Un verso perdido de William B. Yeats… en una biblioteca de Manizales

A menudo he sentido en mi vida cotidiana un ímpetu inverosímil por cambiar de sitio, de ciudad, de casa o de trabajo, pero al final no ha sido más que un arrebato transitorio. Uno aguanta en parte su rutina porque no tiene a donde más dirigirse, y sea o no hospitalaria su casa o su ciudad, uno aprende a quererla, se resigna y recrea incesantemente en calles iguales, las mismas manos y los mismos brazos, y más o menos las mismas miradas. En mi caso, me acostumbré a Manizales, ha sido la ciudad en la que mayor tiempo he permanecido, la que más he amado y a la que he deseado lo mejor, a tal punto que he emprendido varias hazañas para ganar su cariño. No me ha sido del todo esquiva esta amante sibilina, en su seno he aprendido a amar la poesía, el arte, la filosofía y el cine, pero también he aprendido el desengaño y el coraje de una pasión ingrata.

Hace poco volví a sentir ese arrojo que me empuja a querer hacer algo radical, algo que justamente me permitiera por fin echar raíces o dejarlo todo definitivamente sin mirar atrás; pero no, volví a mirar atrás, como Lot o como Orfeo, y me he topado con una enorme y sombría roca. La memoria es porosa para el olvido,  escribió en alguna parte Borges, lo cual confirma el hecho que no recuerde el libro en el que obtuve esa frase o esa idea. Varias veces me ha sucedido algo semejante, y hace un par de años quizá con mayor frecuencia; probablemente sucedía de igual modo antes, pero entonces no le prestaba tanta atención como ahora. Cuando eso ha sucedido he intentado por todos los medios buscar hasta que doy con la fuente, y casi siempre lo he logrado, salvo con un verso de William B. Yeats, que leí hace más o menos 15 años, y que a pesar del Internet y de Google, las veces que he emprendido la búsqueda la he abandonado frustrado por no dar con él.

Yo suponía que decía algo así como: “Dadme un fósforo y encenderé el mundo”. ¿Cómo no gustarme semejante imagen? Y no es que yo sea anarquista o terrorista, y mucho menos apocalíptico. La imagen es potente, en este caso: “Dadme un fosforo y encenderé el mundo”, no es una mera metáfora, no solo se sustituye una acción o se reemplaza una cosa por otra, sino que es algo que se siente como real, es una acción que se realiza con mucha o poca intensidad, en el mundo de la vida o en la imaginación. La pantalla de la imaginación es también el escenario visceral en el que el poeta o el artista se juega la vida, por eso será que las proezas de los poetas han sido equiparables a las de los guerreros, pues cada uno a su modo fundan los lugares y levantan un mundo. En este caso es diferente, el ánimo que me inspiraba ese supuesto verso de Yeats no era justamente el de imaginar o levantar un mundo distinto, sino el de iniciar un incendio y ver arder el mundo, el que me rodeaba o el mío propio; aunque,  ahora que lo pienso bien, no necesariamente tendría que ser así, porque encender quiere decir también prender, iluminar, e incluso, dar a luz. Un fósforo para prender una antorcha, para iluminar el mundo.

En cierta ocasión me sentí como Diógenes que andaba con una lámpara de aceite en Atenas, en época de Sócrates, dizque buscando a alguien sabio (otra versión dice que buscaba era a un hombre honesto). Yo también en Manizales de cierta manera esperé encontrar a uno, un hombre sabio u honesto; pero no, si Diógenes no lo encontró en Atenas mucho menos lo iba a encontrar yo en Manizales en la primera década del 2000, so pena de esa impostura que cometieron nuestros “sabios” ancestros llamándose a sí mismos dizque grecoquimbayas. Que ridiculez. Siquiera que mi abuelo era un tipo normal de la calle, y no un impostor intelectual de aquellos. Quizá debí de irme a Bogotá, a la Atenas suramericana como la llamaban las “eminencias” de la Capital, por allá a finales del siglo XIX, pero igual que en el otro caso, si no lo encontró Diógenes en la Atenas real mucho menos lo iba a encontrar yo en esta otra Atenas presumida. En otras ocasiones sentía un arranque diferente, un ardor inverosímil, de ir a quemar libros viejos; no obstante, recuerdo el día, hace mucho, cuando yo todavía era un jovenzuelo, mi abuela: alma bendita ¡Qué en paz descanse! sacó unos libros viejos de texto, y uno que otro de literatura, dizque para botar. A la hora de la verdad, yo no pude quemarlos, sino que los llevé a donar a una biblioteca que había en mi barrio, y desafortunadamente me los recibieron.

Yo conocía al Califa Omar y su supuesto crimen de haber mandado a quemar la Biblioteca de Alejandría, y a pesar de ese blasfemo episodio, consideraba a Omar, me parecía un buen tipo, por desafiar ese poder desmedido y arrogante de Roma y del cristianismo, que por aquella época ya se oponía a cualquier influencia grecorromana, y en la que probablemente ya se había obsesionado con esa quimérica reliquia que llamaban el Santo Grial (…)

(…) Hoy se sabe que Omar no fue quien mandó a incendiar la Biblioteca de Alejandría, simplemente porque cuando llegaron los árabes a Egipto en el siglo VII hacía muchos años que esa biblioteca ya no existía; además, los árabes tenían y querían mucho más los libros (el conocimiento y la ciencia) que los cristianos. Para la muestra un botón: ¡Quema los libros y blanquea el latón! Decían los alquimistas para referirse a algún trabajo alquímico o espiritual, no al hecho concreto de quemar los libros, que, probablemente sí aplicaron a letra muerta los cristianos en esos tiempos (como lo hicieron los judíos antes con Cristo). Si destruían pinturas y esculturas, y hasta quemaban gente que no practicaba sus mismos dogmas, la quema de libros seguro no era ajena a ese tipo de prácticas oscurantistas. No hace mucho EEUU bombardeó la Biblioteca de Bagdad en la invasión a Irak en el 2001 (o 2002), y conste que justo después de la caída de las torres Bush llamó a su eventual invasión, una cruzada. Eso y las cruzadas “democráticas” de hoy contra los museos o estatuas milenarias de Damasco, Palmira o Siria, por parte del mismo EEUU y sus aliados, pasa en nuestra memoria (colonizada y enajenada) como si nada. ¡Qué elegancia la de Francia!

Como el Santo Grial a mi se me perdió en la bruma de la memoria un verso de Yeats, aunque yo no invadí a sangre y fuego, ni sacrifiqué a nadie para desentrañar ese misterio, solo buscaba un par de horas en Internet y ya, ni siquiera tenía certeza de que su apellido fuera ese, lo llegué a confundir con un tal John Keats, que también era poeta, aunque este era inglés, y un tanto más romántico que Yeats, que era irlandés, y también poeta, pero no tan empalagoso como el otro. Lo que si recordaba era que Yeats era un poeta simbolista, tal vez lo había leído en el prólogo del libro aquel, y cuya editorial tampoco recordaba, de lo contrario hubiera sido más fácil la búsqueda. También recordaba que esa editorial era bilingüe y que había leído sus libros de Oscar Wilde y Arthur Rimbaud. El caso es que en la última búsqueda inútil que hice en Internet se me ocurrió que ya no podía dejar pasar más tiempo, y que en cuanto regresara a Manizales en vacaciones de fin de año, debía ir a la mismísima biblioteca de la que saqué hace más o menos 15 años ese libro.

En ese entonces (2002) la biblioteca quedaba en aquel bello edificio moderno conocido como Teatro Los Fundadores, en el segundo piso; creo que fue una muy buena época para la biblioteca, el edificio le iba muy bien, aunque tanta dicha no duró mucho, por cuestiones burocráticas o falta de voluntad política como suele decirse. Creo que estuvo allí no más de tres años, y la pasaron a un lado, en el Colegio Isabel la Católica (también un bello edificio, pero este republicano), lo que significó, de cierta manera un retroceso, puesto que el espacio se redujo considerablemente, igual que la iluminación y la ventilación. Allí llegué un tanto apurado y ansioso, porque por fin iba a confirmar si el verso que había rondado mi mente por tantos años era así como lo recordaba. A las afueras del edificio habían dos filas enormes, obviamente no tenía nada que ver con la biblioteca sino con la Feria de Manizales (famosa por sus corridas de toros y por ser un aburrido y pretensioso pastiche de la cultura española), pues estaban dando boletas para los conciertos en la Plaza de Bolívar. Estaba cerrada, miré bien, y entonces recordé que hacía años la habían trasladado a un edificio donde funcionaba algo de la policía o de tránsito,  cerca de la Plaza de Mercado.

Por fin llegué a la Biblioteca Municipal de Manizales, y siquiera que estaba abierta porque en ferias casi todo funciona solo medio día, entré y pedí a la bibliotecaria que, si por favor buscaba un libro de poemas de W. B. Yeats, fui con ella y constaté en el computador que en efecto estaba registrado, nos dirigimos a la estantería en la que figuraba, ella buscó en el lugar justo donde tendría que estar, pero no estaba, así que debería de estar prestado. Le pedí que si mirábamos quien lo tenía y cuando lo entregaría, pero en cuanto volvimos al computador y ella miró, me dijo que no estaba, que tal vez se lo habrían robado o lo habrían dado de baja, lo cual era incoherente, porque esa edición no era tan vieja. Entonces le dije que me dejara tomarle una foto a la ficha bibliográfica, el libro era del 2000, de la Editorial Áncora Editores, edición bilingüe traducida por Nicolás Suescún, llamado Poesía Escogida. Por un momento quedé pasmado, supongo que se me notó la cara de frustración, y viendo eso la chica bibliotecaria me dijo que mirara en la Biblioteca del Banco de la República, que fijo estaba allí, y que buscara por el 800, que todos los libros de literatura en Colombia compartían números similares. Recobré el ánimo, busqué un rato el libro, por si de pronto lo habrían puesto en un lugar equivocado, pero no, me fui corriendo a la otra biblioteca, no me subí en el ascensor porque no recordaba en qué piso estaba la sección de literatura, subí cinco o seis pisos por las escaleras, pedí ayuda a un veterano bibliotecario, quien confirmó la información en el computador y me dirigió al lugar, donde por fin volví a ver ese libro, en el que yo suponía había visto ese verso perdido de W.B. Yeats.

Lo leí por donde yo recordaba que estaba el verso aquel, al final de cada poema, dudé si de verdad estaría al final porque había revisado casi la mitad del libro y nada, por un momento pensé que otra vez estaba buscando en vano, que quizá se trataba de otro poeta, de John Keats de pronto, o de cualquier otro (tal vez T.S. Eliot), del cual no tenía (ni quería tener) la más remota idea. Hasta que por fin lo encontré, y como temía (pues no había podido dar con él por internet) no era como yo lo estaba buscando, sino de otro modo. Así: “(…) pídanme que encienda un fósforo y que sople”.  Entonces lo leí todo, pues se trataba de un poema dividido en dos partes llamado A la memoria de Eva Gore Booth y con Markiewicz, en la segunda parte estaba el poema que tanto me había inquietado en algunos momentos de mi vida. Constaté que en realidad Yeats no me gustaba de a mucho, que ese verso era lo mejor que había leído de él, y que el poema era un tanto hermético. Sin embargo, no lamenté todo el tiempo que intenté buscarlo, o el equívoco en el que incurrí al recordarlo y al interpretarlo alejado tal vez de su verdadero sentido. Lo que sí lamenté, y mucho, fue la pérdida del libro en la Biblioteca Municipal, y de su estado, pues por lo que vi, parecía estar más o menos en la misma situación de hace 16 años cuando trabajé allí; no vi nuevas colecciones, y las nuevas instalaciones sin duda no eran mejores que las del Teatro Los Fundadores. Eso me provocó cierta nostalgia, no tanto por el libro, sino por el tiempo perdido, el mío en esta ciudad en la que nunca fui profeta en su tierra, pero, sobre todo, el de la biblioteca que no parece merecer la suerte que esta ciudad “culta y educada” le ha dado.

Entonces pensé que, en vez de naufragar en ese trago amargo de la melancolía provocada por una gran pérdida (como aquel libro robado o dado de baja de Yeats, o por aquella ciudad), debería de resistir y revelarlo como pudiera. El coraje es como una enorme piedra que de repente se rompe. Esa catástrofe crea un paisaje, un grito, un poema, o algo así.

 

II

 

Queridas sombras, ahora lo saben todo,

la locura que es luchar

contra el bien y el mal común.

Los inocentes y los bellos

no tienen de enemigo sino el tiempo;

levántense y pídanme que encienda un fósforo

y otro más hasta prender el tiempo;

y si el incendio se remonta,

que siga hasta que todos los sabios sepan.

El gran mirador construimos,

nos encontraron culpables;

pídanme que encienda un fósforo y que sople.

 

*Profesional en Gestión Cultural y Comunicativa
Productor i-realizador Audiovisual

Magíster en Hábitat