Le molesta la palabra poetisa y se define como poeta, periodista y feminista

Falleció la insigne poeta Maruja Vieira (Manizales, 1922 – Bogotá 2023). El siguiente es el prólogo del libro “El nombre de antes”  incluido en la Colección Biblioteca de Escritoras Colombianas, un proyecto del Ministerio de Cultura de Colombia.

Con casi 99 años, Maruja Vieira se disculpa porque a veces le falla la memoria. Lo dice con timidez, anticipándose al posible olvido de alguna fecha exacta o el nombre de una persona remota. Pero su memoria sigue siendo prodigiosa y eso se evidencia en su alegre conversación, en la que intercala explicaciones y anécdotas con versos de su autoría; declama el final del poema «Lo que más duele de tu ausencia» y los versos completos de «Visión de infancia» y «Los muros y el recuerdo».

Como el comentario preciso para el diálogo presente lo pensó y escribió hace décadas, entonces el poema llega para complementar la charla. Es como si un apuntador invisible o una voz interna le dictara línea por línea cada verso que sale de su boca, sin traspiés ni titubeos, con una cadencia que hace énfasis en el adjetivo preciso y una expresión corporal de la que se infiere que no solo oye la poesía, sino que, además, la ve.

Antes de ser poeta fue declamadora. Antes de declamar fue lectora. Antes de aprender a leer, sus padres, su hermano y su abuela le leían en voz alta.

En ese antes no se llamaba Maruja, sino María Vieira White, y ya tenía el don de la musicalidad que le permite memorizar versos como si fueran canciones y escribir poesía con un ritmo interno singular.

Ella aclara: «Yo nací periodista».

* * *

Joaquín Vieira Gaviria era maestro de escuela en Sopetrán cuando estalló la guerra de los Mil Días. Su filiación conservadora lo llevó a enrolarse en el Ejército, donde ascendió hasta coronel. Un día, unos soldados le llevaron a un supuesto «bandolero», un muchacho liberal que al coronel le pareció demasiado joven. Movido por su pasado docente, decidió devolver al capturado a su familia en vez de hacerlo prisionero.

Cabalgó con el joven Ernesto White Uribe hasta Frontino para dejarlo en casa de su papá, John Henry White Blake, quien había migrado desde su natal puerto de Cowes, en Inglaterra, para trabajar como ingeniero y geógrafo en Urabá. El inglés agradeció el gesto del coronel y lo alojó en su casa. Ahí fue cuando Mercedes, la menor de los doce hijos White Uribe, conoció al coronel.

Varios factores pudieron haberse atravesado en el amor entre Joaquín y Mercedes: ella tenía trece años; él, treinta cinco y, además, estaba el asunto político: Joaquín era un coronel conservador y Mercedes era prima de Rafael Uribe Uribe, el más destacado general liberal de la guerra. La guerra siguió, los liberales perdieron y, años después, el coronel fue designado para un alto cargo en Frontino, donde el reencuentro con Mercedes fluyó más rápido de lo previsto. Ella tenía dieciocho años cuando se casó, en 1909, y fruto de esa unión entre un conservador y una liberal nació dos años después en Medellín su primogénito, Gilberto, quien durante casi medio siglo presidió el Partido Comunista en Colombia.

* * *

A comienzos de la década de 1920, la muy conservadora Manizales era una ciudad con setenta años de historia y cincuenta mil habitantes, que vivía el auge económico de la bonanza cafetera y el dinamismo político de haberse convertido en capital del Gran Caldas, luego de su segregación de Antioquia en 1905. A esa ciudad arribaron los Vieira White, con Gilberto de once años, y fue allí donde nació la segunda y última hija de la familia, María, el 25 de diciembre de 1922.

Sus primeros años transcurrieron en una casa tradicional en el actual Parque Caldas, y luego en otra en el barrio Lleras, en la que no faltaron los libros, la lectura, ni la compañía de Micifuz: «Mi mamá escribía, y muy bien, pero nunca publicó. Mi papá leía y mi hermano también. El único que no leía era el gato».

Era blanca mi casa, con ardientes geranios
Que cifraban la luz en las altas ventanas

«Cuando pienso en Manizales veo la torre de la Parroquial, que era lo que yo veía con mis ojos de cuatro años desde el balcón de la casa de don Camilo Hoyos, donde nací. No sé si todavía existe, pero la vi en una estampilla retratada. Es la casa de la esquina que da frente a la Parroquial».

Tenían las ventanas —cristal desvanecido—
un horizonte de árboles, de torres y palmeras.
Las calles alargaban el sueño del camino.

Entre 1922 y 1926, tres grandes incendios destruyeron Manizales. El segundo, en 1925, quemó 229 edificios en 32 manzanas, y el tercero, en 1926, acabó con la Catedral. María estaba muy pequeña, pero fue tanta su conmoción que esos son sus recuerdos más antiguos: «Me tocó verlos y sentirlos. Yo diría, con Aquilino Villegas: “Mis ojos mortales vieron el incendio”».

Esa imagen apocalíptica, sin embargo, no alcanza a turbar la memoria de una infancia feliz: «Recuerdo las comidas; me daban cosas muy ricas, y también me veo caminando de la mano de ese ser humano tan bueno y noble que fue mi padre».

Tres mujeres fueron determinantes en esos primeros años para su relación definitiva con la literatura. Su madre, Mercedes, leía en voz alta un amplio repertorio en el que cabían desde autoras locales, como Blanca Isaza de Jaramillo Meza y la boyacense Laura Victoria (Gertrudis Peñuela de Segura), hasta poemas, dramas y traducciones del español Felipe Cabañas Ventura. Su abuela materna, Rita Uribe Uribe, también era una voraz lectora de poesía e historia y fue con ella con quien María aprendió a leer. Este gusto se afianzó con Claudina Múnera, pedagoga, escritora y feminista, quien se encargó de estimular ese interés literario en la nueva estudiante del Liceo Femenino, colegio al que ingresó en 1928.

—Señorita Mercedes, ¿en realidad qué sabe hacer la niña?
—¡Nada! No le gusta coser. Dice que no quiere coser con «guja».
—Pero ¿qué le gusta hacer?
—Leer.
—Pues, entonces, ¡que lea!

Como ocurre con varios de sus textos periodísticos, que dialogan con sus poemas, la crónica «Memoria de Claudina Múnera» es el envés de «Recuerdo», poema dedicado a la misma profesora.

Recuerdo que mi escuela tuvo un balcón de árboles
y un patio, junto al claro viaje de los gorriones.
La vida era una mano que me esperaba afuera
y una cabeza blanca, llena de sueños altos.

Joaquín Vieira fue el primer gerente de las rentas de Caldas, y gracias a su contacto con el «alquimista» cubano Ramón Badía, el departamento ha gozado durante un siglo de los réditos del tradicional Ron Viejo de Caldas. Su legado se honra hoy en la sede de la Industria Licorera de Caldas con fotos que exaltan su figura. Lo que no se cuenta es que, en 1930, cuando terminó la Hegemonía Conservadora y el Partido Liberal asumió el poder, el coronel retirado perdió su trabajo y, aunque tuvo la oportunidad de trabajar en Ibagué, a cambio de revelar la fórmula del ron, prefirió migrar a Bogotá, con incertidumbre económica, pero sin problemas de conciencia.

* * *

Bogotá le cambió la vida a María. A sus once años ingresó al recién fundado Instituto Montessoriano, dirigido por Sofía Quijano de Ayram, otra activa pedagoga con quien pudo fortalecer su vocación literaria y su conciencia feminista: doña Sofía acababa de crear la primera facultad de derecho para señoritas.

A la influencia de la profesora se sumó la transformación de su hogar. «Nosotros llegamos con menos holgura de la que teníamos en Manizales y nos ubicamos en el ala de una casa muy grande del centro: era la casa de Georgina Fletcher Espinosa, una mujer maravillosa para la historia colombiana; la mujer feminista más notable de su tiempo».

Georgina Fletcher coincidió con Claudina Múnera en varias iniciativas en favor de las mujeres. Cuando los Vieira llegaron a su casa, ya era una líder reconocida no solo porque desde 1924 era representante en Colombia de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas, sino, además, porque en 1928 lideró junto con Baldomero Sanín Cano el proyecto de ley sobre los derechos civiles de la mujer colombiana, que naufragó en el Congreso.

En su casa eran frecuentes las tertulias: invitados, lectura y conversación. María conoció allí a la poeta Marzia de Lusignan (Juanita Sánchez Lafaurie), quien «me sirvió mucho para aprender realmente qué debería decir» y fue allí, con quince años, donde escribió su primer poema, luego de la muerte de su abuela Rita.

A los dieciséis se retiró del colegio y empezó a trabajar. Primero en la Casa Conti, un almacén de instrumentos musicales, y luego en la Texas Petroleum Company, donde permaneció por siete años.

«Mi primo Ignacio Uribe Correa me ofreció un empleo como secretaria. Allá aprendí de todo, pero sobre todo cómo se desenvuelven una mujer y un marido […]. Yo solo tenía un padre y un hermano, que no es lo mismo, aunque ellos fueron absolutamente positivos en todo lo que pasó conmigo cuando empecé a escribir poesía, y además tuve muy buena suerte con la publicación en los periódicos. El silencio es una cárcel para el poeta y yo pude expresarme desde muy temprano».

A comienzos de los años cuarenta María Vieira White era una joven secretaria que alternaba su trabajo de oficina con la poesía y el periodismo: leía, escribía, declamaba, y empezó a publicar su obra en Lecturas Dominicales, el suplemento literario de El Tiempo. «Me gustaba declamar: Neruda especialmente, Antonio y Manuel Machado, y de Colombia, a Juan Bautista Jaramillo Meza. Hice muchos recitales y, declamando poesías ajenas, fui llegando a la mía. Yo no decidí hacerme poeta. Los poemas siempre llegaron por sí solos, sin anuncio ninguno. Desde pequeña sentí la vida desde un ángulo que resultó ser el poético y descubrí que lo que yo escribía gustaba».

En 1943 el poeta Pablo Neruda visitó Bogotá. María quiso conocerlo y el Partido Comunista facilitó las cosas: Gilberto ya era su dirigente, y el congresista Jorge Regueros Peralta era el novio de María, así que pudo unirse a la comitiva comunista que fue al aeropuerto de Techo para darle la bienvenida al chileno. Pocos días después, en una conversación amistosa, ella se animó a mostrarle a Neruda sus publicaciones en Lecturas Dominicales. «Él me dijo: “En Chile a las Marías les decimos ‘Maruca’”, y yo le respondí: “Acá les dicen ‘Maruja’”. “Te llamarás Maruja Vieira”, dijo, y desde ese día me quedé así».

Ya había publicado columnas y poemas en la prensa y había recibido un segundo bautizo, pero solo se sintió poeta a partir de un paseo a la laguna de Tota, con Enrique Uribe White, «primo hermano doble de mi mamá y un personaje muy fuerte en nuestras vidas». Maruja llevaba algunos de sus poemas mecanografiados y estando en el barco «él cogió los manuscritos y empezó a leer en silencio. Algunos los guardaba y otros los tiraba al agua. Cuando ya había arrojado varios, yo le dije: “Esos poemas no tienen copia” y él contestó: “Mejor”. Yo me sentí poeta ese día en que Enrique aceptó mi poesía porque lo que sobrevivió a la laguna se convirtió en mi primer libro».

Con el bautizo de Pablo Neruda y la bendición de Enrique Uribe, Maruja saltó de las páginas de periódico al formato de libro: Campanario de lluvia apareció en 1947 con prólogo de Álvaro Sanclemente; Los poemas de enero salió en 1951, también con la Editorial Espiral, y ese mismo año Jorge Montoya Toro editó en Medellín el volumen Poesía. El cuarto título, Palabras de la ausencia apareció en 1953 con prólogo de Baldomero Sanín Cano, y a partir de ahí siguió una sucesión de obras que suma alrededor de veinte libros, el último de ellos, Una ventana en el atardecer,
de 2018.

* * *

Maruja trabajaba en los almacenes J. Glottmann cuando la sorprendieron los incendios y saqueos del 9 de abril de 1948. Luego del Bogotazo, la situación política se tornó tensa para su hermano, y en 1950 ella se radicó en Caracas, desde donde trabajó en la Radiodifusora Nacional de Venezuela y escribió para diarios de Caracas y Bogotá.

Rápidamente se convirtió en una escritora reconocida. Publicaba libros, le pagaban por sus colaboraciones en la prensa, su voz sonaba familiar en la radio y tenía una vida social activa. Sin embargo, algunos consideraban que era una mujer incompleta: «Cuando cumplí los veintisiete años y, desde entonces con frecuencia creciente, hasta convertirse en gota de agua que horada la piedra, estoy oyendo la pregunta consabida y ritual “¿Cuándo te casas?”», escribió desde Caracas en Dominical, de El Espectador, en 1952.

«¿Cuándo te casas?» es una crónica vigente en la que desnuda al patriarcado desde un feminismo mordaz y divertido. Esta provocó una respuesta de Gabriel García Márquez en la columna «Día a Día», de El Espectador, en la que señala que «casarse con una escritora de prestigio —piensan tontamente los hombres solteros— es sin duda un honor, pero un honor demasiado estrepitoso y apabullante para quienes consideran que ya es suficiente peligro para sus complejos el hecho de casarse con alguien que sepa mejor que ellos cómo se remiendan las medias».

García Márquez la describe como una mujer «excepcionalmente atractiva», que escribe con «gracia y habilidad» y es «excelente poetisa». Maruja Vieira no habría usado ese término para referirse a sí misma. Le molesta la palabra poetisa y se define como poeta, periodista y feminista. «Las primeras feministas fueron las mujeres inglesas, las sufragistas. Yo tengo sangre inglesa por mi abuelo materno y me interesa mucho lo que tiene relación con la liberación de la mujer, la independencia y la capacidad de la creación. Es muy importante que la mujer participe de todos los elementos de la sociedad en que vive. Así me formé y por eso desde los dieciséis trabajé en todo lo que pude».

* * *

Luego de un período entre Venezuela y Bogotá, en 1955 se radicó en Popayán y, a partir de 1956, en Cali, sin sospechar que estaba próxima a comenzar la etapa más intensa de su vida.

Contigo estaba escrito
el nombre del amor sobre la Tierra;
contigo, lluvia de la medianoche,
tierna raíz de astros.

José María Vivas Balcázar era un poeta conservador cercano a Laureano Gómez y al periódico El Siglo. Antes de conocerlo, Maruja lo leyó en Venezuela gracias a una recomendación de su amigo Otto Morales Benítez. En una velada poética en Caracas, Maruja escuchó una versión de «En la mansión del padre» y se animó a escribirle al autor para contarle lo que habían hecho con su obra. La carta fue contestada desde Chile con un libro de regalo.

Tiempo después Maruja fue invitada a otra tertulia en Cali y allí se encontró con José María, quien declamó «En la mansión del padre». La conmoción de ese encuentro derivó en un noviazgo de tres años, en el que el esquema de su familia, de padre conservador y madre liberal, se replicó en el nuevo hogar. «Maruja: ¿Cuándo te casas?». «El miércoles 9 de septiembre de 1959 a las 6:00 a. m. en la iglesia de San Judas Tadeo de Cali».

A las pocas semanas quedó embarazada:

Estabas tú, invisible todavía,
niña de las canciones.

Pero Ana Mercedes no alcanzó a conocer a su padre. Ocho meses después de la boda, José María sufrió un infarto fulminante a sus cuarenta y dos años y dejó a su esposa con siete meses de embarazo y en la más profunda desolación. Lo que sigue a partir de ahí es una obra poética que trae a la memoria el relámpago de ese amor y conjura con palabras la distancia que separa a los amantes: «La poesía se enfrenta valerosamente a la muerte y le gana, porque al escribir poesía se eterniza la vida».

Cuando cierro los ojos vienes
del país de la muerte.
Llegas
a la orilla del río del tiempo.

* * *

Su pequeña familia se extendió a una larga lista de amigos: Luis Eduardo Nieto Caballero; su primo César Uribe Piedrahita; la escritora Elisa Mújica, quien la propuso para integrar la Academia Colombiana de la Lengua; la poeta Matilde Espinosa, novia de su hermano y amiga inseparable de Maruja hasta su muerte, en 2008; Dora Castellanos, a su juicio, la mejor poeta colombiana; y Meira Delmar, «mi amiga del alma desde los primeros mensajes que intercambiamos y hasta hoy, porque, aunque se fue, su obra sigue viva en mí». A ellos, y a muchos otros, les dedicó poemas cargados de ternura.

Escribió siempre a máquina o en el computador y sin rituales especiales. «No hay una hora en la que uno diga “A esta hora no viene la poesía”, así que en cualquier momento se puede escribir. La poesía llega a todas horas porque está dentro de uno mismo. No es que uno la consiga, ella llega a la cabeza».

«¿Cómo quisiera ser recordada?». «Como escritora, sencillamente. Como poeta, como periodista. Sin complicaciones, palabras raras ni invenciones extrañas. Me interesa que comprendan lo que digo: la poesía eterniza el momento si se entiende. Su único compromiso es perdurar y para lograrlo tiene que ser clara, sencilla y accesible. Lo importante es dilucidar el pensamiento convertido en poesía, o sea en música con la palabra».

Maruja Vieira considera que su obra es «poesía periodística» y que sus poemas son crónicas: relatos de su vida, sus afectos, sus duelos y sus lugares queridos, así como postales sobre el conflicto armado y la violencia política, tan cercana a su vida. Su poesía, de la que este volumen recoge una muestra, ofrece una mirada íntima alrededor de la voz y la palabra, la infancia y la familia, el amor perdido, la maternidad, la memoria y el olvido, la guerra, el paso del tiempo, los amigos y la muerte, que se vence con la escritura.

Maeterlinck nos enseña que cuando recordamos
a los que ya se han ido, nos ven llegar a ellos.
Esta mañana tibia te buscan mis palabras
y mi amor infinito, más allá del silencio.

Referencias

. Centro Cultural Universitario Rogelio Salmona. (2021, 25 de febrero). Conversaciones: Libros, lecturas y experiencias. «La vida en las letras de Maruja Vieira [Video]. YouTube. https://www. youtube.com/watch?v=H9YA8sDvsWE

. Consuegra, J. (2012, 12 de septiembre). Maruja Vieira: Un poeta para ser poeta tiene que ser poeta… Eso no se aprende, se siente… Libros & Letras. https://www.librosyletras.com/2012/09/entrevista-maruja-vieira.html

. Díaz-Granados, J. L. (2014). Maruja Vieira. Creación y creencia. Ministerio de Cultura. https://www.mincultura.gov.co/planes-yprogramas/programas/programa-nacional estimulos/publicaciones/Documents/MARUJA%20WEB.pdf

. García Márquez, G. (2015). La importancia de llamarse Maruja. En Entre cachacos. Obra periodística 2, 1954-1955 (pp. 737-738). Penguin Random House. (Columna original publicada en 1954 y reproducida en https://marujavieira.com/obra/periodismo/cronicas).

. Nadhezda Truque, S. (2020, 28 de septiembre). A los 85 estamos descaradamente vivos. Semanario Voz. https://semanariovoz.com/los-85-estamos-descaradamente-vivos-maruja-vieira/

. Sierra, J. E. (2021, 18 de julio). La poeta Maruja Vieira y su amor eterno. Eje XXI. https://www.eje21.com.co/2021/07/la-poeta-maruja-vieira-y-su-amor-eterno/

. Restrepo, C. (2012, 31 de octubre). Poeta manizalita, a los 90 años, estrena blog y página web. El Tiempo. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12348381

. Ventura, B. C. (2018). Maruja Vieira: Palabra en el tiempo [Video] YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=K_IDEK0iNEY

. Vieira, M. (s. f.). Memoria de Claudina Múnera. https://marujavieira. com/obra/periodismo

. Vieira, M. (1947). Visión de infancia. En Campanario de lluvia. Espiral.

. Vieira, M. (1951a). Recuerdo de mi escuela. En Los poemas de enero. Espiral.

. Vieira, M. (1951b). Lo que más duele de tu ausencia. En J. Montoya Toro (Ed.). Poesía.

. Vieira, M. (1952). ¿Cuándo te casas? Dominical, El Espectador. https://marujavieira.com/obra/periodismo/cronicas

. Vieira, M. (1985). Cuando cierro los ojos. En Mis propias palabras. Biblioteca de Escritores Caldenses, Imprenta Departamental.

. Vieira, M. (2008). Niña de las canciones. En Todo lo que era mío. Colección Un Libro por Centavos, Universidad Externado de Colombia.

. Vieira, M. (2010). Lluvia de agosto. En Tiempo de la memoria. Caza de libros.

. Vieira, M. (2017). Los muros y el recuerdo. En Antología personal. Universidad de Antioquia.

. Vieira, M. (2018). Una ventana al atardecer. Secretaría de Cultura de Caldas.

* Periodista y abogada. Directora de Comunicaciones y Mercadeo de la Universidad de Manizales. Autora de la novela El oído miope (Alfaguara, 2018) y del libro de cuentos El lugar de todos los muertos (Secretaría de Cultura de Caldas, 2019) y del libro juvenil Sakas (Editorial Matiz, 2023).

Futuro en Tránsito

Futuro en Tránsito es un proyecto de La Comisión de la Verdad que plantea, mediante invitación a 39 autores, la necesidad de reflexionar sobre la relación que hemos tenido con el conflicto, y generar así una nueva narrativa que nos permita encontrar matices para acercarnos y comprendernos.

El tema de la Comunicación está a cargo de la Periodista y Abogada de Manizales, Adriana Villegas Botero, actual Directora de Comunicaciones y Mercadeo de la Universidad de Manizales, quien en un aparte de su ensayo “Comunicar para oír, disentir e incluir”, expresa acerca de la relación con las redes sociales: “No comparto el discurso de quienes aseguran que las redes son una cloaca (idéntica sentencia se lanza a veces contra los medios). En todas las ventanas de expresión hay joyas y bagazo y corresponde a cada cual hacer su propia búsqueda y selección. Admiro a los famosos, poderosos o eruditos generosos con su tiempo y saber que con paciencia dialogan o discuten con desconocidos. Entiendo las limitaciones de un espacio competido y corto, pero veo en las redes oportunidades para la pedagogía y para insertar en el debate público agendas o temas que de otra manera no entrarían en circulación”.

El Director de la Fundación Gabo, Jaime Abello Banfi, hace un repaso histórico nacional de la comunicación desde la lucha del poder y la urgencia de generar un debate sobre su futuro.

La periodista y youtuber Carol Ann Figueroa, dedica su ensayo a reflexionar sobre la comunicación como un acto orgánico y social.

Para el Padre Francisco De Roux, Presidente de la Comisión de la Verdad, los ensayos que conforman el proyecto Futuro en Tránsito, con miradas y provocaciones intelectuales diversas, “nos ayudarán a profundizar en las reflexiones que tenemos que hacer como ciudadanos, planteándonos preguntas difíciles y dilemas morales que nos interpelen en un país que dejó que la guerra generara cuatro millones de desplazados, doscientos veinte mil muertos, así como miles y miles de desaparecidos y refugiados”.

El proyecto es dirigido por el Escritor y Periodista Alonso Sánchez Baute.

Lea el libro de Rey Naranjo Editores, aquí:

https://comisiondelaverdad.co/images/comunicacion_futuro_en_transito.pdf

 

 

Nuestro premio Nobel Alfredo Molano

A propósito de Voces de Chernóbil, crónica del futuro, de Svetlana Alexievich

En febrero de 2016, pocos meses después de que la bielorrusa Svetlana Alexiévich ganara el Nobel de literatura, publiqué en Quehacer Cultural una reseña sobre Voces de Chernóbil. Durante la lectura de ese libro me impresionaron las similitudes que encontré entre el trabajo de Alexiévich y el de Alfredo Molano, quien falleció en lla madrugada del 31 de octubre de 2019. En homenaje a la memoria de este enorme escritor, sociólogo, periodista, politólogo, historiador y humanista, reproduzco nuevamente el texto escrito hace casi 4 años.
***

A veces ocurre que mientras uno lee un libro o ve una película, la mente conecta esa obra con otra con la que aparentemente no tiene relación. Hace poco, por ejemplo,  escribí en este espacio sobre El quinto hijo, la novela de Doris Lessing  y su parecido con la película Tenemos que hablar de Kevin, del director Lynne Ramsay, aunque la cinta se basa en una novela de la estadounidense Lionel Shriver.

Algo similar me ocurrió con la lectura de Voces de Chernóbil, crónica del futuro, de la nueva Premio Nobel de Literatura,  Svetlana Alexievich. Leyéndola confirmé el enorme escritor que es Alfredo Molano Bravo, periodista y ensayista, al igual que la bielorrusa. A continuación les explicaré por qué.

Sobre Chernóbil, la historia que ha llegado hasta este lado del planeta dice que el 26 de abril de 1986 explotó el reactor atómico de Chernóbil, en Ucrania, en la frontera con Bielorrusia. La nube radioactiva que generó la explosión, y que sólo fue alertada días después por Suecia, ocasionó que en los meses y años siguientes la población de la zona naciera con malformaciones y fuera más propensa al cáncer. Leer a Alexievich es conocer el drama por dentro: las mentiras de la prensa soviética, la falta de protección de bomberos, soldados, campesinos; la desinformación a las personas afectadas, la corrupción con las donaciones, el duelo de las viudas, la tristeza eterna de los padres que entierran hijos y nietos por leucemia y cáncer de tiroides.

Voces de Chernóbil parece un coro griego. Así como en las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides hay unos protagonistas acompañados de un coro polifónico que interviene para encadenar hechos, anunciar desgracias o lamentar desastres, así en Voces de Chernóbil aparecen múltiples voces individuales que narran su desgracia y que en conjunto construyen un coro que da voz y forma a un desastre que no fue un accidente sino un crimen de Estado en tiempos de Gorbachov.

Más allá del contenido de la historia, es particularmente interesante la forma del relato y ahí viene la similitud con Alfredo Molano. Para escribir este libro, catalogado con el rótulo de “ensayo”, la Premio Nobel hace numerosas entrevistas y decide escribir monólogos. No son diálogos ni perfiles. No sabemos casi nada de la apariencia física de los entrevistados, ni muchos detalles sobre sus viviendas u oficinas o su atuendo. Tampoco sabemos qué preguntas les hace. Sólo conocemos sus voces, algunas ilustradas, otras ordinarias, algunas rabiosas, muchas resignadas.

Aparecen los chistes que la gente hace, lo que come, lo que lee, las cosas que añora. Como lo viene haciendo Molano desde hace décadas, en una técnica que aprendió de la sociología y de escuchar a la gente y que hace que en sus libros el autor sea invisible y se registre sólo la voz de los protagonistas, que son personas comunes y corrientes.

Molano tiene con Alexievich más de una coincidencia: ambos han ejercido el periodismo, conocen las salas de redacción, pero lo suyo es la reportería de largo aliento, el trabajo de campo, fruto de viajes que permiten conectar el paisaje con la gente. Sus títulos lo revelan: Selva adentro,  Del llano Llano, En medio del Magdalena Medio. Ambos rehúyen las fuentes oficiales y realzan el valor del testimonio de la gente de a pie. No sólo rescatan lo que dicen sino también cómo lo dicen. Por eso los libros de Molano, como Voces de Chernóbil, son polifónicos aunque tengan un único autor: respetan el habla local, sus giros, palabras y acentos, no como una “nota de color” sino como signo relevante de la cultura.

Son contemporáneos: Molano nació en el 44 y Alexievich en el 48. Y a ambos los inquietan temas similares: la guerra, el destierro, la sociopolítica, la opresión del poder que ambos han vivido en carne propia. Alexievich tuvo que asilarse en el año 2000 durante más de una década por la censura del presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko y a Molano le correspondió lo propio durante siete años, también empezando este siglo, por amenazas paramilitares. Su formación y sus historias particulares los han llevado a ejercer un periodismo que no es neutral, que no es aséptico, sino comprometido con la defensa de los derechos humanos y el ideario político de la libertad como principio elemental. La voz de los campesinos es importante en las obras de ambos.

El Premio Nobel de Svetlana Alexievich constituye una reivindicación para las obras literarias de no ficción y para las capacidades narrativas del periodismo. Ojalá algunos de los lectores colombianos que gana la bielorrusa con este reconocimiento, se animen también a buscar otros libros similares en nuestro entorno. Cualquiera de los casi 30 títulos publicados por Molano pueden ser un buen punto de partida. Son de una calidad que nada tiene que envidiarle a la recién laureada.

*Escritora.

La Corriente: cuentos magnéticos

A propósito del primer libro de la física y escritora Juliana Restrepo.

Juliana Restrepo, la autora de La Corriente, escribe sobre Juliana, Elvira, Camila y otras mujeres que se parecen mucho a ella. Mujeres de Medellín, de clase alta, que viven la adolescencia en la época en la que el narcotráfico tenía azotada la ciudad, y ese mundo mafioso aparece como tras escena en algunos de sus cuentos. Otros relatos se ubican en Francia, en donde la autora, que estudió física, cursó su doctorado.

La cartografía de los cuentos, así como su banda sonora, hablan de los personajes, pero también de la autora. Sin ser biográficos sí hay unas claras apuestas estéticas desde el universo personal de la autora y eso es quizás es lo que le da a estos cuentos una voz tan singular: una fuerza magnética.

Juliana, la autora, nació en 1982, pero sus textos no aluden solo al pasado y al presente de las julianas de la ficción. También escribe sobre julianas mamás, viejas, ancianas. Muchas posibilidades del universo femenino aparecen en estos relatos que aunque funcionan de manera autónoma, dialogan entre sí, con nombres que viajan de una página a otra y con guiños que se repiten para ayudar a identificar inquietudes comunes.

Se trata, a mi modo de ver, de un libro honesto. La autora escribe desde su lenguaje y desde su clase social. Revela los cuestionamientos que le genera ser de un estrato alto, en una sociedad tan estratificada como la nuestra. Y reflexiona sobre sus privilegios con una voz desparpajada, natural, sencilla, que fluye sin artificios y que permite construir imágenes verosímiles sobre espacios cotidianos como la finca, la casa, la rumba, el parque.

Hemingway hablaba del cuento como la punta del iceberg y Ricardo Piglia decía que un cuento siempre cuenta dos historias. Es posible que no todos los cuentos se ciñan a ese mandamiento, pero en el caso de los textos de Juliana Restrepo lo que se insinúa o se dice entrelíneas es mucho más potente que lo que está explícito. Hay un ejercicio de edición potente para sintetizar la anécdota en pocas palabras y sembrar dudas en el lector, que se acerca con cautela a lo que aparentemente se ve simple y cotidiano.

Quizás haya lectores a quienes les suenen un poco artificiosas las frases en inglés y francés que atraviesan algunos textos. Creo que esta característica también revela la impronta de una narradora que vive entre dos mundos y ha naturalizado su existencia en distintos idiomas.

Es curioso que el libro se llame La corriente, como uno de los cuentos. Curioso porque el vocablo corriente tiene dos sentidos: por un lado “la corriente” puede ser “la normal” o “la ordinaria” o “la sencilla”. Por otro lado la corriente es el agua que fluye, o la fuerza del agua que corre. Siendo así, es un título certero: este volumen de 12 cuentos habla sobre mujeres corrientes de una clase y una época. No hay grandes sucesos extraordinarios. Los cuentos se centran en escribir la cotidianidad. Pero por otro lado la autora logra escribir con una fuerza que escapa a la primera vista: no es efectista, no usa artificios, es la corriente interna, invisible, la que sostiene los relatos y hace que ciertas imágenes se queden perturbando la mente del lector por un buen tiempo.

La corriente. Juliana Restrepo. Editorial Angosta. 2016. Medellín.126 páginas.

*Escritora, Periodista, Abogada.