La salsa, un símbolo de la Manizales más genuina

Está circulando el libro Manizales a ritmo de salsa y jazz (Hoyos Editores) en el que Carlos Velásquez como protagonista narra una parte fundamental de la historia cultural de la ciudad, en sus recorridos entrañables con autores, intérpretes, personajes, lugares, viajes, rumbas, sones y cantares, compartidos a lo largo de su vida, no solo en el papel de gozador sino de investigador nato de la música del Caribe, con salseros y salseras que han hecho de este género musical más que un ritmo, un estilo de vida. “La salsa es de los barrios populares, la salsa tiene una historia común en Manizales, y los salseros son cofradía que generacionalmente va transitando de estilo en estilo, pero con una identidad que pocas cosas tienen”, anota el Gestor Cultural, Paulo Andrés Sánchez, en el siguiente texto escrito para prologar el libro.

Un picaíto a pleno sol aún con la prenda viva en “La Bombonera”, me puso de frente a un universo que era un antojo hasta entonces, y que seguía de cerca con conocimiento de causa, pero apenas como rescatista de las jornadas de rumba de mi padre. Llegué a esa cancha del barrio El Carmen por casualidad, luego de una llamada a casa en la que me decían que don Orlando estaba prendidito, que estaba comiendo empanadas ahí en La Bombonera, que, si podíamos ir por él, y yo ofreciéndome de voluntario, tomé el taxi para recogerlo, pero el remedio salió peor que la enfermedad. Estaban tan buenos el partido y las empanadas, que fue cuestión de minutos para engancharme con ese combo. ¡Un partido con fondo musical!, y como si fuera un picó barranquillero, desde una casa salía el sonido endiablado -acaso de Mark Dimond…-, no tengo tan claro ese recuerdo, pero tampoco es difícil proponer cualquier nombre de un titán de la salsa, porque seguro por ahí sonó, mientras los improvisados futbolistas intentaban quitarse la resaca transpirando el exceso de ron. Pocos años más tarde conformé ocasionalmente ese equipo en El Carmen el de fútbol, en Pio XII, el de las empanadas, en La Asunción, el de los desayunos. En general, los caminos de la salsa en Manizales son una evidencia sociológica de la ciudad, y casi como un rasgo determinante, este género se instaló lejos de las élites de la “Atenas” suramericana.

Seguramente Manizales en el contexto nacional sea proporcionalmente la ciudad más salsera de Colombia, más salsera que tanguera, aunque disímiles sean los factores de sofisticación de una y otra oferta. No tenemos una calle de la salsa porque tenemos comunidades de la salsa, circuito de la salsa y también historia en la salsa y de la salsa; sí, también hay muchos nombres de lugares emblemáticos en la memoria, y de salseros emblemáticos también, ya lo verán a lo largo del libro, por ejemplo el recuerdo de los picaos en La Bombonera de El Carmen tenían principalmente dos afluentes en aquella época, Timbalero y Borincuba, antes fueron La Fania y otros tantos, lo mismo las amanecidas en Pio XII a instancias de Miguel Eloy, porque una cosa era clara, y era que para poder rematar una rumba, fuera de la cantina que fuera, tenía que haber un entorno seguro para el grupo, y a esas alturas, seguro significaba que permitieran que allí pudieran instalarse a seguir escuchando música y escanciando las botellas.

La salsa es de los barrios populares, la salsa tiene una historia común en Manizales, y los salseros son cofradía que generacionalmente va transitando de estilo en estilo, pero con una identidad que pocas cosas tienen. La salsa es una de esas cosas que los abolengos no lograron subvertir, y en ese sentido se convierte en un símbolo de la Manizales más genuina, en un espacio en el que conviven armoniosamente todos. Se dejan espacio en las pistas de los bailaderos para las diferentes tendencias. Cabe Jairo Correa en una sola baldosa con su pareja, pero también cabe el acrobático “Coqui” y sus ávidas compañeras de baile, y a pista llena no hay necesidad de VAR porque ni se tocan, y si hay un toque se zanja con un cambio de pareja amistoso, y eso la ratifica eminentemente popular en todo sentido. Alguna vez en torno a esta creación de Carlos Velásquez podremos deconstruir ese relato, y seguro salen decenas de historias colaterales, cada individuo tiene una historia fantástica militando en las filas de la salsa.

Por ahora quisiera tender como antesala de un relato afortunado, un hecho como puente que por supuesto tiene relevancia y debería tener aún más, por lo menos mayor presencia en la conciencia colectiva, y es que desde la música y el territorio, Manizales ha eludido la segregación impulsada por un correlato impopular en el que había espacios para los “azucenos”, y otros para los demás, pero reivindicando la acción popular como eje de la identidad, se han establecido como hechos centrales en el urbanismo los espacios que recogen la memoria musical de la ciudad, lo importante ha sucedido en pleno centro, no obstante la existencia de otros referentes en la periferia. Producto de ese centro vital en torno a la música y a la cultura, sin que se aludiera en aquel momento -los años 80´s y comienzos de los 90´s- a la economía creativa y cultural, se configuró comercialmente un polígono geográfico en dos cuadras perpendiculares, que representa en este texto introductorio un epicentro de lo que a punta de memoria y mucha experiencia ha narrado Carlos Velásquez como relatos paralelos y son el de la salsa y el jazz en Manizales. Las cuadras a las que me refiero son la carrera 23 entre calles 23 y 24 y la calle 24 entre carreras 23 y 24. Sobre la carrera el Banco de la República, y un poco al oriente la Librería Palabras, y sobre la calle, Borincuba, Reminiscencias, el D.A.S. y Kien.

Otros ciudadanos seguramente pueden identificar otros polígonos similares, Manizales estuvo lleno de ellos, y me refiero a este porque allí tuve la fortuna de crecer. Borincuba había albergado a varias generaciones de salseros y salseras, precisamente los del combo de los partidos en El Carmen eran de las nuevas generaciones, pero todos ellos, o mejor, todos nosotros bajo el arropo de los viejos salseros y salseras, que apaciguaban sus jornadas laborales en un lugar que se hacía menos lejos que Timbalero, otros llegaban allí por el contrario, para exacerbar lo contenido durante el día tras la investidura del subordinado; de cualquier modo allí la rumba tuvo mucho sentido y calidad. Unos subían desde Kien hasta Borincuba, otros bajaban desde Borincuba hasta Kien, aunque esta última ruta era menos frecuente. Otros salían de Palabras para entonarse en Kien y pasar al Cuéllar y cerrar la noche en Borincuba. Ese privilegiado trajín tuvo fermentos, El Espectáculo de la Salsa por ejemplo, ese espacio que condujeron, dirigieron y locutaron Alberto Castaño Cruz y el propio Carlos Velásquez, y los ciclos de conferencias sobre rock, y jazz que se llevaban a cabo en la sala múltiple del Banco de la República, conducidos por Rafael Macía, Alberto Moreno y Julio César Samper, que luego condujeron a los primeros conciertos de jazz, en este libro hay una inmersión en esto que refiero tangencialmente, porque a lo que quiero llegar es a la reflexión de lo que se coció en esos espacios, que fueron aliciente e inspiración para que con la salsa como senda, el universo musical fuera encontrando en mi inquietud y la de otros amigos la comprensión del jazz, como ese hecho cultural que quizás pudiera ampliar el horizonte de esos guetos contemporáneos de una Manizales que parecía haber hecho modernización de invernadero con el abatimiento del meridiano cultural.

Estas breves líneas que no prologan el trabajo de Carlos Velásquez, sino que lo celebran, solamente sugieren una fotografía egoísta de un retazo de memoria porque Carlos funge en ella como otro mentor, como el historiador de una época que a través de dos géneros populares se convierte en prueba concreta de la urdimbre que somos como sociedad, un contexto de brechas abiertas en donde evidentemente aquello que se forjó sin clandestinidad y hasta con algo de libertinaje y exceso, configuró, y sigue configurando lo que sigue haciendo resistencia cuando las apariencias se acaban. El gran angular lo tiene Carlos Velásquez, él, toma las fotografías y las revela con mayor agudeza, por eso en este libro importan los personajes, sus historias, la cronología que no sé bien si en estricto rigor corresponde completamente en las idas y vueltas por esos lugares que como fuente surten su relato.

A los salseros y salseras quizás por desgaste o por experiencia se nos van olvidando algunas cosas, de tanto baile acumulado, de tanta rumba disfrutada, y viene bien que el autor nos refresque la memoria con la generosidad de quien acumula delirios ajenos para compilarlos como historia de una forma de vivir la vida en Manizales, la que carnavalea en medio del ruido ensordecedor de las campanas en el parque público que le confieran como templo a la cofradía salsera, y la que de vez en cuando con más recato se reclina en la barra del único bar que sobrevive a la corta, pero aún inconclusa historia del jazz en la ciudad, que aunque creo que le vino bien, según lo cuenta Velásquez, no parece preparada para juntarse con los que cada noche se inventan una fiesta para conmemorar el rito de estos sones y cantares.

La formación y conservación de públicos y audiencias para la música implica abrir la agenda, que al espectáculo en vivo le sobrevengan los contextos a través de agendas teóricas, de franjas académicas; que a la creación la alimenten la historia y la imaginación, y que a todo ello lo abrace fuerte la memoria, el corte de negativos que solo en el cuarto oscuro de revelado toma forma; y este libro es como el álbum que fue capturando Velásquez, dejando que imaginariamente le fuera susurrando el revelado su amigo Helio Orovio.

Gracias Carlos por la paciencia, por guardar hasta ahora esos recuerdos, por ocupar tu tiempo en compilar en este documento una parte tan valiosa de la historia cultural de Manizales, y por ayudarnos a recordar que esta ciudad es de los trabajadores, y que de un barrio obrero a los Agustinos puede que no sea un paso, pero si un tramo lo suficientemente extenso que alcance para todos los encuentros, y por dejarnos pensar que cuando con voz de Carlos Embale nos pregunten, ¿Dónde estabas anoche?, algunos podamos decir: leyendo la historia de la salsa y el jazz en Manizales de Carlos Velásquez.

 * Gestor Cultural.

Ilustración de portada Rubén Darío Vélez P.