La muerte de las manos humanas

El 10 de marzo de 2024 se cumplieron 100 años del nacimiento del periodista, cronista, ensayista y poeta manizaleño Jorge Santander Arias. Fue Jefe de Redacción, columnista y Subdirector del diario La Patria, cargo que ocupaba en el momento de su muerte, profesor de historia del arte durante muchos años en la Universidad de Caldas, institución donde se le confirió en el año 1974 el título Honoris Causa en Filosofía y Letras.

A su obra se refiere el escritor Orlando Mejía Rivera en el prólogo del libro Subrayados que se espera edite la Universidad de Caldas este año cuando también se cumplen, el 18 de septiembre, 50 años de su fallecimiento.

Subrayados ha sido extraído, otra vez, del baúl de su padre por su hija María Virginia Santander y espera que nuevos lectores descubran lo que las antiguas generaciones no fueron capaces de ver: una obra de calidad literaria indiscutible, que es múltiples libros en uno solo, una especie de holograma de los poemas, ensayos y novelas que no publicó su autor en la vida y se encuentran in nuce aquí. Subrayados merece lectores atentos y ellos encontrarán a cambio golosinas intelectuales y vitales que perdurarán en su gusto literario y agregará otra capa geológica a la tradición cultural de la ciudad. Por último, me atrevo a plantear que en la historia del periodismo colombiano la columna de Jorge Santander Arias fue una de las primeras de Semiótica Cultural que tuvo el país. Esto solo bastaría para que esta obra cobrara vigencia y actualidad”.

La siguiente es la crónica que abre el libro Subrayados, precisamente el nombre de la columna que mantuvo en La Patria durante un largo tiempo.

I

La muerte de las manos humanas, piezas de museo. Para el amor, para el adiós, para la oración. Apología y vituperio de las manos.

Siento misericordia, congoja, nostalgia, por el destino de las manos humanas, enfrentadas a un definitivo proceso de insubsistencia, de decadencia laboral, de parásita inutilidad. Pobres manos del hombre que, dentro de poco, merced al acaecimiento irresistible de la técnica, ya no servirán más que para faenas tan inútiles como acariciar en la media hora del amor la carne adorada, saludar, o tal vez, unirlas en atrición para orar por el destino del resto del cuerpo, que quizá, dentro de poco, tampoco tendrá razón de ser….

La herramienta mató la mano, así como el libro mató la catedral y la catedral el abstracto pensamiento de los hombres sagaces. Un registro inmenso, gigantesco de aparatos subsidiarios, hace inútil la labor de las manos. Ya no son precisas para nada, fuera de las mencionadas y poéticas actividades que, tal vez encontrarán subsidios diferentes para aflorar, buscar, tergiversar y eclosionar. Pero esa extremidad, tantas veces confundida con una flor, con un pañuelo, con cinco lágrimas surgiendo de un párpado inmenso, será ya pieza de museo, guante inerte, colgante sin oficio, caldo sobre el cuerpo del cual fue indicativo, sin porvenir, sin esperanza, sin fugitivo ímpetu, definitivamente extinta. Pobres manos humanas que desde el principio del mundo constituyeron la gran curiosidad de los hombres, la sinigual herramienta que ayudó a conquistar al universo, al cuerpo gemelo, las distancias, la escritura, las primeras y últimas apetencias artísticas. Las que descubrieron el fuego y el agua, las que recamaron de cuidados la piel tribeña, hosca, sucia, correosa. Las que intentaron todos los milagros del amor y del odio. Las que supieron matar y perdonar, bendecir y despedir. Pobres manos humanas, sacrificadas inútilmente, lacias, temblorosas, artísticamente petrificadas.

La invención de máquinas que sustituyen todas las normales actividades de las manos humanas, acabará, dentro de pocos siglos, con todas las actividades contingentes de éstas. Mientras, se necesitarán para fabricar esas industrias que habrán de desplazarlas. Máquinas de escribir, de afeitar, de moler, de sembrar, de peinar, de volar, de pintar, de imprimir, de levantar, de caer, de subir, de cocinar, de recolectar, de arar, de distribuir, de seleccionar. Para las manos, solo botones que reducen, que reducirán su vigor, y su iniciativa. Y pronto, en vez de botones, una simple orden oral, una elocución, que, por medio de vibraciones conmoverá el mundo, abrirá la ventana a la vorágine, al ruido insistente de miríadas de tornillos y de gases, que hará posible la guerra, la conquista de nuevos mundos, el entierro definitivo de todas las esperanzas sencillas.

Y para las manos que: el amor, el saludo, la oración cuando la mano izquierda quiera saber lo que hace la derecha. Nada más. Actividades de jubilado, de impotente, de ser al borde de la ataraxia, casi de la parálisis, de la ataxia locomotriz. Pobres manos fugitivas que crearon el mundo sucedáneo, que supieron roturar la tierra y tocar el piano, conmover los espacios, fijar sobre el papel las grandes puntualizaciones universales, alimentarse y alimentar, caer sobre el regazo de la tierra, o levantar sobre el pavés al más grande, sobre el lecho a la más hermosa.  Pobres manos humanas, definitivamente proscritas, caídas sobre la base del cosmos, legendariamente ausentes de todo lo presente.

El hombre ha sido infiel a la concomitancia adicta de sus manos perdidas. Las ha dejado atrás en su camino de sueños y de frustraciones, ha caído, sin ellas, en la trampa de lo exacto, de lo demostrable, en la honda encrucijada de lo experimental, de lo fríamente empírico. Dejó atrás sus manos, lacias cortadas, que durante miles y miles de siglos tuvieron siempre la iniciativa poética, el lírico estremecimiento del viaje hacia lo desconocido.

Alguien, alguien muy grande, debería cantar a las manos del hombre, antes de que haya que cortarlas y meterlas en una vitrina, entre algodones, para asombro de los mortales de dentro de un millón de años. Alguien muy grande, muy poético, muy amoroso debería describir, para los próximos milenios ardientes e insistentes, la perdida virtud de las manos de los hombres, claves para la vida y para la muerte. Alguien debería describir su aurora, su apogeo, y su ocaso, decir de su fuerza, de una imantada fiereza, de su tacto, de su lascivia, de su odio y de su consumación, de su gesto de su arrogancia, de su castigo y de su muerte. Sobre todo de la muerte de esas manos inútiles, cargadas de pecados y de sueños. De caricias y de adioses. De estas manos que supieron el misterio de la vida y lo olvidaron, que no supieron abrirse en amor, cerrarse en unión, elevarse a los cielos para pedir el gran seguro de esperanza.

Columna de Manizales

El presente artículo fue publicado en octubre de 1969 en el periódico La Patria, con motivo del inicio del II Festival Latinoamericano de Teatro Universitario de Manizales, el cual cobra vigencia hoy, 52 años después, cuando comienza la 53 edición del certamen teatral más importante de América.

Los que saben griego, aseguran que “teatro” es, más o menos el “theaomal” que traduce, no muy ortodoxamente, “ver” o “veo”. Y así, conformándonos al significado que se le ha dado a “apocalipsis”, visión o revelación, este gran y último drama que presenciará la humanidad, va a ser la constatación óptica y sensible, de esa presencia de los ojos sobre acontecimientos, sobre tangibilidades que son la esencia de lo representable, de lo que se representa en la vida del hombre, en la vida del cielo y de la tierra.

Son precisiones muy importantes para lograr una identificación normal para apreciar un escenario, para opinar sobre lo que sucede en ese “proskenion” en el cual todos somos actores, autores, auditoria y crítica. Es una manera esmerada de ver en el teatro no solo un arte sino también una existencia.

Con motivo del Festival de Teatro Universitario Latinoamericano, que hoy se inicia en Manizales, sería muy importante que no distinguiéramos, sino que confundiéramos, como alguna vez lo insinuó Bernard Shaw, la tragedia, el drama, la comedia, la ópera, la zarzuela, porque todas son expresiones del genio humanístico que busca mostrarse y exhibirse. En el fondo de toda representación teatral hay una farsa, la misma que los hombres muestran en su discurrir común y corriente, que a veces es un discurrir sublime.

De Esquilo a Bertold Bretch, poco más ha transcurrido para el tratamiento de las pasiones y los deseos. La misma informalidad, la misma insistencia, la misma ansiedad, pero, también la misma esperanza. De Antígona a la Electra de O´Neill, no hay sino un paso. Un paso que, sin darse cuenta, la humanidad da todos los días.

Oscar Jurado escribió en este diario un artículo afortunado sobre “el miedo al Teatro Los Fundadores”. Lo leímos y nos dimos cuenta inmediata de lo acertado de su razonamiento. Hay miedo no solo al teatro como espacio físico, sino también al teatro como verificación de ver, de intensificar esa noción de “espejo” que el arte teatral hace posible. Detallar al hombre es peligroso, decía Benavente cuando e le impugnó el contenido “anarquista” de “Los Intereses creados”. Y respecto a su “Albertina” ¿Valentino Bompianl no ha reprochado lo mismo?

Este Festival de Teatro Universitario va a dar oportunidad para muchas cosas en el orden cultural, en el orden crítico, en el orden de las aproximaciones con la viva y con el arte. La teatralidad es inseparable de los hombres, y el mismo modo de apreciar las cosas, al fin y al cabo, deviene en teatro. Quizá, o sea, por eso mismo, formar una cultura teatral, sino más una rigurosa cultura humana. Y a través de esas representaciones en Manizales, vamos a tener oportunidad de hacerlo.

Las antiguas representaciones teatrales duraban semanas enteras. Se presentaban, móvilmente, todas las insistencias de la vida del hombre, todas las complicaciones sociales, todas las muertes y todas las apoteosis. Había más que motivo para hacer posible la reflexión sobre la condición de los mortales y de los inmortales. No en vano, un oscuro comediante de Stratford sobre Avon, plasmó en un ciclo heroico la historia de su patria, la historia de las mujeres feroces, de los hombres pérfidos, las sonrisas de las novias, los adioses de los amantes. Y sigue el ciclo de esa vida humana, trashumante y voluntariosa, ardida de lujurias, pero también de fe y amor.

El sentido continental que revista el festival teatral de Manizales, va a indicar, también, la universalidad de un acto que resuma y sintetiza muchas, o casi todas las apetencias vigentes, las inolvidables, las precisas. Lo trágico, lo dramático, lo cómico, lo frívolo, todo lo que reduce al hombre y su genio a una actitud artística, va a tener aquí su escenario, pobre o rico, pero como constancia de una conciencia y como una manera, un modo “de ver”.

En el Prólogo de “Romeo y Julieta”, el oscuro comediante de Stratford escribió dos líneas que resumen la vivencia del teatro y que nunca perderán su actualidad: “The which if you patient ears attend. What here shall miss our toil shall strive to mend”. Sinopsis perfecta para una definición completa de lo que el teatro espera del hombre y el hombre espera del teatro. Paciencia para adquirir una certeza que no se atreve a determinar; paciencia para consentir que los detalles dolorosos lo hagan reflexionar sobre sí; paciencia para esperar y, sobre todo