A nuestra Maestra, Leito

Hace 8 días falleció nuestra querida maestra Leonor Gallego, Leito, como cariñosamente le decíamos. Representó para nosotras un símbolo de la capacidad de la mujer para lidiar con eficiencia las complejidades de un mundo académico y laboral de altas exigencias y de espíritu competitivo. En una época en que pocas mujeres tenían acceso a la docencia universitaria y, menos aún, en el campo de la filosofía, ella abrió un camino, mediante el ejercicio filosófico constante, riguroso y disciplinado, a la vez, que, con su ejemplo y compañía, trazó una ruta de trabajo a las posteriores generaciones de mujeres.

Desde muy joven seguí de cerca su periplo, la adopté como tutora y me dispuse a aprender de ella; me invitó a estudiar a Platón, me sedujo con la antropología filosófica y la filosofía del lenguaje, campos del saber que dejaron tal semilla, que aún sigo cosechando. Después, las afinidades compartidas me invitaron a conservar su compañía,  pues compartíamos dos vocaciones: el gusto por los estudios filosóficos y el amor por la educación. Con ella cultivé el cariño y el respeto por los estudiantes, la persistencia obtusa en el estudio y la investigación, y hasta una disciplina un poco obcecada y rígida.

Por siempre fue generosa con su sabiduría. Hasta hace muy poco me impresionaba con su curiosidad por el saber y su goma por los adelantos de la tecnología; siendo una persona mayor me acompañaba a los seminarios y al semillero de investigación, donde impactaba a los jóvenes con sus reflexiones críticas y sus preguntas inquisitivas. Los chicos se seguían sintiendo a gusto con ella, porque les hacía preguntas, que, aparentando ignorancia, provocaban la búsqueda de respuestas.

Vivía al día en los inventos tecnológicos: tenía acceso al último modelo del computador, el celular y el libro electrónico; y, a comienzos de los 90, era la primera en llegar a la clase sobre el manejo de Windows. Lo mismo que se mantenía actualizada en los asuntos teóricos de su interés y en los problemas sociales y políticos del país y del mundo.

Pero no todo es color de rosa. Leito era muy sería, tal vez demasiado; así la queremos. Como mujer exigida por las circunstancias de una época – la década de 1970 y 1980- cuando se requería fuerza para abrir nuevos caminos, tenía gestos de rebeldía y desobediencia ante las imposiciones de la sociedad y del mundo laboral. Era crítica con las costumbres y las prácticas de dominación y discriminación de la mujer, nos dio ejemplo de combate académico y social y no sólo nos enseñó a valorar y a hacer respetar nuestro trabajo, sino que nos acompañó en esas luchas.

Por todas estas experiencias transitadas no nos queda más que dar las gracias por el gusto de las enseñanzas aprendidas y el cariño compartido.

Manizales, Marzo 5 de 2020.

*Docente del Departamento de Filosofía de la Universidad de Caldas. Lic. en Filosofía y Letras. Magister en Filosofía Universidad Nacional. Doctora en Filosofía Universidad de Sevilla de España.