Tres inteligencias y muchas preguntas: Festival de la Imagen 2023

Afortunadamente, en estos cuatro días tuve la oportunidad de asistir a una o varias sesiones de todas las áreas del Festival de la Imagen, exceptuando los talleres. He pensado mucho cómo hacer el texto final de este evento. Imaginaba un cierre con broche de oro, tal vez más académico, y un balance general mucho más formal, pero claramente fracasé en el intento.

Así que este será un texto más, probablemente aún más personal, experiencial y desordenado que los demás. Un aspecto que agradezco al Festival de la Imagen, en varias de sus versiones, es la presencia de un alto número de mujeres investigadoras, especialmente en los espacios académicos y expositivos. En varias ocasiones, en las charlas inaugurales, suele estar alguna mujer con más de 20 años de trayectoria en campos que aún llamamos ingenuamente “nuevos” como el arte generativo, genético, interactivo o incluso digital. Siempre es un honor escuchar estas voces cargadas de experiencia y seguridad, compartiendo espacios con tantas personas jóvenes. Las siguientes conclusiones parten de sus palabras.

Lo primero que he de decir es que aprendí muchísimo. Realmente, la cantidad de información de todo tipo que circula en este espacio es muy enriquecedora y muchos de los participantes tienen un docente dentro de ellos, evidentemente. Hay una gran necesidad de que nos detengamos a pensar las imágenes en un mundo sobresaturado de ellas. Como mencionaba Cristina Voto desde la semiótica, es importante leer la capa transparente de la imagen, la más clara y directa, pero debemos detenernos en esa parte opaca, en sus elementos, sus códigos y mensajes, porque es la fusión de estos niveles la que nos permite entender que la imagen es también ideológica, que nos quiere decir algo más allá de lo obvio. Y claro, no sólo aplica para el mundo visual.

Algo que también destaco es la mezcla de diferentes áreas como las ciencias más básicas (biología, física o ecología), la tecnología (programación, ingeniería o mecatrónica), las artes (incluyendo visuales, escénicas y sonoras), el diseño en sus muchas ramas y las humanidades en general. Estos diálogos crean redes reales entre investigadores que plantean futuros compartidos y aportan a sus contextos.

Artist Union. Still life. Anna Frants

Además, entre cada una de ellas hay visiones diversas, incluso opuestas: desde eventos que apuestan a la especulación y la ficción, hasta proyectos más centrados en el mercado y la producción; espacios muy autorales frente a prácticas colectivas; o procesos muy utilitarios en cuanto a otras especies frente pensamientos ecosistémicos. Modelos de mundo variados que se tensionan, se enriquecen y se modifican al estar junto a los otros.

Pero no solo es la presencia de estas disciplinas lo importante, sino el invaluable esfuerzo de repensarlas. La resignificación del diseño y el arte como espacios de responsabilidad social ante la memoria, el presente y el futuro; el cambio de paradigma a una ciencia más afectiva, cercana y abierta; entre tantos otros puntos a debatir, nos llevan a un espacio idóneo para dudar de lo que sabemos y de lo que no.

Sin duda, el tema más conversado fue la relación entre las tres inteligencias: la biológica, la humana y la artificial. Poco a poco, la división de naturaleza y cultura ya no parece tan clara, y términos binarios como orgánico y artificial, o vivo y no vivo, encuentran innumerables matices. Lo complejo es que la mayoría seguimos siendo analfabetas en múltiples aspectos, pero paso a paso aprendemos, al mismo tiempo que recuperamos relaciones fundamentales con nuestro entorno y nos damos cuenta que el conocimiento académico no es el único tipo de saber.

En cuanto a la inteligencia biológica, me alegró ver múltiples intentos de apartar al ser humano del foco principal. Aunque todavía pensamos desde una perspectiva antropocéntrica, es evidente que comprendemos más nuestra fragilidad e interdependencia como seres orgánicos, y que la relación ecosistémica va mucho más allá de un cuidado del medio ambiente, implicando una integración sensible con lo que nos rodea. Es urgente considerarnos los animales que somos en esta crisis que hemos causado en el planeta, y entender que somos fácilmente superados por inteligencias centradas en la supervivencia como las de los microorganismos o los hongos; por las fuerzas de los mares y por la magia de los procesos biológicos, como la fermentación. A pesar de que este año se observaron menos interacciones de arte genético o biológico en comparación con ediciones anteriores del festival, su concepción sigue presente, hoy más mediada por las tecnologías y los lenguajes que nos permiten ampliar lo que ocurre allí, como el sonido.

Todas las rutas me llevan al mar, Salomé Rojas.

Frente a la segunda, la inteligencia humana (no meramente biológica) resultó interesante percibir cómo lo estamos planteando cada vez más desde el trabajo colectivo y comunitario. Muchas voces resonaron a través de productos audiovisuales diversos y comprometidos con sus contextos, aunque todavía estamos en deuda con respecto a combatir la centralización y modificar nuestras metodologías para exhibir menos y, en su lugar, dar más voz. También fue importante entender cómo estos procesos de creación, pensamiento y acción son los que nos definen, lo que conlleva a valorar la circulación de lo que hacemos, conservar lo digital y abrir las plataformas para que puedan ser replicadas. Más allá de una inteligencia meramente racional, me quedo con la poética, la sensibilidad y la fuerza sensorial de las intervenciones humanas del festival, que van más allá de las formas de lenguaje más usuales y logran que existan otras capas de lectura, sobrepasando la muestra de herramientas y dispositivos llamativos.

Por último, quedan muchas dudas y debates actuales sobre la inteligencia artificial, sin duda el tema más discutido en todos los espacios y en el que más me centraré. Con respecto a los términos de programación y software que permiten este tipo de inteligencias, es claro que los detalles técnicos se nos escapan a la gran mayoría, incluso en campos más específicos. En mi caso, sólo la diferencia entre arte generativo y arte con inteligencia artificial resulta compleja, al igual que sus procesos de creación (que aún no reconocemos con facilidad). Sin embargo, debemos aceptar que es algo de lo que ya no podemos hacer la vista gorda, ya que, según varias conversaciones, se estima que en aproximadamente 40 años estas formas de vida alcanzarán avances cuyos límites desconocemos en la
actualidad. Así que plantearé principalmente preguntas. En conversaciones específicas, se mencionaron definiciones específicas ayudando a dar más apertura a estos temas. Por ejemplo, Rolando Carmona (Venezuela) explicó los fractales y el crecimiento de bucle, entre otros modos de creación; Lucia Santaella (Brasil) nombró cada una de las inteligencias generativas de imágenes, así como el significado de machine learning y los modelos de difusión; y desde la teoría, Joaquín Zerene (Chile) definió los términos antropoceno y posthumanismo. Habrían muchos más ejemplos, pero el punto es que estos diálogos nos permiten entender que este campo también está lleno de tensiones, sub-técnicas y diversidades, lo cual nos ayuda a disminuir el nivel de algo parecido a una fobia actual ante la generación de estos nuevos seres que, por ahora, imitan el cerebro humano con traducciones de diversos lenguajes. Todo esto nos lleva a preguntarnos ¿Qué sucede cuando introducimos el afecto o el cuidado desde esa tercera inteligencia? ¿Cuánto de lo que no comprendemos de ellas se debe a qué aún no lo comprendemos en nosotros mismos?

Fotograma de Lucha IA Project por Brisa MP extraído de https://vimeo.com/550044756

Un punto muy interesante planteado por Fito Segrera es que estas máquinas en la actualidad no necesariamente tienen la razón. También cometen errores, ya que sintetizan lo que no se puede resumir (como las composiciones pictóricas de su obra) y pueden tener ideas sesgadas de una realidad ya filtrada por criterios humanos, como la geografía o los idiomas. Entonces: ¿Cómo es el proceso de entrenamiento de la máquina antes del resultado que vemos? ¿Hasta dónde pueden llegar las interacciones entre estos seres?

Lo más gratificante del festival es salir con una cierta tranquilidad que nos brinda un “no lo sabemos”. Entre visiones apocalípticas, ecologías donde las tres inteligencias tienen el mismo peso o futuros en los que seguimos teniendo el control, las probabilidades son similares y nuestra capacidad para entenderlas es mínima. Lo que sí está en nuestras manos es no permitir que el desarrollo de estas inteligencias siga de la mano de un neoliberalismo extremo, proceso de segregación social o privilegios no compartidos, ni bajo una racionalidad cartesiana que nos impide sentir y cuidar. Por eso, lo colectivo, lo ancestral, lo sensible y lo ecosistémico son vitales al pensar en las IA, y eso quedó más que claro. La pregunta aquí es: ¿cómo escuchamos cada vez más a pueblos cuyas inteligencias y tecnologías no pasan por el software y hardware que nos han vendido? ¿Cuáles son los usos que actualmente le damos a estas tecnologías y qué usos les queremos dar como sociedad? ¿Cómo pensamos las tensiones de poder que implica su uso como herramienta, su reconocimiento como seres y su control externo?

Charla de Lucia Santaella (Brasil)

Nos enfrentamos a aspectos tan variados como el misticismo electrónico, los sentimientos, las frustraciones y las decisiones políticas. A su vez, se mantienen grandes discusiones dentro del ámbito artístico, como la relación entre la técnica, la creación, el concepto y el discurso: ¿Por qué utilizamos esta herramienta y qué repercusiones medioambientales tiene? ¿Cómo piensas a partir de estas técnicas? ¿Cómo se expresa la poetización de la inteligencia artificial sin necesidad de ser sólo una exhibición de programas digitales?

Y concluyo como siempre, felicitando a todas las personas invitadas por todo lo que nos dejan y especialmente a los procesos locales que vimos en el festival, y también a aquellos que no estuvieron en este marco. Espero que los sigamos acompañando de forma constante en nuestra cotidianidad, que la presencia internacional y de Bogotá sean un insumo para fortalecer la descentralización en lugar de una forma de perder esta riqueza, y que el próximo año por fin me pueda centrar en los talleres, que sin duda son uno de los espacios más interesantes de este evento.

*Museóloga y docente.

Reclasificar el mundo: el sonido como fuerza de lo extraño

Siempre que hablamos del Festival de la Imagen una palabra se vuelve central, aun cuando pareciera contradictoria: el sonido. A fin de cuentas, el oído es uno de los órganos más importantes para la construcción del lenguaje, la posibilidad de movimiento y la capacidad de reconocimiento de nuestro entorno.  ¡Qué pocos espacios tenemos para pensar en lo sonoro dentro de los reinos infinitos de lo visual! Cristina Voto justamente mencionaba en su conferencia, basada en los herbarios, cómo ha primado el sentido de la vista al clasificar el mundo y lo apegados que estamos a la normalización de ciertos esquemas, digamos formas de hacer imágenes, llevando a que nos cueste incluso reflexionar sobre ellas. ¿Cómo hacemos emerger los saberes visuales y no solo las formas de reproducción de los referentes? ¿Cómo liberamos la mirada?

Tal vez por esta búsqueda de ir más allá de lo visual es que la gran mayoría de las piezas mencionadas en los seminarios del festival tenían una gran carga sonora. Además, están los dos espacios dedicados sólo a este tema, puentes y paisajes sonoros.  Especialmente en estos componentes, que parecen extenderse hasta el expositivo, agradezco al evento por enfrentarnos a lo extraño, a lo que parecemos no entender y que nos obliga por un momento a captar desde lo sensorial y lo sensible: Paisajes de pesadillas y de aguas, trazos autogenerados al sonido de una flauta y un sensor, bicicletas que modifican la frecuencia sonora a partir del pedaleo de dos personas en simultáneo o recipientes de luz que se encienden como un xilófono natural.

Por ejemplo, la obra de Mónica Naranjo (Colombia) reproduce un sonido simple en torno a las velocidades con las que el agua permite la creación de los milenarios cenotes en Yucatán, México. Escuchando su conversación, las piezas son como un viaje geológico que va desde las rocas sedimentarias, la existencia de cuevas, e incluso las marcas de los meteoritos. La luz, el agua y el tiempo se mezclan con los ritmos del planeta, donde rocas suaves y milenarias seden con una gota de agua. Allí lo específico y lo especulativo de la ciencia y el arte se mezclan para dar vida, en el cenote a especies biológicas, en la obra bombillos y sensores.

Sin duda nuestras relaciones con el entorno no son fáciles de suponer (especialmente en esta parte del mundo) incluso podemos decir que son igual de extrañas (y negadas) a lo que nos muestra el festival. Rosario Montero (Chile) en el XIX Foro Académico Internacional de Diseño nos recuerda cómo en cierto momento de la historia invitamos a los europeos a que categoricen nuestro territorio de formas homogéneas y científicas, papel que hoy en día cumple el turismo y el capitalismo: una imagen limpia, turística y vendible de nuestra tierra. Pero la investigadora nos enfrenta a dos referentes artísticos y especialmente a un video de celular, donde escuchamos la fascinación de una persona ante un inminente desastre natural en costas chilenas (cualquier parecido con nuestro amor por un volcán activo es pura coincidencia).

Esto recuerda nuestro paisaje convulso y afectivo aun ante la catástrofe, ante la fuerza de elementos naturales con los que convivimos y a veces hasta entendemos desde lo local más que desde lo científico. Captamos una extraña belleza en este caos de la imagen en movimiento y el estruendo, con la capacidad de ser naturaleza y no de entender el paisaje como abstracción.

Retomando las ideas de Cristina Voto, con quien inicié este texto, estamos ante lógicas de clasificación que se centran en dividir individuos únicos y no se expanden a un pensamiento ecosistémico. Pero, así como no puedo pensar el diente de león sin el insecto, tampoco lo puedo hacer ya sin el cemento: la biología nos recuerda que somos un animal más. Para la investigadora el arte contemporáneo repiensa las definiciones y divisiones de las bases de datos, al tiempo que se acerca críticamente a la materialidad de lo inmaterial y lo evanescente. Y creo que ese lenguaje sensible, la imagen poética y la incomodidad de salir de lo que consumimos día a día puede ayudar a romper este tipo de lógicas limpias, bellas y que buscan una verdad irrevocable.

Pero no solamente me refiero solo a esa sensación que genera lo desconocido en piezas de arte contemporáneo, sino además a gestos tan simples como llegar a la muestra de Cine (y) Digital a escuchar diversas lenguas indígenas que no solemos tener en la cotidianidad urbana, un paso para descolonizar el oído por un momento y dar una nueva lectura a los sonidos del habla.

Durante esta semana me he dado cuenta de un gran contraste entre invitados: aunque a veces ciertas investigaciones visuales o sonoras replican el mismo principio positivista de uso de las especies biológicas como algo a ser diseccionado, es una postura que estamos debatiendo desde Latinoamérica y desde la práctica artística. Tenemos respuestas fuertes y claras frente a la instrumentalización que pasan por todos nuestros sentidos especialmente desde la mezcla de las inteligencias biológicas, humanas (colectivas) y artificiales poniéndolas al mismo nivel: solo pensemos en Hypha, obra de Natalia Cabrera (Chile), donde es posible algo tan extraño como ser un hongo desde una realidad virtual que te hace sentir, corporalmente, dentro de este mundo abstracto, científico y poético.

* Museóloga y docente.

 

Asumir el antropoceno con responsabilidad

Hoy en día, los datos son como hormigas que transitan y generan el espacio, sin que sepamos su verdadero alcance, inicio y final, justo como en las piezas de Sommerer con sus insectos constructores de imagen. Ella también plantea, al igual que Fito Segrera y otros invitados, que esta información está orquestada por máquinas que aprenden, leen el cuerpo y traducen en lenguaje: estos dispositivos son resultado del diseño.

El martes dentro del Festival de la Imagen pude escuchar una conversación con Joaquín Zerené (Chile), un espacio muy interesante para comprender términos que nos suenan tan ajenos como posthumanismo, antropoceno o diseño centrado en el planeta. A medida que avanzaba la charla pensaba que muchas de las piezas vistas estaban en total relación con sus teorías.

Zerena habla de un campo disciplinar que se piensa más allá de generar objetos y organizar espacios para un usuario (un discurso muy capitalista), centrándose en una conciencia filosófica de que el diseño nos crea a nosotros mismos y tiene la capacidad de modificar nuestro propio planeta, así como los acuerdos sociales e incluso las identidades. Aquí, la imagen no solamente representa el mundo sino que nos permite entender cifras, relaciones climáticas, algoritmos, datos corporales, momentos efímeros, entre muchas otras capas de información que se escapan al entendimiento de nuestros sentidos.

Así mismo, la reflexión ecológica pasa de la protección del medio ambiente a la interacción de múltiples seres que construyen posibilidades o limitaciones, orgánicos y no orgánicos, como en las obras de Sofia Crespo (contadas por Andrés Hoffman y Rolando Carmona en el Seminario Internacional) quien crea nuevos seres artificiales a partir de datos sobre especies en peligro de extinción. Por esto mismo en espacios como el Foro Internacional de Diseño se hace de vital importancia volver a pensar las palabras más básicas: qué llamamos vida, inteligencia, información o consciencia, pero también qué es ese futuro que esperamos construir.

En este contexto, la creación supera el alcance cultural y entiende las relaciones no humanas, así como las transferencias minúsculas e ignoradas que hacen que seamos la especie que creemos ser. Por ejemplo, Marcos García plantea cómo las relaciones de los medios digitales o la creación de imagen no pueden pensarse sin los elementos básicos de la naturaleza, como los hidrocarburos o las plantas mismas. Mencionaba que estamos en un mundo interdependiente donde el conocimiento se produce a partir de relaciones.

Espacios como los laboratorios ciudadanos que él mismo expone o los archivos mencionados por Raquel Caerols desde Medialab, son para mi necesarios para ampliar nuestra capacidad de comprender las herramientas, su historia y los cambios que deseamos generar. En estos lugares se produce conocimiento y experiencia para mejorar la vida en un lugar a partir de estas nuevas relaciones, con una documentación y licencias abiertas que permitan una resonancia. Son entonces momentos para intervenir el paisaje desde el diálogo y con una postura crítica, articulando voces diversas como la ruralidad, la discapacidad, la vida no humana e incluso no orgánica. Un habitar que no pretenda controlar pero si crear vínculos para dar forma al mundo en que vivimos desde una gestión comunal sostenible en aprendizaje permanente.

También desde las artes propuestas como la de Chatonsky, otro de los invitados a las muestras de Casa Hoffman, plantean una arqueología del futuro digital repensando quienes lo han promovido y qué tiene sentido proyectar a un futuro. Sin duda hay mucho que pensar en torno a esta ampliación de la idea de diseño, arte y tecnología consciente del uso que le damos a los seres que nos rodean y cómo son ellos quienes han construido nuestra propia historia. Cierro esta tercera nota pensando en una imagen mucho más poética que deja sobre la mesa las mismas relaciones: Fredy Clavijo, parte de la muestra de Cine (y) Digital, dónde una mujer toca una pistola de gasolina en medio de un inconmensurable páramo. El paisaje, la producción humana, los recursos fósiles que tanto utilizamos, el entendimiento del sonido como parte del cuerpo mismo… relaciones de un humano que genera una nueva era geológica donde, contrariamente a su nombre, intentará pronto dejar de ser su centro.

*Museóloga y docente.

 

 

De Latinoamérica para Manizales

Ancestralidad y relatos sociales en el Festival de la imagen

Según el texto inicial del Festival de la Imagen el diseño, el arte, la ciencia y la tecnología son herramientas para posibilitar movimientos sobre las formas en que consumimos y el cuidado de la diversidad ecológica y social en todos sus ámbitos (incluyendo también lo digital). Esto requiere conversaciones situadas en el territorio, en el intercambio disciplinar y en voces que no han sido protagonistas de estos discursos, procurando extender un punto de vista democrático.

Pero todo este esfuerzo de generar un cambio inicia desde nosotros, es decir, desde el investigador, artista o diseñador que se reconoce como ese ser que se mueve, que tiene necesidades y que vive su propio contexto. Varias de las conversaciones demuestran que la creación es migrante, en algunos casos literales como los artistas y eventos como el Cyfest que hablan de los traslados que han vivió a partir del conflicto entre Rusia y Ucrania; pero también de forma simbólica permitiendo escuchar personas que han sentido y pensado lo que viven desde otros países, que, aunque desarrollados y del norte global, no son usualmente nombrados en nuestro contexto. Incluso es factible ver obras simultáneas (como paisajes sonoros y piezas expositivas) que comparten en tiempo real entre otros países o ciudades y Manizales.

El segundo día del evento tuve la posibilidad de escuchar diversas investigaciones latinoamericanas, que, ante la gran multitud de nacionalidades que se encuentran en este espacio, me parece un tema vital para reseñar. Estas posturas políticas y críticas, en algunos casos feministas o posthumanistas, recuerdan siempre que aquí se piensa la relación con la naturaleza y con nuestra propia historia de una manera particular.

La primera de ellas hace eco a la ancestralidad por Cynthia Villagómez, quien destaca artistas que utilizan lo precolombino en México en una mezcla con el arte electrónico, una búsqueda para recuperar el equilibrio del medioambiente y el entorno social. Su conversación enfatiza en un recorrido histórico de la existencia de lo precolombino en el arte mexicano y de los inicios de lo que llamaremos arte digital, pero además muestra múltiples referentes de su país, lo que me lleva a preguntarme ¿Cómo contamos la historia del arte y el uso de dispositivos tecnológicos en nuestros países y regiones? ¿Qué áreas se interrelacionan que tal vez en otros lugares no lo hacen? ¿Hasta dónde se rastrea el nacimiento de estos procesos?

Algunos recursos se vuelven similares a lo que podemos ver en Colombia: la reutilización de piezas análogas y digitales que entran en desuso por la obsolescencia programada en lugar de priorizar el consumo de última tecnología; las obras más centradas en problemáticas medioambientales y menos en las exploraciones sensoriales; y la mezcla con la cultura popular.

En el caso de México la artesanía y el textil, las especies endémicas, la historia del país repensando la colonia y las influencias directas de las comunidades de las que provienen los artistas (o con quienes trabajan), demuestran un nivel de apropiación por los procesos locales. Una conversación que permitió pensar sobre la exploración de lo ancestral y lo comunitario dentro de las artes, pero también valorar ese foco en los procesos sociales y colaborativos. Nos invita a preguntarnos qué llamamos ancestral o tecnología en este contexto decolonial y cómo serían los procesos coherentes para trabajar estas temáticas.

Aunque muchas propuestas tratan estos temas en las exposiciones del festival, me parece importante destacar las relaciones con Inmersión en la mapu-Koneltu ti mapu mu de Rosa Angelini (Chile), quien resalta desde la sabiduría de los pueblos originarios la importancia de lo femenino en la conservación de los bosques primitivos ante los problemas de extracción de recursos naturales.  También la participación de proyectos como Wapikoni (el cual se presentará hoy 31 de mayo en un conversatorio y en la muestra de Cine y digital) quienes desde la educación y la realización de videos generan contenidos de jóvenes pertenecientes a comunidades indígenas en diferentes países.

Fotograma extraído del trailer de la pieza disponible en https://www.youtube.com/watch?v=xFlsPnPWI-M&ab_channel=Inmersi%C3%B3nenlamapu

Por otro lado, tanto en el Seminario Internacional como en uno de los talleres del Festival se tuvo la oportunidad de escuchar a Hugo Covarrubias hablar sobre Bestia, un cortometraje (expuesto en la inauguración del Festival de Animación Loopa) que podríamos llamar un thriller psicológico animado. Está basado en un sanguinario personaje de la dictadura chilena, transmitiendo la brutalidad que fue normalizada en toda Latinoamérica en ciertos momentos de la historia desde la intimidad y el silencio. Un relato que recuerda, de forma desgarradora pero sin amarillismo ni explicaciones, un hecho político.

Escuchar su conversación implica entender el proceso creativo constante y colectivo, aún en la precariedad y la dificultad de nuestros países. El intercambio del director entre el teatro, el cine, la animación, el diseño y las artes, permite entender sus relaciones con la materialidad que va de lo análogo a lo digital, lo fantástico y lo real. Un corto que planteó temas éticos sobre la forma en que nos acercamos a los problemas de nuestros territorios y lo reiterativo que es esta situación en Latinoamérica: nada más el impactante comentario de alguien del público que fue victima de tortura en la dictadura de Brasil da cuenta de esto. También algunos de los proyectos de Cine (y) Digital abordan experiencias sobre problemáticas sociales desde el conflicto y la resiliencia.

Todo esto además se mezcla en el festival con algunos proyectos comunitarios, conferencias sobre laboratorios ciudadanos, puentes sonoros situados en territorios específicos, procesos patrimoniales locales y experiencias educativas críticas en los talleres que refuerzan la idea de ampliar la mirada hacia los procesos que hacemos en nuestros núcleos más cercanos, aunque considero que aún nos falta extender la perspectiva y potenciarlos más allá de los marcos institucionales en los que se gestan.

Sin duda aún podemos sentir que a la academia nos falta calle, aquí y en muchos lugares más. Sin embargo, las experiencias reseñadas son propuestas que llevan a cambiar el pensamiento, paso a paso, en pequeños grupos y con gestos simples, y que invitan a ser valientes para reconocer estas situaciones, exponerlas y tratarlas, buscando hacer redes y aprender aun cuando no nos consideremos la persona más idónea. Si no somos nosotros ¿quién será?

* Museóloga y docente.

 

 

 

Xenopaisajes: arte, tecnología y fragilidad

Durante 2021 tuve la oportunidad de acompañar el Quehacer Cultural cubriendo el Festival de la Imagen de forma virtual, una experiencia tan extraña como enriquecedora en uno de los años más confusos de nuestra historia reciente. Hoy vuelvo a esta tarea en torno a la XXII versión: Xenopaisajes, una ocasión que me enfrenta a la escritura con decisiones aún más rápidas por la presencialidad. Así que, de partida, los textos que inician hoy no esperan dar cuenta de toda la calidad o las problemáticas del evento, ni tampoco son una crítica. Son un espacio de opinión ligera y de relaciones azarosas sobre mi experiencia.

Sólo empezar a indagar en el término xenopaisajes (tarea bastante difícil) ya da un panorama de las intenciones del festival: el prefijo que se remite a lo extraño, a lo extranjero. Paisajes particulares en medio de transformaciones digitales y medioambientales que están ligadas a las intenciones de cambio sociocultural, en especial a la necesidad de regenerar nuestros ecosistemas cercanos, nuestros entornos de supervivencia. Estos espacios, a su vez, son puntos de enunciación para la creación, es decir, permiten situarnos en lo local ante problemáticas globales y urgentes.

Cada evento cultural es un intento titánico de seguir planteando espacios de diálogo y de cuestionamiento constante. Leyendo estas premisas inicio esta semana con muchas preguntas ¿Dónde estaría situada la diversidad desde otras tecnologías más allá del discurso de las IA que reina actualmente? ¿Cómo entendemos el compartir desde la sensorialidad que extralimita lo oral y lo académico? ¿Cómo construimos investigación en términos no centralizados? ¿Dónde quedan las interacciones con los proyectos locales?  No espero resolverlas, pero empecemos por pequeños detalles.

Sin duda el primer día del festival mostró el intercambio entre áreas del conocimiento presente en las experiencias y que no es tan usual en nuestra ciudad. Es muy evidente la presencia de ingenieros, desarrolladores, programadores, inteligencias artificiales, entre otros quehaceres relacionados con la ciencia y la tecnología: son mencionados en las conferencias, citados como parte de los procesos de creación colaborativa y enfatizados incluso en las descripciones de las piezas.

Esto me hace pensar cómo se han expandido los horizontes disciplinares. Hoy estamos tan asustados e impactados por el desarrollo de las inteligencias artificiales que nos cuesta ver un lado histórico en estas relaciones. Escuchar a Christa Sommerer planteando debates de la interactividad digital y la inteligencia artificial desde 1994 es sorprendente. Da una perspectiva sobre cómo hemos llegado a este punto, cómo la tecnología ha cambiado, pero también cuáles preguntas siguen siendo similares. No me refiero solamente a la interacción del humano con su entorno o con los pequeños seres que lo habitan, sino además a las posibilidades de la obra en sí misma: la capacidad del espectador de activar las piezas y modificarlas, de hacer que seamos parte de ese sistema vivo (como ella lo nombra) con nuestro propio cuerpo y decisiones; o la dificultad de lo digital de perdurar en el tiempo aún con su capacidad de aprender en torno a algoritmos internos. La pregunta por cómo nos relacionamos con la tecnología y qué posibilidades nos brinda sigue presente.

La tecnología aquí tiene un doble juego: amplía nuestros sentidos a un plano no imaginado, pero también denota la fragilidad tanto humana como tecnológica. Es curioso ver cómo las diferentes piezas de la exposición presente en el Museo de Arte de Caldas se acercan a la inteligencia artificial ya no como un objeto para ser utilizado sino como un ser que ponemos en diálogo, que nos desplaza del poder pero, al mismo tiempo, sigue dependiendo de nuestras órdenes. El trabajo colectivo está presente en todas partes: colectivos humanos y también no humanos se entremezclan en el proceso, se complementan. También la participación del otro es permanente, ya sea desde su interacción con las piezas, los espacios inmersivos o las preguntas directas que nos plantean. Procesos donde las preguntas no están en torno al uso sino a las sensaciones y relaciones más íntimas con lo que nos rodea.

Para ejemplificar un poco estas relaciones de fragilidad, entre todas las personas que fueron a la inauguración y algunas dificultades museográficas para comprender las piezas, me gustaría resaltar una obra que llamó mucho mi atención: la obra Video Field Guide to Algorithmic Gardening por Studio McMullen Winkler. Un pequeño robot, que ya utilizamos como sociedad para usos médicos y bélicos, es entrenado para cortar malezas, las instrucciones mencionadas en el video están descritas junto a la obra. ¿Cómo definimos qué es una maleza? Es un concepto altamente cultural y singular de quienes cuidan las plantas, un concepto debatido constantemente porque se gesta en la idea de qué impide que la ciudad crezca de forma limpia y ordenada. ¿Qué está pasando cuando este tipo de relatividades de lo natural son manejadas por un algoritmo? ¿Hasta dónde se puede llegar con este tipo de intervención de lo tecnológico? ¿Qué implica la tecnología en estas tareas de cuidado y rutina? Un gesto simple para un mensaje concreto: hoy, la tecnología nos obliga a repensar la naturaleza y las relaciones que tenemos con ella como cultura más allá de una objetividad científica que desde hace mucho ha sido reevaluada. En esta y otras obras la tecnología no se utiliza como un atractivo más, sino que es repensada en torno a los alcances sensibles y culturales, específicamente ante la fragilidad de un ser vivo que ya ha sido previamente etiquetado como una planta, un insecto o, porque no, un humano.

Fotograma extraído de https://www.youtube.com/watch?v=UUkfk-hVWbY&ab_channel=FabianWinkler

* Museóloga y docente.

Guardar lo que hacemos, contar lo que somos

Parece que en este mundo todo se multiplica de forma exponencial: trabajos, proyectos, música, memes… Solo por arrojar un dato, el 90% de la información de internet fue creada en los últimos 2 años y el área de la cultura no está fuera de esta realidad. El dilema es que ese mismo mar de estados, eventos y posibilidades parece lograr que nos ahoguemos muy despacio hasta el punto en que olvidamos guardar y comunicar lo que hemos hecho (en especial a largo plazo). A fin de cuentas, cuando todo parece solo “una cosa más del montón” y cuando nos comunicamos con imágenes que desaparecen en 24 horas ¿por qué habríamos de darle importancia?

Hace unos días estaba leyendo una reseña de un libro escrito por William López (2015) sobre Emma Araujo, una de las primeras mujeres en hablar de educación en museos en el país desde el Museo Nacional de Colombia, en donde generó programas para públicos escolares en una época donde se mantenía intacta (aún más que ahora) la idea de que la cultura sólo era un derecho para una élite ilustrada.

Entre toda la historia me llamó la atención la siguiente frase “(…) las tramas discursivas y los relatos que se despliegan en los espacios expositivos de los museos son casi siempre efímeros (…) Es una historia pendiente por escribir. Posiblemente porque esos protagonistas de los museos, los museólogos, casi nunca escriben, y sucede al final que las huellas de sus itinerarios se borran tras ellos. Al final, este componente humano que está detrás de los museos, su cara oculta, son personas que desaparecen y se pierden para la historia” (Castell, 2016)

Este fragmento me llevó a pensar en que sus palabras se extienden más allá de los museos y los espacios expositivos, llegando a gran parte de la actividad cultural: artistas, gestores, curadores, historiadores y docentes pasan desapercibidos día a día dejándonos con una historia del arte, del patrimonio y de cada una de las acciones asociadas a su quehacer contada desde afuera. Pero las prácticas locales tienen memoria y permiten que los procesos de investigación también exploren hacia adentro de nuestro territorio, donde muchas iniciativas, saberes y artistas continúan trabajando, dejando enormes frutos aún contra todo pronóstico. 

Sin duda alguna, si nos situamos en Colombia, este problema tiene más impacto en las regiones donde dichas prácticas no han encontrado respaldo en gran parte de las instituciones. Para empeorar, estos territorios han estado fuera de una suerte de poder omnipotente que ostentan ciertas ciudades, especialmente Bogotá, sin dejar de lado que incluso en estas grandes escenas culturales el trabajo de investigación es complejo y si comparamos con otros ámbitos tiene más barreras y menos oportunidades.  

Por eso me planteo unas preguntas que considero vitales en el campo cultural: ¿cómo estamos archivando y haciendo historia desde nuestra ciudad? ¿cómo contamos todo aquello que ha sucedido? Siento en ocasiones que adolecemos de archivo. Primero, en su sentido más básico: registrar, catalogar, guardar memoria a largo plazo de lo que se realiza, de las personas y de los procesos detrás de cada logro. Claro está que se han hecho inventarios culturales y patrimoniales, que han existido esfuerzos por contar historias en textos y en algunas revistas (en especial universitarias), que se han procurado agendas y proyectos de circulación de artistas y de sabedores patrimoniales, pero sigue siendo complejo pensar en su continuidad, encontrar dicha información y, en especial, articularla entre sí. Esto solo por mencionar algunos medios y hechos recientes, teniendo en cuenta que en el pasado personas nacidas en Manizales han sido pioneras en revistas de nivel nacional y también que a nivel local (desde los fundadores de la escuela de Bellas Artes hasta hoy) se ha publicado en diferentes formatos. 

Hacer archivos implica escribir, grabar, fotografiar y editorializar en muchos medios online y offline, pero también leer, escuchar, comunicar y expandir.  El archivo desde las artes visuales es un concepto contradictorio y complejo, que puede enriquecer la manera en que solemos entenderlo desde otras áreas: Tiene que ver con un contenedor, más no es sólo donde se guardan recuerdos; tiene que ver con una colección, más no es una acumulación de elementos; tiene que ver con el acto de registrar, más no es sólo lo material que hemos definido guardar; tiene que ver con clasificar, más excede este proceso para centrarse en sus relaciones… El archivo es poético y afectivo, dependiente de los códigos con los que leemos la realidad y por lo tanto, los que usamos para narrarla. 

Archivar es entonces enunciar el pasado desde el presente para imaginar un futuro: El archivo implica la posibilidad de volver atrás y detenerse en una cadena acelerada de manifestaciones de consumo, es decir, consumir de otra manera, ser compulsivos de otra manera.  En estos espacios encontramos momentos repentinos que recuperan la memoria y sus vínculos, se permean del presente y les dan sentido a nuevos relatos. 

Es un acto que resiste al olvido y nos permite, más allá de acumular rastros, preservar la memoria, sus medios, condiciones y contextos. La historia misma es un recuerdo dinámico que no está pensado como una línea recta. Más allá de contarnos hechos, el archivar va construyendo realidades y demostrando que el lienzo no está en blanco, generando así una conexión con la memoria histórica, colectiva y cultural que se crea a partir de hechos sencillos, particulares y concretos, de tu voz y la mía. 

En este proceso de archivar y releer nos encontramos un espacio de dudas, tensiones y nuevas formas de valorar – en una escala local – todo el funcionamiento propio de nuestros espacios y proyectos. Porque no cabe duda que sobrevivir cierto tiempo en un ambiente donde lo cultural está relegado a ser efímero, ha sido un logro digno de admirar y estudiar en muchas iniciativas. Por naturaleza, casi todos los espacios culturales de nuestra ciudad son contra-corriente en algún sentido. 

¿Cuáles serían entonces las ventajas de guardar y comunicar lo que hacemos? Implica dejar una huella para darnos cuenta de qué hemos hecho y cómo podemos mejorarlo. Una posibilidad de evaluar, reestructurar, renovar contextos y conocer las posibilidades. Poco a poco es una puerta para usar más referentes locales y traer a memoria a esos artistas, iniciativas, patrimonios y comunidades con toda la fuerza que tienen, que suele pasar desapercibida. Una oportunidad para recordar, investigar, conservar y sistematizar; una invitación a construir a partir de esto. Como concluye un estudio de Taller Historia Crítica del Arte: 

“Los archivos son el registro sensible del pasado y por esto, en los intersticios que hay entre sus materiales, la memoria instituida (tan menguada en el caso colombiano) y los recuerdos y versiones de los protagonistas de la escena artística nacional, se hallan múltiples horizontes de comprensión del actual estado de cosas del arte, por un lado, y de su potencialidad por otro. Ante todo, el encuentro cada a cada con quienes conservan estos importantes acervos documentales mostró la inmensidad de territorios incógnitos y en ocasiones ocultos, censurados e ignorados, que podrían configurar el árbol narrativo de la(s) historia(s) del arte en Colombia” (2010)

En esta ciudad en la que tantas cosas pasan y tanto talento existe, donde las instituciones y patrimonios materiales e inmateriales tienen cosas para contar, y donde además hay muchos artistas con propuestas interesantes, necesitamos que queden consignadas y difundidas. Podríamos lograr que dejen de pasar desapercibidas, por un lado, las iniciativas de autogestión que hacen artistas, muchas veces emergentes, las cuales están volviendo a mirar las comunidades y resaltando voces locales, y por otro, los relatos que cargan maestros, instituciones y lugares históricos que se están perdiendo y son desconocidos para tantas personas. Que las voces de Chucho Franco, las historias del Museo Samoga, los mitos del Cementerio San Esteban o las yerbas de La Mona no pasen desapercibidas, y con ellos muchos más con miedos y ventajas similares que pueden no haber sido compartidos. 

En este caso pienso que contar la historia desde nuestras propias voces lograría estar más cerca de una democracia cultural, es decir, de tener la posibilidad de producir espacios para compartir la cultura desde lo local y descentralizar el control de estos; y no seguir con la idea de democratizar la cultura que nos llega desde afuera, lo que significa popularizar unos conocimientos “eruditos” y jerarquizados (Aidar, 2020)

Sin duda para hacer esto accesible es necesario unir esfuerzos y procurar que las instituciones (desde las universidades hasta los ministerios públicos) comprendan que registrar las creaciones, considerar los catálogos y expografías como productos académicos y tantas otras propuestas son necesarias para construir historias. Necesitamos crear micro políticas y micro comunidades que se apropien de los espacios, conocer la importancia de estos lugares fuera de la centralización a la que nos hemos acostumbrado y revalorizar la riqueza local. Un ideal es que cuando las cosas pasen de manos a futuras generaciones, no dependan de sus gestores directos y al mismo tiempo que no se pierda la memoria. Cuando dejemos de tener la necesidad de estar ahí, los relatos orales y escritos tendrán más fuerza para proyectarse, como menciona Monserrat Iniesta “Únicamente una memoria vivida que haya sido activada políticamente tiene la capacidad de construir futuros locales diferenciados” (2009)

 

Aidar, G. (2020). ¿Es posible pensar en prácticas museológicas sociales y críticas dentro de los museos tradicionales? 

Castell, E. (2016). Pensamiento y acción museológica. Errata #16 | Saber y poder en espacios del arte. pedagogías y curadurías críticas. N°16, Bogotá.

Iniesta, M. (2009). Patrimonio, ágora y ciudadanía. Lugares para negociar memorias productivas. RBA Libros, Cataluña.

Taller Historia Crítica del Arte (2010) Archivos, memoria y arte contemporáneo en Colombia: entre la amnesia y la comercialización. Errata #16 | Arte y archivo. N°1, Bogotá.

*Artista Plástica y Gestora Cultural y Comunicativa. Estudiante de Museología y Gestión del Patrimonio. Fotografías cortesía de la autora.

 

 

Cerrar no es una opción para mejorar lo cultural en la ciudad

“El Museo de Arte de Caldas es una institución que lleva muchos años en funcionamiento, que tiene una colección muy importante para la región, que es uno de los pocos espacios dedicados a las artes visuales dentro de lo que es la ciudad, incluso podríamos decir que dentro de lo que es el eje cafetero”, asegura la estudiante de maestría en Museología y Gestión de Patrimonio de la Universidad Nacional sede Bogotá, Andrea Ospina Santamaría.

El pronunciamiento lo hizo ante los requerimientos de Infi-Manizales, institución pública propietaria del Teatro Los Fundadores, edificación donde tiene su sala de exposiciones el Museo de Arte de Caldas. La sostenibilidad de la institución cultural corre peligro si no puede contar, dicen sus dirigentes, con ese lugar pues, pese a ingentes esfuerzos realizados en sus 21 años de trayectoria, no ha encontrado apoyo en la ciudad para tener sede propia.

Ospina Santamaría, quien es artista plástica y profesora de la Universidad de Caldas, afirma que no tenemos tantos museos de arte en nuestra región y todos se encuentran en un gran riesgo. “Claro que estoy de acuerdo en que el museo necesita renovación, necesita inyectarle nuevas formas, nuevas estrategias para acercarse a sus públicos, necesita reactivar muchas cosas, pero precisamente por todo lo que necesita mejorar es que es ilógico pensar en cerrarlo, porque cerrarlo no mejora ninguna de estas cosas y simplemente deja despojada la misión que está cumpliendo para bien o mal en este momento dentro de la ciudad”.

Por otro lado, resaltó la necesidad de que la institucionalidad pública comprenda, “primero, que cerrar no es una opción para mejorar lo cultural en la ciudad, que ya es muy poco y que sobrevive con muy poco y con muchísimo esfuerzo. Segundo, que solicitar un rediseño tampoco lo es. Las preguntas claves que habría que hacerse es quién va a pagar por estos procesos para rediseñar el museo, porque es un museo con muy poco, todas las instituciones culturales en Manizales tienen muy poco personal y muy poco presupuesto que escasamente alcanzan para hacer lo básico del día a día dentro de la institucionalidad y eso es lo que hace complejo que se piense en estrategias más dinámicas y que se piense en alianzas institucionales diferentes”.

La artista cuestiona con contundencia: “quién y cómo se va a realizar este rediseño para que realmente no sea cargar a los trabajadores, que ya mucho hacen para que el museo sobreviva, con mucho más trabajo. Y segundo, quién y cómo va a hacer las alianzas institucionales, y conseguir el dinero que se necesita para volver ejecutables y para volver viables los proyectos que se necesitan para que el museo reviva frente a su labor social, y continúe con la misión disciplinar tan importante que hace”.

Finalmente, para Andrea Ospina el deber ser del museo es mejorar una cantidad de formas que fortalezcan su función. Y recalca “el deber ser esencial del museo es existir y la pregunta que nos tenemos que hacer tanto medios públicos como privados es cómo facilitar que esa existencia del museo permanezca”.

Les invitamos a visitar la exposición en la sala Oscar Naranjo del Centro Cultura y de Convenciones Teatro Los Fundadores.

 

Editar es comunicar: MESAS DE EDICIÓN 2021

El Festival de la Imagen se ha caracterizado por tocar el tema del ecosistema tecnológico y creativo alrededor del diseño, así como las formas en que la ciudadanía se articula para propiciar espacios de encuentro, especialmente alrededor de la imagen. Estos han sido realizados desde diferentes frentes como lo transmedia, tecnológico, sonoro, escenográfico, económico, etc., líneas dentro de las cuales desarrolla programas como el mercado de diseño, el encuentro de laboratorios, los ciclos de conversación, foros estudiantiles, entre otros momentos de debate y trabajo.  Hoy nos centraremos en una entrevista realizada a Santiago Escobar-Jaramillo, cabeza de Raya Editorial, y Ana María Lagos, creadora-investigadora, quienes nos contarán algunos datos sobre MESAS DE EDICIÓN evento llevado a cabo en el Centro Cultural Rogelio Salmona.

Afiche oficial MESAS DE EDICIÓN 2021.

Vivimos en un momento de sobreproducción y saturación visual que se ha salido de nuestras manos, y en donde se sitúan muchas de nuestras interacciones, incluyendo las prácticas artísticas.  Dentro de este caos de datos e información, ha tomado una nueva potencia el rol del editor, del curador y de otros quehaceres que se dedican a darle forma a este exceso, a clasificarlo y, más importante aún, a resignificar su lectura. Al respecto, Santiago nos cuenta cómo nace este evento:

“Nace de la necesidad de comunicar, editar es comunicar, es la posibilidad que tenemos de contar los proyectos fotográficos en conversación con un lector, con una audiencia, con un público; y digamos que no hay un evento específico que defina lo que es la edición, nos preparamos como editores, muchas veces como una consecuencia de otras cosas pero no como un principio (…) La idea de MESAS DE EDICIÓN es juntar editores para pensar la fotografía en su relación específica con la idea de narrar, de conectarnos con otros públicos, de pensar distintos aspectos que enmarcan los proyectos. Y por eso el interés de juntarnos personas que estamos trabajando la edición desde los fotolibros, los medios, los periódicos, inclusive la curaduría, las redes sociales…”

Ahora bien, los encuentros de este evento se realizaron en un espacio físico especialmente diseñado para este fin, manteniendo además transmisión en vivo de sesiones en donde editores y fotógrafos conversaban las posibilidades del trabajo visual, como menciona Santiago:

“MESAS DE EDICIÓN es una estructura dual, dinámica, que está en constante cambio y movimiento. La estructura de guadua diseñada en conjunto con Estudio Dussan, lo que buscaba era crear un pequeño templo, una pequeña Maloka, un espacio que nos albergara y que a la vez pudiera soportar las cámaras de vídeo que iban a transmitir en vivo.  Estamos en una situación que ha cambiado la manera de encontrarnos y de comunicarnos que es el mundo virtual. Pero, de alguna forma, sabemos que el mundo virtual cansa, aleja, silencia. Y el hecho de podernos encontrar como personas, como humanos, como especie (por eso también el tema INTER/ESPECIES del festival), abrió esa posibilidad de encontrarnos un grupo pequeño, hacer unos ejercicios y que se estuvieran viendo en vivo al otro lado de la pantalla, no sólo en Manizales, sino en Colombia, en Latinoamérica. Que queden esos videos y esas transmisiones como memoria de lo que ocurrió.”

Fotografía cortesía de Santiago Escobar-Jaramillo. Estructura diseño colaborativo con Estudio Dussan. Festival de la Imagen 2021.

A esta necesidad de contacto humano simultánea con las exigencias de la virtualidad, también se refiere Ana María Lagos, editora invitada a participar, cuyo trabajo está incluido en la colección AÑZ, Fotografía Expandida de Latinoamérica:

“Yo creo que de todo lo que se construyó durante esta semana (las mesas de edición, la publicación del paro y el compartir de cada autor / autora) tiene unas líneas de trabajo y estas a su vez tienen una importancia, un valor. Una de ellas es la posibilidad de converger tantas miradas, formas de trabajo y recorridos profesionales, pero también subjetividades, corporalidades y afectos tan diversos; porque el hecho de habernos encontrado después de todo este tiempo de aislamiento y pandemia nos ha hecho reafirmar el valor del encuentro (…)  Este espacio es super valioso porque nos ha permitido juntar muchas perspectivas de vida en un contexto de pandemia en el que la virtualidad ha atrapado todo, el relato y la forma de trabajo actual. Y que, aunque sí que tuvo su elemento virtual, siento que es potente la intersección entre varios espacios: al final las MESAS DE EDICIÓN se plantearon desde la biblioteca, pero era un espacio arquitectónico y allí estábamos nosotros como grupo conectados con un montón de personas que pueden estar viéndonos desde muchos lugares.”

Por otro lado, también es importante resaltar las personas involucradas dentro del evento como editoras y fotógrafas invitadas, quienes aportaron pluralidad, profesionalidad y expansión a este proceso. Santiago nos cuenta el porqué de esta selección:

“Todos son tremendos fotógrafos. Con Matiz taller editorial y Raya Editorial, hemos creado la colección AñZ, fotografía expandida en Latinoamérica, en dónde pensamos la imagen al límite del lenguaje documental. Una fotografía que tiene que ver con la tecnología, con los actos participativos, comunales, con el archivo, con la pesquisa, con lo sensorial, la hibridación, la fragmentación en el plano estético y simbólico. Fotografía que tiene relación con lo transmedial, las redes sociales, la nube… Todos estos fotógrafos-editores no solo hacen fotografía expandida sino que además sus procesos y métodos también son expandidos: algunos de ellos tienen editoriales, escuelas,  procesos de gestión, colectivos de trabajos, escriben, exponen… multiplicidad de saberes y formas de hacer (…) Creo que en esos distintos mundos encontramos un aprendizaje y una experiencia, invitados no solo colombianos que se destacan su área sino también internacionales para crear nuevos vínculos, construir procesos, extender estas vivencias personales y fomentar un trabajo colectivo y en equipo.”

Esta es una temática a la que da mucha importancia también Ana María como partícipe de este espacio de trabajo y construcción colectiva: “Somos muchas miradas, de muchos lugares geográficos y también formas de hacer; por ejemplo mi trabajo es mucho más desde fotografía del arte, hay quienes trabajan desde la fotografía documental como Oscar que estaba registrando en calle todo el tema del paro, Musuk que acaba de trabajar una publicación sobre el conflicto sociopolítico en Perú… siento que es una perspectiva muy global.”

Fotograma extraído de sesión MESAS DE EDICIÓN. Festival de la Imagen 2021.

Por otro lado, con Ana María estuvimos conversando sobre la importancia de que esto suceda justamente en la ciudad de Manizales, porque vale la pena resaltar que es uno de los eventos donde se articulan diversas iniciativas locales como editoriales, gestiones culturales y grandes instituciones, por ejemplo, taller editorial Matiz, Raya Editorial, Universidad de Caldas, Banco de la República, La Jaus, Estudio Dussan, entre otras:

“Es importante que estos encuentros se ejecuten y se desarrollen en espacios como Manizales o como Pereira, que son ciudades intermedias porque aportan a la narrativa y la reflexión de los temas que nosotros estuvimos trabajando (…) Aunque venimos todos de lugares tan diferentes (como Argentina, Perú, Ecuador…) creo que hay un vínculo y una reflexión fuerte por el territorio. El solo hecho de habernos reunido y poder habitar en esta geografía, su clima, su olor, todo lo que implica estar en un espacio, ha hecho que la reflexión, las preguntas y lo que estamos compartiendo tenga un sentido muy diferente (…) El marco general es el paro, pero al final se geolocaliza en la medida en que estamos aquí. Me parece linda también la reflexión, como una metáfora, porque hay una relación local y global: está aquí en el sitio, un poco más grande en donde nos estamos quedando, en Manizales, en el eje cafetero, en Colombia y esta última es un espacio que interactúa con Latinoamérica. Una cosa de ida y vuelta, y siento que es la misma metáfora de lo físico y lo virtual, un mismo ir y venir. 

Por último, retomando un tema nombrado anteriormente, dentro de MESAS DE EDICIÓN se tuvieron dos convocatorias públicas previas, una sobre el conflicto armado y otra que se relaciona con la actual situación que atraviesa el país. Le preguntamos a Santiago por qué vincularse con estos acontecimientos, a lo que nos responde:

“Creo que tiene que ver con la empatía. Que todos nosotros, los editores invitados, las instituciones que acogen, las editoriales que publican, hacemos parte de un mismo ecosistema y somos sensibles a la situación que atraviesa el país. De alguna manera tenemos el derecho a protestar y esta es nuestra manera de hacerlo: desde el diálogo, desde la colaboración, desde la conexión con las personas que están en la calle, que se están enfrentando, que están gritando a viva voz lo que piensan y sienten. Entonces por eso uno de los productos de MESAS DE EDICIÓN es esta publicación colectiva del paro nacional y la protesta social en Colombia 2021, en donde todos esos editores están reflexionando sobre el acontecer a partir de fotos que enviaron de más de 170 personas y que dan cuenta de la realidad nacional, del último mes, de los últimos 28 días.”

Fotograma extraído de sesión MESAS DE EDICIÓN. Festival de la Imagen 2021.

Por último, espero que quien haya llegado hasta aquí siga su día con la idea de que Manizales tiene iniciativas constantes y activas dentro del campo cultural que es necesario estar atentos y participar de estos espacios de diálogo, exposición y creación para poder articular mejor un ecosistema de movimiento, profesionalidad y apoyo mutuo, y por qué no, para generar nuevas alternativas con diferentes discursos que hagan de esta región un lugar de diálogos, disensos y convergencias alrededor de las prácticas artísticas y creativas.

*Artista Visual y Gestora Cultural y Comunicativa.

Todo es político

Nos encontramos cumpliendo un mes de uno de los paros nacionales más fuertes que ha pasado el país. Y era inevitable tocar este tema, precisamente porque no sería ético seguir con los ojos cerrados; como muchos han ya dicho por estos días, la neutralidad en este tipo de casos implica tomar el bando del poder que ya está instaurado.

Así que, con mucha pasión, con la rabia de ver nuestros derechos humanos pisoteados y con la consciencia de un país que ha vivido en el conflicto y la injusticia por décadas, escribo estas palabras. Afortunadamente me encuentro con un Festival de la Imagen que no está exento de voces que resaltan estas situaciones, en gran número colombianas (cosa que me alegra) y que nos hacen continuar despiertos en un país donde existen seres humanos para los cuales matar al otro es un oficio, al mismo tiempo que personas que no conocen otra realidad se han cansado de soportar un caos (de miseria y corrupción) que se ha vuelto orden.

Sólo con leer el programa me encontré con la grata sorpresa de una reinterpretación de la obra de Zoe Leonard “I want a president” en donde la artista menciona su candidato ideal: alguien que haya vivido las exclusiones, censuras y dificultades que acarrea la injusticia social en todo el mundo como una mujer, una persona negra, alguien de la comunidad LGTBI+, un ciudadano de bajos recursos, alguien viviendo con VIH… muchas de nosotras, a decir verdad.

A partir de esta obra la artista Xuanxi Ge (China) escribe con pasta la primera frase, “quiero una lesbiana de presidenta” y permite que sea alimento para el moho, mientras poco a poco desaparecerá llenándose de nuevos habitantes, bacterias inesperadas, que intentarán ganar ese espacio. Una pregunta abierta por la política y la forma en que chocan las comunidades entre sí, especialmente las minorías contra las mayorías. La obra representa una lucha por representación y poder, hace un guiño a la afectación durante la pandemia, principalmente en grupos marginalizados y, además, pone en duda el poder político humano ante otras especies, abriendo puertas a nuevas formas de convivencia.

Vista de la muestra I want a dyke for president de Xuanxi Ge, Festival de la Imagen 2021.

Sin duda lo social aquí es biológico. El arte, una vez más, nos recuerda que es altamente político. Las palabras y las imágenes están allí para ser utilizadas, para volverlas a traer a una vigencia que sigue siendo la misma y hoy leemos con un lente contextual que nos atraviesa como colectivo. Los conflictos, entonces, se expanden y las teorías se resignifican en el puente sonoro de Ivar Rocha (Brasil) e Ivonne Villamil (Colombia) en donde narran simultáneamente en portugués y español la primera parte del texto “Doctrina Anarquista al Alcance de Todos” de José Oiticica: hablan de la energía universal traducida en la naturaleza, la cual es leída por el cuerpo y cuyas fuentes favorables pueden ser aprovechadas en un contexto político, justo basado en la disminución del sufrimiento y el malestar humano. Estos últimos son causados por fenómenos naturales y por la mala organización social a partir de la propiedad.

Por otro lado, algunas estancias específicas asociaron directamente los sucesos actuales del país y el apoyo desde otros activismos internacionales. Una de las más impactantes fue el inicio del diálogo de OV (Francia), directora de SCUM MUTATION, un corto que habla sobre el tejido social, el estrés postraumático en casos de represión y la identidad de una generación que en múltiples latitudes ha sido violentada por su condición social, su cuerpo, su procedencia, su raza, entre otros. La artista menciona que la superación colectiva es “la única bandera posible” ante el autoritarismo, también retoma la paradoja sobre la creación artística contrastada con la acción directa (a veces mucho más necesaria) y envía explícitamente fuerza a los manifestantes colombianos.

Fotograma extraído del foro Cine y Digital, Identidades Virtuales, Festival de la Imagen 2021.

El ciclo de Cine y Digital remite en múltiples ocasiones a la violencia como base de nuestra construcción identitaria: En el corto Las Fauces, dirigido por Mauricio Maldonado, nos acercamos al conflicto urbano y la soledad de las montañas de Medellín; en 84 de Daniel Santiago Cortés, nos situamos en el acuerdo de paz firmado ese año y el asesinato de un sacerdote católico indígena, defensor de los derechos humanos. Sin duda nos hace pensar que la historia es cíclica, donde la muerte se sigue paseando entre lo rural y lo urbano, los líderes asesinados en las montañas del Cauca y la violencia urbana entre la ficción y la realidad. Recurriendo a lo poético, el video Fu (María Rojas y Andrés Jurado) afronta metafóricamente que todo nuestro país es un cementerio indígena basado en una memoria fantasiosa y popular. Por otro lado, Project Politique de Daniel Nicolás Aguilera (Chile) se sitúa en el desarraigo, la desacralización de las instituciones políticas, la censura y el descontento con el ritmo de la ciudad misma, entre la imposibilidad de pertenecer y la búsqueda de identidad colectiva e individual.

Fotograma extraído del video arte Projecte Politique de Daniel Nicolás Aguilera, Retina Latina y Festival de la Imagen 2021.

Entre un panorama tan sombrío, cabe decir que estamos al fin en una generación que se ha cansado de estos abusos reiterativos, la falta de oportunidades y los largos silencios de la desaparición. Esto lo respalda Lucía Gonzales, Comisionada para el Esclarecimiento de la Verdad, la convivencia y la no repetición, en su intervención Nombrar lo Innombrable. Ella menciona cómo el arte es una práctica para hablar de eso que no hemos querido abordar y hacer visible lo invisible. El arte, según Juan Manuel Echavarría, es como el escudo de Perseo, que nos protege de mirar directamente lo que no seríamos capaces de afrontar. También menciona Lucía, que hay una emergencia de la palabra, una necesidad de expresión siempre desde el respeto, la seriedad y la profundidad necesaria para encarar el dolor.

Lucía recuerda el alto grado de abandono estatal de las regiones, ciudadanías y naciones plurales dentro del territorio nacional, quienes han sufrido una sociedad clasista y racista. Justo mientras la comisionada hablaba sobre el mural que fue censurado en Medellín, en nuestras calles sucedía la misma acción, una muestra de la criminalización de la protesta que se mantiene como una constante por más de 60 años y que persiste de heridas coloniales aún hoy abiertas. Esta conversación deja una invitación clara: mantener la fuerza vital de estos movimientos de insurrección hasta lograr un cambio importante, en una exigencia justa por la dignidad ante hechos insoportables de desprecios sostenidos.

Fotograma extraído de la conferencia Nombrar lo Innombrable de Lucía Gonzales.

Ahora bien, sin duda, hay una gran paradoja (y diferencia) entre visibilizar otras voces desde el acto poético, sensible y político, y acaparar el protagonismo de un momento que no nos pertenece como individuos; afortunadamente en el Festival no vi directamente este segundo ámbito. Espero que en futuras ediciones de este tipo de eventos sea recurrente la presencia de programas continuados que en realidad incluyan estas perspectivas diversas, y todos estos sonidos que aún nos siguen faltando, especialmente los creadores de dichas comunidades, los que están hoy en las calles. A pesar de ello reitero que, aunque sin apoyarlo, prefiero el oportunismo de algunos al silencio de muchos.

Los monumentos caídos que reescriben la historia y algunas prácticas artísticas que hoy explotan y se manifiestan, son un recordatorio de todo lo que no nos contó la escuela y de las comunidades que han sido silenciadas. Por último, Sebastián Muñoz, egresado de la Universidad de Caldas, da un cierre perfecto a esta nota con la video danza experimental 6402 en la que la situación actual del país atraviesa directamente el cuerpo.

Concluyo con algunas palabras que resumen varias ideas escuchadas esta semana dentro de los espacios del Festival: Necesitamos reconocer mejor a Colombia, entablar diferentes diálogos para lograr cruzarnos entre sí, para mantener esta capacidad de indignarnos que nos hace humanos y nos lleva a exigir, esperamos que, de forma constante, la dignidad y la memoria. Creo que generar nuevos imaginarios tiene más lógica hoy que en cualquier otro momento y que las prácticas artísticas pueden ser ventana para conocer lo externo, constructoras de realidad e incitadoras del cambio, teniendo en cuenta que cuando se trata sobre estos temas, nunca es suficiente.

Fotograma extraído del video Danza experimental 6042 de Sebastián Muñoz.

*Artista Visual y Gestora Cultural y Comunicativa.

 

Ni tan automáticas, ni tan metálicas, ni tan distópicas

 Fue justo en un Festival de la Imagen, hace muchos años, que escuché por primera vez una frase que recordaré por el resto de mi vida: Podemos cerrar los ojos o la boca, pero nunca los oídos. Siempre me ha parecido que la escucha es un sentido infravalorado al que a veces se le niega su naturaleza de ser un requisito vital de la percepción del mundo. Por esta razón, en las propuestas artísticas ha sido un foco de exploración constante y en lo social un requisito indispensable.

Una de las áreas más fuertes de este Festival es sin duda el escenario sonoro, el cual, aunque suele estar concentrado en los puentes y paisajes (que lo han caracterizado por años), también se expande en las demás áreas.  Este año se podían navegar muchas obras que mezclan el sonido natural con el proveniente de la inteligencia artificial (mientras sólo se respaldan con la producción visual) pero hubo una en especial que me llamó la atención: el corto Tremendous Cream de MCai (Rusia) que se asemeja a un video de rap ambientado en los noventa cuya letra y música es seleccionada por medio de la inteligencia artificial, pensado como el perfecto artista contemporáneo al hacernos dudar de qué es lo que conforma lo que llamamos creación.

Entre estos ruidos electrónicos pienso una vez más que los nuevos medios hace mucho que son viejos. Hoy para algunos creadores la inteligencia artificial es parte de un ecosistema de convivencia, es una forma de co-creación más que una herramienta, mientras para otras personas del común es apenas una distopía digna de película de ciencia ficción. Esta contradicción es esperable cuando vivimos en una generación que abruptamente ha vivido desde el disquete hasta la nube, convirtiéndonos en parte de una evolución acelerada de todo un nuevo universo digital como nos recuerda el vídeo de Sebastián Sagot que mezcla imágenes y sonidos relacionados con este tipo de narrativa visual.

Sumándole a esto, llevamos dos años procurando acostumbrarnos a micrófonos, cámaras y bots que, aunque ya eran usuales en varios contextos, están cada vez más fundidos con nuestra casa y nuestro cuerpo, tema del que obviamente debía dar luces esta edición 2021. Por ejemplo, Antibodies es una instalación interactiva de TBD, que presenta una interminable reunión virtual donde podrías encontrarte con personas de cualquier parte del mundo y en la cual tus gestos tienen una respuesta a partir de patrones y sonidos. Otra obra que contrapone esta virtualización acelerada de nuestras actividades en estos tiempos de pandemia y cuarentenas, es la Agencia internacional de teletransportación de Martin Groisman que contrasta el aislamiento social desde un performance para simular viajes en realidades paralelas.

Vista del proyecto Agencia Internacional de Teletransportación de Martin Groisman

Desde la edición 2020 el Festival de la Imagen tuvo que enfrentarse al reto de ofrecer una programación online, con sus obstáculos y posibilidades. En este caso casi podríamos hablar de virtualizar lo digital, y aunque ha sido complejo en muchos sentidos, no dejan de asombrarme hechos tan sencillos como que en el foro de cine y digital podamos tener directoras que se presentan con su identidad virtual o la simultaneidad de plataformas a las que nos lleva un click.

Pero, además de todas estas infinitas posibilidades sensibles e investigativas de lo tecnológico, también estos ecosistemas compartidos con las máquinas y los códigos nos han llevado a interpelar su función, su alcance y lo que nos hace humanos. Nos han creado una verdadera relación más allá del simple uso.

Sin duda el acercamiento más interesante que he tenido hasta ahora con este tema ha sido la conferencia de Lasse Scherffig de Alemania, quien hablaba de la tecnología invisible. Él abarca aquel juego en que diseñamos para confundir a los códigos a partir de los cuales las máquinas logran leer el mundo. En muchos aspectos el diseño está pensado para el sistema y sus ambientes, incluso cuando se hace específicamente para ser invisibles hacia ellos. Poco a poco todo el contexto se modifica para dar más espacio a estos seres ya no tan automáticos ni tan metálicos como nos vienen a la mente. Desde las señales de tráfico que restringen la presencia de humanos, gafas para confundir el reconocimiento facial, espacios de trabajo pensados para robots, entre muchos otros inventos, hacemos intentos constantes de entender la máquina como humano y el humano como máquina, de hablar lenguajes similares que faciliten comprender un ambiente y una ecología digital (y, por tanto, no sólo humana).

Ahora bien, estas obras que piensan ciertos planteamientos de lo tecnológico más allá de siempre ser afirmativas, han llegado a plantearse problemáticas muy profundas desde la misma interactividad y las herramientas de lo mecánico, como pueden ser la obsolescencia programada, la privacidad, la energía que utilizamos y la forma en que todo esto nos utiliza a nosotros. Es urgente que, cómo muestran estas obras, dejemos de centrar nuestra atención y de medir la calidad del arte y el diseño según una innovación tecnológica, que a veces sólo busca impactar con más pantallas, cables y movimientos estridentes. Estos proyectos que en realidad logran reflexionar sobre los campos más avanzados, no sólo asombran en la utilización de herramientas, sino que dialogan necesariamente con los conceptos, contextos, historias y procesos humanos que hay detrás. Abandonan una carrera que se vuelve producción industrial extrema en lugar de crítica y sensibilidad.

Pensar y comprender la tecnología ha llevado a múltiples artistas a interpelar lo que consideramos mecánico y lo que no, y con ello, a reconsiderar en las acciones más cotidianas cómo son nuestras relaciones con los objetos y territorios. En el video de Paulina Martínez titulado Paseos Dentro, el cuerpo adopta la experiencia de una aspiradora robot preguntándonos ¿cómo convivimos con lo automatizado? ¿hasta dónde somos cyborgs permanentes? Por otro lado, la obra de Lasse Scherffig, Hill Climbing, persigue las pendientes de Manizales de forma autónoma y matemática con una relación visual y casi una burla en su planteamiento: ¿Cómo vivimos el territorio desde la inteligencia artificial? ¿Qué tiene lógica y qué no para estas nuevas formas de pensamiento que componen nuestro mundo? ¿Quién y cómo nos muestran la ciudad en internet?

Fotograma extraído de Paseos Dentro de Paulina Martínez, Media Art Festival de la Imagen 2021

Fotograma extraído de Hill Climbing, exposición virtual de Lasse Scherffig Festival de la Imagen 2021

El Festival de la Imagen es literalmente un mar de información en donde la mezcla entre tecnología, inteligencia artificial y arte nos ha hecho escuchar el sonido de nuestra cara, del vacío, del mundo sin humanos, de las bacterias y de tantas otras cosas; cuesta imaginar alguna imposibilidad en este mundo tan lleno de máquinas y de creatividad.

Ha sido toda una sorpresa encontrarme con estas propuestas que hackean el sistema desde adentro y desestabilizan las formas en que asumimos el progreso o el desarrollo, para darnos cuenta de que hace mucho estamos situados en un contexto que nos desborda, y que convive de cerca con todos nuestros hábitos. También con aquellas que no buscan que la virtualidad sea una traducción de la presencialidad, sino que realmente exploran hasta el último rincón de sus posibilidades (como No Exit Oasis de Kurt Hentschlager), para comprender que no somos el centro de estos lenguajes ni tenemos porqué serlo.

*Artista Visual y Gestora Cultural y Comunicativa.

El universo con lupa

Explorando las salas virtuales del Festival de la Imagen encontré, entre otras, la obra Biorremediaciones de Juan Pablo Ferlat, que se centra en la capacidad de los hongos en intervenir como sanadores en el equilibrio de la biósfera. Esta me hizo recordar algo que siempre me ha parecido curioso, y es que en la enseñanza escolar suelen existir dos grandes vacíos: por un lado, lo pequeño como el mundo fungi, resumido a hongos sin mayor especificidad; y claro, los microorganismos, que no se suelen ubicar dentro de los reinos biológicos. Muchas personas han trabajado en este vacío concluyendo que, efectivamente, estos seres sorprenden aún a los más expertos y se reclasifican entre su cercanía a las plantas, los animales o a categorías aún no delimitadas. 

Vista de Biorremediaciones, exposición virtual de Juan Pablo Ferlalt en Festival de la Imagen 2021. 

Por otro lado, hay un vacío sobre el universo. No se suele brindar mucha información más allá de una maqueta del sistema solar y un par de horas conversando sobre el bigbang. La carrera por alcanzar el espacio entre los mayores poderes económicos mundiales nos ha bombardeado sin entender muy bien sus repercusiones y conexiones con la vida en el planeta.

Los estudios recientes desde múltiples áreas indican que son precisamente estos seres invisibles -hongos y microorganismos- quienes sustentan el ecosistema, conectando por micelios en la tierra y bacterias en el aire. También, son estos seres quienes presentan conexiones más amplias con las partículas del universo, especialmente los minerales y sus compuestos. Incluso, la similitud visual constantemente mencionada en el Festival de la Imagen, entre la vista de las células y la de las galaxias no deja de ser sorprendente, así cómo la contraposición que realiza Andres G. Rozo comparando las marcas de uso de utensilios culinarios con el  universo en Astronomia Culinaria; patrones que se repiten y mundos que dialogan desde lo visual. 


Vista de Astronomía culinaria, exposición virtual de Andres G. Rozo en Festival de la Imagen 2021. 

Algunas propuestas exploran entonces estos pequeños seres, llenos de poder y de sorpresas. El paisaje sonoro Beauty, una obra de arte híbrida entre biología y tecnología de Johnny DiBlasi, utiliza la inteligencia artificial para interactuar con diferentes culturas de bacterias sociales y mostrarlas estéticamente desde lo sonoro y lo visual. Es muy interesante pensar en cómo este tipo de imágenes se reiteran (por ejemplo, en el trabajo de Sandra Díaz en Media Art) y nos hacen pensar en estos ciclos en los que estamos inmersos por medio del arte biológico, la tecnología y nuestros sentidos. 

Vista de Beauty, paisaje sonoro de Johnny DiBlasi en Festival de la Imagen 2021. 

El arte, ante todo, siempre ha sido fuente y evidencia de conexiones que en otros contextos pueden parecer dispersas. Esta temática también se expande a lo macro en el audiovisual Blue Dot dirigido por Juan Pablo Pacheco, que establece relaciones muy fuertes entre el universo, lo profundo del océano y el internet. Todos como grandes profundidades de datos que se conectan con ese punto azul equivalente a la vista del planeta tierra y la luz intermitente de los almacenadores de datos web; mares de información que intentamos clasificar pero que no podemos dimensionar. Un trabajo extremadamente poético que nos interpela lo que creemos conocer y todo lo que se escapa dentro y fuera de este punto llamado planeta tierra. Esta obra es un espejo, un reflejo entre lo inmenso y lo micro, que nos atraviesa a diario y que nos sobrepasa, y es por mucho una de las piezas que más me ha resonado en el festival, precisamente porque logró cuestionarme sobre la historia y el archivo, nuestra posición frente a la realidad y la necesidad constante del ser humano de intentar abarcarlo todo. 

Fotograma extraído de Blue Dot, dirigida por Juan Pablo Pacheco y disponible en Retina Latina durante el festival.

Y es precisamente todo esto que no dimensionamos, lo que creemos lejano, abstracto y dudoso como el océano, el universo, la deep web o el mundo microscópico, aquello que aborda el trabajo de Claudia Robles Angel, artista colombiana que se pregunta cómo percibir lo imperceptible. Su obra Leikhen trabaja desde las reacciones del cuerpo a partir de señales biomédicas como las ondas cerebrales. En este caso se enfoca específicamente en el liquen, una relación simbiótica y mutua entre un hongo y un alga, donde ambos se benefician, los cuales pasan por invisibles en cortezas de árboles o piedra a las que no solemos prestar atención. A pesar de ello, son importantes para el ecosistema y la biodiversidad. 

Leikhen es entonces una instalación inmersiva con macro fotografías y sonidos naturales  en donde las personas al tocar una pantalla envían señales y reacciones a otro asistente (llamado huésped) que está conectado con transductores y electrodos. Este participante siente en su cuerpo un estímulo agradable o desagradable según la forma en que la superficie ha sido tocada. La pantalla es entonces casi como la piel de la persona, y lo que en ella vemos depende de lo que ese ser humano siente. De igual manera, el ambiente sonoro, reacciona ante la tensión del huésped por la corriente eléctrica transmitida, pasando de sonidos calmados a otros más estridentes.

Fotograma extraído de la conferencia Leikhen por Claudia Robles en el Festival de la Imagen 2021. 

Para mi el funcionamiento de esta obra y las narrativas afines que aquí encontramos, son una clara explicación de que todo, desde lo más pequeño hasta los grandes fenómenos planetarios, está de alguna manera interconectado. Hacemos lentes y dispositivos (microscopios, telescopios, cámaras…) para acercarnos a ese infinito desconocido y procurar ver más allá de lo que tenemos a nuestro alcance. Muchas de las obras de Media Art y de las exposiciones de este festival se centran en estas conexiones entre lo doméstico, lo tecnológico, lo microscópico y lo universal. Tal vez el trabajo de los artistas en estos campos procura, en cierta forma, ser otro tipo de lente para que desde la sensibilidad comprendamos estas cadenas de dependencia y relación en donde todas nos encontramos, y nos demos cuenta, de que mucho más allá de la forma en que nos organizamos como sociedad (que lo abordaremos en una siguiente nota) siempre habrán flujos que no podremos retener. 

*Artista Visual y Gestora Cultural y Comunicativa.

Ciencia y tecnología desde la cordillera

¿Quién inventó el arte, la ciencia y la tecnología? ¿Qué cabía antes y qué habrá después en los límites que encierran estas palabras? Existe una larga historia llena de hechos y procesos que han dado forma a los significados de estos conceptos tal y como muchas personas delante de esta pantalla los entendemos hoy. El origen y la consolidación disciplinar de cada área es todo un tema de investigación que le concierne también a sus intersecciones.

Pero sin duda, podemos afirmar que las divisiones de conocimiento y los orígenes que llegan a la mayoría de mentes son comúnmente desde la modernidad y lo colonial. Constantemente olvidamos que previo a ser invadidos por otras latitudes, las culturas latinoamericanas producían sus propios códigos, sistemas y procesos tecnológicos y científicos, y que, a pesar del atraso que significó pasar por un genocidio y la represión simbólica de sus saberes, hoy lo siguen haciendo.

Afortunadamente, muchas mujeres latinoamericanas han volcado sus ojos a esta realidad, como los hechos actuales sobre el textil en Bolivia (Elvira Espejo), o los vestigios históricos como las Saywas, observatorios astronómicos del norte chileno (Cecilia Sanhueza), entre muchas otras que han posicionado estos conocimientos dentro de lo que llamamos ciencia.

En esta misma línea de ideas se suma desde la investigación / creación Constanza Piña, artista chilena quien ha realizado un trabajo alrededor del Khipu, un instrumento de medición inca extendido antiguamente en Latinoamérica. Los focos desde los que se acerca son la matemática textil y la computación ancestral, dando como resultado una instalación y un libro que hoy se pueden encontrar en las salas virtuales del Festival de la Imagen.

Vista parcial de la exposición virtual Khipu de Constanza Piña, Festival de la Imagen, 2021

El Khipu, como menciona Piña, se compone por un sistema multicapa y nemotécnico para guardar información, a partir de datos numéricos que dan cuenta de ciertos acontecimientos. Funciona a partir de una codificación binaria y decimal ¿Te suena familiar? Masomenos es un instrumento que va y viene entre un computador portátil y un libro, pero basado en lo textil, un equipo vestible que se conecta con el cuerpo, un humano que interactúa con la máquina, una especie de cyborg.

Todo parte de los nudos, con aspectos tan específicos como la cantidad de vueltas, la posición en la cuerda, el color, la materialidad, el torcido del hilo, el tipo de trenzado, la direccionalidad, entre muchas otras claves que tal vez se han perdido en el tiempo y que responden a otras clases numéricas diferentes a nuestro sistema.  Incluso algunas teorías indican un uso coordinado con otros instrumentos como la yupana (herramienta para realizar operaciones aritméticas complejas, similar al ábaco) o los tocapus (sistema de escritura logográfica).

Vista de un Khipu original dentro del video explicativo de la exposición virtual de Constanza Piña.

Pero, lo más interesante de la investigación y obra de Constanza, es que responde a una pregunta compleja: ¿Cómo acercarnos a un conocimiento que fue minimizado, destruido y en algunos campos incluso olvidado? Además, unos saberes que sólo tienen sentido en otras lógicas y formas de comprender el mundo. Su respuesta es a partir del arte y de algunas personas que, al igual que estas culturas originarias, han sido minimizadas en la ciencia: las mujeres.

Realiza laboratorios, espacios de trabajo colaborativo e investigación de lo femenino en la computación y la ecología, campos en los que hemos sido líderes en la historia. Su reinterpretación del Khipu está basada en las computadoras humanas de Estados Unidos, en el código de Ada Lovelance y la relación de la historia de los computadores con lo textil, como el telar de Jacquard o las memorias de núcleos cableados (conocidas como Little Old Lady memory) que tejieron mujeres para la NASA. En ambos casos (lo femenino y lo indígena) la ciencia y la tecnología están dentro de los procesos comunitarios, creativos, manuales y artísticos.

Desde el inicio de los tiempos hemos mirado al espacio y lo hemos tejido. Hemos dado respuesta, construido y leído el cielo para movernos, cultivar o socializar, tema que las culturas andinas tenían tan claro que los Khipus también servían como repositorio astronómico: por ello el proyecto de Constanza se basa en una constelación. Y aunque como ella misma menciona, “el Kiphu, esté o no conectado a un sistema electrónico ya es una tecnología”. Su obra propone además convertir en sonido los espectros magnéticos a partir de lo electrotextil, con hilos tejidos en cobre y lana de alpaca, que generan un ruido lleno de información de aquello que no podemos ver. Una ciencia ficción andina (en sus palabras) que vuelve a dar vida y existencia desde nuevos códigos a las memorias ancestrales que en algunos puntos hemos perdido.

Fotograma de la conferencia Khipu: Computador prehispánico electrotextil de Constanza Piña en el Seminario Internacional del Festival de la Imagen, 2021.

Queda mucho camino para comprender la forma en que estos códigos culturales ancestrales están hoy aún en movimiento en nuestra vida, en la cultura de ciertas regiones y en objetos que nos rodean. Un ejemplo de ello es el puente sonoro Kuisi Corvidae de Andres Gaona, compositor colombiano, que nos lleva a recorrer el sonido de las gaitas tradicionales de la costa caribe, especialmente de la comunidad Kogui en Santa Marta (con la que también Constanza ha tenido algunos acercamientos). Es curioso como en muchas de las manifestaciones sonoras de las comunidades con fuerte tradición indígena la dualidad no es una oposición, sino por el contrario, una continuidad, como las gaitas hembra y macho. Esto se mezcla con el sonido electrónico y el paisaje sonoro de las montañas cundiboyacenses conectados a partir del viento, esa energía vital que respiramos y que hace que todo fluya. El mismo viento que se conecta con Flautoamericanismos, paisaje sonoro latinoamericano de Yovanny Betancurt.

Es claro que en ambos trabajos (Khipu y Kuisi Corvidae) se ha tenido que recorrer el territorio de diferentes formas, valorizar otros saberes, pensar desde la colectividad y la articulación de artistas e instituciones e investigar profundamente los orígenes y evoluciones de ciertos saberes, lo cual es una riqueza vital en nuestro contexto. Espero que en próximos festivales sean más visibles las personas que logran que hoy estos conocimientos perduren, las comunidades mismas que son las únicas que nos llevaran a aprender o redescubrir códigos diferentes y no a que intentemos que sus genealogías, formas de conocer y de actuar sean posibles de leer desde nuestro mundo cerrado. Espacios para escuchar esas voces sin intermediarios y con beneficios directos.

Un Festival y un mundo cada vez más decolonial, con más trabajos como estos y que además continúe la fuerza que ha tenido en esta versión la figura femenina en todos los componentes. Por último, me queda rondando esta relación entre el universo y lo cotidiano o lo microscópico, pero esto lo abordaremos en una siguiente nota.

*Artista Visual y Gestora Cultural y Comunicativa.

Zonas de dependencia: Interespecies

Cuando empezó la pandemia de covid 19 todos descubrimos la cantidad de vacíos y analfabetismos que cargamos en torno a la ciencia, la biología y la salud. Estuve rodeada de muchas personas que no comprendían la relación entre lavarse las manos, usar tapabocas y no tocarse la cara. Si el virus está en la saliva de otro, ¿por qué me tengo que lavar las manos? Si tengo tapada mi boca y mi nariz, ¿por qué no me puedo tocar mi cara? Otros asustados me contaron que la vacuna la estaban haciendo con el mismo virus, ¿por qué querría que me metieran eso adentro?

Esos días entendí que en nuestra sociedad es un privilegio inmenso, para una poca cantidad de personas, el comprender (así sea muy superficialmente) la fluidez entre dos organismos y sus canales de conversación. Que pueden comprender algunos aspectos del cuerpo y situarlo frágil ante otros seres, aquellos que lo habitan constantemente, que le sobreviven y que generan un equilibrio (o desequilibrio) en su funcionamiento.

Inicio esta nota con este comentario porque, a nivel personal, es una de las tantas cosas que le dan sentido a hablar hoy de interespecies, el nombre del Festival de la Imagen 2021, sin olvidar que los temas de lo ecosistémico, lo ecológico, el antiespecismo, entre tantos otros, estén muy presentes y debatidos en diversas esferas. Estamos hablando de un asunto que sin duda es urgente y tiene relaciones con todas las capas de nuestra existencia: lo político, lo cultural, lo social, lo económico, y así sucesivamente hasta lo más íntimo, literalmente, hasta las entrañas.

Coroline A. Jones, historiadora, escritora, curadora y crítica de arte estadounidense, mencionaba la mañana del 24 de mayo, en el foro académico internacional, que toda nuestra vida se basa en la simbiosis. Una suerte de co-dependencia que se contrasta con el aislamiento a partir del cual hemos clasificado el entorno y nuestra interacción en él. Así mismo, entre obras de bioarte contemporáneo y teorías científicas, daba a entender que el universo está saturado de otras especies con vida biológica, de las que poco sabemos y que claramente no se ajustan a nuestras taxonomías racionales y cerradas.

Fotograma extraído de la conferencia Symbiosis “with-living” and interspecies entanglement de Caroline A. Jones, Seminario Internacional Festival de la Imagen 2021.

La vida es solo un conjunto de maneras interconectadas por diferentes vías. Las demás criaturas con quienes compartimos este planeta construyen y conocen también sus propios mundos, como el pulpo cuyo sistema cognitivo y sensible, más allá de un órgano, está desplegado en cada uno de sus tentáculos. Hablamos entonces que salir del antropocentrismo en que hemos vivido, implica hacernos preguntas ontológicas y epistemológicas de diferente índole, en donde el saber se relaciona directamente con el sentir y donde algunas artistas están mapeando esta filosofía que replantea al individuo occidental.

Las palabras claves de todo esto son sin duda la empatía y la consciencia interespecie. Las obras de bioarte presentadas plantean sistemas que se acercan al funcionamiento de la vida y de la tecnologización que hoy vive la biología, una bio ficción para Jones.  Procuran hacerlo sin caer en el control de lo natural y expanden esa pregunta a la posibilidad de otras formas de sentir, pensar y existir en el mundo.

Ser humano, después de un día de este Festival, es sólo un imaginario que deja abiertas mil puertas a preguntarnos realmente por su significado. Las teorías científicas que Jones recorrió en su charla nos recuerdan que si no fuera por todos esos seres microscópicos que definieron crear un cuerpo bípedo como refugio para pervivir en el ambiente, no estaríamos aquí.

Todo esto nos lleva a pensar la dicotomía que hemos creado entre naturaleza y cultura, y la posibilidad de lo que Jones llamó una “conversación intercultural” entre diferentes especies en donde en lugar del miedo (a ese otro ser) se consolide la empatía.

Y esto sin duda se relaciona profundamente con el acto performático (complejo de clasificar en nuestras usuales descripciones de paisaje sonoro u obra de teatro) de Rocio Berenguer, artista española quien también menciona que somos cuerpo y medio de otros seres a la vez. Este se sitúa en un mundo después de la sexta era de la extinción masiva en donde los cinco reinos, que incluyen las máquinas, humanos, minerales, vegetales y animales, escriben una declaración de derechos interespecie sobre la igualdad ante la ley. Una ficción jurídica que permite al humano comprender culturalmente la existencia de otros. Entre juegos de luces, una coreografía con elementos vivos y cierto aire doméstico, inicia toda una disertación sensible sobre los límites del cuerpo, la experiencia, la relatividad de las nociones que han sido base de las teorías científicas y la experiencia genérica en donde solemos encasillar la vida.

Fotogramas extraídos de G5 de Rosario Berenguer, Festival Internacional de la Imagen, 2021

Es en esta sensación interna que logramos realmente vivir con el otro y modificar las escalas de valor. Comprender el proceso colaborativo y no lineal que ha implicado la evolución, y que la consciencia es una concertación entre respuestas microscópicas de diferentes especies, entre ciclos funcionales. Como menciona Jones, pasar del homo sapiens al homo simbiótico es una involución necesaria.

Así, entonces, tenemos una misma teoría presentada en dos medios (una conferencia y una puesta en escena) diferentes pero complementarios. Situarnos en el concepto de zona planteado por Berenguer, como un espacio limítrofe que cambia las condiciones pero que continúa sin ser frontera, es comprender que podemos y somos continuidad con otros seres sin necesidad de establecer relaciones basadas en poseer, exotizar, o utilizar. Un intercambio que explica la interdependencia más allá de la taxonomía, una construcción empática.

Ahora bien, muchas de estas palabras y análisis me hacían pensar en cómo somos nosotros, occidentales y dominantes, quienes al fin parecemos acercarnos aún dentro de los límites de nuestro lenguaje y epistemología, a conceptos como la crianza mutua o el buen vivir, así como los ciclos y las escalas de valor de comunidades originarias latinoamericanas, pero esto será material para otra nota.

*Artista Visual y Gestora Cultural y Comunicativa.

Sobre museos y otros mitos

Acercamientos desde las artes visuales a la idea local de museo.**

Hagamos un ejercicio: Pregúntales a varias personas lejanas al sistema artístico y cultural por cuántos museos y centros culturales conocen en la ciudad. Si la respuesta no es un no rotundo, continúa indagando ¿Qué saben más allá del sustantivo? ¿Qué se hace allí?

Manizales es una ciudad con instituciones en torno a las artes plásticas que han tenido un difícil proceso de consolidación y que aún no logran posicionarse del todo en el imaginario cultural de la ciudadanía, como si conociéramos el sustantivo, pero no los verbos que lo implican. En este caso me posiciono pensando en los museos – pero seguro que puede extenderse a otras figuras que pasan por situaciones similares – y me veo rodeada de una constante dificultad para pensar el sistema del arte más allá de la mercantilización que fuertemente reflejan escenas como Bogotá; espejismos que han tenido un elemento recurrente expuesto ante los estudiantes de artes como un único horizonte posible: el circuito de ferias de arte. Por otro lado, en ocasiones (no muy constantes) se mencionan las convocatorias públicas, de difícil acceso, alta competencia y procesos de gestión complejos que muchas veces se escapan al manejo del artista emergente.

Ante eso, hemos creado una especie de respuesta que en silencio aceptamos como bases de un sistema útil para dicha meta: Primero, exposiciones que se concentran únicamente en la inauguración, quedando inactivas el resto de su calendario, desmontadas en tiempos muy cortos (que ni siquiera merecen el dinero invertido) y sin actividades adicionales que realmente hagan una reactivación de contenidos. Segundo, un registro que intente ser prolijo, no como buena práctica profesional sino como excusa que reduce las experiencias de las artes visuales a un uso posterior, en los casos más básicos para el docente, en los medianos, para las redes, en los más avanzados para el portafolio. Y por último, y lo más importante, han cambiado nuestra producción visual con un falso pensamiento de que entre más portable mejor y que la calidad se mide en el cuadro de 2x2m que permiten estos eventos.

Y dentro de estos solemos cometer el error de asumir un público implícito inexistente, que son los estudiantes de artes y humanidades. En la mayoría de las ocasiones, el no ver un abanico de posibilidades más allá de las mencionadas, hacen que se pierda el interés por asistir, aprender y ampliar otro tipo de redes y gestiones que proponen desde lo expositivo. Las personas que deberían estar interesadas en el área en los contextos locales no son necesariamente un público asiduo de sus eventos, comúnmente incluso se siente excluido.

No tengo ninguna respuesta y soy consciente de que cada iniciativa de la ciudad ha pasado por dificultades muy complejas, intentando mantenerse activos en un lugar que parece expulsarnos. Pero considero que realmente es necesario comenzar a proponer nuestra participación en las escenas locales, como Manizales, desde un flujo diferente y unos roles establecidos que distan de los contextos hegemónicos. No solamente es la necesidad de pensar mejor nuestras prácticas expositivas, sino empezar a tener en cuenta los aspectos que las circundan como el archivo, la financiación, las comunidades y la legislación.

Desde estos es posible repensar la institucionalidad, y con ello, la mediación, la gestión y los públicos. Pero para ello en necesario primero replantearnos ¿cómo aporta el trabajo del artista visual dentro de espacios como los museos y los centros culturales, más allá de la exposición o la colección? Cuando exploro las relaciones entre procesos específicos desarrollados dentro del pregrado de artes plásticas en la Universidad de Caldas, en investigación/creación, y la forma en que han sido vinculantes para el trabajo en otras áreas como la museología, la curaduría y la mediación, me doy cuenta de que el aporte del artista, mucho más allá de lo técnico y de los resultados de un proceso de obra, va en una forma de comprender el mundo, de leer los códigos y de establecer intercambios fluidos de saberes. Una exploración que va desde los formatos hasta los conceptos y permite una verdadera diversificación de los puntos de vista desde los que leemos la realidad y la forma sensorial de asumirla.

Instalación participativa Copyright #1 por Andrea Ospina Santamaría, exposición CTRL-C / CTRL-V, Calle Bohemia, Armenia, 2016.

Estos ángulos, tanto desde la virtualidad como en otros territorios, son puente de lenguajes específicos que permiten acercamientos a diferentes comunidades y proyectos interdisciplinares o nociones difíciles de explorar desde el lenguaje académico tradicional como la ausencia, la memoria y lo popular.  El artista local como una paradoja reta al sistema – tanto como se reta a si mismo -, y a su vez, lo construye.

Carla Pinochet, antropóloga chilena, propone en su texto Derivas críticas del museo en América Latina la siguiente pregunta: ¿Cómo indagar en la especificidad del museo latinoamericano sin reducirlo a aquello que le falta? (2016, pág.28) precisamente cuestionando la costumbre de remitirse siempre a lo local como algo incompleto frente a lo hegemónico, algo desfasado o que aún no ha logrado ser. Como respuesta, entre muchas otras, propone rastrear los nuevos usos y sentidos que lo museal adquiere en estos contextos y su contante cambio.

Desplazo esta pregunta a comparaciones como Manizales frente a circuitos como Bogotá; creo que en este tipo de ciudades sin grandes centros característicos, una clave está en fortalecer ese ecosistema que permite a los museos ser lo que son: más allá de las instituciones que conocemos como tales, otros procesos más híbridos, experimentales y autogestionados refuerzan y acercan a los públicos y estudiantes a las funciones que comúnmente tiene el museo o el centro cultural, como son las formas de hacer archivo, reflexionar la institucionalidad, entender el ejercicio expositivo y la necesidad de hacer memoria, así como la educación y la mediación cultural.

Ejercicio participativo de Las Profesionales (Andrea Zuñiga y Aixa Echeverry), en la exposición Pa’ Gozar: relatos visuales en torno al carnaval (Alianza Francesa, 2018). Fotografía Manuela Jaramillo.

Dejo entonces como una alerta la cantidad de ocasiones en donde nuestros eventos, gestiones y procesos culturales, tal como fantasmas, desaparecen en el tiempo sin dejar rastro, se posicionan solo momentáneamente o los dejamos consumir en un mar de supuestos en donde, entre mucha publicidad hay poca acción. Un llamado a hacer archivo, a buscar comunicaciones más eficientes y a valorar los procesos que con tanto esfuerzo hemos llevado a cabo sin medirlos con la regla de las grandes escenas de arte.

Creo que necesitamos comprender lo museológico (más allá del museo) dentro de su capacidad instituyente, discursiva y situada, en donde debe dialogar con su territorio y claro, sus creadores. Un llamado a pensar procesos museológicos capaces de actuar sin resguardo, que generan campo en lugar de soportes físicos, en donde fortalecer el museo es vitalizar su desenvolvimiento, las líneas que lo transversalizan y la necesidad de su existencia (o revisión).

Laboratorio de Curaduría y museografía de La Caja Producciones, 2018. Orientado por Laura Puerta, Andrea Ospina y Juliana Ceballos.

*Artista Plástica – Gestora Cultural y Comunicativa.

**En la foto de la entrada Conferencia con David Pupiales, performer de la comunidad Quillasinga en la exposición Pa’ Gozar: relatos visuales en torno al carnaval (Alianza Francesa, 2018), con invitados principalmente del cabildo indígena universitario de Manizales.

El cine se abre caminos en Caldas

El Maestro Alfonso Chica y  Edison Sánchez, dos generaciones de artistas unidos por su pasión, el cine, con varios proyectos en ejecución. (Foto Federio Zapata)

¿Ya vio las películas Manizales City, Los Aventureros, Helena, Gaseosa o Luz?, ¿Sabía que estos largometrajes fueron rodados en Manizales y paisajes de Caldas? En la región hay directores, fotógrafos, productores, guionistas, realizadores, actores y proyectos que le apuestan al cine.

Es un sector que va en crecimiento, que necesita el trabajo de gestores y la voluntad del Estado para destinar recursos pues no tiene una política pública departamental, ni presupuesto. Para lograr su financiación, desde el Consejo Departamental de Cine de Caldas elaboran el Plan Departamental de Cine. Lo preside desde hace un año la Comunicadora Social y Periodista Tatiana Londoño Posada, quien espera presentar la propuesta a la Asamblea del Departamento en el año 2019.

“Queremos tener nuestro Plan Departamental de Cine porque la principal limitante es la falta de recursos. No contamos con convocatorias ni estímulos que apoyen la realización. Por ahora nos apoyamos en las convocatorias nacionales, pero esto debe cambiar”, explicó Tatiana Londoño.

Para ella el panorama del cine en Caldas es positivo por el aumento de las producciones audiovisuales en los últimos dos años. “Hemos obtenido reconocimientos y nos empiezan a ver como un departamento con muchas capacidades para representar el cine colombiano. Caldas cuenta con variedad de paisajes y de climas que nos hace ricos visualmente, tenemos mucho por mostrar y por aportar a la construcción de memoria de nuestro país”.

Además de estar en el Consejo de Cine, Tatiana trabaja en sus propios proyectos como  productora audiovisual de 057 Films. Es la productora del largometraje Luz, rodado en Caldas y que pronto llegará a las salas de cine. Está en la etapa de posproducción como productora del Cortometraje Sangre Café dirigido por Daniel Gómez. El corto fue ganador de la convocatoria de Realización de cortometrajes en la modalidad de relatos regionales del  Consejo Nacional de las Artes y la Cultura en Cinematografía (CNACC).

Caldas, región por explorar

El director de cine Edison Sánchez es Comunicador Social y Periodista de la Universidad de Manizales. Asegura que esta carrera y la de Diseño Visual de la Universidad de Caldas son los únicos programas universitarios que se acercan incipientemente al cine, porque en Manizales no hay oferta para cineastas.

“En cine se puede tener formación en cualquier parte del mundo. Los libros donde reposa la información técnica se pueden encontrar en cualquier lugar.  Ya es cuestión de que cada quien se lo proponga”.

Después de estrenar en el pasado Festival Internacional de Cine de Berlín el cortometraje Yover, que habla del resurgir de Bojayá, Edison trabaja en el corto de ficción Acuerdo con Sofía. Además, también trabaja en el largometraje documental Alabaoras y  Morrogacho, una producción de ficción.

De acuerdo con Edison, en Caldas hay pasajes, lugares inexplorados y locaciones atractivas para el cine, pero el difícil acceso a estas zonas y la falta de una política pública frenan la realización de cine independiente.

“Para el proceso de preproducción pesa mucho que no haya una política pública. La lejanía de las locaciones o las dificultad para llegar a Manizales con equipos de filmación profesionales desde Bogotá o Medellín, impide que sea viable por temas presupuestales. En ese sentido, es incluso más fácil conseguir apoyo de otros departamentos”.

Lo más cerca que ha grabado en Caldas es el proyecto Acuerdo con Sofía, que tiene locaciones en el área rural de Viterbo y Morrogacho y se filmará en cercanías al Valle de Cocora, en Salento (Quindío). En Manizales filmó el cortometraje La terraza de Cecilia en el 2010 y otros proyectos, pero comerciales.

 

¿Qué cine ven los manizaleños?

Viviana Castro es la directora de Cinespiral, la sala de cine independiente y alternativo que abrió sus puertas en Manizales hace cuatro  años. Como conocedora del público de Manizales asegura que el cine europeo tiene una fuerza importante en la ciudad por encima del cine colombiano.

De acuerdo con sus cálculos de 10 espectadores, ocho eligen el cine europeo y dos el cine colombiano. “Al cine nacional le hace  falta tener un buen nivel en la etapa de distribución. Hay muchas películas buenas que no se logran ver en las salas y los títulos que llegan al cine comercial no son lo mejor del cine colombiano, entonces la mayor parte de la gente cree que ese es el cine que somos y no se da cuenta de la gran variedad que tenemos.

Respecto al cine local independiente Viviana explicó que las producciones van en aumento. Un ejemplo fue la convocatoria que se hizo para la Feria Internacional de Cine de Manizales (Ficma). Normalmente se tiene espacio para ocho producciones de realizadores locales y a la convocatoria aplicaron 16 trabajos.

Según Edison Sánchez, en la región se rodaron la películas Madre (1924) Manizales city (1925), Réquiem por un marginado (No se tiene registro ni copia), El tesoro del cacique (1966), Los aventureros (1969, producción inglesa), La cuesta de la muerte (1969), Helena (2007) y Gaseosa (2013).

En el Parque de Los Nevados o sus inmediaciones también se filmó El Páramo (2011) y una escena de Los viajes del viento (2009). En Marmato se filmó el documental que lleva el nombre de este municipio, con  producción norteamericana.

*Comunicadora Social y Periodista.

Productora Manizales 92.7 FM y 1000 AM.
Subgerencia de Radio – Radio Nacional de Colombia