas, dramas y traducciones del español Felipe Cabañas Ventura. Su abuela materna, Rita Uribe Uribe, también era una voraz lectora de poesía e historia y fue con ella con quien María aprendió a leer. Este gusto se afianzó con Claudina Múnera, pedagoga, escritora y feminista, quien se encargó de estimular ese interés literario en la nueva estudiante del Liceo Femenino, colegio al que ingresó en 1928.

—Señorita Mercedes, ¿en realidad qué sabe hacer la niña?
—¡Nada! No le gusta coser. Dice que no quiere coser con «guja».
—Pero ¿qué le gusta hacer?
—Leer.
—Pues, entonces, ¡que lea!

Como ocurre con varios de sus textos periodísticos, que dialogan con sus poemas, la crónica «Memoria de Claudina Múnera» es el envés de «Recuerdo», poema dedicado a la misma profesora.

Recuerdo que mi escuela tuvo un balcón de árboles
y un patio, junto al claro viaje de los gorriones.
La vida era una mano que me esperaba afuera
y una cabeza blanca, llena de sueños altos.

Joaquín Vieira fue el primer gerente de las rentas de Caldas, y gracias a su contacto con el «alquimista» cubano Ramón Badía, el departamento ha gozado durante un siglo de los réditos del tradicional Ron Viejo de Caldas. Su legado se honra hoy en la sede de la Industria Licorera de Caldas con fotos que exaltan su figura. Lo que no se cuenta es que, en 1930, cuando terminó la Hegemonía Conservadora y el Partido Liberal asumió el poder, el coronel retirado perdió su trabajo y, aunque tuvo la oportunidad de trabajar en Ibagué, a cambio de revelar la fórmula del ron, prefirió migrar a Bogotá, con incertidumbre económica, pero sin problemas de conciencia.

* * *

Bogotá le cambió la vida a María. A sus once años ingresó al recién fundado Instituto Montessoriano, dirigido por Sofía Quijano de Ayram, otra activa pedagoga con quien pudo fortalecer su vocación literaria y su conciencia feminista: doña Sofía acababa de crear la primera facultad de derecho para señoritas.

A la influencia de la profesora se sumó la transformación de su hogar. «Nosotros llegamos con menos holgura de la que teníamos en Manizales y nos ubicamos en el ala de una casa muy grande del centro: era la casa de Georgina Fletcher Espinosa, una mujer maravillosa para la historia colombiana; la mujer feminista más notable de su tiempo».

Georgina Fletcher coincidió con Claudina Múnera en varias iniciativas en favor de las mujeres. Cuando los Vieira llegaron a su casa, ya era una líder reconocida no solo porque desde 1924 era representante en Colombia de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas, sino, además, porque en 1928 lideró junto con Baldomero Sanín Cano el proyecto de ley sobre los derechos civiles de la mujer colombiana, que naufragó en el Congreso.

En su casa eran frecuentes las tertulias: invitados, lectura y conversación. María conoció allí a la poeta Marzia de Lusignan (Juanita Sánchez Lafaurie), quien «me sirvió mucho para aprender realmente qué debería decir» y fue allí, con quince años, donde escribió su primer poema, luego de la muerte de su abuela Rita.

A los dieciséis se retiró del colegio y empezó a trabajar. Primero en la Casa Conti, un almacén de instrumentos musicales, y luego en la Texas Petroleum Company, donde permaneció por siete años.

«Mi primo Ignacio Uribe Correa me ofreció un empleo como secretaria. Allá aprendí de todo, pero sobre todo cómo se desenvuelven una mujer y un marido […]. Yo solo tenía un padre y un hermano, que no es lo mismo, aunque ellos fueron absolutamente positivos en todo lo que pasó conmigo cuando empecé a escribir poesía, y además tuve muy buena suerte con la publicación en los periódicos. El silencio es una cárcel para el poeta y yo pude expresarme desde muy temprano».

A comienzos de los años cuarenta María Vieira White era una joven secretaria que alternaba su trabajo de oficina con la poesía y el periodismo: leía, escribía, declamaba, y empezó a publicar su obra en Lecturas Dominicales, el suplemento literario de El Tiempo. «Me gustaba declamar: Neruda especialmente, Antonio y Manuel Machado, y de Colombia, a Juan Bautista Jaramillo Meza. Hice muchos recitales y, declamando poesías ajenas, fui llegando a la mía. Yo no decidí hacerme poeta. Los poemas siempre llegaron por sí solos, sin anuncio ninguno. Desde pequeña sentí la vida desde un ángulo que resultó ser el poético y descubrí que lo que yo escribía gustaba».

En 1943 el poeta Pablo Neruda visitó Bogotá. María quiso conocerlo y el Partido Comunista facilitó las cosas: Gilberto ya era su dirigente, y el congresista Jorge Regueros Peralta era el novio de María, así que pudo unirse a la comitiva comunista que fue al aeropuerto de Techo para darle la bienvenida al chileno. Pocos días después, en una conversación amistosa, ella se animó a mostrarle a Neruda sus publicaciones en Lecturas Dominicales. «Él me dijo: “En Chile a las Marías les decimos ‘Maruca’”, y yo le respondí: “Acá les dicen ‘Maruja’”. “Te llamarás Maruja Vieira”, dijo, y desde ese día me quedé así».

Ya había publicado columnas y poemas en la prensa y había recibido un segundo bautizo, pero solo se sintió poeta a partir de un paseo a la laguna de Tota, con Enrique Uribe White, «primo hermano doble de mi mamá y un personaje muy fuerte en nuestras vidas». Maruja llevaba algunos de sus poemas mecanografiados y estando en el barco «él cogió los manuscritos y empezó a leer en silencio. Algunos los guardaba y otros los tiraba al agua. Cuando ya había arrojado varios, yo le dije: “Esos poemas no tienen copia” y él contestó: “Mejor”. Yo me sentí poeta ese día en que Enrique aceptó mi poesía porque lo que sobrevivió a la laguna se convirtió en mi primer libro».

Con el bautizo de Pablo Neruda y la bendición de Enrique Uribe, Maruja saltó de las páginas de periódico al formato de libro: Campanario de lluvia apareció en 1947 con prólogo de Álvaro Sanclemente; Los poemas de enero salió en 1951, también con la Editorial Espiral, y ese mismo año Jorge Montoya Toro editó en Medellín el volumen Poesía. El cuarto título, Palabras de la ausencia apareció en 1953 con prólogo de Baldomero Sanín Cano, y a partir de ahí siguió una sucesión de obras que suma alrededor de veinte libros, el último de ellos, Una ventana en el atardecer,
de 2018.

* * *

Maruja trabajaba en los almacenes J. Glottmann cuando la sorprendieron los incendios y saqueos del 9 de abril de 1948. Luego del Bogotazo, la situación política se tornó tensa para su hermano, y en 1950 ella se radicó en Caracas, desde donde trabajó en la Radiodifusora Nacional de Venezuela y escribió para diarios de Caracas y Bogotá.

Rápidamente se convirtió en una escritora reconocida. Publicaba libros, le pagaban por sus colaboraciones en la prensa, su voz sonaba familiar en la radio y tenía una vida social activa. Sin embargo, algunos consideraban que era una mujer incompleta: «Cuando cumplí los veintisiete años y, desde entonces con frecuencia creciente, hasta convertirse en gota de agua que horada la piedra, estoy oyendo la pregunta consabida y ritual “¿Cuándo te casas?”», escribió desde Caracas en Dominical, de El Espectador, en 1952.

«¿Cuándo te casas?» es una crónica vigente en la que desnuda al patriarcado desde un feminismo mordaz y divertido. Esta provocó una respuesta de Gabriel García Márquez en la columna «Día a Día», de El Espectador, en la que señala que «casarse con una escritora de prestigio —piensan tontamente los hombres solteros— es sin duda un honor, pero un honor demasiado estrepitoso y apabullante para quienes consideran que ya es suficiente peligro para sus complejos el hecho de casarse con alguien que sepa mejor que ellos cómo se remiendan las medias».

García Márquez la describe como una mujer «excepcionalmente atractiva», que escribe con «gracia y habilidad» y es «excelente poetisa». Maruja Vieira no habría usado ese término para referirse a sí misma. Le molesta la palabra poetisa y se define como poeta, periodista y feminista. «Las primeras feministas fueron las mujeres inglesas, las sufragistas. Yo tengo sangre inglesa por mi abuelo materno y me interesa mucho lo que tiene relación con la liberación de la mujer, la independencia y la capacidad de la creación. Es muy importante que la mujer participe de todos los elementos de la sociedad en que vive. Así me formé y por eso desde los dieciséis trabajé en todo lo que pude».

* * *

Luego de un período entre Venezuela y Bogotá, en 1955 se radicó en Popayán y, a partir de 1956, en Cali, sin sospechar que estaba próxima a comenzar la etapa más intensa de su vida.

Contigo estaba escrito
el nombre del amor sobre la Tierra;
contigo, lluvia de la medianoche,
tierna raíz de astros.

José María Vivas Balcázar era un poeta conservador cercano a Laureano Gómez y al periódico El Siglo. Antes de conocerlo, Maruja lo leyó en Venezuela gracias a una recomendación de su amigo Otto Morales Benítez. En una velada poética en Caracas, Maruja escuchó una versión de «En la mansión del padre» y se animó a escribirle al autor para contarle lo que habían hecho con su obra. La carta fue contestada desde Chile con un libro de regalo.

Tiempo después Maruja fue invitada a otra tertulia en Cali y allí se encontró con José María, quien declamó «En la mansión del padre». La conmoción de ese encuentro derivó en un noviazgo de tres años, en el que el esquema de su familia, de padre conservador y madre liberal, se replicó en el nuevo hogar. «Maruja: ¿Cuándo te casas?». «El miércoles 9 de septiembre de 1959 a las 6:00 a. m. en la iglesia de San Judas Tadeo de Cali».

A las pocas semanas quedó embarazada:

Estabas tú, invisible todavía,
niña de las canciones.

Pero Ana Mercedes no alcanzó a conocer a su padre. Ocho meses después de la boda, José María sufrió un infarto fulminante a sus cuarenta y dos años y dejó a su esposa con siete meses de embarazo y en la más profunda desolación. Lo que sigue a partir de ahí es una obra poética que trae a la memoria el relámpago de ese amor y conjura con palabras la distancia que separa a los amantes: «La poesía se enfrenta valerosamente a la muerte y le gana, porque al escribir poesía se eterniza la vida».

Cuando cierro los ojos vienes
del país de la muerte.
Llegas
a la orilla del río del tiempo.

* * *

Su pequeña familia se extendió a una larga lista de amigos: Luis Eduardo Nieto Caballero; su primo César Uribe Piedrahita; la escritora Elisa Mújica, quien la propuso para integrar la Academia Colombiana de la Lengua; la poeta Matilde Espinosa, novia de su hermano y amiga inseparable de Maruja hasta su muerte, en 2008; Dora Castellanos, a su juicio, la mejor poeta colombiana; y Meira Delmar, «mi amiga del alma desde los primeros mensajes que intercambiamos y hasta hoy, porque, aunque se fue, su obra sigue viva en mí». A ellos, y a muchos otros, les dedicó poemas cargados de ternura.

Escribió siempre a máquina o en el computador y sin rituales especiales. «No hay una hora en la que uno diga “A esta hora no viene la poesía”, así que en cualquier momento se puede escribir. La poesía llega a todas horas porque está dentro de uno mismo. No es que uno la consiga, ella llega a la cabeza».

«¿Cómo quisiera ser recordada?». «Como escritora, sencillamente. Como poeta, como periodista. Sin complicaciones, palabras raras ni invenciones extrañas. Me interesa que comprendan lo que digo: la poesía eterniza el momento si se entiende. Su único compromiso es perdurar y para lograrlo tiene que ser clara, sencilla y accesible. Lo importante es dilucidar el pensamiento convertido en poesía, o sea en música con la palabra».

Maruja Vieira considera que su obra es «poesía periodística» y que sus poemas son crónicas: relatos de su vida, sus afectos, sus duelos y sus lugares queridos, así como postales sobre el conflicto armado y la violencia política, tan cercana a su vida. Su poesía, de la que este volumen recoge una muestra, ofrece una mirada íntima alrededor de la voz y la palabra, la infancia y la familia, el amor perdido, la maternidad, la memoria y el olvido, la guerra, el paso del tiempo, los amigos y la muerte, que se vence con la escritura.

Maeterlinck nos enseña que cuando recordamos
a los que ya se han ido, nos ven llegar a ellos.
Esta mañana tibia te buscan mis palabras
y mi amor infinito, más allá del silencio.

Referencias

. Centro Cultural Universitario Rogelio Salmona. (2021, 25 de febrero). Conversaciones: Libros, lecturas y experiencias. «La vida en las letras de Maruja Vieira [Video]. YouTube. https://www. youtube.com/watch?v=H9YA8sDvsWE

. Consuegra, J. (2012, 12 de septiembre). Maruja Vieira: Un poeta para ser poeta tiene que ser poeta… Eso no se aprende, se siente… Libros & Letras. https://www.librosyletras.com/2012/09/entrevista-maruja-vieira.html

. Díaz-Granados, J. L. (2014). Maruja Vieira. Creación y creencia. Ministerio de Cultura. https://www.mincultura.gov.co/planes-yprogramas/programas/programa-nacional estimulos/publicaciones/Documents/MARUJA%20WEB.pdf

. García Márquez, G. (2015). La importancia de llamarse Maruja. En Entre cachacos. Obra periodística 2, 1954-1955 (pp. 737-738). Penguin Random House. (Columna original publicada en 1954 y reproducida en https://marujavieira.com/obra/periodismo/cronicas).

. Nadhezda Truque, S. (2020, 28 de septiembre). A los 85 estamos descaradamente vivos. Semanario Voz. https://semanariovoz.com/los-85-estamos-descaradamente-vivos-maruja-vieira/

. Sierra, J. E. (2021, 18 de julio). La poeta Maruja Vieira y su amor eterno. Eje XXI. https://www.eje21.com.co/2021/07/la-poeta-maruja-vieira-y-su-amor-eterno/

. Restrepo, C. (2012, 31 de octubre). Poeta manizalita, a los 90 años, estrena blog y página web. El Tiempo. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12348381

. Ventura, B. C. (2018). Maruja Vieira: Palabra en el tiempo [Video] YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=K_IDEK0iNEY

. Vieira, M. (s. f.). Memoria de Claudina Múnera. https://marujavieira. com/obra/periodismo

. Vieira, M. (1947). Visión de infancia. En Campanario de lluvia. Espiral.

. Vieira, M. (1951a). Recuerdo de mi escuela. En Los poemas de enero. Espiral.

. Vieira, M. (1951b). Lo que más duele de tu ausencia. En J. Montoya Toro (Ed.). Poesía.

. Vieira, M. (1952). ¿Cuándo te casas? Dominical, El Espectador. https://marujavieira.com/obra/periodismo/cronicas

. Vieira, M. (1985). Cuando cierro los ojos. En Mis propias palabras. Biblioteca de Escritores Caldenses, Imprenta Departamental.

. Vieira, M. (2008). Niña de las canciones. En Todo lo que era mío. Colección Un Libro por Centavos, Universidad Externado de Colombia.

. Vieira, M. (2010). Lluvia de agosto. En Tiempo de la memoria. Caza de libros.

. Vieira, M. (2017). Los muros y el recuerdo. En Antología personal. Universidad de Antioquia.

. Vieira, M. (2018). Una ventana al atardecer. Secretaría de Cultura de Caldas.

* Periodista y abogada. Directora de Comunicaciones y Mercadeo de la Universidad de Manizales. Autora de la novela El oído miope (Alfaguara, 2018) y del libro de cuentos El lugar de todos los muertos (Secretaría de Cultura de Caldas, 2019) y del libro juvenil Sakas (Editorial Matiz, 2023).

Al borde del infierno

En El Espectador del 3 de septiembre del 2023, leemos: “El miércoles, el huracán Idalia tocó las costas de Florida, provocando marejadas ciclónicas de más de cuatro metros y vientos de más de 200 km/h. Ha sido el huracán más fuerte en azotar la llamada región del Big Bend en este estado en más de un siglo. Mientras tanto, casi 100.000 hectáreas de Grecia fueron arrasadas por el megaincendio más grande registrado en la Unión Europea, que obligó a la mayor operación de extinción desde que se fundó la comunidad.”

“En las labores de apoyo a Grecia participaron los gobiernos de Francia e Italia, que a la vez debieron responder a las inundaciones por intensas lluvias en el sur y el norte de sus países, respectivamente. Asia no estuvo a salvo: el tifón Saola pasó por Filipinas y encendió los máximos niveles de alerta en Taiwán y China. Todo eso fue esta semana, por mencionar solo un par de casos.”

Igualmente, en el medio digital The Conversation, con rigor académico y talento periodístico, Víctor Resco de Dios, Profesor de ingeniería forestal y cambio global, de la Universitat de Lleida, publicó el quince de agosto del 2023, en su artículo Piroceno: nos adentramos en la Edad del Fuego.

Los incendios de ahora no son como los de antes. Se han vuelto más agresivos y están alterando profundamente el planeta, dejándonos al albor de lo que podríamos llamar el Piroceno. Un mundo donde los incendios están sustituyendo al hombre en su papel de escultor de paisajes.”

“La combustión de paisajes fósiles alteró la atmósfera, y empezamos a calentar el clima. El abandono de los montes cambió la fisionomía de la tierra, y ahora la biomasa se está acumulando. Más calor y más combustible: más leña para los incendios.”

“Y los incendios de ahora se nos escapan. Ya no los podemos controlar. Llevábamos décadas manteniendo las llamas a raya. La superficie quemada en los bosques había disminuido gracias al desarrollo de nuevas estrategias en la extinción, a mejoras en la formación, y también al aumento desproporcionado en el gasto en medios de extinción. Pero eso ahora se ha truncado.”

“El dominio del fuego hizo posible el Antropoceno, la Edad del Hombre. Y la pérdida de su control nos está llevando al Piroceno, la Edad del Fuego.”

Por su parte el 5 de septiembre El País de España en su editorial La era de la ebullición global, sostuvo:

“Nuevos datos confirman la aceleración de la crisis climática. Los meses de junio, julio y agosto de 2023 han sido los más cálidos desde que hay registros. Si se repasan las series históricas se comprueba, además, que los récords de temperatura se han ido acumulando a lo largo de la última década. En este contexto, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, afirmaba el pasado julio que “la era del calentamiento global ha terminado; ahora es el momento de la era de la ebullición global”.

Finalmente, el 20 de septiembre de 2023, se llevó a cabo la Cumbre sobre la Ambición Climática, en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, allí, Antonio Guterres,  secretario general de la ONU, criticó la falta de compromiso de los gobiernos en la lucha contra el cambio climático, advirtió que “la crisis climática causada por la actividad humana ha abierto las puertas del infierno”. A la reunión faltaron Estados Unidos y China, dos de los mayores contaminantes en el mundo. Agregó que “si no hay cambios nos dirigimos hacia “mundo peligroso e inestable”.

“El fuego tiene efectos terribles. Los agricultores ven con horror cómo las inundaciones se llevan sus cultivos. Las temperaturas sofocantes dan luz a enfermedades. Y miles huyen con miedo a medida que se extienden los incendios históricos”

Con las sequías, inundaciones, temperaturas sofocantes, incendios históricos, “la humanidad ha abierto las puertas del infierno”, como han demostrado “los horribles efectos del horrible calor”.

Todo lo anterior pareciera servir de motivación para alguien que como el recientemente fallecido, Cormac McCarthy se decidiera abordar un relato, como efectivamente lo hizo, pero en el 2006 con su novela La carretera, la cual fue llevada al cine, como muchas de sus libros, en el 2009. Definitivamente los grandes escritores vislumbran el futuro.

Cormac McCarthy (Rhode Island20 de julio de 1933Santa FeNuevo México13 de junio de 2023). Escritor ganador del Premio Pulitzer de ficción por La carretera (2006) y del National Book Award por Todos los hermosos caballos (1992). Cursó estudios de humanidades en la Universidad de Tennessee durante el período 1951-1952, sin graduarse. En 1953 ingresó en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. En 1957 regresó a la Universidad de Tennessee. Durante ese período, que se prolongó hasta 1959, publicó dos historias (A Drowning Incident y Wake for Susan) en The Phoenix, revista literaria de la universidad, obteniendo el galardón Ingram-Merril para la creación literaria en 1959 y 1960.

En una semblanza para El Tiempo, Hugo Chaparro Valderrama sostenía: “Lo único que le interesaba era escribir y tratar de comprender los misterios que respiran en el corazón del ser humano. Sin demasiado optimismo: estaba convencido de la obsesión que tenemos por la destrucción, superando incluso a los desastres biológicos. “Nosotros lo haremos primero”, decía.”

Fue invitado para el afamado programa televisivo, The Oprah Winfrey Show del 5 de junio de 2007, allí se escogió su novela La carretera para ser incluida en su tradicional Book Club. Cuando se le preguntó por qué no le había interesado nunca que lo entrevistaran en televisión, respondió con una definición de su credo: “No creo que sea bueno para tu cabeza: si pasas mucho tiempo pensando en cómo escribir un libro, sería mejor no estar hablando de eso, es mucho mejor hacerlo”. En el programa habló de no conocer demasiados escritores y preferir la compañía de científicos, también mencionó las limitaciones económicas en su oficio de escritor, de igual manera se refirió a sus paternidad a edad avanzada y de cómo la inspiración para su libro le vino de la compañía de su hijo de ocho años.

En una famosa entrevista de Richard B. Woodward realizada el 19 de abril de 1992, para The New York Times, titulada La ficción venenosa de Cormac McCarthy, aparecen afirmaciones que perfilan claramente a este solitario y enigmático escritor:

Sería difícil pensar en un escritor estadounidense importante que haya participado menos en la vida literaria. Nunca ha enseñado ni escrito periodismo, ni dado lecturas, ni desdibujado un libro, ni concedido una entrevista.

“McCarthy, un escritor que describe las acciones brutales de los hombres con un detalle insoportable, y rara vez aplica la anestesia de la psicología, preferiría hablar que confiar.”

“El estilo de McCarthy le debe mucho al de Faulkner (en su recóndito vocabulario, puntuación, retórica portentosa, uso del dialecto y sentido concreto del mundo), una deuda que McCarthy no discute. “Lo feo es que los libros están hechos de libros“, dice. “La novela depende para su vida de las novelas que se han escrito.” Su lista de aquellos a quienes llama “buenos escritores” (Melville, Dostoievski, Faulkner) excluye a cualquiera que no “se ocupe de cuestiones de vida o muerte”. Proust y Henry James no pasan el corte. “No los entiendo”, dice. “Para mí, eso no es literatura. Muchos escritores que son considerados buenos los considero extraños”.

Veamos sus premoniciones, plasmadas en su novela La carretera. Estar felizmente casado, un hijo pequeño consolidando esa unión, una cómoda vivienda y un presente lleno de satisfacciones, con un futuro promisorio, todo abruptamente trastocado, que inició con una fulgurante llamarada que generó no un incendio, sino una total devastación de la tierra, con arboles consumidos por las incontrolables llamas, los ríos desbordados, los cultivos devastados, las ciudades arrasadas, los animales desaparecidos, destrucción total.

Pasar a poseer solamente lo que se lleva puesto y lo que se ha podido ir recogiendo en un carro de supermercado a manera de transporte, pues no queda otra opción, lo único que se tenía era el uno al otro, el padre y el niño, ya que con la catástrofe se desató una serie de suicidios familiares colectivos y muchos más individuales, evitando de esa manera ser presa de los demás cuando se desató el canibalismo como alternativa de supervivencia. Era perentorio huir de los otros. Aquí se produjo no solo una crisis ecológica mundial, sino otra migratoria pero con rumbo incierto. Había que caminar constantemente hacia el sur, para no ser presa fácil de los otros depredadores de humanos.

Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado. Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo. Su mano subía y bajaba al compás de la preciada respiración. Retiró la lona de plástico y se puso de pie envuelto en aquellas prendas y  mantas pestilentes y buscó algún atisbo de luz en el este pero no lo había.  

El niño fue asimilando la nueva situación y tuvo que ir aceptando, aunque no comprendiendo, la ausencia de la madre quien no aguantó y sin despedirse siquiera, tomó su destino en sus propias manos. (Ella se marchó y la frialdad de la partida fue su regalo final. Lo haría con una hojuela de obsidiana. Él mismo le había enseñado cómo. Más afilada que el acero.) La consagración de su padre lo conmovía, pero temía y de hecho, enfermó no solo de fatiga, sino de física hambre, pero en el peor momento, algo encontraban, les mitigaba las penas y les calmaba el hambre. El hombre llevaba consigo como talismán la foto de su esposa y como prevención un revolver con dos balas que le decía servirían para el momento final y en más de una ocasión le indicó como introducir el revólver en la boca y dispararse, le pedía que tuviera valor, pues se requeriría en ese momento, antes de ser violado por los antropófagos. No era por asustarlo, era una certeza. Lo vieron en un paraje, recién abandonado.

Entraron al pequeño calvero, el chico aferrado a su mano. Se lo habían llevado todo excepto aquella cosa negra ensartada sobre los rescoldos. Estaba examinando el   perímetro del claro cuando el chico se dio la vuelta y sepultó la cara en su cuerpo. El hombre giró rápidamente para ver qué había pasado. ¿Qué?, dijo. ¿Qué pasa? El chico meneó la cabeza. Oh, papá, dijo. Se volvió para mirar otra vez. Lo que el chico había     visto era un bebé carbonizado ennegreciéndose en el espetón, sin cabeza y destripado. Cogió al chico en brazos y regresó a la carretera estrechándolo con fuerza. Lo siento, susurró. Lo siento.

El padre aprovechaba toda ocasión para irlo formando en valores y haciéndole entender la maldad de los demás. Siempre resonaron las palabras que se iban convirtiendo en un decálogo ético, tal vez pensando ilusamente en un futuro posible, o más bien aceptando su ausencia pues se sentía enfermo con una tos persistente y sangrados eventuales al expectorar.

Decía que los sueños correctos para un hombre en peligro eran sueños de peligro y que lo demás era solo la llamada de la languidez y de la muerte… Si no cumples una promesa pequeña tampoco cumplirás una grande… No hay después. El después es esto. Todas las cosas bellas y armónicas que uno conserva en su corazón tienen una procedencia común en el dolor. El hecho de nacer en la aflicción y la ceniza. Bueno, susurró para el chico que dormía. Yo te tengo a ti… Sí. Todo irá bien. / Y no nos va a pasar nada malo. / Desde luego que no. Porque nosotros llevamos el fuego… Esto es lo que hacen los buenos. Seguir intentándolo. Jamás se rinden… Cuando sueñes con un mundo que nunca existió o con un mundo que no existirá y estés contento otra vez entonces te habrás rendido. ¿Lo entiendes? Y no puedes rendirte. Yo no lo permitiré.

Muchas penurias en la travesía, acechanzas constantes, amenaza de degollar el niño por un desadaptado que la pagó muy caro con la puntería del padre y la decisión de salvar el niño, a riesgo de que el sonido del disparo, como ocurrió, alertara a sus compinches, lo cual produjo una huida veloz para salvarse. En otra ocasión intempestivamente desde una vivienda que parecía deshabitada… En una ventana superior de la casa pudo ver a un hombre tensando un arco y  agachó la cabeza del chico e intentó cubrirlo con su cuerpo. Oyó el chasquido seco de la cuerda del arco y al momento sintió un dolor atroz en la pierna. Cobró esa afrenta con un disparo de una pistola de luces de bengala que atravesó el cuerpo del agresor. Era siempre una lucha a muerte.

Cuando mas parecía desfallecer el padre, sin que lo percibiera su hijo, al mirarlo le volvía el ánimo para continuar: Observó la cara del chico a la luz naranja de la lumbre. Sus mejillas hundidas y tiznadas de negro. Tuvo que contener la rabia. Era inútil. No creía que el chico pudiera continuar mucho más. Aunque dejara de nevar la carretera estaría casi impracticable… El chico estaba muy flaco. Lo observó mientras él dormía. La cara chupada y los ojos hundidos. Una extraña belleza.

 La desesperanza buscaba anidar en sus seres, pero después de tanto desasosiego y tras un largo recorrido, encontraron un sótano repleto de enlatados, comieron hasta la saciedad. Permanecieron algunos días allí, pero sabían que debían continuar. Luego pensarían que hubiera sido mejor no haber encontrado algo que no podían conservar. Esa es la realidad.

El chico se alivió, pero su padre estaba empeorando. Su hijo temía lo inevitable… Escupió una saliva sanguinolenta. Tenía que parar a descansar cada vez más a menudo. El chico le observaba. En algún otro mundo el niño habría ya empezado a echarlo de su vida. Pero no tenía otra vida. Sabía que el chico estaba despierto por las noches, escuchando para ver si todavía respiraba.

Tragedia tras tragedia hacen resaltar lo mejor y lo peor de los seres humanos, pero como le repetía el padre y lo aprendió el hijo, los buenos siempre lo serán, a pesar de las adversidades, porque tienen el fuego interno que no es devastador como el otro, sino que ilumina el espíritu, alienta a la acción y potencia la bondad de quienes la poseen y la proyectan sobre los demás. Su hijo supo además, que cuando él no estuviera podría seguirle hablando y le contestaría, para algo serviría seguir siendo de los buenos. Si el libro es conmovedor, la película es desgarradora.

* Profesional en Filosofía y Letras Universidad de Caldas.

 

 

 

 

 

El Declamador

Casting

Las escuelitas en donde estudié mis letras iniciales, siempre estuvieron marcadas por espectáculos culturales en donde nunca faltaba el teatro, el canto y la declamación. En mi casa practicaba la entonación de las poesías, la puesta en escena y los gestos enmarcados por mis brazos y manos que agitaba cual molino de viento enfatizando las emociones. Era la época de clásicos de la poesía popular: El brindis del bohemio; Reír llorando; La gran miseria humana, El seminarista de los ojos negros, etc… extraídos de las pequeñas bibliotecas que había en las casas en donde no faltaban estas antologías populares. En mi caso, papá tenía unos cuantos libros que él apreciaba como tesoro: los famosos Almanaques Mundiales, que cada año salían en gruesos volúmenes con mucha información valiosa de historia, geografía, astronomía y notas de cultura general; las infaltables revistas Selecciones, en las cuales bebimos muchos de nosotros; los libros prohibidos de José María Vargas Vila, como Aura o las violetas; y estos libritos de poesía popular. Mi padre solía recitar de vez en cuando algunas estrofas de los mismos, y le encantaba sobremanera La gran miseria humana, de Gabriel Escorcia Gravini:

“Una noche de misterio
estando el mundo dormido
buscando un amor perdido
pasé por el cementerio…

Desde el azul hemisferio
la luna su luz ponía
sobre la muralla fría
de la necrópolis santa,
en donde a los muertos canta
el búho su triste elegía.

La luna sus limpideces
a las tumbas ofrecía
y pulsaba el aura umbría
el arpa de los cipreses,
y en aquellas lobregueces,
de mi corazón hermanas
me inspiraron,
y con ganas
de interrogar a la Parca
entré a la glacial comarca
de las miserias humanas.

(…)”

El poema continúa en muchas estrofas más, pues es largo y delicioso.

Esta introducción me permite presentar a quien considero es uno de los últimos clásicos de la declamación en Manizales, mi amigo Armando de la Rosa, cuyo nombre no se dice, se declama, y quien “es frecuente ver caminar como poeta soñador por las calles de esta mágica ciudad con la lluvia y el sol a cuestas”, como dice de él el médico Uriel Buitrago.

Armando practica desde hace muchos años este arte escénico que se desarrolla frente a un público o grupo que observa y escucha, como testigo ocular y auditivo de la misma. Su interpretación puede ser colérica o pausada, con temas que generan polémica enfatizada con voz fuerte y ceño fruncido o silencios y susurros bien interpretados. Los buenos declamadores siempre generan asombro utilizando el rostro, los ojos, la voz, las manos y todo su cuerpo.

En la maleta, Armando tiene clásicos de amor, humorísticos, tristes, de fantasía, serios, anecdóticos, soñadores, nostálgicos, expresados con todo el sentimiento de alguien que los vive y transmite apasionadamente. Contemplarlo en acción es una experiencia inolvidable. Y para ello tenemos la oportunidad de admirarlo en la presentación que hará junto con su espectáculo artístico y noche de gala “Romance Lírico”, el 29 de septiembre en la Sede Social de Cootilca, calle 44 n° 23-52a, sector Cristo Rey, en donde actuará junto a reconocidos artistas como el grupo Rumba Flamenca y Árabe; Corazón Latino Show; y Son Varadero, que muestra la riqueza de ritmos afroantillanos como la guaracha, el son, la conga, la guajira y el son montuno.

Estos eventos son propiciados gracias a la gestión de Armando, quien voz a voz y con gran esfuerzo realiza toda la organización desde el contacto con los artistas, la difusión y el mercadeo, que es hecho de a pie, con lista en mano de quienes lo apoyan y a quienes visita, uno a uno, realizando la promoción, a la vez que también participa como artista con su presentación como declamador, que recomiendo por su calidad y puesta en escena, pues es muy grato volver a disfrutar de un espectáculo que hizo parte de los escenarios y veladas manizaleñas en épocas pretéritas y que ojalá hoy se recupere porque considero que es uno de los tesoros de nuestro acervo cultural y patrimonial.

* Poeta, anacronista y pintor; editor de «ojo con la gota de TiNta (una editorial pequeña e independiente)».