De la ilusión: “Suspiria” de Luca Guadagnino

«Las ilusiones son mentiras que transmiten una verdad: si varias personas comparten una ilusión, esta puede convertirse en una religión, en un partido o en un Estado. Una ilusión necesita de imágenes, de rituales y de una masa que las siga y obedezca». – Dr. Jozef Klemperer en «Suspiria»

Hace un año, Luca Guadagnino causaba furor en la entrega de los Premios Oscar con la exhibición del último film de su «Trilogía del deseo», «Call me by your name». Este film continuaba con el sello nobiliario y mediterráneo de sus dos predecesoras: «I Am Love» y «A Bigger Splash».

La Trilogía de Guadagnino explora cómo el ser humano erotiza su experiencia vital por medio de la música, la gastronomía y el diálogo filosófico, como antesala a una aventura amorosa que desemboca en la incertidumbre o en la tragedia. Por medio de tres historias, empleando tres diferentes triángulos amorosos, Guadagnino muestra las complejidades y contradicciones de personas cuya sensibilidad se basa, esencialmente, en una experiencia estética del mundo: sus talentos y aspiraciones hacen que sus padecimientos y dudas sean más intensas en un mundo que se va degradando, despojándose lentamente de toda trascendencia. Como constante, el sol, que penetra e hiere el cielo y el mar: un feliz recordatorio destinado al espectador para que encuentre un espíritu dionisíaco y así evitar el absurdo y enfrentar el dolor.

Entre la «Trilogía del deseo» y «Suspiria», el más reciente film de Guadagnino, no puede existir una sima más profunda. «Suspiria» del 2018 recrea el clásico de cine «Giallo» de 1977, dirigido por Darío Argento. Las versiones de Guadagnino y de Argento tienen una estructura en común: una chica norteamericana llega a una ciudad alemana para continuar sus estudios de ballet en una academia donde, misteriosamente, varias de sus alumnas desaparecen o son asesinadas de la manera más cruel y sanguinaria posible. Sin embargo, Guadagnino subvierte la historia original, dándole una profundidad tanto social como mitológica.

«Suspiria» de Argento es un relato detectivesco con tintes de cuento de hadas: al final, el individuo triunfa, al descubrir el mal oculto que se alimentaba de sus jóvenes víctimas. En contraste, «Suspiria» de Guadagnino muestra el terrible destino de quienes deciden emanciparse política y moralmente, en una sociedad regida por la fuerza y la superstición. Si Argento hace una alegoría de la ilustración, al mostrar cómo la magia negra es una práctica que enmascara una patología colectiva («la desgracia no la traen los espejos rotos, sino las mentes rotas»), Guadagnino reconoce las raíces irracionales de la civilización, donde la magia se transforma en otros lenguajes (la política, la ciencia, el arte, etc.: «ilusiones que son mentiras para transmitir la verdad»).

Si para Argento el ser humano es, en principio, un animal racional -guiado por cómo los hechos se entrelazan por medio de la causalidad-, para Guadagnino es un animal simbólico -un ser que comprende el mundo por medio de significados e interpretaciones, arbitrarias y convencionales-. Si la versión de Argento puede ser leída como una historia impactante y, al final, progresista, la de Guadagnino tiene un aire decadentista y seductor.

«Suspiria» de Guadagnino continúa el camino trazado por Lars Von Trier en «Anticristo»: explorar la naturaleza profunda de la mujer en sí misma, prescindiendo de todo protagonismo masculino. En «Suspiria», sólo hay actrices y la intervención del hombre se reduce a ser testigo del ascenso del poder femenino, algo que lo atemoriza y que amenaza su visión clásica del orden vigente. El film sugiere cómo el olvido masculino, y su negativa a reconocer la fuerza femenina, ha servido para que las pasiones más destructoras del ser humano sean sublimadas en maneras más civilizadas.

La genialidad de Guadagnino en «Suspiria» yace en el empleo del tema del eterno femenino como inspiración para el horror: el Sagrado Corazón de María, la orientación de Beatriz -para llevar a Dante lejos del infierno- y la devoción de Gretchen -para salvar el alma de Fausto- son hitos culturales encarnados en la presencia inquietante de Dakota Johnson. En contraste, está la ya legendaria Tilda Swinton, quien nos inquieta, de manera magistral, con su doble interpretación de Madame Blanc, la maestra principal de la academia de ballet, y del Dr. Jozef Klemperer, el psiquiatra que buscará lo que hay detrás de las desapariciones de las chicas, a la vez que deberá saldar cuentas con el pasado.

En medio de un profundo simbolismo, «Suspiria» también se nutre del pesimismo del cine de Rainer Werner Fassbinder. Guadagnino hace desaparecer el sol para revelarnos una Berlín atrapada entre el miedo y la historia, donde nunca deja de llover, en una época cuando el terrorismo de la Facción del Ejército Rojo, la infame banda «Baader-Meinhof», amenazaba la estabilidad del Estado Alemán y la tranquilidad de los ciudadanos. Entre coyunturas estéticas y armadas, es inevitable recordar películas de Fassbinder como «La tercera generación», «El camino a Niklashausen» o «Mamá Küster va al cielo», en donde se muestra cómo la lucha política está contaminada por la hipocresía y por el ánimo de manipular a los débiles, por parte de los poderosos. Dentro de ese marco crítico de una modernidad convulsa, según un Fassbinder absorbido por Guadagnino, hacer el bien en una sociedad corrompida es el camino más rápido hacia la autodestrucción.

Finalmente, Guadagnino, por medio de una reinterpretación esotérica de la danza como posesión y yendo más allá de lo establecido por Argento, nos invita a una auténtica misa negra, donde se celebra la esencia tiránica del pensamiento mágico. El sobresalto, como elemento necesario en la película original de 1977, es reemplazado por una puesta de escena que le exige al espectador observar el pasado como una serie de rituales institucionalizados: de iglesias que se erigen en nombre de la razón, donde se hacen sacrificios de sangre y donde el terror y el crimen se desnudan como fundadores de la cultura.

«Suspiria» del 2018 es una visita a la fuerza salvaje que ignoramos cotidianamente y que es la esencia de todo vínculo humano.

*Profesional en Filosofía y Letras. Abogado.