Parásitos de toda clase

“La sirvienta se nos convirtió en la dueña de la casa”, dice Fernando Vallejo para ilustrar un deterioro en la relación de gobernantes y gobernados. La clase política colombiana, que se supone rendida a los anhelos de los ciudadanos, invirtió el trato entre las partes para declararse ama y señora, con la corrupción y el lucro como estandartes de esta trampa.

Palabras que Vallejo pronunció en un acto público, como se observa en el documental La desazón suprema (2003), de Luis Ospina. Casualmente, el escritor antioqueño da en el blanco de la indignación y el revuelo que marcan los destinos de Colombia y Latinoamérica en días recientes. Miles insisten en que la relación entre funcionarios y civiles debe dar un vuelco, retroceder a la esencia que establece dedicación al servicio de la sociedad.

Traigo a colación la frase de Vallejo, pues llegó a mi mente luego de ver Parásitos, el reciente largometraje del surcoreano Bong Joon-ho, ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes de este año.

Una obra que narra el plan de una familia pobre para que los empleados de una familia rica sean retirados de sus cargos y, de esta manera, los pobres consigan trabajo al reemplazarlos. Individuos obsesionados con el ascenso, con conquistar territorios sociales sin importar los medios empleados. No por nada, han sobrado las comparaciones entre Parásitos y El sirviente (1963), la obra capital de Joseph Losey, en la que un hombre dedicado a la servidumbre deviene en tirano gobernador de un hogar.

La afirmación de Vallejo resuena en la trama, gracias a la idea de relaciones cuyas naturalezas se alteran para fines mezquinos y ambiciosos.

Importante aclarar que lo cuestionable no es que la sirvienta se vuelva dueña de la casa, como si el problema fuera que ella no permanece en su sitio y se niega a rendir pleitesía al patrón. Más bien, el debate apunta a la manera reprochable en que se da el ascenso, como en Parásitos, algo a lo que apunta la frase de Vallejo sobre el dominio de la clase política del país.

Los motivos que electrizan las protestas resuenan aquí y allá. En la convulsa realidad, en expresiones artísticas que están a la altura del espíritu de los tiempos para proponer diálogos que sacuden consciencias, que revelan y rebelan.

Fenómenos de alzamiento que responden a una amalgama de detonantes y que desembocan en una causa primaria: la cara más siniestra del capitalismo, como lo denuncian Parásitos y las actuales reivindicaciones. No por nada, Bong Joon-ho explicó que la acogida de la película entre audiencias del mundo obedece a que “vivimos en el mismo país llamado capitalismo”.

Habría que pensar en este modelo económico como una fuerza imparable que se abre paso por cualquier grieta, pese a estar arrinconada en ocasiones. Un monstruo incontenible de la naturaleza que configura el entorno a su gusto, según la época.

No era lo mismo este sistema hace 30 años que hoy. De allí que el valor de Parásitos radique en una incisiva lectura del aquí y el ahora, nada mejor para entender en clave de ficción ciertas realidades acerca de la fabricación de identidades e imágenes. Falsificación, engaño, ocultamiento, apariencias. Síntomas del capitalismo y su vinculación a la era digital.

Como lo menciona Vallejo, hablamos de jerarquías, de clases por encima y por debajo de otras. Aun cuando parezcan separadas, aun cuando unas se resistan a convivir con otras, finalmente interactúan (sin remedio) por vínculos de autoridad, sumisión, dependencia y complicidad. Como los políticos y los ciudadanos, como los ricos y los pobres.

*Crítico de cine y periodista.

 

Música, educación y proceso de paz: artes en movimiento

La música educa el espíritu y lo prepara para vivir en un constante proceso de paz. Foto: Shutterstock.

La música, la educación y los procesos de paz requieren acción/movimiento, y todo movimiento necesita tiempo para desarrollarse.

La música es movimiento, es el arte que se desarrolla en el tiempo, a diferencia de la jardinería, la arquitectura o las artes plásticas, que se desenvuelven en el espacio y en la quietud. También requiere una acción interna coherente y ordenada que permita a quien la escuche captar una imagen sonora. Una composición musical produce diferentes estados de ánimo en quien la escucha: miedo, esperanza, agitación, expectativa… basta con ir al cine para percatarse de ello. Pero al final el proceso musical termina en silencio, llega la paz. La música puede ser interpretada como una metáfora de la paz. La paz, como concepto amplio, permite transitar el camino hacia la civilización y la civilización es el propósito de la educación, que a su vez es el conjunto de conocimientos morales, éticos, estéticos, religiosos o técnicos que permiten que la vida del individuo sea útil para él y para su comunidad.

La música requiere vocación, como la política, la jardinería, el diseño de modas o la medicina. Para desarrollar la vocación es necesaria la instrucción, es decir, reunir un conjunto de conocimientos, dominar técnicas que permitan expresar y dar forma tangible a los impulsos de la vocación. Sin instrucción, la vocación corre el riesgo de quedar aniquilada. La educación es fundamental para cultivar o descubrir la vocación. La música es arte y el arte es político. El político lee el presente, lo relaciona con los hechos pasados y conjetura un futuro. El político y el músico desarrollan sus obras en el tiempo, obras que serán olvidadas o recordadas, que generarán veneración o rechazo. Las ideas políticas crean y moldean el espíritu de la época. El arte capta y plasma el espíritu de la época y le da forma a través de una técnica, como la pintura, la escultura o la arquitectura. Es responsabilidad de la vocación política armonizar las sociedades para que, al igual que la música, los elementos individuales que la componen tengan un orden, las disonancias resuelvan y los momentos de reposo se alternen con los de movimiento.

Música y política

Además de atender los asuntos económicos, militares, sanitarios o laborales, la política de vocación se empeña en educar e instruir a la población para construir una identidad cultural que conduzca a la convivencia. Un político de ocasión, suele inmiscuirse en la administración pública para entorpecer los procesos que conducen a esa estabilidad ciudadana. El político de vocación interpreta los hechos de la sociedad como una unidad, igual que un músico interpreta una partitura. Para Euclides la unidad es aquello en virtud de lo cual todas las cosas que hay son una. Para llegar a la unidad se requiere un proceso que busca el consenso de todas las partes que la conforman. Un músico y un político simplifican lo complejo y así crean su obra: música y política son unidades en movimiento. Una obra musical, igual que una obra política, cobra vida cuando se proyecta a la colectividad, cobra sentido cuando es interpretada y juzgada. La política también crea, como la música, estados de ánimo, estados de “contemplación política” en los que el ciudadano juzga al político y le atribuye responsabilidad por la vida que lleva y por las cosas que suceden en su comunidad. Si el político quiere ganar la aprobación del ciudadano, debe trabajar por construir un entorno en el que la educación y la instrucción ayuden a desarrollar la vocación de los ciudadanos para que sean actores de su propia civilización.

Por el contrario, un proceso sin educación e instrucción reduce la posibilidad de cultivar la vocación. Sin vocación la sociedad se proyecta lejos de la civilización y asume una posición anestesiada o agresiva. La ciudadanía vive en desazón y asume la máxima del “sálvese quien pueda” guiada por la individualidad absoluta: la soberanía del YO. Florece la envidia, muere la solidaridad, reina el insulto, crece la ira, el miedo se respira en el aire y el terror pasea por las ciudades.

Países como Estados Unidos, España, Inglaterra o Colombia han sido, en los últimos meses, víctimas de políticos de ocasión que entorpecen con sus decisiones políticas –sus obras– la armonía entre sus ciudadanos. La privación de derechos fundamentales (paz, educación, salud, vivienda, trabajo, cultura), como obra política ocasional, implica la reducción del espacio vocacional de la ciudadanía. Generaciones enteras han sido educadas en áreas que no son de su interés y, ante la necesidad de sobrevivir, han renunciado a su vocación. Sin vocación, las personas se convierten en presa fácil para los oportunistas-políticos-de-ocasión que entorpecen los procesos de paz necesarios para vivir en sociedad.

Multitudes inducidas a la superstición, la polarización, la violencia, los nacionalismos y patriotismos, que libran batallas ideológicas, lingüísticas, religiosas y militares. Víctimas de líderes sin arte que obstruyen el desarrollo, la estabilidad y la tranquilidad de sus naciones. Crean caos en el tiempo y aumentan la tensión sin interés por resolver las disonancias. ¡Pésimos músicos! Hasta el menos instruido intuye que carecen de vocación política. Ellos pueden argumentar que son maestros en el arte de la guerra, pero de ser así sabrían que la auténtica victoria en la guerra es la victoria sobre la agresión, es decir: la Paz, como lo indicó hace milenios Sun Tzu. Los procesos que desarrollan los políticos sin vocación alejan al ciudadano de un entorno adecuado que les permita desarrollar las facultades de su inteligencia. Algunos afortunados se refugian en su vocación y plasman el espíritu de la época en sus obras artísticas. La música de Schoenberg, por ejemplo, inspiró a Kandinsky. Ambos artistas –al igual que el Cuarteto para el fin de los tiempos de Oliver Messiaen que fue compuesto en un campo de concentración– ofrecían su vocación al espíritu de la época: la Primera y Segunda Guerra mundial. Es la música del fin de los tiempos.

La sinfonía necesaria

¡El Acuerdo de Paz en Colombia y sus leyes reglamentarias obligan a una exigencia musical del encuentro armónico! Para ello es fundamental contar con excelentes directores de orquesta que conduzcan las disonancias e interpreten la música de las sociedades en las que vivimos. Esa música también depende del proceso de armonización que cada ciudadano desarrolle individualmente y de la disposición para proyectarlo hacia su entorno. Un buen director de nada sirve si la orquesta no le sigue, ya sea por falta de vocación, educación o instrucción. Porque la responsabilidad de la sinfonía no recae únicamente en el director. Es importante, para ello, que los ciudadanos expresen su rechazo a la instrucción estéril en campos que no se relacionen con su vocación, así como la exclusión de las artes y la filosofía en la educación.

El ciudadano de vocación es fundamental para ejercer el espíritu de la época, es un ciudadano valiente porque sabe diferenciar lo justo de lo injusto y expresa a través de su arte, de su obra, su vocación. La música educa el espíritu y lo prepara para vivir en un constante proceso de paz. Música, educación y proceso de paz son, en definitiva, movimientos de vocación política.

Escribo este texto como homenaje a los músicos, educadores, políticos, deportistas, humoristas, ciudadanos, valientes de vocación que han apostado por construir procesos de paz y han muerto en el intento.

*Saxofonista y ciudadano de vocación. Es licenciado en Música por la Universidad de Caldas. Realizó un Postgrado en Jazz y Música Moderna en el Conservatori del Liceu de Barcelona y es Maestro en Música como Arte Interdisciplinario por la Universidad de Barcelona.

(Aika. Diario de innovación y tecnología en educación)

A tantos paisajes tantas disciplinas

A propósito del ENCUENTRO INTERNACIONAL DE PAISAJES CULTURALES

Entre el 16 y 18 de octubre se realizó el Tercer Encuentro Internacional de Paisajes Culturales y Séptimo Taller Internacional sobre el Paisajes organizados por la Cátedra de la Unesco,  Universidad Nacional, Centro Cultural Banco de la República de Manizales, bajo la dirección del profesor Fabio Rincón Cardona donde se dieron cita especialistas nacionales e internacionales. Su objetivo fue disertar desde el punto metodológico y epistemológico sobre los temas que confluyen en este espacio de conocimiento.

Una de las conferencias de mayor interés fue la intervención inaugural a cargo del académico Luis Llanos Hernández, Doctor en Ciencias Sociales, con el título “Discusión metodológica sobre el paisaje cultural y ambiental de los maíces nativos de los pueblos de la región  de La Malinche, Tlaxcala” (1). Planteó la lucha de los pueblos por la defensa del cultivo tradicional del maíz como protección del territorio y de las costumbres. Este cultivo propio de toda América, acompañó a los indígenas antes de la conquista  española y subsistió después de la invasión. Su preparación y manejo  en cada tribu tiene diferentes modalidades, pero en general ha sido fundamental en el mantenimiento de generaciones. Esta labor en Tlaxcala la realizan profesionales de diferentes especialidades para hacer sostenible en todos los niveles la resistencia de las comunidades contra los monopolios y costumbres impuestas que pretenden desestabilizar y debilitar las relaciones comunales. No solo es la sostenibilidad económica garantizada por el gobierno con precios de sustentación, sino que los  pueblos puedan vivir dignamente y seguir haciendo las fiestas religiosas, atender a los turistas y mantener la gastronomía basada en el maíz, respetando las aspiraciones de la  comunidad de acceder a los progresos tecnológicos sin que haya desmedro de su lucha ancestral. El apoyo del nuevo Gobierno de Andrés López Obrador  ha llenado de optimismo el proyecto y se esperan resultados en tres años.

Son varios los pueblos que rodean esta zona volcánica (denominados pueblos mágicos), y su atención merece un suficiente presupuesto y variados profesionales. Tlaxcala es una región profundamente volcánica y fértil donde abundan los árboles frutales que se combinan con la producción del maíz.

El ejercicio interdisciplinario es importante porque lo primero que ven los profesionales es un paisaje, una superficie, pero su tarea es acercarse y llegar hasta la realidad profunda y austera que se da en las comunidades en lo social, en lo agrícola y en  lo cultural. De esa forma se cumple lo que dijo la ministra de la Tecnología en Méjico quien pidió a los actores de la propuesta hacer lo posible por consolidar una apropiación social del conocimiento, pues es de la única manera que el círculo abierto en alguna parte se cierra entre la misma comunidad y los intervinientes. ¿Qué quiere decir? Que el conocimiento se convierte en modos de vida y no reposa en los escritorios. Según esta práctica que aplican en Tlaxcala las cosas no tienen esencia, sino que funcionan, no se definen como son, sino que funcionan. No hacen modelos sino cartografías, se imaginan las cosas en la realidad. No solo eso, la labor más difícil es poner de acuerdo a los diferentes profesionales ya que no existen modelos de trabajo. “A tantos paisajes tantas disciplinas” dice el lema del evento.

Una buena opción para Colombia donde se necesita la sustitución de cultivos y la ayuda del gobierno a los campesinos con precios de sustentación. Nos es dejar a los campesinos a la buena de Dios, sino dar la mano para que la comunidad salga adelante. En Méjico el programa es una forma de resistencia pacífica de las comunidades indígenas, que recoge una tradición milenaria y da sustento agroecológico a su trabajo y subsistencia, transmitiendo no solo un conocimiento auténtico, sino que se constituye en una herramienta de consolidación del paisaje y permanencia de la cultura ancestral.

Los temas que abarcó este Encuentro Internacional de Paisajes Culturales fueron entre otros el patrimonio cultural, el paisaje cafetero, los bosques tropicales. Los expositores llegaron desde Méjico, España y por supuesto Colombia.

*Escritor.

La tristeza del olvido

Después de haber estudiado Agronomía y especializarse en Estudios Ambientales, Marcela Villegas (Manizales 1973), encontró en la Maestría de Escrituras Creativas  de la Universidad Nacional (Bogotá), que su verdadero destino era la literatura y nos lo acaba de corroborar con su obra de iniciación Camposanto**, en la cual nos presenta un relato desgarrador de la mayor tragedia del hombre: el olvido.

En una conmovedora narración Amalia nos muestra el descenso de su madre Elena, de apenas cincuenta y seis años,  desde la lucidez hacia la demencia senil y como si fuera poco, las tensiones en su trabajo de antropóloga forense con el cual pretende que el olvido no cubra también las infamias del hombre, pues como dice, su labor tiene relación con los muertos y sus parientes, y sus descubrimientos sobre los extremos que pueden tocar los seres humanos.

Elena una profesional destacada con un carácter fuerte e impositivo, fue alejando poco a poco a sus seres queridos, Ignacio el papá de su hija, médico y con quien no fue capaz de convivir, a pesar de su especial cariño y dedicación por ella. Igualmente al querer decidir por su hija y su realización profesional, hizo lo que resume en su afirmación, “cada vez me quiere ver menos”, aunque a los ojos de los demás parecía una familia convencional. Por ello fue más doloroso que la enfermedad de Elena propiciara un tardío acercamiento, que por lo demás poco duró.

Comenzó con pequeños olvidos, desubicación espacial, cambios bruscos de actitud, lo que conllevó a una consulta médica que aceptó a regañadientes y en la cual se detectó el fatal inicio de tan penosa enfermedad, lo cual obligó a su hija a volver a casa y como dijo, en convertirse en madre de una hija que no esperaba. Todo empezó a cambiar no solo para la enferma, sino también para quienes la rodeaban. Al respecto Amalia afirma: “Un día despedí el sentido del humor de mi mamá, otro, su buena memoria, otro más, su control sobre lo cotidiano. Hoy, que estoy enterrando su independencia, siento que he parido una hija vieja que me entrega no una enfermera, sino el neurólogo. Y he de cuidarla y no verla crecer, sino encogerse o diluirse.”

A su vez para Elena fue muy duro aceptarlo, aunque al comienzo era muy consciente de la gradualidad de las pérdidas, era muy triste admitirlo, y soportar que la trataran como una minusválida, pero la mente la traicionaba en sus recuerdos, en su juicio sobre los demás y en general en sus angustias, que la iba sumiendo en una depresión como si fuera una fosa como las que excavaba su hija para recuperar los huesos de las víctimas de la violencia y tratar de identificar a un ser querido que sus duelos habían buscado infatigablemente.

Cuando una persona ha sido tan cuidadosa de su apariencia personal y como mujer ha sido vanidosa, es muy triste admitir que eso también se pierde, pues llega el día en que no le interesa ni bañarse y menos lucir bien, además los cambios producidos por todos los medicamentos hace que los horarios le sean indiferentes y que las costumbres del hogar no cuentan, pero Amalia debe dormir para poder madrugar a trabajar y todo el desorden de su madre la hacen explotar: “Me acomete una furia de loca y empiezo a gritarle que es una desconsiderada por no dejarme dormir, que creo que hace todo eso para llamar la atención, que estoy harta, que deje ya de joderme la vida.”. Inmediatamente llega el arrepentimiento por lo injusto de su proceder.

Es muy conmovedor el rescate de sus recuerdos, que trata de hacer Elena en sus pocos momentos de lucidez, recurriendo a todos sus sentidos y así algo reconstruye con lo olido, lo visto, lo escuchado, lo palpado, lo saboreado, sabiendo que lo disfrutó y que ya es irrecuperable, afirma: “Soy. Todavía no he perdido ningún recuerdo esencial. Los repaso todos los días como si contara monedas”.

Qué albergará ahora en su mente cuando ya no está en su casa, sino en un hogar especializado para ancianos enfermos en donde con sarcasmo, decimos, se puede ir a visitarlos sin tener que preocuparse de su atención permanente, ya que está cubierta con un pago que aunque a veces excesivo, da tranquilidad y permite seguir la rutina diaria. Allí al despedirse Amalia de su madre, esta le extiende la mano con la palma abierta y le enseña una moneda vieja y sucia.

*Profesional en Filosofía y Letras. Universidad de Caldas

**Premio Nacional de Novela Corta 2016, Universidad Javeriana

Sílaba Editores.

La danza y la docencia, dos pasiones que la hacen feliz

Claudia Patricia Leguizamón

Las zapatillas de baile son las compañeras inseparables de Claudia Patricia Leguizamón Londoño. Las lleva en su bolso a cada ensayo, las deja siempre en su carro y hasta en la maleta cuando va de viaje, así su destino no tenga nada que ver con la danza.

En el Instituto Colombiano de Ballet Clásico, Incolballet, se formó como bailarina, en la Universidad del Valle se graduó en Arte Dramático, en la Universidad de Caldas se tituló como Licenciada en Educación Física, Recreación y Deporte y tiene estudios en el Instituto Superior de Arte de Cuba. Toda esta experiencia académica la ha enfocado hacia la docencia, la dirección coreográfica y el baile.

Su primer recuerdo con la danza se remonta a la película Las zapatillas rojas que fue a ver a los 4 años con su mamá en el teatro El Cid de Cali. Después de un tiempo fue elegida entre 400 niños, que en promedio se postulaban para ingresar a Incolballet. Allí tuvo maestros rusos, cubanos, checos e italianos.

Llegó a Manizales hace 28 años cuando existía la Fundación Ballet de Caldas y aunque extraña el clima, los aborrajados, el chontaduro de sus natal Cali y las dinámicas de ciudad grande, Claudia Patricia no dudó en quedarse en el Eje Cafetero, inicialmente como docente de la Fundación y de la Academia de Ballet Olga Lucía, en las que dirigió 35 obras.

«En ese entonces estaba arrancando el Taller de Ópera de la Universidad de Caldas y el maestro Nelson Monroy Rendón me invitó a asumir la dirección escénica y coreógráfica. Desde eso no hemos parado de trabajar, levamos  59 montajes», resalta Claudia Patricia.

La ciudad la recibió con mucho por hacer en la danza y en otras expresiones de la cultura. “Si bien Manizales se ha caracterizado por tener una variada actividad cultural, en los años 90 varios movimientos artísticos brillaban por su ausencia”. Al vincularse con la Universidad de Caldas presentó ante los directivos y el Ministerio de Educación una propuesta para crear la carrera de Artes Escénicas.

Claudia Patricia baila desde los 9 años y aunque su formación es la danza clásica, desarrolla líneas de trabajo en danza contemporánea y folclórica. «Ni los militares se entrenan con la disciplina de un bailarín, dice. Mi dedicación ha permitido que me llamen a emprender nuevos proyectos y eso me hace feliz». .

Caminar, pasear, escribir, ver cine, escuchar música y cultivar plantas en su casa, son aficiones que alterna con sus pasiones:  la danza y la docencia. Recuerda con especial cariño las actuaciones como bailarina en Barrio Ballet, Carmina Burana, El lago de los cisnes, Giselle, Las sílfides, Carmen, La fille mal gardeé entre otras de muchísimas. Y como directora y coreográfa de  los montajes Jesucristo superestrella, El juglar Escalona, Café con aroma de mujer, Gardel, Carmen, Ritual, Cotidiano, La espera.

«Una de las más grandes satisfacciones ha sido dirigir a mi hermana Paula Andrea quien es profesional en danza y artes plásticas. Esto fue posible gracias a la creación del grupo experimental danza-teatro Danza lab en el que participan artistas egresados y estudiantes. A partir de esta experiencia vimos la necesidad de conformar un grupo profesional al que denominamos  Giro Colectivo Artístico y con el que hemos hecho tres montajes: La cita, Vultur Griphus y Bocetos para un retorno».

México, Cuba, Argentina y Dinamarca son algunos de los países que Claudia Patricia ha visitado en sus papeles de bailarina, coreógrafa y profesora. Le gusta Manizales por ser una ciudad tranquila y segura, que le proporciona el tiempo para desplegar sus múltiples actividades como artista integral que es.

*Comunicadora Social y Periodista.
Productora Manizales 92.7 FM y 1000 AM. Subgerencia de Radio – Radio Nacional de Colombia.

Juan Diego Escobar, el retador del cine de género

Caldas estará presente en el Festival de Cine Independiente de Bogotá (IndieBo), que se realizará del 16 al 26 de julio. Luz (2019),  escrita y dirigida por el manizaleño Juan Diego Escobar Alzate, será la cinta de clausura del evento, que acoge en su selección a esta película que se estrena en Colombia,  grabada en las inmediaciones del Hostal La Laguna, en Villamaría.

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Luz.

Manizales city (1925): documental. Helena (2008): drama. Gaseosa (2013): drama. Luz (2019): wéstern y fantasía. He ahí un repaso por los títulos y géneros correspondientes de los cuatro largometrajes realizados en Manizales por directores de la ciudad y de otras partes de Colombia.

De estas obras se tiene registro, pero aún se escuchan testimonios de actores y realizadores de antaño que aseguran haber rodado en la capital de Caldas y cuyos trabajos se perdieron ya sea inconclusos o culminados. Esperemos que algún día vean la luz y los recuperemos para beneficio de la memoria audiovisual caldense.

Quiero poner énfasis en el largometraje reciente, el de Juan Diego Escobar Alzate. “Nunca soñé con el Óscar, soñé con Sitges”, dijo el mes pasado en rueda de prensa del Festival de Cine de Sitges, el más importante del mundo de género y subgéneros, en donde su ópera prima, Luz, se exhibió en la sección principal.

Se trata de un sueño cumplido para el manizaleño, quien se declara un espectador compulsivo de este tipo de cine. No por nada, entre los objetos que decoran su habitación está un afiche de No profanar el sueño de los muertos (1974), la obra capital del español Jorge Grau sobre una epidemia zombi a las afueras de Manchester (Inglaterra). Sin olvidar las repisas y estanterías en su sala, repletas de películas en DVD y otros soportes. Una colección de cine de género que pondría los dientes largos a más de un fanático a estas películas.

La irrupción de Escobar Alzate traza una línea de exploración inédita para el cine local que se desmarca de una tendencia de los largometrajes previos, a pesar de tener aspectos en común que ya mencionaré. No para que sea algo mejor o peor, sino diferente, saludable para la producción de Caldas y que, contrario a sus predecesoras, está desinteresada en un registro fiel de la realidad, como en el documental de la década del 20 y en las dos obras de ficción posteriores.

Manizales city (1925), del antioqueño Félix R. Restrepo, es un retablo de imágenes, costumbres y personajes de la ciudad a comienzos del siglo XX. Helena (2008) y Gaseosa (2013), de Jaime César Espinosa y Pablo Villa, respectivamente, toman (por naturaleza) distancia del entorno real, a razón del terreno del que parten, la ficción.

Sin embargo, estas dos últimas son relatos que le indican al subconsciente del espectador que están más vinculadas a este mundo y no a otros regidos en gran parte por la imaginación como motor creativo y creador. Helena y Gaseosa descartan a la fantasía de sus sistemas y consolidan historias que, por la manera como están representadas ante la cámara, dan cuenta de un estilo que imita la apariencia y la naturaleza de los hechos en el mundo real.

En cambio, Escobar Alzate toma otro camino: el del cine de género y subgéneros, asociado históricamente a la línea de producción más comercial de Hollywood, a la que le resulta indiferente emprender proyectos con estilos que se asemejen por su apariencia a la vida real. “El cine no es un trozo de vida, sino un trozo de pastel”, decía Alfred Hitchcock, principio al que se acogen los blockbusters para ofrecer películas tan disfrutables (unas, otras no) como una rebanada de torta a la que pretenden sacar mucho dinero.

Lo curioso es que Escobar Alzate tiene poco que ver con lo anterior, a pesar de elegir un territorio de géneros colonizado por Hollywood. Que nadie espere de Luz un intrépido y crispetero wéstern, más bien se topará con un viaje desafiante, anticomplaciente, polémico y que cuestiona asuntos como la fe, el amor, la hermandad y la muerte. No es una cinta para toda la familia, de eso no hay duda, mucho menos un proyecto que busque dar gusto al servicio de la recaudación.

Esa voluntad artística es el orden rector de Luz y se impone a lo demás, incluso a los géneros. Es aquí como, sorpresivamente, la película se emparenta con las intenciones de Helena y de Gaseosa: trabajos que desechan al espectáculo (como lo entiende la línea de producción más comercial del cine industrial) de sus propósitos.

Esperamos que Luz tenga pronto distribuidor en Colombia para que todos puedan verla, incluido los espectadores de Manizales.

*Crítico de cine y Periodista.