Música, educación y proceso de paz: artes en movimiento

La música educa el espíritu y lo prepara para vivir en un constante proceso de paz. Foto: Shutterstock.

La música, la educación y los procesos de paz requieren acción/movimiento, y todo movimiento necesita tiempo para desarrollarse.

La música es movimiento, es el arte que se desarrolla en el tiempo, a diferencia de la jardinería, la arquitectura o las artes plásticas, que se desenvuelven en el espacio y en la quietud. También requiere una acción interna coherente y ordenada que permita a quien la escuche captar una imagen sonora. Una composición musical produce diferentes estados de ánimo en quien la escucha: miedo, esperanza, agitación, expectativa… basta con ir al cine para percatarse de ello. Pero al final el proceso musical termina en silencio, llega la paz. La música puede ser interpretada como una metáfora de la paz. La paz, como concepto amplio, permite transitar el camino hacia la civilización y la civilización es el propósito de la educación, que a su vez es el conjunto de conocimientos morales, éticos, estéticos, religiosos o técnicos que permiten que la vida del individuo sea útil para él y para su comunidad.

La música requiere vocación, como la política, la jardinería, el diseño de modas o la medicina. Para desarrollar la vocación es necesaria la instrucción, es decir, reunir un conjunto de conocimientos, dominar técnicas que permitan expresar y dar forma tangible a los impulsos de la vocación. Sin instrucción, la vocación corre el riesgo de quedar aniquilada. La educación es fundamental para cultivar o descubrir la vocación. La música es arte y el arte es político. El político lee el presente, lo relaciona con los hechos pasados y conjetura un futuro. El político y el músico desarrollan sus obras en el tiempo, obras que serán olvidadas o recordadas, que generarán veneración o rechazo. Las ideas políticas crean y moldean el espíritu de la época. El arte capta y plasma el espíritu de la época y le da forma a través de una técnica, como la pintura, la escultura o la arquitectura. Es responsabilidad de la vocación política armonizar las sociedades para que, al igual que la música, los elementos individuales que la componen tengan un orden, las disonancias resuelvan y los momentos de reposo se alternen con los de movimiento.

Música y política

Además de atender los asuntos económicos, militares, sanitarios o laborales, la política de vocación se empeña en educar e instruir a la población para construir una identidad cultural que conduzca a la convivencia. Un político de ocasión, suele inmiscuirse en la administración pública para entorpecer los procesos que conducen a esa estabilidad ciudadana. El político de vocación interpreta los hechos de la sociedad como una unidad, igual que un músico interpreta una partitura. Para Euclides la unidad es aquello en virtud de lo cual todas las cosas que hay son una. Para llegar a la unidad se requiere un proceso que busca el consenso de todas las partes que la conforman. Un músico y un político simplifican lo complejo y así crean su obra: música y política son unidades en movimiento. Una obra musical, igual que una obra política, cobra vida cuando se proyecta a la colectividad, cobra sentido cuando es interpretada y juzgada. La política también crea, como la música, estados de ánimo, estados de “contemplación política” en los que el ciudadano juzga al político y le atribuye responsabilidad por la vida que lleva y por las cosas que suceden en su comunidad. Si el político quiere ganar la aprobación del ciudadano, debe trabajar por construir un entorno en el que la educación y la instrucción ayuden a desarrollar la vocación de los ciudadanos para que sean actores de su propia civilización.

Por el contrario, un proceso sin educación e instrucción reduce la posibilidad de cultivar la vocación. Sin vocación la sociedad se proyecta lejos de la civilización y asume una posición anestesiada o agresiva. La ciudadanía vive en desazón y asume la máxima del “sálvese quien pueda” guiada por la individualidad absoluta: la soberanía del YO. Florece la envidia, muere la solidaridad, reina el insulto, crece la ira, el miedo se respira en el aire y el terror pasea por las ciudades.

Países como Estados Unidos, España, Inglaterra o Colombia han sido, en los últimos meses, víctimas de políticos de ocasión que entorpecen con sus decisiones políticas –sus obras– la armonía entre sus ciudadanos. La privación de derechos fundamentales (paz, educación, salud, vivienda, trabajo, cultura), como obra política ocasional, implica la reducción del espacio vocacional de la ciudadanía. Generaciones enteras han sido educadas en áreas que no son de su interés y, ante la necesidad de sobrevivir, han renunciado a su vocación. Sin vocación, las personas se convierten en presa fácil para los oportunistas-políticos-de-ocasión que entorpecen los procesos de paz necesarios para vivir en sociedad.

Multitudes inducidas a la superstición, la polarización, la violencia, los nacionalismos y patriotismos, que libran batallas ideológicas, lingüísticas, religiosas y militares. Víctimas de líderes sin arte que obstruyen el desarrollo, la estabilidad y la tranquilidad de sus naciones. Crean caos en el tiempo y aumentan la tensión sin interés por resolver las disonancias. ¡Pésimos músicos! Hasta el menos instruido intuye que carecen de vocación política. Ellos pueden argumentar que son maestros en el arte de la guerra, pero de ser así sabrían que la auténtica victoria en la guerra es la victoria sobre la agresión, es decir: la Paz, como lo indicó hace milenios Sun Tzu. Los procesos que desarrollan los políticos sin vocación alejan al ciudadano de un entorno adecuado que les permita desarrollar las facultades de su inteligencia. Algunos afortunados se refugian en su vocación y plasman el espíritu de la época en sus obras artísticas. La música de Schoenberg, por ejemplo, inspiró a Kandinsky. Ambos artistas –al igual que el Cuarteto para el fin de los tiempos de Oliver Messiaen que fue compuesto en un campo de concentración– ofrecían su vocación al espíritu de la época: la Primera y Segunda Guerra mundial. Es la música del fin de los tiempos.

La sinfonía necesaria

¡El Acuerdo de Paz en Colombia y sus leyes reglamentarias obligan a una exigencia musical del encuentro armónico! Para ello es fundamental contar con excelentes directores de orquesta que conduzcan las disonancias e interpreten la música de las sociedades en las que vivimos. Esa música también depende del proceso de armonización que cada ciudadano desarrolle individualmente y de la disposición para proyectarlo hacia su entorno. Un buen director de nada sirve si la orquesta no le sigue, ya sea por falta de vocación, educación o instrucción. Porque la responsabilidad de la sinfonía no recae únicamente en el director. Es importante, para ello, que los ciudadanos expresen su rechazo a la instrucción estéril en campos que no se relacionen con su vocación, así como la exclusión de las artes y la filosofía en la educación.

El ciudadano de vocación es fundamental para ejercer el espíritu de la época, es un ciudadano valiente porque sabe diferenciar lo justo de lo injusto y expresa a través de su arte, de su obra, su vocación. La música educa el espíritu y lo prepara para vivir en un constante proceso de paz. Música, educación y proceso de paz son, en definitiva, movimientos de vocación política.

Escribo este texto como homenaje a los músicos, educadores, políticos, deportistas, humoristas, ciudadanos, valientes de vocación que han apostado por construir procesos de paz y han muerto en el intento.

*Saxofonista y ciudadano de vocación. Es licenciado en Música por la Universidad de Caldas. Realizó un Postgrado en Jazz y Música Moderna en el Conservatori del Liceu de Barcelona y es Maestro en Música como Arte Interdisciplinario por la Universidad de Barcelona.

(Aika. Diario de innovación y tecnología en educación)